Hechizo quemero parte 3
Me había enseñado a conjurar el fuego, el viento y la electricidad, a salir del cuerpo y viajar por el multiverso, a descubrir mi senda mágica. Compartió tanto conmigo sobre las artes secretas que pronto llegué a ser su igual.
Esa madrugada estábamos en el Parque Florentino Ameghino. Queda a unas siete cuadras del parque principal que le da el nombre al barrio.
Rubén llevaba puesta una camiseta de San Lorenzo, el equipo de fútbol del que era hincha.
—¿Justo tuviste que traer "esa" camiseta? —le dije, poniendo los ojos en blanco—. Si sabés que es el rival de Huracán... Es como entrar a un territorio con la bandera del enemigo. Tenés suerte de que los hinchas que nos cruzamos solo nos gritaran. Podrían haber querido cagarnos a trompadas. Menos mal que eran pocos.
—Son las tres de la mañana de un miércoles. No debería haber tanta gente en la calle. —Se rio, divertido—. Y yo quiero usar la camiseta de mi club, esté donde esté.
—Siempre queriendo armar bardo, vos...
—Sos un mago. No entiendo porqué tenés miedo.
—Rubén, tener poderes no significa andar usándolos gratuitamente. ¡Y menos para andar provocando a la gente en la calle por algo tan boludo como el fútbol!
—Bueno, bueno, perdoname por querer un poco de acción. En otros momentos no te quejás de mi lado salvaje...
Hizo una media sonrisa y me observó con aquel brillo atrevido en su mirada. Le di un empujón suave en el hombro.
—¡Cortala, Rubén!
Me froté los brazos, invadido por un escalofrío. Miré hacia el Hospital Muñiz, que tenía enfrente, pasando el parque. Después giré hacia la cárcel abandonada que está en la vereda opuesta. Sus ladrillos viejos y sus ventanas con barrotes me daban miedo. Percibí sombras pasando a mi lado.
—¿Por qué querías venir acá? —Señalé el parque—. Odio la energía de este lugar. Alguna vez fue un cementerio.
—Justamente por eso... —susurró y puso una expresión misteriosa.
Me besó y se llevó un dedo a los labios. Apuntó la mano hacia un árbol y comenzó a recitar en un lenguaje arcano. La tierra escupió niebla espesa, escuché gemidos. Entonces, vi los ojos del cadáver asomando de la tierra.
—¡Basta! —grité—. ¡Es la última vez que hacés este tipo de magia! ¡Prometémelo!
Rubén dejó de recitar y el cadáver se desvaneció en el aire. Me abrazó fuerte.
—Está bien. Perdoname. Quería probar este hechizo y mostrártelo...
—No es correcto molestar a esas almas solo por capricho, Rubén.
—Tenés razón...
***
Pasó un año. Mi apariencia cambió. Tenía barba y llevaba el pelo largo. Estaba de nuevo en el Parque Florentino Ameghino, solo, durante la madrugada, y llevaba el báculo en la mano.
Crucé hacia la cárcel abandonada y me paré frente al portón. Se abrió con un movimiento de mi báculo. Di unos pasos, iluminé el lugar con mi magia y solo encontré basura y escombros.
«¡Mostrá la verdad!», pensé, golpeando el suelo con mi cayado y todo cambió. Era un laboratorio lleno de espectros, nubes de energía psíquica y seres humanoides encerrados en orbes y cristales. Rubén, que terminaba de guardar a una sombra en una esfera, giró hacia mí sonriendo y sacó su varita.
—Te extrañé, gordo —dijo.
—Yo no —respondí, y comenzó la batalla.
***
Salgo de la nube de recuerdos, tratando de acomodarlos en mi cabeza con rapidez. Ahora las cosas cobran sentido... Soy un mago, ¿cómo pude rechazar esa parte de mí? Me llevo una mano al pecho, donde vuelvo a sentir las heridas que el engaño de Rubén dejó en mi corazón.
Suspiro, comprendiendo por fin lo que me estaba pasando.
Todo este tiempo extrañé a mi magia, por eso algunas noches la sentía de nuevo. Creía que los últimos años se habían pasado rápido, cuando en realidad había borrado la mayor parte de mis recuerdos...
Me despabilo. Ahora tengo una nueva vida, con un nuevo novio en Parque Patricios y mi barrio está en peligro por culpa de mi ex.
—¿Dónde está Iván? —le pregunto a Aurelio, el yalten que me liberó de mi autoengaño.
—Lo tiene Rubén. No pudo lastimarlo porque lo protegiste inconscientemente con tu magia, pero no sé cuánto va a lograr resistir. Tu ex está en el parque, utilizando el miedo que absorbió de la gente para crear alguna monstruosidad.
Cierro los puños, temblando. Asiento al yalten, en agradecimiento y observo mi báculo. Lo hago girar un par de veces en mis manos y este brilla. La luz me cubre por completo durante unos instantes, antes de que mis pies se despeguen del suelo.
Paso sobre la terraza y los árboles, para luego aterrizar en la calle, ahora territorio de los espectros. Los vecinos están guardados en sus casas. Pienso en Iván y la angustia me atraviesa el pecho. ¡No voy a dejar que nada malo le suceda!
Media cuadra antes de llegar al parque, escucho rugidos y diviso a un humanoide gigantesco que está arrancando los árboles con furia. Corre hacia la avenida Caseros, pero lo detengo con un rayo. Acto seguido, atravieso la distancia que nos separa de un salto. La criatura grita y surge un torbellino rojo y azul sobre su cabeza, que materializa a Rubén.
—Hola, gordo.
—Decime Lucas, por favor —le pido—. Ya no estamos saliendo. ¿Dónde está Iván?
—Me encerraste en el limbo y destruiste a mis criaturas. Eso puedo entenderlo, por toda tu moral pelotuda. —Se ríe y niega con la cabeza—. Ahora, ¿por qué te hechizaste a vos mismo para olvidar tus poderes? ¿Cómo podés volver a ser un mundano después de conocer la magia?
—Aunque lo sospechaba, fue muy doloroso descubrir tu lado oscuro y mucho más tener que encerrarte. —Se me escapa un suspiro y me encojo de hombros—. Supongo que quise borrarte completamente de mi vida y eso incluía a la magia.
—Lo primero que hice al salir de limbo fue buscarte. Cuando te encontré, ya tenías armado tu nidito de amor con ese gil, que encima te hizo de Huracán —dice, masticando con odio cada palabra.
—Sabés que nunca me gustó mucho el fútbol, pero volvería a hacerme de Huracán solo para molestarte. —Hago una mueca mordaz.
Rubén da un salto y aterriza frente a mí. Sonríe, listo para contestarme, pero se queda en silencio. Mira hacia abajo y levanta su pie derecho. El rostro se le transforma cuando se da cuenta de que acaba de pisar un sorete.
—¡Voy a matarlos a tu novio y a vos, pero primero voy a destruir a este barrio de mierda! —Grita, sacudiendo su varita en el aire.
Se eleva de nuevo y desaparece envuelto en una nube oscura, que entra en el humanoide. El monstruo corre hasta cruzar la avenida Caseros y comienza a destrozar la sede de Huracán.
—¡Ey, pibe! —escucho, y giro hacia la estatua de Ringo, que tira unos puñetazos al aire—. ¡Sacame de acá, te puedo dar una mano!
Le apunto con mi báculo, que lo cubre de poder, y Ringo llega de un salto a la avenida. Despego y lo sigo. Utilizo toda mi magia para hacerlo crecer, pero no llega a la altura del monstruo. A pesar de eso, Ringo lo enfrenta golpeándolo en las piernas con fuerza. Empiezo a transpirar. Por más que lo sigo intentando, no puedo hacerlo crecer más.
El monstruo toma a Ringo con una mano y abre sus fauces. El boxeador de piedra resiste, tratando de liberarse. De pronto, escucho un canto a mis espaldas y empiezo a sentir una fuerza. Es un calor que sube como un fuego y me renueva.
—¡Este es el barrio, el barrio de la quema, este es el barrio de Ringo Bonavena!
¡Son los vecinos, que salieron a la calle! Me están pasando su energía.
Apunto de nuevo hacia Ringo y logro que vuelva a crecer, cada vez más, a medida que las personas se suman. Con tres puñetazos limpios, el boxeador derriba al monstruo. Después, da un salto y rompe con un gancho el domo oscuro, que se desintegra.
La gente estalla en vítores y Ringo levanta los puños. Mientras la multitud festeja con la estatua del boxeador, que recupera su tamaño normal, aterrizo a un lado del monstruo. Los espectros salen de la criatura, que se está desvaneciendo. También la abandona un humo negro que se mezcla con la noche.
«La próxima vez no vas a escaparte», le digo a Rubén, con la mente. El monstruo termina de desaparecer y encuentro a Iván, que se despierta debajo de la sede de Huracán. Lo abrazo y lo beso.
—Tuve un sueño rarísimo —dice—. ¿La estatua de Bonavena está viva? —exclama, al ver al boxeador saludando a sus fans—. Creo que todavía no termino de despertarme.
Lo tomo de la mano y lo ayudo a pararse. Sonrío.
—Volvamos a casa, amor.
FIN
Lucas y Rubén por Ash-Quintana
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