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Hechizo de viento y sombra parte 4

A medida que pasaban los meses nos conocíamos más y yo reflexionaba si en algún momento iba a revelarle mi magia y cómo lo haría. También, continué sospechando que él estaba en algo similar y esperaba alguna señal para que pudiéramos compartirlo. En casa estaban mis mazos de Tarot y mis velas, sobre los que nunca me preguntaba.

Uriel trabajaba como locutor de radio. En su programa, que salía a la noche, pasaba música y leía cuentos y poemas. Varios me los dedicó a mí. Incluso buscó algunos de mis escritos, que yo publicaba en las redes. Escucharlos con su voz profunda me hacía sentir desnudo y suyo.

Uriel terminaba a las tres de la mañana y se acostaba muy tarde. A veces venía a casa después de laburar y teníamos sexo hasta las seis o siete, y caíamos dormidos. Una vez, cuando estaba en un sueño muy profundo, lo sacudí para despertarlo. Me había asustado: su extrema palidez, más la suavidad con la que respiraba, lo hacían parecer un cadáver. Se puso muy mal; estaba mareado y con náuseas. Después de que logré tranquilizarlo, siguió durmiendo y no quiso irse hasta el anochecer.

A veces nos juntábamos a la tarde, luego de mi trabajo y antes de que él saliera para el suyo. Venía con lentes oscuros, siempre se veía débil y aletargado. No comía casi nada, porque se sentía descompuesto.

—Los males de trabajar de noche —me decía, mientras el sol bajaba y tomábamos mate en la plaza.

Al rato, mejoraba. Era difícil seguir ese ritmo y me desarreglaba un poco los horarios de sueño, pero yo lo amaba y estaba dispuesto a acompañarlo. También nos encontrábamos en su casa, un PH que se había comprado con la herencia de sus padres, en Villa Urquiza.

Cuando pasó un año, comenzaron los ataques de la bandita de hechiceros y yo ya no quería ocultarle mis poderes.

—Tengo que decirte algo importante —afirmé una madrugada, abrazado a él en su cama. El aroma del romero y el incienso, dos plantas mágicas, se colaba desde el patio, y lo tomé como una buena señal—. Siento que vos, en particular, lo vas a entender mejor que el resto.

—Podés contarme cualquier cosa —aseguró, acariciándome el rostro.

—Soy un mago —le revelé, mirándolo a los ojos.

—Ya sé. Estaba esperando tu llamado desde hacía mucho tiempo y lo sentí aquella noche, cuando lanzaste tu hechizo en Kilómetro Cero. Entonces, volé a toda velocidad hacia vos, junto a Esperanza y Jere. Sos mi alma gemela.

Me quedé paralizado. Si bien lo sospechaba hacía tiempo, temía que fuera uno de esos enredos que hace la mente, tratando de ver sus deseos en el mundo y no lo que tiene enfrente. Ese es el principal obstáculo del mago, discernir entre fantasía y realidad mientras espera los resultados de sus hechizos.

—Así que también sos mago —le dije—. Creo que siempre lo supe.

—En eso te equivocás —retrucó, sin dejar de acariciarme—. No soy un mago, aunque sí soy un ser mágico.

—¿Qué sos?

—Un vampiro.

Nos quedamos en silencio por un rato, mientras yo trataba de procesarlo. De pronto, comencé a temblar. Su piel atérmica, sus besos frescos, su interior frío. Por fin comprendía esas sensaciones, así como el aura extraña que emanaba de sus poderes. De todas las historias y leyendas que hablaban de los vampiros, ¿cuáles eran ciertas?

—Tranquilo —dijo Uriel, estrechándome con fuerza—. No pasa nada.

—¿Ahora qué? ¿Vas o morderme? ¿Vas a volverte malo?

Uriel se rió a carcajadas y me apretó aún más contra él, sumergiéndome en los cabellos de su pecho.

—No, mi amor. Soy la misma persona de siempre. Pero ahora que pude decirte la verdad, hay más cosas que tenés que saber. Lo mejor sería mostrártelo.

—¿Mostrármelo? —le pregunté, apartándome de él—. ¿Cómo?

—Vistámonos —me dijo. Le obedecí.

Me tomó de la mano y caminamos hasta el patio, donde me besó bajo las estrellas. Sentí que se separaba de mí y que tiraba de mi brazo hacia arriba. Abrí los ojos y lo vi suspendido en el aire, todavía agarrado de mí. Despegué y volamos juntos, entre las estrellas y los nimbos del verano.

***

Uriel me llevó de una terraza a otra, mostrándome los paisajes más bellos de la ciudad, antes del amanecer. Me contó un poco acerca de la magia vampírica y sus hechizos ancestrales. Compartíamos cada madrugada.

Empezábamos haciendo el amor y después él me enseñaba sobre los poderes oscuros: los vampiros eran capaces de manipular las sombras, absorber tanto la luz eléctrica como la natural y comunicarse con los animales, entre otras cosas. Muchas veces nos acompañaron Esperanza y Jeremiel, vampiros como él; me explicaron que cada persona con el don oscuro se especializa en las habilidades que son más afines a su esencia.

Jeremiel controlaba el brillo de luna en un espacio determinado y podía crear algunas ilusiones. Esperanza manipulaba los sentimientos y se transformaba en una loba gris inmensa.

Uriel era capaz de leer la mente, algo que ya me veía venir, y crear emanaciones de las penumbras; ya fuera un tentáculo para detener a un enemigo o dar vida a un espíritu sombra.

También me contaron sus debilidades. La luz del sol no los destruía, pero exponerse demasiado a ella los enfermaba y podía dejarlos en letargo. Solo algunos eran alérgicos al ajo. Las cruces no los afectaban. De hecho, sus poderes crecían en territorios sagrados como aquellos con templos e iglesias.

Me volví fanático de esa magia desconocida y deseaba practicarla y conocer su origen, pero los vampiros no quisieron mostrarme más.

—Para eso deberías iniciarte —me explicó Uriel—. Es decir, convertirte en uno de nosotros.

—Si lo hago, ¿qué pasará con mis poderes mágicos, los de mago humano?

—En la mayoría de los casos, se pierden. A menos que puedan traducirse a la magia vampírica. En ese caso, es probable que sufran modificaciones que pueden ser leves o completamente radicales.

—Ustedes, los vampiros... ¿están muertos? —le pregunté, temiendo su respuesta—. Yo sentí tu corazón latiendo con fuerza cuando hacíamos el amor.

—No estamos muertos, pero nuestra materia es distinta a la de los vivos. Somos seres de... —se interrumpió, de pronto.

—¿De qué?

—De nada. No puedo seguir hablando de eso, perdoname.

***

Llegó la noche en la que los acompañé a alimentarse. Tenía miedo, a pesar de que los chicos me habían explicado que era distinto de lo que contaban las historias y leyendas. Los seguí, mientras buscaban por los barrios, entre las mentes humanas, alguien malvado que mereciera el castigo de los poderes oscuros.

Observé desde lo alto cuando Esperanza se aproximó al hombre que aguardaba el colectivo en una parada vacía, a eso de las tres de la mañana. Lo hipnotizó con un gesto y los demás lo rodearon enseguida. Uriel le puso una mano en la frente, Esperanza en el pecho y Jeremiel en la entrepierna. Susurraron un hechizo y el hombre dio un largo gemido. Con mi visión astral, observé cómo la energía fluía desde los centros de energía de la víctima hacia los de los vampiros.

Se fueron tan rápido como llegaron, dejando al tipo trastabillando y confundido, con una expresión de cansancio y profundas ojeras.

Esa madrugada, ya con el sol despuntando, le pregunté a Uriel en qué consistía la iniciación. Estábamos frente al río, en una terraza cheta de un edifico en Vicente López, mirando al cielo teñirse de naranja a medida que el astro avanzaba. El espectáculo era magnificado por el reflejo en el agua, donde la marea jugaba con la luz y mezclaba los colores. Uriel me abrazó fuerte y suspiró.

—Es un ritual, nada más. No hay sangre que derramar ni que beber. Lo único que importan son el aliento y la intención de las palabras. Y que desees volverte uno de nosotros.

—¿Por qué me eligieron a mí?

—Yo te elegí, porque te amo.

—¿Por eso solo?

—¿No te parece suficiente?

—A decir verdad, no. Me estás ofreciendo la vida eterna y unos poderes increíbles. No debería, no sé... ¿ser alguien más importante para el mundo? O al menos, para los vampiros.

—Sos importante para mí. Sos mi alma gemela. Y un mago increíble; no puedo esperar a ver lo que vas a lograr como vampiro.

—No sé, Uri...

—Cada vez que se suma un nuevo integrante al clan Lillu, parte de sus atributos se agregan a nuestro colectivo, más o menos transformados por la magia vampírica. Tu sensibilidad como poeta y tu poder como taumaturgo nos traerán algo nuevo, distinto.

—No es solo eso, Uriel.

—Lo sé. Tenés miedo de estar para siempre conmigo.

—Sí.

—También sé que es tu verdadero deseo, porque veo tus anhelos más profundos.

—Basta, Uriel —le dije, cubriéndome la cabeza con las manos. Se rio.

—Lo estás pensando con los límites humanos —aseguró—. El tiempo desgasta todo. Tu cuerpo, que ya siente las primeras señales del envejecimiento. Y el amor, destinado a florecer y secarse como las plantas. Sin embargo, eso puede ser detenido con nuestra magia. Si te volvés un vampiro conmigo, ahora que sentimos un amor pleno, este será para siempre, sin los vaivenes de los mortales. Y vas a recuperar tu juventud, para nunca perderla.

—Necesito pensarlo. Te amo mucho y es cierto que una de mis mayores angustias es que las cosas se terminan. Creí que era parte de la madurez pensar cada nueva relación con una fecha de vencimiento —le expliqué—. Sin embargo, eso no mejoró las cosas. De hecho, fue oscureciendo mi corazón. Lo que me planteás ahora, la posibilidad de escapar de ese ciclo de vida y muerte... es tentador y aterrador a la vez.

—Siempre aspiraste a algo mayor que lo mundano. Ahora podés dejar a los mortales con sus enfermedades y sus penas —me propuso, acariciándome el rostro— y aceptar la bendición del don oscuro. Tenés hasta la próxima luna nueva para pensarlo —afirmó y me besó con ternura.

Después me estrechó de nuevo entre sus brazos, antes de convertirse en niebla y desaparecer.

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