13. Sorpresas
El tiempo iba pasando tranquilamente en los Alpes con pocas novedades. Hasta que en una primavera, a Pedro se le necesitó otra vez para trabajar de carpintero en el balneario de Ragaz. Ya habían pasado 6 años desde la primera vez. De nuevo, el balneario necesitaba algunas reparaciones en su mobiliario y el director decidió contratar otra vez a Pedro por un mes, ya que en la última ocasión quedó encantado con su trabajo.
Pedro y Heidi volvieron a estar un mes separados. Pero esas semanas se pasaron muy rápido, en especial para Heidi, quien aprovechaba cada día para pasar el rato con sus hijos y sus nietos. Pedro regresó casi sin que Heidi notara su ausencia, solo la notó en las noches. Pero eso siempre tenía solución para ellos, ya que todas esas noches lejos el uno del otro las recuperaban de la manera que más les gustaba.
Y justo el domingo de esa semana era el aniversario de Pedro y Heidi, quienes a sus ya 49 y 43 años respectivamente, cumplían 25 años de casados, sus bodas de plata.
Días antes de esa ocasión tan especial, Hans y Clara pudieron adelantar su llegada anual a los Alpes para así festejar ese día junto a sus consuegros, sus hijos y sus nietos. Ellos también habían celebrado sus bodas de plata el año anterior todos juntos, justo antes de que regresaran a Frankfurt.
A Hans y a Clara se les ocurrió la idea de hacerles una fiesta sorpresa a Pedro y a Heidi, por lo que contaron con la ayuda de sus hijos, de Greta, de Carlos y de los padres de este último. En los días previos al aniversario lo organizaron todo sin que Pedro y Heidi se enterasen.
Llegó el domingo, aún quedaba un rato para que amaneciera y Pedro y Heidi todavía seguían durmiendo en su cama. Hasta que el primero en abrir sus ojos fue él. Dirigió la mirada hacia su esposa, la cual dormía profundamente, y de manera muy suave comenzó a acariciar su rostro hasta que ella se despertó.
-Buenos días, mi reina.
-Buenos días, mi vida.
Ambos se sonrieron y al recordar el día que era no esperaron más para decirlo.
-¡Feliz aniversario, mi amor! -exclamaron los dos a la vez, lo que hizo que se rieran tiernamente.
Heidi rodeó el cuello de Pedro con los brazos y este acercó su rostro al de ella. Comenzaron a besarse dulce y lentamente. Pedro siguió besándola por todo su rostro y después por su cuello. Bajó las mangas de su camisón y besó sus hombros, Heidi amaba esos despertares llenos de ternura. Aprovechó el momento y bajó su camisón por completo dejando todo su cuerpo preparado para que Pedro lo llenara de besos. No había mejor forma de empezar el día que con amor y cariño, sobre todo ese día tan especial para ellos.
Un rato después, ambos decidieron que ya era hora de levantarse. Mientras Heidi preparaba el desayuno, Pedro fue al corral a ordeñar a Flor y luego sirvió en dos tazones la leche recién ordeñada. Después, le dio a Nubarrón su comida, y posteriormente, Heidi y él se pusieron a desayunar juntos.
Cuando terminaron el desayuno, pensaron en entregarse los regalos que tenían. Pedro le dio a Heidi una cajita de madera con bonitas flores talladas en ella. Ella la abrió y dentro vio una bolsita plateada la cual contenía el hermoso collar de un corazón. En el medio llevaba una Edelweiss con algunas piedrecitas brillantes y en la parte de detrás podía leerse la fecha de su boda. El collar era totalmente de plata.
-¡Es precioso, Pedro! -exclamó Heidi mientras lo miraba detenidamente. -¡Si hasta pone la fecha de nuestra boda!
Pedro sonrió y le puso a Heidi el collar en el cuello.
-¡Me encanta, amor! ¡Muchas gracias!
-Me alegro de que te guste, lo compré en Ragaz. Quería regalarte algo especial por nuestros 25 años de matrimonio. Hoy celebramos nuestras bodas de plata y reservé una parte del dinero que gané trabajando en el balneario para comprarte un regalo precisamente de plata... Quería algo con lo que pudiera expresarte el amor tan grande que siento por ti... Y encontré justo lo que buscaba... Ese corazón representa el mío, el cual ha sido tuyo desde siempre, la única mujer que he amado y amaré por siempre. Y el significado de la Edelweiss ya lo conoces perfectamente, con ella quiero decirte que mi amor por ti es verdadero y eterno.
Los ojos de Heidi se llenaron de lágrimas y abrazó muy fuerte a Pedro. Este la rodeó con sus brazos.
-Siempre me ha encantado cada regalo que me has hecho. Da igual si ha sido una flor, una figurita de madera, un vestido o un collar de plata. Pero tenerte a mi lado es el mejor de todos los regalos que podrían existir, Pedro. -le dijo Heidi mirándole a los ojos.
-Y tú el mío, Heidi. -dijo él tomando su rostro con las manos para acariciar sus mejillas.
Ambos se sonrieron y se besaron tiernamente, hasta que Heidi recordó que ella también tenía un regalo para él. Lo buscó y se lo dio. Pedro lo desenvolvió y se encontró con una hoja de papel enmarcada en un marco de madera que hizo Carlos, y protegida con un cristal. La hoja contenía un poema escrito por Heidi.
-Cáscaras, ¿has escrito un poema para mí? -preguntó Pedro sorprendido.
Heidi asintió y se rió tiernamente.
-Quería regalarte algo que nunca antes te había regalado y pensé que esta era una manera muy bonita y muy personal de expresar mi amor por ti. ¿Quieres que te lo recite?
-Me encantaría.
Heidi sonrió nuevamente y comenzó a leer:
"Mi querido y dulce esposo,
mi sueño hecho realidad,
el hombre más maravilloso,
quien me enseñó el amor de verdad.
De mis penas, eres mi alegría
de mis heridas, mi curación
de mis sueños, mi guardián
de mi vida, lo mejor.
Noches intensas de pasión y amor,
mañanas felices de risas y cariño
Me amas con tu amor de hombre,
me haces reír con tus bromas de niño.
Junto a ti todo es maravilloso,
estar contigo me llena de ilusión,
despertar y verte a mi lado
es para mí mi mayor bendición.
No importa lo que nos quede por vivir
ni lo que el futuro nos pueda deparar,
Me da igual los años que pasen,
yo jamás te dejaré de amar".
-Eso es todo, espero que te haya gustado. -dijo Heidi sonriendo una vez que terminó de leer el poema. -¿Pedro? ¿Estás llorando?
Este sonrió tiernamente y se secó un lágrima de sus ojos. Pero no pudo más y se tapó la cara con las manos, mientras las lágrimas caían por sus mejillas.
-Pedro... mi amor... -dijo Heidi tiernamente mientras tomaba su rostro con las manos.
Esas sinceras y hermosas palabras de amor que Heidi le había dedicado a Pedro habían tocado lo más profundo de su corazón. Por fin, este se recompuso.
-Eso es demasiado para mí, Heidi. -dijo Pedro secándose la última lágrima con el puño de su camiseta. -Es demasiado bonito lo que has dicho.
Heidi se rió tiernamente.
-Esta ha sido una forma de expresarte todo el amor que siento por ti. Pienso que no hay mejor regalo que demostrar lo que hay en lo más profundo del corazón.
-A mí nunca se me hubieran ocurrido palabras tan bonitas... soy muy torpe para eso... Por eso yo te lo he expresado con el collar.
-Esa forma de expresarlo también es preciosa. -dijo Heidi sonriendo. -Entonces, ¿te ha gustado mi regalo?
-Me ha encantado. -dijo Pedro sonriendo tiernamente mientras acariciaba una mejilla de Heidi. -Pero mi mejor regalo en esta vida siempre serás tú.
Ella le sonrió del mismo modo y ambos se besaron.
Esa mañana planearon hacer un picnic en pareja en el lago de la montaña. Tendrían todo el día para ellos solos. Aunque era una fecha especial, Pedro y Heidi querían organizar algo junto a sus hijos, sus familias y Clara y Hans. Pero misteriosamente, ninguno de ellos podía esa mañana y Clara les dijo que hicieran un picnic en pareja. Pedro y Heidi no eran tontos, conociendo a Hans y a Clara sabían que algo se traían entre manos, por lo que hicieron caso a su consuegra. Cogieron algo de comida y se pusieron rumbo al lago.
Cuando pasaron por la cabaña de los Alpes, Heidi se detuvo a contemplarla durante unos minutos. Ambos se miraron y sonrieron, desde que ya no vivían en la cabaña, esta se había convertido en su nidito de amor y algunas veces, en especial cuando llegaba su aniversario, solían ir ahí los dos solos y pasaban inolvidables noches entre el heno perfumado.
Continuaron su camino hasta llegar a las praderas, en donde también se detuvieron. Heidi agarró varias flores e hizo una preciosa corona con ellas. Pedro la miraba con ternura, siempre la veía más hermosa cuando las flores adornaban su cabello. Pero estas no durarían puestas en su cabeza por mucho tiempo, ya que al llegar al lago se quitó la corona para que no se mojara con el agua. Con la ropa hicieron igual, Pedro se quedó en pantalones y Heidi con su fondo de vestido blanco impoluto. Después se metieron en el agua fresca del lago. Pero al poco, Heidi comenzó a tiritar y Pedro se acercó a ella para abrazarla y darle calor con su cuerpo. Heidi le abrazó por el cuello y entrelazó las piernas por detrás de él. Este la agarró de los muslos y en seguida comenzaron los besos entre uno y otro.
-¿Ya se te pasó el frío?
-Contigo se me pasa muy rápido.
Ambos sonrieron y continuaron comiéndose a besos un rato más. El agua del lago ya no les parecía tan fría.
Tiempo después, Pedro y Heidi salieron del agua, se tumbaron al sol para secarse y procedieron a comer, ya que el estómago de Pedro empezó a rugir. Este se comió sus enormes trozos de queso y de pan en apenas unos segundos, atragantándose cada dos por tres mientras Heidi se reía, ella se tomó su tiempo para saborear la comida. Estaban pasando un precioso día en las montañas, lleno de amor y sorpresas.
Pero la mejor sorpresa de todas aún estaba por llegar.
Comenzó a caer la tarde y después de contemplar la puesta de sol, Pedro y Heidi bajaron de la montaña en dirección a su casa. Nada más llegar, se encontraron el patio decorado con muchas flores, farolillos y una enorme pancarta de papel en donde se podía leer "Felicidades por vuestro 25 aniversario. Os queremos". También había una mesa grande llena de comida recién hecha. Ambos se quedaron boquiabiertos.
-¡Cáscaras! ¿Y esto?
-¡Qué bonito está todo!
De repente, vieron a toda su familia salir hacia ellos.
-¡Sorpresa! ¡Feliz aniversario! -exclamaron todos a la vez.
Pedro y Heidi rieron felices por la hermosa sorpresa.
-Espero que os haya gustado, ha sido idea de todos. -les dijo Clara sonriendo.
-¡Sois la mejor familia del mundo! -exclamó Heidi llorando de felicidad mientras abrazaba a su consuegra y posteriormente al resto de su familia.
De repente, Heidi se fijó en que todos iban más elegantes que ellos para esa ocasión por lo que le dijo a Pedro de cambiarse de ropa. Él aceptó y se ausentaron unos minutos. Heidi se puso el bonito vestido que su esposo le regaló en uno de sus anteriores aniversarios, y como la corona que se había hecho con las flores de la pradera combinaban muy bien con su ropa decidió dejársela. Pedro se puso una camisa y un pantalón más formal, de los que tenía guardados de otras ocasiones. Una vez listos, salieron afuera para disfrutar de la preciosa fiesta que había preparado su familia.
La felicidad para Pedro y Heidi fue muy grande, ese día estaba siendo perfecto. Bonitos regalos y una increíble fiesta sorpresa llena de comida, bailes, juegos y muchas risas alegres.
Pero aún quedaba la noche. Una noche que, como tenían por costumbre, la pasarían en su nidito de amor, la cabaña de los Alpes.
Ambos pusieron rumbo allá, y cuando llegaron ya había anochecido. Se quedaron un rato sentados en el banco de afuera, observando la hermosa luna llena que había esa noche. Pedro y Heidi no pudieron evitarlo y ambos comenzaron a besarse lentamente con esa preciosa luna de fondo.
Tiempo después, entraron dentro de la cabaña y se dirigieron hacia la parte de arriba. Como hacía años que ya no vivían ahí, la cama que tenían desapareció. Pero con todo el heno que tenían ahí guardado les sobraba para ambos. Pedro se sentó encima de un montoncito de heno, y Heidi se acomodó sobre sus piernas, rodeándolo con las suyas por detrás de él, quedando ambos frente a frente. Siguieron dándose besos y suaves mordiscos en los labios. Heidi desabrochó la camisa de Pedro, y se la quitó, dejando todo su torso al descubierto. Comenzó a acariciar su pecho y sus fuertes brazos.
-Tienes casi 50 años y estás tan bien o incluso mejor que cuando tenías 24. Tu fuerza y tus músculos siguen igual.
-Este es el resultado de trabajar de carpintero durante tantos años.
-Sí, eres mi carpintero fortachón.
Ambos se rieron tiernamente y se siguieron besando. Pedro rodeó a Heidi con sus brazos y con ella se dejó caer de espaldas. Después la tumbó a ella sobre el heno perfumado y se quedó observándola. La luz de la luna entraba por la pequeña ventana de la cabaña e iluminaba el rostro de Heidi. Pedro la miraba tan cautivado como el primer día, con las flores adornando su cabello negro.
-Recuerdo la primera vez que te tuve entre mis brazos... -empezó diciendo Pedro mientras llenaba el rostro de Heidi de caricias hasta llegar a sus labios, los cuales también acarició. -No te imaginabas todas las veces que soñaba con ser el hombre que pudiera acariciarte y besarte cada día y cada noche.
-Tu sueño se hizo realidad porque conseguiste serlo, Pedro. Conseguiste ser el único hombre que me ha besado, que me ha acariciado... El hombre que me hizo mujer... y el único que conoce las zonas de mi cuerpo que la luz del sol no ha tocado jamás... Conseguiste ser el hombre de mi vida, Pedro. -dijo Heidi sonriéndole tiernamente.
Él también sonrió y siguió acariciando a su esposa, la cual se sentía muy bien con tanta ternura. Sentía cómo las manos de Pedro descendían por su cuello hasta llegar al escote de su vestido. Pero justo ahí se detuvo.
-¿Por qué paras? -preguntó Heidi.
Pedro no dijo nada, simplemente la miraba, y Heidi a él también. Pero ella quería que continuara acariciándola, por lo que agarró una de las manos de él y la colocó sobre uno de sus pechos. Pedro lo acarició por encima de la ropa, hasta que tuvo la necesidad de sentir su piel. En segundos, le bajó las mangas del vestido y la fue desvistiendo hasta dejarla solamente con ambas partes de su ropa interior. Pedro sonreía mientras miraba detenidamente cada parte de su cuerpo, cada curva y cada detalle de ella que le volvían loco. Su cintura, sus caderas, la forma que hacía el escote de su ropa interior... Todo de ella le hipnotizaba tanto como aquella noche de hacía justo 25 años.
-¿Por qué me miras tanto, Pedro? -preguntó Heidi con una pequeña y tierna risita. -A estas alturas ya deberías conocer todo mi cuerpo de memoria.
Él la miró a los ojos y sonrió.
-Porque tú también sigues tan fascinante como la primera vez. -dijo Pedro, rompiendo su silencio. -Tienes más de 40 años y estás casi mejor que cuando tenías 18. Siempre lo diré, cada año qué pasa me gustas mucho más.
Heidi se rió con cariño.
-Que exagerado eres.
-Quizás pienses que exagero, pero es la pura verdad. ¿Qué tienes, Heidi?
-¿Qué tengo de qué?
-¿Qué tienes que nunca puedo dejar de mirarte, de desearte y de amarte? Cáscaras, maldita sea, eres mi perdición, Heidi.
Ella le miraba y sonreía, le encantaba cuando él le decía esas cosas y otras parecidas.
-No dejes nunca de mirarme, de desearme y de amarme como tú lo haces, mi amor. -dijo Heidi.
-Nunca lo haré, mi vida.
Ambos se sonrieron y se besaron de nuevo. Pedro bajó con su mano por el cuerpo de Heidi llegando hasta su vientre y entrando en su ropa interior para acariciarla suavemente, haciéndola gemir. Ella incrementó la intensidad de los besos, dándole suaves mordiscos a Pedro en los labios. Hasta que al fin, este le quitó toda la ropa interior a Heidi y comenzó a besar cada poro de su piel y cada parte de su cuerpo que más loco le volvía. Ella estaba disfrutando mientras su marido se la comía a besos y la llenaba de caricias. Pedro aún llevaba puesto sus pantalones, pero no tardó mucho en que estos y su ropa interior desaparecieran a la vez. Heidi le miraba mientras terminaba de desvestirse, le empujó levemente y le tumbó sobre el heno. Ella deseaba comérselo a besos a él también. Se subió encima de Pedro y besó cada parte de su cuerpo, volviéndole loco con cada beso y con cada caricia. Hasta que Heidi le hizo enloquecer todavía más situándose en una mejor posición, haciendo que sus cuerpos se unieran en uno solo. Heidi comenzó a moverse con Pedro dentro de ella. Él agarró fuertemente las nalgas de su mujer, gimiendo a la vez que ella. De repente, y sin que ambos se separaran, Pedro rodeó a Heidi con sus brazos y cambió de posición, quedando encima de ella. Los movimientos de él aumentaban de ritmo y los gemidos de ambos se escuchaban uno tras otro. Hasta que el placer más intenso les alcanzó, haciéndoles llegar hasta el cielo y las estrellas. Cuando quedaron satisfechos, cayeron rendidos sobre el heno perfumado de la cabaña.
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