18. Juntos hasta el final
La vida seguía su curso y los años que pasaban ya no se notaban solamente en el físico, sino también en la salud.
Quien más notó eso fue Pedro. Él ya empezaba a sentirse bastante adolorido de tanto trabajar, y más por el tipo de trabajo que él realizaba y el esfuerzo físico que requería la carpintería. Su cuerpo ya no estaba para tanto ajetreo y la gran fuerza que siempre tuvo parecía ir desvaneciéndose gradualmente, últimamente ya no podía hacer tanto como cuando era joven. Ya había dejado de ir a trabajar al balneario de Ragaz, ahora era Carlos quien se encargaba de ir allí, él tenía más energías y fuerzas por ser más joven. Aún así, Pedro seguía esforzándose en todos los trabajos que los aldeanos le pedían. Heidi le aconsejaba que descansara más, pero a veces, Pedro resultaba ser tan testarudo como ella. Casi siempre trabajaba hasta agotarse y al final del día caía rendido sobre su cama. Heidi solía darle algunos masajes en los hombros y en la espalda.
-Amor, intenta no hacer tantos esfuerzos hoy, ayer terminaste agotado.
-Heidi, aún puedo con mi trabajo, no te preocupes. No seas como Marta, que cada día le dice lo mismo a Tomás, cáscaras.
-Pues hace bien, ambas nos preocupamos por vosotros, sois nuestros maridos y queremos cuidaros como vosotros nos cuidáis a nosotras.
-Lo sé, cariño, pero te lo digo de verdad, hoy me encuentro muy bien.
Heidi no le miraba muy convencida. Pedro se acercó a ella y la besó.
-Estaré bien, amor, no te preocupes. -le dijo Pedro mientras le acariciaba la mejilla. -Y hoy vendré antes a casa, te lo prometo.
Heidi le miró más convencida, sonrió y asintió con la cabeza.
-Está bien.
Pedro y Heidi se dieron un beso y después él se marchó a trabajar. Y cumpliendo su promesa, Pedro regresó antes a casa. Pero trajo consigo un bonito regalo para Heidi: un precioso ramo de rosas rojas.
-Aquí tienes Heidi, flores para mi bella flor. -dijo Pedro mientras le entregaba el ramo.
-¡Son preciosas! ¡Muchas gracias, mi amor! -exclamó ella mientras le besaba.
-Hoy apenas estuve en la carpintería, tuve que bajar hasta la floristería de Maienfeld para hacer unas reparaciones que me encargó la dueña. Y cuando vi todas las flores que había, no pude evitar acordarme de ti. Pensé en regalarte algunas y decidí comprarte unas rosas de tu color favorito.
-Tan detallista como siempre, cariño. -dijo Heidi sonriendo mientras le besaba de nuevo. -Voy a buscar un florero. Si quieres te puedes sentar a la mesa con Hans, iré a avisar a Clara para preparar la cena.
-Estupendo, me muero de hambre.
Heidi se rió tiernamente. Una noche más, Pedro y Heidi cenaron junto a Hans y Clara.
Los días pasaban y Pedro intentaba hacerle más a caso a Heidi con respecto al trabajo y evitaba hacer grandes esfuerzos. Aunque llegaba el momento en el que, aunque hiciera muy poco, Pedro se empezaba a cansar con facilidad. Todavía no quería que ese día llegara, pero como todo en la vida llega, tuvo de cederle su trabajo a alguien más. Fue algo difícil para Pedro, quien había estado trabajando muchos años en su carpintería y había cumplido su sueño de convertirse en un gran carpintero. Pedro y Tomás se jubilaron juntos de su trabajo como carpinteros, dejando la carpintería en manos de Carlos y su hijo Marcos.
Los meses iban pasando. Pedro y Heidi disfrutaban juntos de cada día, ya que él no trabajaba más. Intentaban compartir momentos junto a toda su familia y también pasaban tiempo solos como pareja reviviendo pequeñas aventuras de cuando eran niños, antes de que la salud de uno o de otro empeorara.
Pero tiempo después, llegó el día en el que un malestar general le hizo a Pedro quedarse todo el día en la cama. Heidi se encargó de cuidarle y darle los medicamentos que el doctor le había mandado. Ella estuvo todo el día junto a él, hablando, dándole cariño o simplemente leyéndole algún libro.
Tristemente, los días en los que Pedro empezaba a ponerse enfermo parecían aumentar. Aunque algunas veces sí podía levantarse de la cama y pasaba tiempo con su familia o se encerraba en el taller y se ponía a hacer algún trabajillo pequeño con la madera.
Y eso fue lo que precisamente hizo aquel día. Pedro se encontraba en el taller, cuando Heidi fue a verle. Pero ella le notó algo decaído.
-¿Qué te pasa Pedro? -preguntó Heidi mientras se acercaba hacia su marido.
-Nada... estoy bien... -contestó él, casi sin ánimos.
Heidi no se dejó engañar, le conocía bastante bien como para saber que algo le pasaba. De repente, a Pedro se le cayó la herramienta que estaba utilizando y se enfadó consigo mismo, dando con el puño sobre la mesa.
-¡Cáscaras, maldita sea!
Pedro apoyó los codos sobre la mesa y se tapó la cara, muy frustrado. Heidi agarró una silla y se sentó junto a él, le cogió de las manos y le obligó a mirarla a los ojos.
-Pedro... tranquilo... -le dijo ella dulcemente.
-A veces me siento inútil, hay cosas que ya no puedo hacer y otras en las que necesito ayuda...
-Mi vida, tú no eres inútil. Y no importa que yo tenga que ayudarte y estar pendiente de ti más a menudo.
-Pero no quiero ser una carga para ti, Heidi.
-Para mí no eres ninguna carga, Pedro. -dijo ella sonriendo mientras le acariciaba las mejillas. -No hay nada que más desee en este mundo que cuidar de ti, mi amor.
Pedro también sonrió, agarró las manos de su esposa y las besó.
-Te quiero, Heidi.
Ella le sonrió nuevamente.
-Te quiero, Pedro.
Ambos acercaron sus rostros y se dieron un beso. Pedro rodeó a Heidi con los brazos y la abrazó, sintiéndose el hombre más afortunado del mundo por tenerla.
Los días seguían avanzando. Hasta que de repente, llegó el momento en el que Pedro ya no pudo siquiera levantarse de la cama. Heidi temblaba, sabía lo que aquello significaba. El doctor fue realista y no quiso darles falsas esperanzas ni a Pedro ni a Heidi, por lo que tuvo que hablar con ellos y comentarles la gravedad del asunto. El tiempo se estaba reduciendo para Pedro, algo que a Heidi le costó mucho asimilar al principio, ya que no podía dejar de llorar. Pedro ya se lo suponía, era un hombre muy entrado en años. Tarde o temprano eso iba a pasar. Diariamente, Heidi se desvivía por el cuidado de su esposo. No lo dejaba solo ni un minuto, y daba igual lo que necesitase, ella siempre le atendía. A veces acababa agotada pero, aunque Pedro se sentía apenado por el gran esfuerzo que ella estaba haciendo con él y le rogaba que descansara, Heidi no se detenía en sus cuidados. Ahora no había nada más importante para ella que cuidar de él.
Y así hizo Heidi hasta el mismísimo día en el que la muerte acechaba a su amado esposo. Aquel triste día, Pedro estaba tumbado en su cama, a punto de fallecer. Toda su familia quiso despedirse de él. Sus consuegros y sus nietos ya lo habían hecho. Ahora llevaba un buen rato hablando con sus hijos. Estos lloraban junto a él.
-No te imaginas lo mucho que te vamos a extrañar, padre. -dijo Tobías con los ojos llenos de lágrimas. -Siempre fuiste muy importante para nosotros...
-Eres el mejor padre del mundo... desde siempre lo has sido... -dijo Ana, quien no podía dejar de llorar.
-Dios sabe que desearía quedarme más con vosotros... -dijo Pedro mientras agarraba las manos de sus hijos. -Tobías, Ana, estoy muy orgulloso de vosotros... Habéis sido un hijos maravillosos, los mejores que jamás pensé que llegaría a tener... Siempre estaré agradecido a Dios por eso. Sólo os pido una cosa, cuidad de vuestra madre. Ella os necesitará ahora más que nunca...
-Siempre lo haremos, padre.
-Te prometemos que así será, papá.
Pedro sonrió.
-Os quiero mucho, hijos míos.
-Y nosotros padre.
-Te queremos mucho, papá.
Tobías y Ana no pudieron aguantar más y abrazaron fuertemente a Pedro mientras dejaban caer las lágrimas de sus ojos, sabiendo que esa sería la última vez que podrían estar junto a él.
Después, ambos dejaron que Heidi se despidiera de Pedro. Tobías y Ana salieron de la habitación muy tristes, dejando a sus padres a solas. Era una despedida muy dolorosa de ver. Heidi lloraba una y otra vez, abrazando muy fuerte a su amado Pedro, mientras que él acariciaba su cabeza con las pocas fuerzas que le quedaban. Después, ambos se miraron a los ojos.
-Recuerdo lo que mi abuela, tu abuelo y mi madre dijeron de ti antes de morir. Los tres dijeron lo mismo, que tú les cambiaste la vida... Y tuvieron toda la razón, Heidi, tú nos cambiaste la vida a todos. A mí me la cambiaste como no te puedes ni imaginar...
-Y tú a mí, Pedro. -dijo Heidi mientras se secaba las lágrimas. -Tú también me cambiaste la vida a mí.
Él esbozó una tierna sonrisa y acarició la mejilla de su esposa.
-Mi amada y dulce Heidi... Sabes que a veces me cuesta expresarme bien, pero no quiero irme sin que sepas todo lo que tengo que decirte... -empezó diciendo Pedro tomando la mano de ella y besándola. -Tú siempre fuiste lo más hermoso y lo mejor que he tenido en la vida, lo que más he amado... Crecer y envejecer junto a ti, ha sido maravilloso. Le agradezco a Dios que te haya traído hasta mí. Sé que a veces pude haber sido un mejor hombre y un mejor esposo... pero siempre hice todo lo posible por hacerte feliz y que no te faltara de nada, ni a ti ni a nuestros hijos... Y como le prometí a tu abuelo, siempre estuve ahí para cuidarte... Quiero que sepas que ninguna otra mujer en el mundo podría haberme hecho tan feliz en toda mi vida como tú lo has hecho. Tu amor es lo que me ha mantenido con vida tanto tiempo, Heidi. Gracias por ser tan buena, por todo tu cariño y tu ternura hacia mí, por alegrar cada día de mi vida con tu risa y entusiasmo, por hacerme un mejor hombre y por darme el mejor regalo que podrías haberme dado: a Tobías y a Ana. Me iré feliz sabiendo que ellos cuidarán siempre de ti.
Las lágrimas empezaban a llenar los ojos de Heidi nuevamente con tantas palabras de amor que recibía por parte de Pedro. Nuevamente le abrazó muy fuerte mientras él la rodeaba con sus brazos.
-No llores Heidi, no quiero verte llorar...
Se separó ligeramente de Pedro, y él secó sus lágrimas.
-Quiero verte sonreír hasta que me vaya.
A pesar del dolor, ella sonrió para él.
-Mi amado Pedro... -empezó diciendo Heidi mirándole a los ojos y acariciando su rostro. -Desde siempre soñé con tener una historia de amor verdadero como la que leía en mis libros cuando apenas era una jovencita, pero ni en esos libros pude encontrar un amor como el nuestro. Un amor puro, lleno de bondad, de sacrificios, de compromiso, de felicidad, de pasión, de ternura... Un amor verdadero. Y aunque nos convertimos en marido y mujer, nunca dejamos de ser mejores amigos. No hay un amigo mejor para una persona que su propia pareja... Y créeme Pedro, tú has sido el mejor compañero de juegos, de aventuras, de intimidad y de vida que podía haber tenido jamás... No he podido ser más feliz de lo que yo he sido a tu lado por todo lo que he vivido y porque contigo he tenido dos hijos increíbles que nos han dado cinco nietos encantadores. Te amo más que a nada en el mundo, Pedro, ningún otro hombre me habría podido llenar de tanta felicidad como tú lo has hecho, has sido el esposo perfecto... Gracias por todo lo que siempre has hecho por mí, por cuidarme, amarme y alegrarme cada día... Siempre agradeceré a Dios que me haya llevado a ti. ¿Recuerdas que cuando me pediste matrimonio me dijiste que querías ser el amor de mi vida? Pues lo has sido. Siempre fuiste el amor de mi vida y seguirás siéndolo hasta el día en el que yo también me muera... Te quiero, y este amor que siento por ti nunca se apagará. Seguirá hasta que mi corazón deje de latir.
Pedro no pudo evitar emocionarse también con esas palabras mientras Heidi se secaba las lágrimas que le habían salido al decir todo eso. Pedro intentó sonreírle muy tiernamente, como sólo él sabía hacerlo, y acarició de nuevo la mejilla de su esposa.
-Heidi... mi vida... quiero que seas fuerte. Que estés junto a nuestros hijos, nietos y biznietos. Sigue enseñándoles todo que sabes, quiero que sigas disfrutando de ellos el tiempo que yo ya no puedo.
-Mi amor... muy pronto estaré contigo... -dijo Heidi agarrando con fuerza su mano.
-Te estaré esperando... Pero hasta ese entonces, necesito que me prometas algo, Heidi. Sé que al principio te costará hacerlo, que no podré estar a tu lado para hacerte sonreír y para cuidarte... Pero nunca dejes que mi ausencia te deprima, tienes que estar animada y feliz, como siempre... -dijo Pedro mientras agarraba las manos de su esposa. -Prométeme que, pase lo que pase, nunca perderás la alegría de vivir, que seguirás siendo la misma Heidi alegre y feliz con la que crecí y de la que me enamoré. Prométemelo Heidi, y nunca rompas esa promesa.
Heidi asintió con la cabeza y besó las manos de su esposo.
-Te lo prometo Pedro, nunca perderé la alegría.
Él sonrió y con las pocas fuerzas que le quedaban estiró la mano y una vez más acarició suavemente la mejilla de su esposa. Esta acercó su rostro a su marido y ambos se besaron por última vez.
-Te quiero Heidi... mi dulce y tierna Heidi... Mi amor por ti es eterno, nunca lo olvides. -dijo Pedro agarrando el collar de la Edelweiss que ella siempre llevaba en su cuello y que él le regaló. -Te amaré eternamente.
-Te quiero Pedro... mi amado Pedro... nunca dejaré de quererte. Hasta el último día de mi vida te seguiré amando.
Pedro sonrió. Y con esas últimas palabras de su esposa, cerró los ojos, dio un último suspiro y murió entre los brazos de su amada y dulce Heidi. Ella rompió en llanto y se derrumbó sobre el cuerpo sin vida de Pedro.
Posteriormente, se hizo un velatorio en el que estuvo toda la familia, todos los aldeanos de Dörfli y los clientes que conocían a Pedro desde hacía mucho tiempo. Heidi vestía ropa de luto y no era consciente de nada, no podía imaginarse que Pedro ya no estaba a su lado. Ver su cuerpo sin vida le producía un gran dolor en el corazón. Quienes también sufrieron mucho con su pérdida fueron Tobías y Ana, los cuales no se separaban de su madre. Y también Hans y Clara, en especial esta última, quien le quería como a un hermano.
A la mañana siguiente, Pedro fue enterrado en el cementerio del pueblo. Tres días después del entierro, Heidi volvió a ponerse su ropa habitual. Sabía que a Pedro no le hubiera gustado verla de negro, sino con los alegres colores de sus vestidos. Pero a pesar de su ropa alegre, ella se sentía muy triste, tenía un gran vacío en su corazón que nunca podría ser llenado. Pero recordando la promesa que le hizo a su difunto esposo, Heidi decidió ser fuerte y no perder nunca esa alegría que tanto la caracterizaba. Aunque al principio era muy difícil, sobre todo las primeras semanas las cuales no podía evitar llorar al no tenerle en casa y no escuchar su voz y sus características bromas, no sentir sus besos, sus abrazos y todo el amor que él siempre le daba. Por las noches, su cama se sentía muy vacía sin él. Aún así, ella conservaba todo lo que perteneció a Pedro. Su ropa, la cual seguía manteniendo su olor, todas sus herramientas de carpintería y todos los hermosos regalos que él le había hecho a lo largo de su vida. Heidi quería mantener con vida cualquier recuerdo de su esposo. Y aunque a veces se le saltaban las lágrimas al verlos, sentía que tenerlos con ella era una forma de tenerle a él siempre cerca. Se sentía dolida, pero de una forma u otra también se sentía aliviada, ya que sabía que Pedro por fin estaba descansando en paz.
Frecuentemente, Heidi iba al cementerio y, después de visitar la tumba del abuelito, de la abuelita y de Brígida, iba a ver la de Pedro. La limpiaba y cambiaba las flores secas por otras recién cortadas. Se quedaba un buen rato ahí, recordando a su inolvidable amor y todos los bellos momentos vividos a su lado.
Una noche, Heidi estaba asomada en la ventana de su habitación, mirando las estrellas y recordando las veces que había hecho eso mismo con Pedro. Sin darse cuenta, agarraba una y otra vez el collar de la Edelweiss que él le regaló y que jamás se quitaba del cuello. Cuando lo miraba, antes se le saltaban las lágrimas, pero ahora parecía sonreír. Como bien dijo Pedro, su amor nunca moriría, sería eterno. Lo tenía con ella y mirar ese collar y sentirlo con sus manos era como si sintiera a Pedro y todo su amor.
Poco a poco, Heidi se estaba recuperando. Sabía que su dolor nunca desaparecería del todo, pero este iba disminuyendo y así iba recuperando la alegría. Jamás olvidaría al amor de su vida, pero también necesitaba estar alegre, tanto por la promesa que le hizo a Pedro como por el resto de su familia. Ese ánimo y fortaleza que Heidi volvió a tener animó a todos, haciéndoles ver la mujer tan fuerte que ella era.
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