Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

14. Abuelos y nietos

Los cinco nietos de Pedro y Heidi iban creciendo cada vez más. Disfrutaban y se divertían cada día de formas distintas. Les encantaba estar con sus respectivos padres, quienes les intentaban educar de la mejor manera posible. Pero cuando disfrutaban más era cuando estaban junto a sus abuelos, Pedro y Heidi. En especial con esta última, ya que a ella siempre se le ocurrían los mejores juegos.

Vera, la mayor de todos, ya tenía 9 años y a su corta edad era muy responsable. Todo lo contrario a su primo Marcos, quien iba camino de los 8 años y era un poco holgazán. Lucas contaba con poco más de 6 años y medio y era el más travieso de todos. Y por último, las pequeñas Emma y Erika de 4 años, eran la dulzura y la ternura personificadas.

Excepto las gemelas, los demás ya iban a la escuela y tenían como maestra a su querida abuela Heidi. Al ser todavía pequeños, ella les daba clase a sus nietos y a los otros niños de sus mismas edades. Heidi les enseñaba a leer y a escribir correctamente. Vera aprendía muy rápido, pero a Marcos le costaba mucho, ni siquiera se sabía el abecedario por completo. Pero Heidi, con su paciencia, cariño y experiencia, le ayudaba a aprender de una manera sencilla y divertida. Gracias a eso, Marcos hacía grandes progresos. Lucas tenía un rendimiento normal, pero a veces hacía alguna travesura. Aún así, Heidi le motivaba a estudiar más y a dejar de ser tan travieso.

Llegó el día en el que Tobías y Greta y Ana y Carlos celebraban su décimo aniversario de casados y, gracias a que Pedro habló con el director del balneario de Ragaz y algo de dinero que Hans y Clara le mandaron a su hija, las dos parejas podrían estar una semana allá. Durante los días en los que ellos no estarían en Dörfli, Pedro y Heidi se quedarían con sus cinco nietos, las cabras y los perros que poseían ambas parejas. Pero para que Pedro y Heidi no se hicieran cargo de los dos perros, Carlos y Ana decidieron dejarle el suyo a Tomás y Marta, mientras que el de Tobías y Greta se quedaría con los padres de él, haciendo compañía a Nubarrón.

También había que solucionar un problema: Tobías era el cabrero del pueblo y si él se iba a ausentar durante esa semana necesitaba que alguien le sustituyese unos días. Pero en seguida el problema tuvo solución. Al ver que desde los días anteriores no estaban teniendo mucho trabajo en la carpintería, Pedro y Tomás acordaron que este último trabajaría ahí, así Pedro podría encargarse de las cabras esa semana. Tobías se sintió muy feliz por el favor que le haría su padre. De esa manera, Pedro volvería a recordar los viejos tiempos en los que él había sido el cabrero de Dörfli.

Las dos parejas se marcharon felices al balneario para pasar unos relajantes y agradables días y así celebrar su décimo aniversario de bodas de una manera muy especial.

La semana prometía ser divertida. Heidi se quedaba en casa con Vera, Emma y Erika y les enseñaba a preparar sus deliciosas tartas de queso. Las cuatro se divertían mucho juntas. No sólo eran momentos de diversión, sino también de aprendizaje ya que las niñas estaban aprendiendo algo que les sería muy útil cuando crecieran. Por su parte, Marcos solía hacer compañía a su abuelo Tomás en la carpintería, así a este último el día se le hacía más ameno. El niño quería convertirse en carpintero, al igual que su padre y sus dos abuelos. Lucas acompañaba cada día a su abuelo Pedro y a las cabras a los pastos, el pequeño quería ser cabrero como lo era su padre y como su abuelo lo fue un día. Esa semana le servía para aprender las cosas que Pedro ya sabía con todos sus años de experiencia cuidando del rebaño. Algún día que otro, Marta también se pasaba por casa de Heidi y compartía el rato con ella y con las niñas, en especial con sus dos nietas.

Una de aquellas tardes, Heidi estaba en la cocina preparando la cena. Cortó unos cuantos trozos de queso y carne ahumada los colocó en una bandeja. En ese momento, Lucas entró en la cocina.

-Abuela, ¿falta mucho para la cena?

-Ya casi está, cariño. En seguida saco todo. Mientras, vete a jugar con tu hermana y con tus primos.

Lucas asintió. De repente, vio la bandeja de comida, alargó la mano e intentó agarrar un trozo de carne ahumada. Pero Heidi se dio cuenta y rápidamente apartó la bandeja.

-No Lucas, tienes que esperar a que esté la comida en la mesa.

-Pero abuela, es solo un trocito. Cáscaras, que tengo hambre. -dijo Lucas poniendo cara de pena.

Heidi le miró y no pudo negarse.

-Está bien, mi niño, coge un trocito.

-Gracias abuela. -dijo Lucas sonriendo.

El niño cogió un trozo de carne ahumada y se fue a jugar con Vera y sus primos. De repente, Pedro apareció en la cocina.

-¡Cáscaras qué bien, carne ahumada! -exclamó él mientras intentaba coger un trozo.

-¡Quieto! -exclamó Heidi mientras le daba un golpe en el dorso de la mano. -Esto no se toca hasta que esté en la mesa.

-Pero si solo era un trocito de nada, cáscaras. -se quejó Pedro. -¿Y por qué a Lucas sí le has dado? Le vi salir de la cocina con un trozo.

-No me pude negar al ver su carita.

Pedro también puso cara de pena para ver si con él funcionaba igual. Heidi se rio y también cedió.

-Está bien, amor, coge tú también un trozo.

Pedro sonrió, besó a Heidi y después agarró un trozo de carne ahumada.

-Tú, Tobías y Lucas sois igualitos. Hay tres generaciones de glotones en esta familia.

-¿Qué le vamos a hacer? Nos gusta comer. -dijo Pedro riéndose.

Heidi también se rió. Después, ambos llevaron la cena a la mesa. En seguida, los niños se acercaron y se pusieron a cenar junto a sus abuelos. Pedro aprovechó el momento para contarle a su esposa y a sus nietos que al día siguiente subirían todos juntos con las cabras a los pastos. Los niños saltaron de alegría y Heidi sonrió feliz. Les esperaba un bonito día. Después de cenar, Heidi sacó una de las tartas que había hecho durante la mañana con las niñas. Todos comieron de ella hasta quedar satisfechos, solo sobraron algunos trozos.

Aquella noche, Pedro y Heidi acababan de acostarse en la cama. Tenían que descansar bien, en especial Pedro, quien después de tantos años sin volver a subir y a bajar de la montaña había olvidado lo cansado que resultaba ser aquello. Ambos se quedaron dormidos en seguida.

Al día siguiente, Heidi preparó comida para todos y junto a Pedro, los niños, los perros y las cabras emprendieron el camino hacia la montaña. Los aldeanos les miraban salir del pueblo todos juntos. Miraban a Pedro, y los que le conocían desde niño no pudieron evitar acordarse cuando él era el cabrero de Dörfli. Pedro y Heidi se habían convertido en un matrimonio muy querido por todos. Con sus hijos habían hecho lo mismo, y ahora eran sus nietos quienes les acompañaban hasta los pastos. Aunque eran sus nietos, parecían sus hijos. Pedro y Heidi no aparentaban su edad, se les veía mucho más jóvenes de lo que eran y todavía tenían muchas fuerzas y energías.

En unas dos horas llegaron justo a la cabaña de los Alpes. Los niños la miraban desde afuera ya que habían sido pocas las veces que la habían visitado en compañía de sus padres o sus abuelos. Después continuaron hasta llegar a las praderas. Emma y Erika les pidieron a su abuela y a su prima que les enseñaran a hacer coronas de flores, ya que ellas eran muy pequeñas y todavía no sabían hacerlas. Marcos y Lucas las miraban y empezaron a aburrirse de tanto esperar.

-Abuelo, ¿por qué no subimos nosotros a los pastos? -preguntó Marcos.

-Sí, la abuela y las chicas pueden subir luego. -dijo Lucas.

-Es mejor esperarlas. Además, no tenemos ninguna prisa. Todavía es temprano. -dijo Pedro.

-Ya, pero al paso de Emma y Erika tardaremos un montón. -se quejó Marcos.

Pedro se rió.

-No seas tan malo con tus hermanas. Sabes que tú, por ser el mayor, tienes que cuidar de ellas.

-Sí... pero a veces son muy lentas...

-Son muy pequeñas todavía, Marcos. Es normal que vayan más despacio.

El niño asintió con la cabeza, comprendiendo lo que le decía su abuelo.

-Además, aún es pronto, mirad la posición del sol.

Los dos niños alzaron la vista al cielo para comprobar que su abuelo tenía razón. Justo en ese momento, Vera, Emma y Erika se acercaron a ellos. Las tres llevaban una preciosa corona de flores en sus cabezas.

-Mirad que bonitas las coronas que nos hizo la abuelita. La mía lleva flores de color naranja. -dijo Vera.

-A mí me la hizo con flores de color morado. -dijo Emma.

-Y a mí con flores rosas. -dijo Erika.

Marcos y Lucas las miraban levantando una ceja, importandoles poco.

-Estáis muy bonitas con ellas. -les dijo Pedro a sus adoradas nietas. -¿Y vuestra abuela?

-Aquí estoy. -dijo Heidi apareciendo junto a él. -Estaba terminando de hacer la mía. ¿Os gusta? La hice con flores rojas.

-¿Por qué no me sorprenderá que hayas cogido flores de ese color? -preguntó Pedro con ironía.

Heidi y él se rieron.

-Abuelo, ¿podemos irnos ya? -preguntó Marcos.

-Sí, ya podemos irnos.

-¡Por fin! -exclamaron Marcos y Lucas a la vez.

De nuevo, todos se pusieron en marcha. En cuanto llegaron a los pastos, las cabras se esparcieron para comer, mientras que los cinco niños se pusieron a jugar. Pedro y Heidi se tumbaron sobre la hierba. Él agarró el sombrero y lo puso sobre su rostro para que el sol no le molestara y en seguida se quedó dormido. Heidi le miraba y sonreía, daban igual los años que pasaran, las costumbres nunca se perdían. Mientras tanto, sus nietos se pusieron a jugar a las escondidas. Emma y Erika, las gemelas inseparables, se acercaron a unos árboles para esconderse juntas. Encontraron uno que era muy frondoso y tenía el tronco grueso. Pero de repente, ambas se fijaron en que en él alguien había tallado un corazón y había escrito algo en el interior del mismo. Al ser tan pequeñas, todavía no sabían leer.

-¡Mira Emma! ¿Qué es eso?

-No lo sé. Vamos a preguntárselo a la abuelita.

Las dos niñas corrieron en busca de Heidi.

-¡Abuelita! ¡Rápido, ven! -exclamaron a la vez.

-¿Qué ocurre, mis pequeñas?

-Hemos visto una cosa muy rara en un árbol. -dijo Emma.

-¿Una cosa muy rara? -preguntó Heidi con el ceño fruncido, extrañada ante tal afirmación.

-Sí, y también hay un corazón. -añadió Erika.

Heidi se levantó y fue junto a sus nietas a donde ellas le indicaron. Vera, Marcos y Lucas las vieron y corrieron hacia ellas.

-¿Qué pasa? -le preguntó Marcos a sus hermanas.

-Hemos visto algo en un árbol. -respondió Emma.

-Aquí es abuelita. -le dijo Erika a Heidi.

Ella alzó la vista, y al ver lo que tenía delante de sus ojos se rió tiernamente.

-No os preocupéis mis amores, no es nada raro. Eso lo hizo el abuelito Pedro. ¿Y sabéis lo que es -preguntó Heidi mientras señalaba cada letra y cada número que había en el interior del corazón. -Esto de aquí son las iniciales de nuestros nombres y lo de abajo es la fecha de nuestra boda. Vuestro abuelo talló esto como recuerdo de ese día tan especial.

-¡Oh, qué bonito! -exclamaron Emma y Erika a la vez.

-Sí. Aunque eso no solo es un recuerdo, también representa una promesa.

-¿Una promesa? -preguntó Marcos.

-¿Y cuál es? -preguntó Lucas.

-La promesa de amarnos para siempre. -dijo Pedro apareciendo justo en ese momento. -Bajo este árbol, vuestra abuela y yo prometimos amarnos para siempre.

-¡Oh, qué romántico! -exclamó Vera.

Los niños contemplaron aquel bonito tallado. Pedro y Heidi se miraron y sonrieron, recordando aquel día tan especial que les unió como matrimonio, y que mediante esa unión, sus dos hijos y los cinco pequeños que tenían como nietos estaban ahí.

Ya había llegado la hora de comer, por lo que Pedro fue a ordeñar a Flor para que todos pudieran beber leche fresca. Marcos y Lucas, quienes también sabían ordeñar, fueron hacia Princesa y Estrella, sus respectivas cabras, y ordeñaron también. Heidi y las niñas pusieron sobre la hierba los trozos de queso y pan que se comerían cada uno. Después de eso, Pedro, Marcos y Lucas llegaron con todos los tazones de leche. Los abuelos y sus nietos se pusieron a comer tranquilamente. Mientras tanto, las cabras pastaban a su alrededor y los perros estaban tumbados cerca de ellas.

De repente, las Dormilonas salieron de su escondite.

-¡Mirad niños, son las Dormilonas! -exclamó Heidi.

Sus nietos las miraban muy atentos, les encantaban esos animalitos. Pero a los pocos segundos se escondieron nuevamente en sus madrigueras al oír los graznidos del gavilán.

-Y ahí está el gavilán. -dijo Pedro.

Los niños miraban al ave, era majestuoso.

-¿Y el Señor de las Cumbres? Ayer no le vimos. -preguntó Lucas.

-Seguro que luego le veremos. -dijo Pedro.

Los niños asintieron y siguieron comiendo. Una vez que acabaron, Pedro, Heidi y sus nietos se tumbaron sobre la hierba mientras observaban las nubes y las distintas formas que estas tenían.

El día fue pasando. La tarde empezó a caer y las montañas comenzaron a ponerse rojizas y anaranjadas. Las puestas de sol en los pastos eran preciosas y Heidi se enamoraba de ellas cada vez que las contemplaba. De repente, los niños vieron al Señor de las Cumbres trepando por los picos más altos de las montañas y sonrieron felices de haber visto por fin a los íbices. Una vez que el sol se escondió por detrás de las montañas, Pedro silbó a las cabras y junto a estas, los perros y su familia descendieron de la montaña hasta llegar a Dörfli. Una vez allí, los aldeanos recogieron sus cabras. Pedro y Heidi se marcharon con las suyas, los perros y sus nietos a casa.

Había sido un bonito día, pero los niños estaban cansados. No habían parado de correr y de divertirse felizmente por los prados y las praderas alpinas, en cuanto cenaron se sintieron tan cansados que ya las energías les empezaban a faltar. Aquella noche, se dirigieron hacia la habitación todos a la vez. Instantes después, Pedro y Heidi fueron a darles las buenas noches.

-Abuelita, ¿nos lees un cuento? -preguntó Erika nada más ver a Heidi.

-Claro que sí, mi niña.

-Entonces yo me marcho ya a la habitación, os dejo con la abuela. -dijo Pedro. -Hasta mañana niños, descansad.

-¡Hasta mañana abuelito! -exclamaron las niñas.

-Hasta mañana abuelo. -dijeron los niños.

Pedro sonrió, abrazó a sus nietos y se marchó a su habitación, dejando a Heidi con ellos.

-¿Nos lees el libro de cuentos? Por favor, abuelita. -dijo Emma.

-Por supuesto, mi vida.

Heidi fue a buscarlo y se sentó en una silla cerca de las camas de sus nietos para que todos pudieran escucharla bien.

-Vera, Lucas, ¿sabéis que este libro me lo regaló vuestra tatarabuela, la Señora Sesemann?

-¿La abuelita de nuestra abuelita Clara? -preguntó Vera.

-Exacto.

-Cáscaras, entonces debe de ser un libro muy viejo. -dijo Lucas.

Heidi se rió tiernamente.

-Tiene ya bastantes años, pero aún así está muy bien conservado, tiene unos cuentos muy bonitos. Yo aprendí a leer con él, es un buen método para que os guste la lectura a vosotros también.

-¡Ah! Por eso me regalaste el año pasado un libro con cuentos. -dijo Marcos riéndose.

-Sí, a tu madre también le gustaba mucho leer cuando tenía tu edad. Espero que así intentes leer más a menudo y mejores, cariño.

-Lo intentaré, abuela.

Heidi le sonrió a su nieto.

-A mí me encanta leer, soy capaz de leerme un libro entero en apenas un par de días. Cuando una historia te encanta y capta toda tu atención, no puedes dejar de leer hasta llegar al final. Los libros nos hacen viajar a lugares increíbles, gracias a ellos conocemos personajes maravillosos, hacemos volar nuestra imaginación y también nos enseñan muchas cosas, así como también lecciones importantes para nuestra vida.

Sus nietos sonrieron, ya que sabían lo mucho que su abuela valoraba y amaba los libros y sus historias.

-Bueno, poneos cómodos que comienzo la lectura.

Los pequeños asintieron y se acomodaron en sus respectivas camas. Heidi comenzó a leerles los cuentos. Con la dulce voz de su abuela, poco a poco los niños fueron cerrando sus ojitos hasta quedarse totalmente dormidos. Heidi levantó la vista del libro y vio que sus queridos nietos ya estaban durmiendo. Sonrió, cerró el libro y lo guardó. Después, se acercó a ellos, les arropó y besó la frente de cada uno. Posteriormente, salió de la habitación para ir a la suya. Nada más entrar en ella, escuchó los ronquidos de Pedro, los cuales daban la señal de que ya hacía un rato que se había quedado dormido. Heidi se rió tiernamente al escucharle. Se puso su camisón y se metió en la cama. Se acercó a su marido, le dio un dulce beso de buenas noches en la mejilla y recostó su cabeza sobre su pecho para dormir junto a él. Estaba cansada, pero feliz del precioso día que había pasado junto a su amado esposo y sus queridos nietos.

Dos días después, Tobías y Ana regresaron del balneario junto a sus respectivos cónyuges. Fueron a recoger a sus hijos, sus cabras y sus perros. Los niños no paraban de contarles a sus padres lo bien que se lo habían pasado esa semana con sus abuelos, les encantaba estar con ellos. Era natural, Pedro y Heidi eran unos abuelos estupendos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro