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11. Bienvenidas y despedidas

Llegó el final de la primavera y nuevamente se celebró la feria de artesanía de Maienfeld. Esta vez, Heidi no fue la única que volvió a vender todos sus productos, Tobías también lo logró. Los quesos del muchacho fueron el producto estrella de aquel evento. Tobías irradiaba felicidad y Greta estaba muy contenta por el éxito que había tenido su esposo.

En seguida llegó el verano, y con él la llegada de Hans y Clara. Una ansiosa llegada para Greta, quien se reencontró de nuevo con sus padres. Heidi y Clara organizaron una pequeña fiesta en el patio de la casa, hubo mucha comida y mucha diversión para todos. Durante esos agradables meses de calor y de buen tiempo, todos pudieron disfrutar de inolvidables momentos en las montañas y en el pueblo.

Un día de esos, Heidi y Clara organizaron un picnic en el bosque. Se lo dijeron a sus hijas y también a Marta. Entre las cinco mujeres organizaron algo de comida que llevarían en unas cestas. Brígida también estaría presente, ya que el aire fresco le sentaría muy bien. Heidi y Clara la llevaron con cuidado y la mujer se sentó en una silla que trajeron de casa porque a su edad le resultaba muy difícil sentarse en el suelo. Ana y Greta extendieron una gran manta sobre la hierba y Marta sacó la comida que habían traído. Las cinco se pusieron a comer mientras conversaban felizmente. Cuando terminaron, Ana y Greta subieron hasta las praderas para coger algunas flores. Clara las miró marcharse y sonrió.

-Greta se ve radiante, se nota que vivir aquí le está sentando muy bien. Tanto ella como Ana están preciosas.

-Es lo que tiene vivir rodeados de naturaleza, calma, alegría y amor. Eso hace que todos nos sintamos siempre jóvenes. -dijo Heidi sonriendo.

-Sí, yo opino igual. -dijo Marta.

-Yo también. -dijo Brígida. -Creo que eso es lo que hace que pueda vivir tantos años a pesar de estar enferma.

-Esto te sienta muy bien, tía Brígida, no hay nada como estar al aire libre. -dijo Heidi.

Brígida sonrió con cariño.

-Y a tí también te ayudó, Clara. -dijo Heidi.

-Sí, me acuerdo cuando no podía caminar, este lugar me ayudó muchísimo a curarme. Y no solo eso, también la ayuda que todos me disteis, Heidi. Tú, Pedro y el abuelito siempre estuvisteis ahí, parecía que vosotros confiabais más que yo en que pudiera curarme.

-Tuviste fuerza de voluntad y lo lograste.

-Es cierto. Y no solo yo salí beneficiada aquí, Greta también se curó de sus problemas de alimentación cuando era pequeña. Nunca olvidaré el día que subimos a los pastos y te pidió más queso.

-Es verdad, lo recuerdo perfectamente.

-Pero bueno, yo no me quejo del todo porque al menos vivo con alegría y amor. Aunque es verdad que naturaleza y calma no tengo mucha que digamos, me gustaría poder disfrutar mucho más de eso.

-Yo nunca he estado en una gran ciudad. Pero por lo que siempre me han contado, pienso que a veces puede ser estresante. -dijo Marta.

-La vida en la ciudad y el trabajo a veces sí resultan muy estresantes. Si deseas desconectar un poco de todo eso puedes ir a algún parque, pero no es lo mismo que esto. Para eso tienes que ir a las afueras de la ciudad, al bosque. -dijo Clara.

-El bosque que tanto nos gustaba ir con la abuelita. -dijo Heidi.

-Sí, que bonitos recuerdos. Cuando Greta era más pequeña intentábamos ir todos los domingos. Ella siempre disfrutaba mucho cuando íbamos.

-Qué bien. Pues ya sabes, Clara, habla con Hans y veniros a vivir aquí. -dijo Marta riéndose con cariño.

-¿Ves, Clara? Marta también te lo dice. -dijo Heidi uniéndose a la risa de su amiga.

-¿Ya se lo dijiste? -preguntó Marta.

-Sí, yo se lo he dicho en varias ocasiones.

-Pues aquí te recibimos con los brazos abiertos, Clara.

-Lo sé... sería algo bonito... pero nuestros trabajos no nos lo permiten. -dijo Clara suspirando. -En fin, de momento tendremos que conformarnos con venir los veranos.

Heidi y Marta asintieron. En ese momento, Ana y Greta llegaron de las praderas. Las dos muchachas llevaban puestas dos coronas de flores, y consigo traían hechas otras cuatro más. Heidi se puso una y las otras tres fueron para Clara, Marta y Brígida. Esta última sonrió con el hermoso detalle de las muchachas.

-Mira que guapa estás con ella, abuelita. -dijo Ana sonriendo.

-Gracias cariño, así me siento más joven. -dijo Brígida riéndose tiernamente, lo que hizo que las demás también se rieran cariñosamente.

El picnic dio por finalizado y las cinco mujeres regresaron a casa. Los días posteriores también resultaron ser bonitos e inolvidables. Hasta que el regreso de Hans y Clara a Frankfurt anunció la llegada de un otoño más. De nuevo, las montañas se vistieron de tonos rojizos y amarillentos y las temperaturas empezaron a descender cada vez más.

Y de repente, un día de mediados de otoño, llegó una gran noticia que alegró a todos: Tobías y Greta estaban esperando un bebé. Pedro y Heidi no se lo creían, ¡ya se iban a convertir en abuelos! Esa noticia les causó gran alegría. Ana y Carlos estaban muy contentos, ya que serían tíos. Y esa noticia también animó mucho a Brígida, se convertiría en bisabuela. En seguida, Greta escribió una carta a sus padres contándoles la feliz noticia y estos no pudieron evitar gritar de la emoción al saberlo. El bebé llegaría durante el próximo verano por lo que Hans y Clara podrían estar al lado de su hija cuando esta diera a luz.

Los meses iban pasando y llegó el invierno. Debido a su estado, Greta no asistió a dar clases de música en la escuela ese año. Las únicas que asistían a la escuela a trabajar eran Heidi y Ana, quienes daban clases de lectura y pintura respectivamente. Y como Tobías ya no trabajaba de cabrero podía estar junto a su esposa. Él se centraba en preparar sus quesos para venderlos y ganar dinero, y también hacía algún que otro pequeño trabajo de carpintería, ya que Pedro también le había enseñado a su hijo. Aunque este siempre se decantaba más por los quesos que por la madera.

En seguida, la primavera hizo su llegada a los Alpes, y Tobías regresó a los pastos con las cabras. Heidi y Ana solían ir a visitar a Greta frecuentemente por si necesitaba ayuda y aprovechaban para pasar el rato con ella. La muchacha se sentía feliz junto a su suegra y su cuñada.

Un nuevo verano hizo su llegada al mismo tiempo que Hans y Clara ponían los pies en Dörfli para estar en compañía de su hija. Las semanas pasaron y al fin llegó el feliz día, Tobías y Greta se convirtieron en padres. Habían tenido una preciosa niña a la que llamaron Vera. Esta tenía el cabello tan negro como el de su padre y los preciosos ojos azules de su madre. Todos se sintieron muy felices por la llegada de Vera.

Los abuelos estaban encantados con su nieta. Les encantaba jugar con ella y mimarla, en especial Heidi y Clara. Brígida también disfrutaba de agradables ratos con su preciosa biznieta. Vera había sido una gran bendición para todos.

-No puedo creerme que a mis 38 años de edad ya sea abuela. -dijo un día Heidi riéndose tiernamente mientras estaba a solas con Pedro. -Pero bueno, es lo que tiene haber sido madre con 19. Y como nuestros hijos se casaron con 18, como yo, no era raro que esto sucediera tarde o temprano.

Pedro se rió.

-Es verdad. Yo también tendré que acostumbrarme, aunque a mis 44 años me siento joven para ser abuelo.

-Y lo más bonito es que compartimos nieta con Hans y Clara. Es algo muy especial que nos une a los cuatro.

-Así es.

-Aunque pensé que Tobías y Greta iban a esperar un poco más antes de ir a por el bebé.

-Bueno, nosotros tampoco esperamos mucho...

-¿Nosotros? -preguntó Heidi riéndose.

Pedro soltó una carcajada.

-Lo sé, en realidad fue mi culpa. No pude detenerme a tiempo y acabé dentro de ti sin pensar en las consecuencias.

-Unas hermosas consecuencias, porque Tobías y Ana son lo mejor que nos ha pasado.

-Sí, con ellos hemos vivido muchos momentos inolvidables.

-Y con Vera y los demás nietos que puedan venir después seguro que también. Deseo que todos tengan momentos bonitos e inolvidables con nosotros, al igual que yo los tuve con el abuelito.

Pedro sonrió y asintió con la cabeza.

-Nos encargaremos de que así sea.

Heidi también sonrió y le dio un beso a su esposo.

Pedro y Heidi disfrutaban mucho de ver a su querida nietecita crecer más cada mes. Hasta que un buen día, Carlos y Ana dieron otra alegre noticia a todos: ellos también estaban esperando un bebé. Pedro y Heidi alucinaban, se convertirían en abuelos por segunda vez y se sintieron muy felices. Tobías se puso muy contento por su hermana y porque su hija tendría a un primito o una primita con quien jugar. Tomás y Marta también se alegraron muchísimo porque para ellos sería su primer nieto.

Y justo cuando Vera ya tenía su primer año y algunos meses más, llegó el turno de que Carlos y Ana dieran la bienvenida a su bebé, el cual resultó ser un hermoso niño al que llamaron Marcos. Este tenía el cabello castaño rojizo de su padre y los ojos negros de su madre.

La alegría invadió nuevamente a Pedro y Heidi, quienes ya podían disfrutar de su segundo nieto. Y no solo ellos, Tomás y Marta también disfrutaban mucho de él.

Los días pasaban felizmente. Pero no se tardó mucho en que comenzaran a llegar meses difíciles y tristes. 

La salud de Brígida empeoró. A pesar de todas las medicinas que últimamente Pedro le había estado comprando a su madre, esta se iba apagando como una vela. Llegó el día en el que ya no pudo levantarse más de la cama y requería la atención de alguien en todo momento. Esto afectó a todos, en especial a Pedro, quién temía que lo peor llegaría en cualquier momento. Tanto él como Heidi habían pasado por esa misma situación con la abuelita y posteriormente con el abuelito. Ahora, tristemente, le estaba ocurriendo también a Brígida.

Quien más se ocupaba de cuidar de ella era Heidi, aunque Pedro intentaba trabajar menos tiempo para cuidar también de su madre. Tomás y Carlos solían quedarse más tiempo trabajando en la carpintería, ya que no les importaba hacerle ese favor a Pedro, así él podía llegar antes a casa. Marta también le ofrecía ayuda a Heidi. Ana iba todos los días que podía a casa de sus padres para ayudar también en el cuidado de su abuela, y Tobías se pasaba cada tarde al bajar de los pastos.

Los meses pasaban y el doctor del pueblo hacía todo lo posible por ella, pero aquello era algo inevitable, contra las enfermedades de la edad no se podía hacer mucho.

Un día de invierno, Pedro decidió trabajar solamente por la mañana al ver que su madre había empeorado las semanas anteriores. Tenía fiebre y a ratos tosía. Heidi colocó un trapo húmedo en la frente de su suegra y le dio algunas medicinas que le ayudaron a bajar la fiebre. Estuvo toda la mañana con ella hasta que Pedro llegó a casa.

-Que Dios te pague todo lo que haces Heidi, gracias por ser tan buena. -le dijo Brígida a su querida nuera.

-Haría lo que fuera por ti, tía Brígida. Siempre fuiste como una madre para mí, estuviste ahí para ayudarme y explicarme todo lo que una mujer tenía que saber. Te quiero mucho. -dijo Heidi con los ojos llenos de lágrimas.

-Yo también te quiero mucho. Siempre nos llenaste a todos de felicidad, pero la mayor alegría de mi vida ha sido que Pedro y tú os casasteis y me dísteis los nietos más maravillosos del mundo.

Heidi sonrió a su suegra con lágrimas en los ojos, besó su mejilla y la abrazó durante un rato. A Pedro, que estaba allí presente, también se le llenaron los ojos de lágrimas.

-Tengo que preparar la comida, tía Brígida. Pedro se queda un rato contigo.

Brígida asintió y sonrió. Cuando Heidi salió de la habitación, Pedro se acercó a su madre y se sentó en el borde de su cama. Tocó su frente y, al ver que aún tenía un poco de fiebre, humedeció el trapo y se lo volvió a colocar.

-Gracias por todo lo que has hecho siempre, hijo.

-Madre... yo... sé que a veces he actuado tontamente y que he sido un poco brusco... podría haber sido un mejor hijo en algunas ocasiones...

-No Pedro, para mí no existe mejor hijo que tú. Siempre fuiste muy bueno, la abuela y yo siempre estuvimos muy orgullosas de tenerte con nosotras.

Los ojos de Pedro se llenaron de lágrimas nuevamente.

-No podía hacer menos, madre. Desde que padre murió, tú me criaste con la ayuda de la abuela... Gracias por todo lo que has hecho por mí en tantos años...

-Eso es lo que hace una madre que de verdad quiere a su hijo, darle todo cuanto puede. Y pase lo que pase, sé que estarás bien, tienes a una gran mujer a tu lado, Pedro. Heidi ha sido lo mejor que nos ha pasado a todos... Me iré feliz porque tienes a tu esposa, a tus hijos y a tus nietos, los que tienes ahora y los que quizás vengan más adelante... Sé que ahora serán momentos difíciles para ti y que lo pasarás mal. Pero también sé que, por muy triste que puedas sentirte, Heidi nunca dejará que te hundas, su amor por ti será tu gran apoyo, ella te ayudará a seguir adelante.

Pedro se secó las lágrimas que salían de sus ojos y abrazó a su madre. Pero de repente, ella comenzó a toser nuevamente.

-Tienes que descansar, madre. Más tarde vendré a verte.

Brígida asintió y Pedro la besó en la frente. Después, salió de la habitación para dejarla descansar.

Pero a pesar de todos los cuidados, Brígida acabó falleciendo días después. Se hizo un pequeño velatorio en donde todos los aldeanos fueron a transmitir sus condolencias a la familia, en especial a Pedro. Brígida siempre fue una mujer muy querida en el pueblo, tanto ella como la abuelita lo fueron, y los aldeanos que la conocieron sintieron mucho su pérdida. Brígida fue enterrada en el cementerio del pueblo, al lado de la tumba de su esposo y de la abuelita.

Pedro se sintió bastante triste por la pérdida de su madre, al igual que Heidi y sus hijos. Por varios días se mantuvo cabizbajo y con pocas ganas de hablar.

Una noche, mientras cenaba con Heidi, Pedro no tuvo su característico apetito de siempre. Agarró un trozo de pan, apenas dio unos cuantos bocados y volvió a dejarlo encima del plato. Heidi le miró y vio la tristeza reflejada en los ojos marrones de su esposo. Ella también lo estaba pasando mal, pero su amado Pedro parecía estar peor y a ella le dolía verle así. Se levantó de la silla y se sentó sobre una de las piernas de su marido. Le acarició el rostro mientras le miraba con toda la dulzura que solo ella sabía transmitir. Él la miró y una pequeña sonrisa apareció en su rostro.

-Recuerdo las palabras que dijo mi madre días antes de morir... Y tenía razón, tú eres mi mayor apoyo, Heidi. Lo fuiste cuando murió la abuela y ahora también.

-Y siempre lo seré, tú también fuiste el mío cuando murió el abuelito. -le dijo ella, tomando su rostro con las manos. -Siempre estaré a tu lado Pedro, estaremos juntos hasta el final.

Pedro esbozó una pequeña sonrisa y asintió. Él casi nunca solía llorar delante de Heidi, siempre había sido muy fuerte emocionalmente, pero esta vez no pudo evitarlo y dejó que las lágrimas cayeran solas de sus ojos. Abrazó con fuerza a Heidi y lloró, apoyando su rostro en el pecho de ella. Esta no estaba acostumbrada a verle así de abatido. Recordó que le ocurrió lo mismo con la muerte de la abuelita. Habían sido de las pocas veces que le había visto tan mal emocionalmente y ella lo entendió perfectamente. Heidi tampoco pudo evitarlo y lloró con él, mientras acariciaba su cabello tiernamente.

Pedro levantó la cabeza y con los ojos llorosos miró a Heidi, ella secó sus lágrimas suavemente. Tomó el rostro de Pedro entre sus manos y con toda su dulzura besó sus mejillas, su frente, su nariz y por último sus labios, en donde se detuvo un rato. Después del último beso, Pedro la miró a los ojos e intentó sonreír. Otra lágrima cayó de su rostro y esta vez fue por la felicidad de tener a una esposa tan dulce y tan buena como Heidi.

-Te quiero Heidi. -dijo él agarrando las manos de su esposa para besarlas. -Mi dulce y amada Heidi... eres mi vida.

Ella le sonrió tiernamente y acarició su mejilla.

-Te quiero Pedro... mi amado Pedro... mi dulce amor.

Ambos sonrieron tiernamente y volvieron a besarse dulcemente, dejando que su gran amor les ayudara a superar la tristeza y el dolor.

Pasaron varias semanas y el ánimo de Pedro mejoró con el cariño y el apoyo de su dulce Heidi. Ella le ayudó a que volviera a ser el hombre simpático y feliz de siempre. La compañía de sus nietos también ayudaron mucho tanto a Pedro como a Heidi, llenando sus días de alegría y felicidad.

Pero tiempo después, Pedro y Heidi tuvieron que despedirse de Trueno, quien ya estaba muy viejo. Todos se sintieron tristes otra vez, en especial Tobías y Ana, quienes se habían criado con él. Pero los recuerdos de los buenos momentos junto a su querido perro animaban a todos y consiguieron superarlo.

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