20. La inolvidable Heidi
Los meses fueron pasando desde la partida de Clara. Heidi intentaba disfrutar cada día de la gran familia que tenía, sus hijos, sus nietos y sus biznietos solían hacerle compañía muy a menudo. Ella estaba viviendo sola, aunque contaba con un encantador perrito que Tobías y Ana le habían regalado al poco de morir Clara, igual de fiel y protector que todos los perros que tuvo a lo largo de su vida.
Aún así, había veces en las que Heidi se sentía muy sola en esa casa tan grande. Hasta que Ana tomó una decisión y ella y Carlos decidieron irse a vivir con Heidi, así cuando esta empeorara de salud podría tener a su hija junto a ella. Frecuentemente, Tobías también solía ir con Greta a visitar a su madre. Y quienes no dejaban nunca de asistir eran sus nietos, en especial Emma y Erika quienes siempre tuvieron una relación muy especial con su abuelita. A veces ellas iban con sus familias, con su hermano Marcos o con sus primos, Vera y Lucas. Todas las visitas que Heidi recibía le alegraban el día.
También seguía teniendo una gran amistad con Marta, quien últimamente se veía más delicada de salud, por lo que Heidi le dijo que se viniera a vivir junto a ella, Ana y Carlos. De esa manera no se sentiría tan sola y podría tener a su hijo junto a ella. Hasta que llegó el día en el que Marta también se fue, llenando de tristeza a todos, en especial a Carlos. Pero él consiguió superar su pérdida con ayuda de su familia.
Tiempo después, por cartas que Greta recibió de su primo Frank, Heidi se enteró del fallecimiento de Bruno y de Frida, apenas hubo tres meses de diferencia entre la muerte de él y de ella. Heidi sintió la pérdida de ambos, pero sabía que a todos les llegaba su hora, al igual que le llegó a su amado Pedro, a su querida Clara y que pronto a ella también le llegaría.
La salud de Heidi se veía más delicada que años atrás. Sentía que sus piernas se cansaban más de lo habitual y que los dolores en su cuerpo ya se hacían presentes, lo que conllevaba que a veces tuviera que pasar más tiempo metida en la cama o sentada en una silla. Pero a pesar de eso, Heidi no era pesimista ni se andaba quejando a cada rato. Al contrario, en su rostro siempre había dibujada una sonrisa y su carácter amigable y dulce seguía igual. Ese ánimo que Heidi mostraba y esa forma de ser que ella tenía animaba también a los demás. Sus biznietos querían estar con ella cada día, casi más que con sus propios padres o abuelos. La abuelita Heidi, como así la llamaban todos, era muy querida por los pequeños.
Heidi se entretenía cada día hilando lana en la rueca, mientras a ratos su hija Ana le hacía compañía y le leía el libro de los Salmos. De tantas veces que Heidi se los había leído a la abuelita y a Brígida, había muchos que ya se sabía de memoria y los decía a la vez que Ana los leía.
Un día, Tobías fue a llevarle a su madre algunos de los quesos que había estado haciendo últimamente. Aprovechando que sus hijos estaban con ella, quiso pedirles un gran favor, un último deseo.
-Tobías, Ana... -empezó diciendo Heidi. -Sé que casi nunca os he pedido nada, vosotros siempre habéis estado pendientes de vuestro padre y de mí. Pero ahora solo os pido que me concedáis un último deseo antes de que mi salud empeore y apenas pueda moverme.
-Pídenos lo que quieras, madre, nosotros te lo daremos. Padre y tú siempre habéis hecho mucho por nosotros.
-Cierto, ambos siempre nos habéis dado todo lo que habéis podido. Así que pide lo que quieras, mamá.
Heidi sonrió y se lo dijo.
-Quiero subir una última vez a los pastos para ver la puesta de sol.
Tobías y Ana abrieron los ojos por completo al escuchar eso.
-Cáscaras madre, ¿a los pastos? Pero si tú ya no puedes subir por la montaña.
-Y además sería mucho para tí, mamá, son más de dos horas de caminata.
-No me importa. -les interrumpió Heidi mientras les agarraba a ambos de las manos. -Tobi, Anita... por favor... Hace mucho tiempo que no he podido subir, mis piernas ya no me permiten caminar distancias tan largas y mucho menos subir por la montaña. Pero quiero ir allí, tengo que ir allí... Eso es lo único que os pido.
Tobías y Ana miraban apenados a su madre al rogarle esa petición y no pudieron negársela. Ambos conocían lo testaruda que ella era y sabían que no descansaría hasta que consiguiera subir a los pastos, por lo que tendrían que idearselas para cumplir el último deseo de su madre.
Aquella tarde, Tobías llegó a su casa preocupado y pensando en la manera en cómo él y Ana podrían llevar a su madre hasta los pastos.
-Cariño, ¿qué te pasa? -le preguntó Greta al ver la cara de preocupación que traía.
-Es mi madre, quiere subir por última vez a los pastos para ver el atardecer... -dijo Tobías suspirando mientras se dejaba caer sobre la silla.
-¿Hasta allí?
-Sí. Maldita sea, ¿cómo vamos a llevarla? Ya está muy mayor y su salud va empeorando cada vez más... Ana y yo pensamos llevarla encima de un caballo, pero puede resultar incómodo para ella. No sabemos qué hacer, cáscaras.
Tobías estaba bastante preocupado por eso, pero Greta intentó ayudarle.
-Recuerdo que un día mi madre me contó que la primera vez que vino a los Alpes no podía caminar y que fue montada en una silla.
-Ya lo sé, mi padre fue quien construyó esa silla. La hizo para que tu madre fuera más cómoda y no tuviera que llevarla sobre su espalda.
-Sí, eso también me lo contó, pero yo no me refería a esa, sino a otra silla. Recuerdo que ella dijo que la llevaron dos aldeanos, uno iba delante y el otro detrás, y mi madre fue muy cómoda. Tal vez tu madre podría ir así también.
Tobías se quedó pensando en lo que su esposa acababa de decir y sonrió creyendo que esa sería una gran idea.
-Puede resultar, mañana se lo diré a Ana. También hablaré con Carlos, puedo ayudarle a construirla, entre él y yo podríamos llevarla.
-Estupendo. -dijo Greta sonriendo.
Al día siguiente, Tobías fue a hablar con Ana y le contó el plan que tenía.
-Es una idea estupenda, Tobías. Vete ahora mismo a hablar con Carlos, creo que hoy iba a estar todo el día en la carpintería.
Tobías asintió y rápidamente fue a hablar con su cuñado y a contarle la situación.
-Puede resultar, mañana me pondré con la construcción de la silla. -dijo Carlos.
-¡Cáscaras, muchas gracias Carlos! Sabía que podría contar contigo, pero que sepas que te echaré una mano.
Carlos se rió.
-No te rías, cáscaras. Ya sé que no soy tan bueno en la carpintería como tú lo eres o como lo fue mi padre... Pero sé lo justo que hay que saber.
-Lo sé, tranquilo, cuñado. Por supuesto que puedes ayudarme. -le dijo Carlos guiñando un ojo.
Tobías sonrió y así fue como durante los siguientes días construyeron juntos la silla para llevar a Heidi hasta los pastos.
Al fin llegó el día, Heidi volvería a pisar la fresca hierba de los pastos, aquel lugar que tanto significaba para ella. Iría acompañada de sus dos hijos, los cónyuges de estos y su nieto Lucas con las cabras.
Heidi se subió en la silla que Tobías y Carlos habían fabricado y todos comenzaron el ascenso hasta los pastos. A ratos, Lucas se turnaba con su padre o con su tío y ayudaba a llevar a su abuela.
Tiempo después, dejaron la cabaña de los Alpes atrás y al rato consiguieron llegar hasta las praderas de flores, en donde Heidi pidió parar unos minutos. Todos descansaron un rato mientras Heidi caminaba descalza sobre la pradera. Miles de flores de diferentes colores adornaban el intenso verde de la hierba y muchas mariposas revoloteaban alegres. Ana y Greta se acercaron a Heidi y las tres cogieron algunas flores para hacer coronas que después se pusieron en la cabeza.
-Las mujeres somos como las flores, estamos llenas de encanto y belleza. Cada mujer y cada flor es única y diferente a las demás. -dijo Heidi.
Ana y Greta sonrieron por esa hermosa comparación.
-No os imagináis lo mucho que echaré de menos estar rodeada de tantas flores. Este es uno de mis lugares favoritos en el mundo. -añadió Heidi.
-No te preocupes mamá, si tú no puedes venir, nosotras subiremos hasta aquí y te llevaremos a casa tantas flores como podamos.
-Claro que sí, tía Heidi, te convertiremos la casa en un bonito prado de flores.
Heidi se rió tiernamente.
-Ambas sois encantadoras.
Ana y Greta sonrieron. Después, reanudaron el camino hasta que al fin llegaron a los pastos. Las cabras se esparcieron para comer y Lucas se tumbó sobre la hierba para descansar, al igual que Tobías y Carlos. Heidi se sentó sobre unas rocas, ya que si se tumbaba en la hierba luego le iba a ser difícil levantarse, ya no tenía las mismas fuerzas de la juventud. Ana y Greta se sentaron junto a ella.
Heidi miraba todo a su alrededor: las cabras estaban pastando, el gavilán volaba por el cielo, el Señor de las Cumbres trepaba por las montañas y las Dormilonas salían de su escondite y posteriormente volvían a entrar enseguida en él. Era verano y el clima era muy agradable. De vez en cuando corría una suave brisa del aire puro de las montañas que alborotaba el cabello canoso de Heidi. El sol acariciaba su piel, y sus pies descalzos descansaban sobre la fresca hierba de los pastos. Heidi estaba feliz por todas esas sensaciones en su cuerpo y que tanto amó a lo largo de su vida.
Cuando llegó el mediodía, repartieron entre todos el queso y el pan que habían traído desde casa. Acompañaron la comida con deliciosa leche recién ordeñada. Lucas siempre se encargaba de darle a las cabras las mejores hierbas olorosas que encontraba. En el sabor, textura y color de la leche podía notarse la excelente calidad de esta.
El día siguió transcurriendo. Hasta que, por fin, el sol comenzó a ponerse. En seguida, las montañas empezaron a pintarse con tonos rojizos y anaranjados. Parecía que hubiese un incendio de verdad. Heidi quiso apartarse un poco de su familia para contemplar la bella puesta de sol.
-Las montañas están ardiendo. -susurró ella, sin apartar la mirada de sus amadas montañas.
Al igual que la primera vez, los ojos de Heidi brillaban contemplando aquella hermosa escena. Había perdido la cuenta de todas las veces que había tenido ante sus ojos tal paisaje, pero cada vez era especial y única. De repente, muchos recuerdos llegaron a su mente en esos momentos. Estaba en un lugar que significaba mucho para ella, ahí había vivido momentos y aventuras inolvidables junto a sus amigos, junto al amor de su vida y junto a su familia. Eran recuerdos que jamás podrían ser olvidados.
Después, Heidi caminó hacia el árbol en el que Pedro talló la fecha de su boda. Algunas partes ya no se veían del todo bien, pero otras sí podían distinguirse a pesar de todos los años que habían pasado. Heidi sonrió, llevó la mano a sus labios para depositar en ella un beso y después la llevó al tronco del árbol y dejó el beso en la inicial del nombre de Pedro.
Heidi alzó la vista al cielo con lágrimas en los ojos.
-Muy pronto estaré contigo Pedro... mi amor... Y también con vosotros... Clara... abuelito... abuelita... tía Brígida... Pronto estaremos todos juntos de nuevo.
Después de esas palabras, Heidi secó sus lágrimas y sonrió. Se dirigió hacia su familia y, montada en su silla, emprendieron el camino de vuelta. Al fin, Heidi pudo despedirse de sus amados Alpes y de las miles de aventuras e historias que en ellos vivió.
También se despidió de la cabaña, la cual seguía intacta tantos años después. Cuando llegaron hasta ella, Heidi pidió bajarse de la silla, caminó lentamente, tocó la vieja puerta de madera de la cabaña y sonrió mientras miraba por fuera el lugar en el que creció. Por último, miró a los tres enormes abetos a los que tantas veces escuchó susurrar con el viento. De nuevo se subió en la silla con ayuda de su hijo y su yerno y todos bajaron hasta el pueblo.
Heidi les entregó las llaves de la cabaña a Tobías y a Ana, ya que ellos y los hijos de estos la heredarían, al igual que la casa del pueblo, cuando llegara el día en el que ella ya no estuviera.
Tristemente, ese temido día llegó meses después de aquel último atardecer en los pastos. Una fría tarde de finales de otoño, Heidi estaba en su lecho de muerte acompañada de toda su familia. Todos sus nietos y biznietos ya se habían despedido de ella, al igual que su yerno y su nuera. Ahora, quienes estaban a su lado eran Tobías y Ana. Ambos lloraban agarrados cada uno a una mano de su madre.
-Hijos míos... mis amores... No sabéis lo bendecida que he sido por haberos tenido. Habéis llenado de felicidad y de alegría mi vida y la de vuestro padre.
-Y nosotros por haberte tenido a ti como madre...
-Mamá... has sido la mejor madre que ambos hemos podido tener...
Heidi les sonrió tiernamente.
-Tal vez os sintáis tristes... pero jamás olvidéis que siempre he estado muy orgullosa de vosotros y que os he querido como jamás pensé que llegaría a quereros. Dios nos bendijo a vuestro padre y a mí con vosotros... Mi sueño de ser madre no pudo haberse cumplido de la mejor manera. Tobi, Anita... vosotros sois el mejor regalo que Dios me dio. Junto a vuestro padre, sois mi mayor bendición.
Tobías y Ana casi no podían hablar, estaban muy emocionados por las palabras de su madre y la abrazaron fuertemente. Ella acariciaba las cabezas de ambos mientras las lágrimas también caían por sus mejillas, las cuales ya habían pasado de un color rosado a uno pálido.
-Solo os pido que siempre me recordéis. -les dijo Heidi después del abrazo.
-Por muchos años que pasen nunca nos olvidaremos de ti, ni nosotros ni nadie, porque tú eres inolvidable, madre.
-Sí, lo eres, mamá.
-Eres la inolvidable Heidi. -dijeron sus hijos a la vez.
Ella sonrió, pero vio como Tobías y Ana nuevamente no podían contener sus lágrimas. Heidi acarició las mejillas de ambos y les dedicó unas últimas palabras.
-No lloréis, mis amores. Yo ya descansaré y me reuniré con vuestro padre. Seguid adelante junto a vuestra familia, ahora ella os necesitará. Sé que estaréis bien y por eso me voy feliz. Nunca perdáis la alegría y seguid disfrutado de las pequeñas cosas que la vida nos da, esas son las más bonitas que existen.
Tobías y Ana asintieron con lágrimas en los ojos.
-Os quiero mucho, hijos míos.
-¡Y nosotros a ti, madre!
-¡Te queremos mucho, mamá!
Tobías y Ana abrazaron muy fuerte a su madre. Esta sonrió y, dando un último suspiro, Heidi murió abrazada a sus hijos. Estos rompieron en llanto y se abrazaron fuertemente el uno al otro. Ya había anochecido y la luna acababa de salir. Su reflejo atravesó el cristal de la ventana e iluminó el cuerpo ya sin vida de Heidi. Ella también quiso despedirse de la dulce abuelita.
Se hizo un velatorio al cual todo el pueblo asistió. No hubo persona que no llorara por la muerte de Heidi. Ella fue una mujer extraordinaria y muy querida que se ganó el corazón de todos aquellos que pasaron por su vida. Tobías y Ana eran quienes más sufrían por la pérdida de su madre, una de las personas más importantes de su vida.
Después, Heidi fue enterrada junto a la tumba de Pedro. Al fin, ambos descansaban juntos, como siempre lo estuvieron.
Un tiempo después, cuando Tobías y Ana ya se recuperaron del duelo y se sintieron un poco más animados, guardaron juntos todas las cosas de su madre junto a las de su padre. Al verlas no podían evitar que las lágrimas les salieran solas, en especial cuando vieron el precioso collar de plata de la Edelweiss que su padre le regaló a su madre y que esta llevó hasta el mismo día de su muerte.
Tobías y Greta se mudaron junto a Carlos y Ana. Los cuatro disfrutaban juntos cada día, al igual que Pedro y Heidi disfrutaron de sus últimos días con Hans y Clara.
Los meses pasaban y aunque Heidi ya no estaba, todos la tenían siempre presente, en especial sus hijos, quienes no la olvidaban ni un solo día, al igual que a Pedro.
El verano siguiente llegó. Durante un domingo, todos decidieron hacer un gran picnic en los pastos. Llevaron comida para compartir y pasar un día agradable. Tobías y Ana estaban disfrutado mucho junto a sus cónyuges, sus hijos y sus nietos.
El día fue transcurriendo tranquilamente, hasta que un nuevo atardecer llegó y el sol comenzó a esconderse por detrás de las montañas. Tobías y Ana se miraron y sonrieron, cada puesta de sol les recordaba a sus padres, en especial a su madre, aquel hermoso paisaje de colores rojizos que tanto la cautivaba desde que era tan solo una niña.
Una niña que con tan solo 5 años llegó a esas majestuosas montañas y que, mientras fue creciendo y convirtiéndose en una mujer, llenó de alegría, de felicidad, de cariño y de amor a tantas personas que nunca jamás podría ser olvidada. Ya que, como sus hijos le dijeron, ella sería por siempre la inolvidable Heidi, la reina de los Alpes.
FIN
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Hola mis queridos lectores, como podéis observar este ha sido el último capítulo. Quiero daros las gracias por haber leído este tercer y último fanfic hasta el final y por haberlo apoyado con vuestros votos y vuestros comentarios. He disfrutado mucho escribiendo esta trilogía de fanfics y espero que vosotros también hayáis disfrutado mucho leyéndola. Esta ha sido una manera de tener el final que siempre quise con Heidi y Pedro. Cuando volváis a ver el anime y os quedéis con ganas de más, os invito a disfrutar de mi versión de la vida de Heidi como adulta leyendo mis tres fanfics.
~Patry Rubita~
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Si queréis conocer algunas curiosidades sobre el proceso de creación de estos fanfics, podéis buscar en mi perfil la historia titulada "Curiosidades sobre mis fanfics de Heidi".
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