19. La amistad verdadera
El tiempo avanzaba y aunque su amado Pedro ya no estaba con ella, Heidi se levantaba cada mañana esperanzada. Cumplió la promesa que le hizo a Pedro en su lecho de muerte y recuperó la alegría de vivir y de seguir aprovechando los años que le quedaban junto a su familia.
A quién también le llegó la muerte fue a Tomás, haciendo que Marta pasara por la misma situación difícil de Heidi. Pero con la ayuda de sus seres queridos consiguió salir adelante.
Y un par de años después, Clara tuvo que despedirse de su amado Hans. Él dejó dicho que quería ser enterrado en el cementerio de Dörfli, así su familia podría visitar su tumba siempre que quisiera. Se mandó una carta a Bruno, informándole de la triste noticia. Este, debido a la avanzada edad y mala salud que ya tenía, no pudo desplazarse hasta los Alpes, sintiendo mucho no haber podido despedirse de Hans.
Clara sufrió mucho por la pérdida de su esposo, pero siempre tenía ahí a su mejor amiga y consuegra, Heidi. Ambas se apoyaban mutuamente. Quien también lo pasó mal al principio fue Greta, pero su familia consiguió ayudarla a superarlo.
-Admiro mucho el coraje que tienes, Heidi, has conseguido seguir adelante desde la muerte de Pedro. -le dijo Clara un día.
-Sé que eso era lo que él deseaba, no quería que yo estuviera triste. Antes de morir, Pedro me hizo prometerle que siempre estaría feliz, que no dejaría de ser la mujer alegre que siempre fui y que a pesar de su partida tenía que ser fuerte y seguir luchando hasta el final.
-Pues lo has conseguido, eres una mujer muy fuerte.
-Reconozco que al principio estuve muy mal, fue muy duro acostumbrarme a estar sin Pedro. No verle ni escuchar su voz, no sentir su amor ni su compañía, estar sin el único hombre al que he amado en la vida... Eso es muy duro. Pero de una forma u otra le siento conmigo, Pedro sigue vivo en mi corazón y en mis recuerdos. Siempre le tengo presente en cada momento y... -dijo Heidi agarrando el collar de la Edelweiss que Pedro le regaló. -Sé que su amor sigue en mí, lo tengo aquí. Es un amor eterno. Para mí, Pedro nunca se fue, es como si él estuviera en un lugar del que no puede volver y que solamente le veré de nuevo cuando yo llegue.
-Que hermosas palabras, Heidi. Yo también siento que Hans sigue conmigo y en el fondo también pienso que pronto nos volveremos a ver.
-Exacto, y por eso me siento feliz, porque sé que pronto estaré con Pedro otra vez. Ahora tengo que centrarme en seguir con la vida que me queda, compartiendo todos los momentos que pueda con mis hijos, mis nietos y mis biznietos. Y contigo, Clara, tú también has sido mi gran apoyo.
-Tú me has apoyado a mí también, Heidi. Y me sigues apoyando. Hace apenas 6 meses que Hans murió y aunque aún no me he recuperado del todo de su pérdida, tú siempre has estado a mi lado, tu fortaleza me ha animado mucho a mí también. Y no solo has estado a mi lado durante estos momentos difíciles, sino durante toda mi vida. Siempre he contado contigo, Heidi.
-En realidad, las dos nos hemos apoyado siempre.
-Cierto, siempre juntas.
Ambas sonrieron y se abrazaron fuertemente durante un buen rato. Contar con una verdadera amiga era un gran consuelo para los momentos difíciles.
El tiempo seguía su curso y ahora quien estaba un poco más delicada de salud era Clara. Heidi, como buena amiga y consuegra, solía estar junto a ella cada momento, al igual que Greta, quien cada día visitaba a su madre.
Un bonito día de finales de invierno en el que la nieve ya casi se había derretido por completo, Heidi y Clara se encontraban en casa terminando de desayunar. Años atrás, Clara ya había dejado de trabajar en la escuela del pueblo, pero Heidi había seguido haciéndolo hasta precisamente ese día, el cual sería el último en el que daría clases de apoyo. Ya le había llegado el momento de dejar aquel trabajo que ella había amado tanto y eso la entristecía. Y no solo ella lo sentía, los niños también. Heidi se había ganado el corazón de todos los pequeños a los que enseñó lo largo de su vida. Nunca la vieron como una simple maestra de apoyo, sino como algo mucho más especial. Muchos niños llegaron a considerarla como una amiga o hermana mayor, como una madre o como lo que ahora era, una abuelita. Y es que el cariño, la bondad y la simpatía que ella siempre transmitió hicieron que todos la adoraran y la quisieran mucho.
Una vez que terminaron el desayuno, Heidi recogió la mesa junto a Clara. En una caja guardó una tarta que había estado preparando la tarde anterior para llevarla a la escuela ese día. Después, Heidi se marchó hacia allá.
Ese último día de clase, los niños habían preparado una pequeña entrevista para Heidi, en donde le hicieron algunas preguntas, entre ellas las siguientes:
-¿Con cuántos años comenzaste a dar clases y que tal fue tu primer día? -empezó preguntando uno de los niños.
-Lo recuerdo perfectamente, tenía 16 años. Estaba muy ilusionada porque por fin iba a dedicarme a lo que más me gustaba, la enseñanza. Recuerdo que el anterior maestro que trabajaba en la escuela, y que me enseñó a mí, me presentó a los niños pequeños a los que yo daría clases. Ese día apenas hicimos mucho, solo les enseñé el alfabeto y poco más, pero fue un día muy bonito que recuerdo con mucho cariño.
-¿Qué fue lo que te motivó a trabajar de maestra? -preguntó una de las niñas.
-Me di cuenta de que me gustaba enseñar cuando tarde tras tarde le echaba una mano con la lectura a quien en ese entonces era mi mejor amigo, mi esposo Pedro, quien tristemente nos dejó hace unos años. Cuando éramos apenas unos muchachos, él nunca progresaba con la lectura, le costaba mucho. Y como yo sí sabía leer y escribir quise ayudarle hasta que al final él también consiguió hacerlo. Ayudar a Pedro fue una gran motivación para mí y lo que me hizo ver que la enseñanza era a lo que yo de verdad quería dedicarme.
-¿Nunca pensaste en ampliar tu formación o incluso trabajar en alguna otra escuela, por ejemplo en alguna ciudad como Zúrich o Frankfurt? -preguntó otro de sus alumnos.
-Una vez alguien me propuso ampliar mis estudios en Frankfurt, fue hace muchos años ya. Al principio me parecía una idea atrayente porque así podría ampliar mis conocimientos y enseñar a los niños algo más que solo leer y escribir, incluso me abría las puertas a trabajar en alguna escuela de la ciudad. Pero después de pensarlo detenidamente me di cuenta de que aquello no me haría feliz y que no era lo que yo en realidad deseaba. En primer lugar, me alejaría de mi hogar y de las personas que más quería. Y en segundo lugar, yo ya amaba mi trabajo en Dörfli y sentía que los niños de aquí me necesitaban. Por todo eso decidí quedarme aquí, y sé que fue la mejor decisión que pude tomar, jamás me arrepentí de ello.
-¿Cuáles son los momentos más bonitos que recuerdas? -preguntó otra de sus alumnas.
-La verdad es que hay muchos momentos... Pero sin duda, me quedo con los momentos en los que estuve enseñando a mis hijos: Tobías, el quesero de Dörfl y padre de Lucas, el cabrero. Y a Ana, vuestra maestra de pintura. -contestó Heidi dirigiendo la mirada hacia su hija, quien también estaba presente. -Creo que haber podido enseñar a mis hijos, y también a mis nietos, fue algo muy bonito.
Ana sonrió recordando aquellos momentos.
-Después de tantos años trabajando en la escuela, ¿qué es lo que más feliz te ha hecho? -preguntó otro de los pequeños.
Antes de contestar, Heidi se quedó callada durante unos segundos, pensando bien la respuesta.
-Creo que, como maestra, lo que más feliz me ha hecho ha sido ver la sonrisa y la alegría de un niño al aprender a leer y a escribir, algo fundamental para la comunicación y para sumergirse en el maravilloso mundo de los libros. Ya solo con eso, creo que de verdad valió la pena haberme dedicado casi toda la vida a ser una maestra de apoyo. Estoy muy contenta por todo lo que he logrado. -contestó Heidi con una gran sonrisa en su rostro.
Después de la entrevista, todos aplaudieron a Heidi y una de las niñas le dirigió unas palabras en representación de todos los alumnos.
-Nuestra querida maestra Heidi, todos los niños que hemos podido aprender contigo, tanto los que estamos aquí como nuestros padres, a los que también enseñaste, queremos darte las gracias por tu gran trabajo, por tu gran esfuerzo y sobre todo por el cariño y la simpatía que siempre nos has transmitido. Tus clases siempre han sido entretenidas y hemos aprendido muchas cosas. Para todos has sido mucho más que una maestra. ¡Te queremos mucho!
De repente, todos los niños se levantaron de sus pupitres y abrazaron a Heidi, haciendo que esta se emocionara y abrazó y besó a cada uno. Posteriormente, todos los alumnos le regalaron a Heidi un precioso ramo de flores, y ella aprovechó la ocasión para repartirles un trozo de la deliciosa tarta de queso que hizo para la ocasión.
Cuando Heidi llegó a casa, puso las flores en agua y corrió a contarle a Clara todos los detalles de su último día y de la bonita despedida que le hicieron. Clara se reía tiernamente.
-Que preguntas tan interesantes te hicieron.
-Sí, son unos niños encantadores y me hicieron recordar momentos maravillosos de todos los años que he estado trabajando como maestra de apoyo.
-Me imagino que tuviste muy buenos recuerdos. ¿Sabes? Yo todavía me acuerdo de las miles de cosas que te ocurrían en la escuela y que después me contabas en tus cartas. Me encantaba leerlas. -dijo Clara riéndose.
-Sí, es que muchas veces pasaban cosas muy divertidas y tenía que contártelo todo sí o sí. -dijo Heidi riéndose también.
-Seguro que ahora echarás de menos trabajar en la escuela.
-La verdad es que sí, mis próximos inviernos ahora serán más tranquilos.
Ambas se rieron.
-Nos haremos compañía la una a la otra, porque desde que yo dejé de trabajar a veces me aburría sola en casa.
-Pues a partir de hoy eso cambiará, ahora podemos hacer muchas cosas juntas, siempre y cuando tú te encuentres bien.
-No te preocupes por mí, Heidi, ya sabes que la edad acarrea problemas de salud. Pero últimamente me siento un poco mejor.
-Me alegra mucho oírte decir eso, Clara. -dijo Heidi con una gran sonrisa en su rostro. -Yo sigo bien, aunque de vez en cuando también me siento más cansada. De todas formas, podemos hacer cosas que no requieran tantos esfuerzos como por ejemplo preparar tartas, hacer bordados, tejer, leer...
-Exacto, aunque lo de leer prefiero dejárselo a Vera. Mi vista ya está algo cansada para eso y siento que me cuesta ver bien las letras, sobre todo las de algunos libros, son tan pequeñas... ni con gafas puedo verlas bien.
-Ya, es cierto, a mí también me ocurre a veces. Pero aun así no dejo nunca de leer, ya sabes que todas las noches me quedo dormida con el libro encima de mi pecho.
-Sí, todas las noches me doy cuenta.
Ambas se rieron otra vez. Desde que Hans murió, Heidi y Clara compartían habitación. Cada una tenía su propia cama de heno perfumado, hacían igual a cuando Clara venía a pasar las vacaciones a los Alpes cuando era una jovencita.
-Bueno, ¿y qué te apetece hacer hoy? -preguntó Heidi.
-¿Qué tal sí... hacemos algún bordado?
-Por mí estupendo, llevo varios días en los que no hice ninguno. Voy a por las cosas y nos ponemos con ello.
Clara asintió. Mientras tanto, Heidi cogió todo lo que iban a necesitar: telas, hilos, agujas... y sin olvidarse de los bastidores. Después puso todo encima de la mesa y ambas se pusieron con sus bordados.
-Mira Heidi, yo seguiré con este. -le dijo Clara mientras le enseñaba el bordado de una flor a medio terminar.
-Te está quedando muy bonita.
-Espero acabarla hoy.
-Verás que sí, yo hoy empezaré un bordado nuevo.
-¿Qué vas a hacer?
-Llevo tiempo deseando hacer algo muy especial que nunca he hecho y que, aunque parece complicado, quiero probar a ver qué tal me sale. Me gustaría hacer la cabaña de los Alpes.
-¿La cabaña? -preguntó Clara con la boca abierta. -Pues sí que parece complicado.
-Lo sé, intentaré hacerlo lo más sencillo posible. Espero que no me quede de pena. -dijo Heidi riéndose.
Clara se unió a su risa.
-Verás que te saldrá muy bien. -dijo esta con una sonrisa. -Bueno, voy a continuar con mi flor.
Heidi mostró otra sonrisa y comenzó con su bordado. Las dos consuegras pasaron una agradable mañana de bordados, de charlas y de risas.
Después de comer, ambas se echaron una siesta. Y esa misma tarde, Vera fue a visitar a sus dos abuelas. Pasó un par de horas con ellas y aprovechó para leer el libro de Salmos que Heidi siempre le había leído a la abuela de Pedro, hasta que llegó la hora en que su nieta se marchó.
Ya en su cama, Heidi logró terminar su bordado y se lo mostró a Clara. Esta se quedó boquiabierta por el resultado.
-¡Pero que bien te ha quedado! Es idéntica a la cabaña verdadera.
Heidi sonrió.
-Lástima que ya no podamos subir hasta allá. -dijo Clara. -Sobre todo yo, ya casi no puedo ni andar, estoy tan mayor ya...
Heidi la miró, agarró su almohada y se la tiró en broma.
-¡Pero Heidi! -exclamó Clara riéndose.
-No te quejes tanto que aún puedes hacer muchas cosas. -le dijo ella riéndose.
Clara la miró con una ceja alzada, no pudo evitarlo y le tiró la suya a ella. Ambas se reían. Durante unos segundos sacaron a las niñas que llevaban en su interior y que un día fueron.
-Esto me recuerda a cuando Tobías y Ana eran pequeños. -empezó diciendo Heidi. -Algunas veces Pedro y yo teníamos que llamarles la atención porque se ponían a jugar con las almohadas, se las tiraban el uno a otro.
Clara se rió.
-Que graciosos. Greta nunca conoció eso, nunca tuvo hermanos para jugar así. Y yo tampoco. Si hubiera hecho eso de pequeña, creo que la Señorita Rottenmeier se habría desmayado al instante.
Heidi se echó a reír.
-Estoy segura de que sí, menos mal que a mí tampoco se me ocurrió hacer eso cuando estuve viviendo contigo.
-Cierto.
Ambas se rieron y después de charlar un rato se acostaron.
Las semanas seguían pasando. A veces, cada una iba a visitar a sus respectivos hijos y les hacían compañía. Otras veces, eran ellos quienes venían a verlas. Y lo mismo ocurría en el caso de sus nietos.
Hasta que llegó un día en el que las piernas de Clara empezaron a fallar, haciendo que esta terminara como cuando Heidi la conoció, sentada en una silla de ruedas. Irremediablemente, la edad ya le había robado a Clara la libertad de caminar con sus propios pies.
-Toma Clara. -dijo un día Heidi, entregándole un tazón de leche recién ordeñada. -Hoy le dije a Lucas que les siga dando cada día hierba olorosa a las cabras.
-Gracias Heidi, pero dudo que esa hierba pueda hacer mucho por mis piernas ya...
-Pero aún así esta es la mejor leche que existe, además de lo rica que está. Te hará sentir bien.
Clara sonrió y se bebió todo el tazón ante la mirada de Heidi. Esta no podía remediarlo, verla de nuevo sin poder caminar le apenaba mucho.
Pero más dolor sintió al ver cómo Clara empeoraba cada día más, hasta que el tiempo de su vida se redujo. El doctor, por más que la ayudaba, ya no podía hacer nada más por ella. Clara estaba muriéndose, y en las últimas horas de su vida se encontraba junto a su familia.
En esos momentos, Heidi estaba despidiéndose de Clara. Ambas lloraban mientras recordaban todo lo que habían vivido juntas. A pesar de que tenían los ojos llenos de lágrimas, no querían dejar de sonreír, se sentían muy agradecidas por la hermosa amistad que siempre tuvieron.
-Heidi... le agradezco a Dios que te trajera a mí... Tú fuiste mi salvación... Siempre te lo deberé todo, mi querida Heidi, me ayudaste cuando nadie más podía hacerlo... Gracias por tanto. Te quiero mucho, mi mejor amiga por siempre.
-Yo también te quiero mucho, Clara. Y no te imaginas cuánto te voy a echar de menos... No solo eres mi consuegra, sino también mi mejor amiga. Jamás olvidaré todos nuestros preciosos momentos juntas... Mi querida Clara, mi mejor amiga por toda la eternidad. -dijo Heidi mientras la abrazaba fuertemente.
Nuevamente, ambas lloraron juntas durante un rato. Después, Heidi salió muy triste de la habitación para dejar que Greta se despidiera de su madre. Clara terminó falleciendo al lado de su querida hija.
Al igual que pasó con Pedro, Clara también tuvo su funeral y fue enterrada junto a la tumba de Hans.
Heidi volvió a pasar por otro momento doloroso en su vida, pero no dejaba de recordar a su querida Clara. Ella había sido su mejor amiga, su hermana mayor, su consuegra... La mujer que siempre la apoyó a pesar de la distancia y le daba buenos consejos, quien siempre estuvo en los momentos difíciles y quien le abrió los ojos en muchas situaciones para que viera más allá, quien la ayudó a descifrar los sentimientos de su corazón, y quien siempre la comprendía. Aquella había sido una amistad verdadera que nunca sería olvidada.
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