12. Nuevas llegadas
Pasaron algunas semanas y la tristeza y la soledad parecían invadir a Heidi por momentos. Primero, sus hijos ya habían dejado el hogar. Segundo, su suegra había fallecido. Y tercero, su perro también se había ido. Heidi se sentía muy sola en casa mientras Pedro estaba trabajando, y él se había dado cuenta de eso. Heidi había sido su gran apoyo en los peores momentos de su vida y ahora Pedro tenía que animarla. Sabía lo que podía alegrar de nuevo a su mujer, necesitaba encontrarle un pequeño compañero para esos momentos en los que ella se encontraba más sola.
Pedro preguntó a los aldeanos de Dörfli si disponían o si sabían de alguien que tuviera algún cachorro, pero por desgracia no había ninguno en esos momentos. Bajó hasta Maienfeld y tampoco tuvo éxito. Pedro ya no sabía qué hacer, necesitaba encontrar urgentemente un perro. Tenía que devolverle la alegría a su amada esposa, la que siempre le alegraba a él. Verla triste le partía el corazón.
Hasta que un par de semanas después, un cliente de Pedro de uno de los pueblos cercanos vino a su carpintería para que le reparara un mueble. Este necesitaba vender los cachorros que su perra había tenido porque no poseía una casa muy grande y no tenía suficiente espacio para todos. Al fin, Pedro vió la solución a la tristeza de Heidi. Habló con su cliente para hacerle un trato: un cachorro a cambio de la reparación del mueble. El hombre aceptó y prometió a Pedro traerle uno de los cachorros cuando fuera a recoger su mueble.
Pasaron algunos días. Aquella noche, Heidi estaba preparando la cena cuando oyó a su marido llegar después del trabajo.
-¿Ya estás aquí, Pedro?
Este se dirigió hacia la cocina y cuando Heidi le vio entrar se quedó boquiabierta al ver lo que traía entre sus brazos: un precioso y peludo cachorro. Era blanco, negro y marrón y tenía unos bonitos ojos color miel. Heidi se enamoró de él nada más verlo.
-¡¡Pero qué cosita tan preciosa!!
Pedro se rió tiernamente.
-¿Te gusta?
-¿Que si me gusta? ¡Me encanta, Pedro! -exclamó Heidi mientras cogía al cachorro en brazos. -¡Es lo más bonito que he visto en mi vida!
Pedro sonrió feliz.
-Así ya no volverás a sentirte tan sola mientras yo estoy trabajando. -dijo Pedro acariciando una de las mejillas de Heidi.
Ella le miró tiernamente, sabía que Pedro siempre hacía cualquier cosa por verla feliz. En seguida, las lágrimas inundaron los ojos de Heidi. Dejó al cachorro en el suelo y abrazó a su querido esposo.
-Muchas gracias, mi amor. Gracias por estar siempre tan pendiente de mí.
Pedro sonrió, la besó y volvió a abrazarla durante un rato más. Después de eso, llegó el momento de darle un nombre al cachorrito.
-Amor, ¿cómo quieres que le llamemos? -preguntó Pedro.
-No sé... me gustaría que tuviese un nombre con el que se sintiese identificado. ¿Se te ocurre alguno, cariño?
Él negó con la cabeza y Heidi se puso a pensar en un nombre apropiado para el cachorro.
-Fíjate Pedro, es tan peludito y suave como una nube de algodón. En algunas partes es blanco, pero en otras es oscuro, como un nubarrón cargado de lluvia. -dijo Heidi riéndose mientras lo acariciaba.
-Cáscaras, es verdad. -dijo Pedro uniéndose a su risa.
-¡Ya lo tengo! ¿Por qué no le llamamos Nubarrón? -preguntó Heidi de repente. -¿Te gusta?
-Sí, es un bonito nombre.
-Pues decidido, nuestro perrito se llamará Nubarrón.
-¡Estupendo!
En ese momento, el cachorro ladró y movió su cola enérgicamente de un lado a otro, dándole entender a sus dueños la aprobación de ese nombre. Pedro y Heidi se rieron.
Después de cenar, Pedro construyó una bonita cama de madera para Nubarrón. Heidi la rellenó de heno perfumado y puso algunos cojines que ella misma había tejido para que de ese modo el cachorro estuviera cómodo. Nubarrón ladró muy contento con su nueva cama. Posteriormente, Pedro y Heidi se acostaron en la suya, felices por la llegada de su nuevo compañero.
-Esta casa se sentía muy vacía sin un perro. -dijo Heidi. -Yo siempre he vivido con uno. Primero fue Niebla, después Trueno...
-Y ahora Nubarrón.
Heidi asintió y sonrió, puso las manos en las mejillas de Pedro y le besó en los labios.
-Mi amor, muchas gracias por traer a Nubarrón. Gracias por hacerme siempre tan feliz.
Pedro sonrió tiernamente.
-Para mí no hay nada más importante en esta vida que hacerte feliz.
Heidi le sonrió y ambos se besaron dulcemente. Besos lentos y llenos de amor y cariño acompañados de suaves caricias que no tardaron en aumentar en intensidad y deseo. Las manos de Pedro empezaron a acariciar a Heidi por debajo de la ropa, haciéndola sentirse muy bien. Pero Pedro también quería su ración de caricias, agarró una de las manos de Heidi y la metió por dentro de su ropa interior. Ella comenzó a complacerle a él también. Sentían que la ropa ya les empezaba a molestar, pero justo en esos momentos Nubarrón comenzó a ladrar. Se acercó a la cama de sus amos e intentó subirse pero era muy alta para él, por lo que no dejó de ladrar hasta que le hicieran caso. Pedro y Heidi detuvieron sus muestras de cariño.
-Cáscaras, ¿qué le pasa?
-Creo que él también quiere una ración de mimos. -dijo Heidi acomodándose el camisón y cogiendo en brazos a Nubarrón. -Ven aquí mi pequeño.
Heidi comenzó a acariciar a su peludo perrito y Pedro se le quedó mirando a ella con cara de incredulidad.
-¿En serio? ¿Ahora te pones a hacerle caso a él? Pero Heidi... estábamos a punto de...
-Lo sé, amor. -le interrumpió su esposa. -Pero no podemos hacerlo con él aquí.
-Es un perro, no un niño. -dijo Pero riéndose.
-No importa. Pero mírale, es tan pequeño... ¿Y si duerme con nosotros esta noche?
-¿Qué? Ni hablar.
-¿Por qué?
-Porque no, Heidi, él tiene su propia cama. Ya empezamos otra vez, te pasa igual que con Tobías y Ana cuando eran pequeños. -se quejó Pedro con el ceño fruncido.
-Tú también dejabas que ellos durmieran con nosotros de vez en cuando. -le dijo Heidi mirándole con una ceja levantada.
-Está bien, lo hacía. Pero cada uno tiene que acostumbrarse a dormir en su propia cama. Si permites que Nubarrón duerma siempre con nosotros no querrá irse nunca a la suya.
-Lo sé... Bueno, dejémosle dormir con nosotros solo por esta noche, ¿vale? Anda Pedro, por favor. -le rogó Heidi poniendo carita de pena.
Pedro miraba a su mujer con una ceja levantada. No estaba del todo conforme, pero al final él siempre terminaba haciendo lo que ella le pedía.
-Cáscaras, maldita sea... Está bien, que se quede. Pero solo por esta noche.
-¡Gracias mi amor!
Heidi le dio un beso a Pedro y después recostó la cabeza sobre el pecho de su esposo. Nubarrón se acurrucó entre los brazos de Heidi. Esa noche, el cachorro durmió feliz junto a sus amos.
Al amanecer del día siguiente, Heidi se despertó la primera y, viendo que Nubarrón seguían durmiendo, aprovechó para despertar dulcemente a Pedro con besos y caricias por su rostro y por debajo de su ropa. Él despertó con una sonrisa en la cara y en cuestión de segundos ya estaba llenando de besos a su esposa. Pero de repente, Nubarrón se despertó con ganas de mimos. Pedro y Heidi estaban envueltos en caricias y besos y no se habían dado cuenta de que Nubarrón se había despertado. Hasta que de repente, el perro se interpuso entre ellos y comenzó a lamer sus rostros.
-¡Cáscaras, Nubarrón! -se quejó Pedro, limpiándose las mejillas.
-¡Nubarrón! -exclamó Heidi riéndose mientras el cachorro lamía su cara.
De nuevo, Nubarrón interrumpió los momentos de cariño entre Pedro y Heidi.
Ese mismo día, Tobías y Ana, quienes también tenían sus propios perros, vinieron con sus respectivas familias a conocer al pequeño Nubarrón. Todos quedaron encantados con el cachorro. A Tobías y a Ana les vino a la memoria el momento en el que su padre trajo a Trueno a la cabaña refugiado entre sus brazos aquella tormentosa tarde de hacía ya unos cuantos años. Los pequeños Vera y Marcos se divirtieron mucho ese día jugando con el perro de sus abuelos.
Durante los siguientes días, Pedro y Heidi se encargaron de enseñarle los cuidados básicos al cachorro y, sobre todo, de educarle. Nubarrón resultó ser más travieso en comparación a como fueron Niebla o Trueno. Aún así, era un perro leal y muy cariñoso. A Heidi le encantaba jugar con él, se reía y le llenaba de caricias. Pedro la miraba a ella, le parecía lo mismo de tierna que el cachorrito. No podía amarla más de lo que ya la amaba y estaba muy contento de escucharla reír tan feliz. La llegada del pequeño Nubarrón borraba por completo los ratos de soledad de su amada y dulce esposa.
-No sé quién de los dos disfruta jugando más, si él contigo o tú con él. -dijo Pedro riéndose con cariño.
-Lo reconozco, a veces me sigo comportando como si tuviera 8 años. -dijo Heidi riéndose también.
-A mí me encanta que seas así y que nunca pierdas a la niña que llevas dentro. Esa es una de las cosas que más amo de ti, Heidi.
Esta sonrió y continuó jugando con Nubarrón ante la tierna mirada de Pedro.
Pero algunas veces, Heidi parecía darle más atención al cachorro que a su propio esposo. Durante algunas noches más, Heidi volvió a tumbar a Nubarrón en la cama con ella y con Pedro, algo que a este último no le agradaba del todo. Le advertía que estaba mimando demasiado al perro. Y no solo eso, Heidi parecía poner toda su atención en darle mimos a Nubarrón, y Pedro parecía pasar a un segundo plano. Él ya empezaba a molestarse y a sentir celos de que Heidi prefiriera darle más cariño y mimos al perro que a él. Pedro necesitaba de su mujer, de sus caricias, de sus besos. Su cuerpo estaba pidiendo del de Heidi, pero ella estaba entretenida con Nubarrón. Pedro se acercó a ella, la rodeó con sus brazos y la besó en los labios, dándole pequeños mordiscos. Heidi correspondió a sus besos, pero después siguió con el perro. Pedro frunció el ceño, se molestó y se dio media vuelta tapándose con la sábana hasta el cuello. -Cáscaras, si lo sé no traigo al perro. -se dijo Pedro en sus pensamientos. De repente, Heidi le miró y quiso destaparlo un poco, pero él agarró la sábana bruscamente y se volvió a tapar.
-¿Qué te pasa Pedro?
-Nada, Heidi. -dijo él, algo molesto y sin girarse hacia ella.
-Pedro...
-Que no me pasa nada, cáscaras. Déjame, que quiero dormir.
Heidi ya se había dado cuenta, después de tantos años que conocía a su esposo sabía muy bien lo que le molestaba y lo que no. Se levantó y tumbó a Nubarrón en su cama y después de eso, se metió en la suya. Se acercó a Pedro, pero este seguía dándole la espalda, le abrazó y metió una de sus manos por dentro de la ropa interior de él. Pedro no quería girarse hacia ella, pero las suaves caricias que su esposa le estaba dando despertaban inevitablemente su deseo por ella y terminó girándose. Él la miraba a los ojos fijamente y Heidi le sonreía de manera traviesa, le quitó la sábana de encima y con un rápido movimiento se sentó sobre él.
-Aquí me tienes para ti, mi vida, soy toda tuya.
Pedro sonrió al ver que nuevamente la tenía por completo para él, se incorporó y comenzó a besarla con ese deseo y esa intensidad que solo ella le provocaba. En cuestión de segundos, la ropa de los dos desapareció, exponiendo sus cuerpos el uno al otro para entregarse al amor, a la pasión y al placer.
El tiempo fue pasando y Nubarrón creció. El pequeño cachorro que jugaba e iba detrás de Pedro y Heidi a cada rato se convirtió en un perro enorme, cariñoso y fiel.
Pero el perro no fue el único que creció. Los nietos de Pedro y Heidi, Vera y Marcos, también crecieron mucho. La pequeña ya tenía 2 años, mientras que su primo iba camino del año y medio. Aunque ellos no serían los únicos nietos que Pedro y Heidi tendrían.
Unos meses después, Tobías y Greta dieron una noticia que alegró a todos: tendrían un segundo bebé. Esta vez vino sin previo aviso ya que no tenían planeado tener por el momento otro hijo. Aún así, estaban muy contentos, su pequeña Vera contaría con un compañero o compañera de juegos.
Los meses fueron pasando y en un frío día de invierno, Tobías y Greta se convirtieron en padres por segunda vez. En esta ocasión se trató de un niño al que llamaron Lucas. El pequeño tenía el cabello rubio, pero mucho más oscuro que el de su madre, y había heredado los ojos marrones y las mejillas pecosas de su padre. Todos estaban muy contentos por la llegada de Lucas. Clara había dejado a un lado su trabajo para viajar hasta Dörfli a pesar del frío invernal de las montañas, algo que a ella no le importó con tal de haber podido estar presente en el parto de Greta. Hans no tuvo la suerte de ver a su segundo nieto nacer, ya que se encontraba de viaje de negocios. Pero en cuanto terminara, iría a reencontrarse con su familia y a conocer al pequeño Lucas. Clara se quedó en Dörfli, en casa de Greta para ayudarla con el bebé recién nacido y con Vera. Hans terminó su viaje de negocios y se marchó directamente a los Alpes, en donde se reencontró con su esposa, con su hija y con sus nietos.
Hans y Clara disfrutaron todo el tiempo junto a su familia y amigos hasta que el verano llegó a su fin y regresaron a Frankfurt.
Durante los meses posteriores, los pequeños Vera, Marcos y Lucas no estuvieron para nada faltos de cariño ya que sus padres y sus abuelos, les dieron mucho amor. En especial Pedro y Heidi, quienes amaban los días en los que los pequeños pasaban el rato con ellos. Más que sus nietos, parecían sus hijos, ya que ambos aún eran jóvenes con respecto a otros abuelos del pueblo quienes casi les doblaban la edad. Pero como bien dijo Heidi una vez, ese era el resultado de haber tenido hijos tan joven y de que estos a su vez también se hubieran convertido en padres casi a la misma edad que la que Heidi tenía cuando nacieron Tobías y Ana. Pero eso también traía sus ventajas, aún tenían toda la vitalidad del mundo para jugar con ellos.
Llegó el siguiente verano y Hans y Clara regresaron a Dörfli para volver a pasarlo bien todos juntos en tranquilidad, felicidad y plena naturaleza.
Y justo después de la marcha de Hans y Clara de Dörfli, Carlos y Ana volvieron a dar otra noticia que llenó de felicidad a todos: ellos también tendrían un segundo hijo. Ana volvió a quedarse embarazada después de varios intentos fallidos. La noticia del embarazo les causó gran alegría, pero la mayor alegría llegaría después, cuando el doctor dijo que venían dos bebés en camino. Aquella fue una feliz noticia y una situación que tanto Pedro como Heidi recordaban con mucho cariño, ya que esa misma noticia les fue dada a ellos cuando Heidi se quedó embarazada. Marcos deseaba que al menos uno de sus futuros hermanitos fuese un niño, mientras que Ana y Carlos tenían la ilusión de que al menos viniera una niña.
Durante su embarazo, Ana intentaba descansar y no hacer ningún tipo de esfuerzo. Heidi se pasaba cada día a casa de su hija para ayudarla en lo que fuera necesario. Marta también ayudaba a su nuera.
Los meses pasaron muy rápido y llegó el día en el que Carlos y Ana se convirtieron en padres nuevamente. A diferencia de Heidi, Ana no dio a luz a dos mellizos, sino a dos preciosas gemelas a las que Carlos y ella decidieron llamar Emma y Erika. Ambas eran pura dulzura, habían heredado el cabello castaño y las mejillas rosadas de su madre y los bonitos ojos verdes de su padre. Marcos no tuvo más remedio que aceptar que estaría rodeado de dos niñas. Aunque no le disgustó, ya que enseguida se encariñó de sus hermanitas.
Emma y Erika eran la mayor debilidad de Pedro y Heidi, les parecían las bebés más hermosas del mundo. Adoraban estar con sus nietas y se turnaban con Tomás y Marta para hacer compañía a las dos pequeñas.
A las pocas semanas de haber nacido las dos niñas, Carlos, Ana y Marcos habían sido invitados a merendar a la casa de un amigo y compañero de escuela del niño. Como Emma y Erika eran muy pequeñas, Heidi le dijo a su hija que ella y Pedro podrían cuidarlas durante algunas horas. Ana le agradeció el favor a sus padres y se las dejó, así podría disfrutar de la merienda tranquilamente aquella tarde de domingo.
Pedro y Heidi pasaron una increíble tarde junto a sus nietas más pequeñas. Hasta que se quedaron dormidas, Emma en brazos de Pedro, y Erika en brazos de Heidi.
-Son las princesitas de la familia. -dijo Heidi sonriendo.
-Sin duda, hemos tenido mucha suerte con todos los nietos que tenemos.
-Sí, los cinco son maravillosos.
Pedro y Heidi sonrieron mirando a sus hermosas nietecitas durmiendo. Hasta que llegó el momento en el que sus padres y su hermano vinieron a recogerlas.
Todo era alegría y unidad. Y así siguió siendo por días, semanas y meses. Durante ese tiempo, Pedro y Heidi veían crecer a sus nietos felizmente. Para ellos no había nada más bonito que disfrutar de su hermosa y encantadora familia.
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