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Hechizo de viento y sombra parte 3

Se hallaba en la cima de las escaleras; yo, en la base. Era grandote y tenía un flequillo salvaje en medio del cabello castaño y corto. La barba tupida estaba enmarcada con prolijidad.

Me estremecí. Sabía que era hábil con la magia, más de lo que muchos soñaban con alcanzar en toda una vida, pero las manifestaciones instantáneas eran excepcionales, incluso para mí. Me manejé con cautela.

Bajó rápido, acompañado por una chica y un chico. Por un momento creí que se maquillaban la piel de blanco, porque no podían ser tan pálidos. Quizás las luces del boliche creaban ilusiones.

—Hola, ¿ya te vas? ¿Por qué no te quedás un rato? —me dijo él.

Leí el fuego de la magia en su mirada.

—Si me lo pedís así, me quedo —contesté, con una sonrisa pícara.

—Dale, te invito una bebida. ¿Cómo te llamás?

—Antonio, ¿vos?

—Uriel. Estos son mis amigos: Esperanza y Jeremiel.

—Tienen nombres de ángeles —les dije y se rieron.

—Estamos bastante lejos de eso —aseguró la chica, mientras caminábamos hacia la barra.

—Mejor. Son espíritus medio ortibas —afirmé y se rieron.

Prácticamente podía oler los hechizos que emanaban de ellos, aunque no pude identificar qué magia usaban. Era una energía desconocida para mí. Estaba seguro de que, así como yo los estaba leyendo mágicamente, ellos hacían lo mismo conmigo.

Esperanza era una mujer gordita, de unos veintitrés años. Su piel era de tez oscura, como la mía. Sonreí al ver su remera de Sudor Marika.

—Me encanta tu remera —dijimos al unísono.

—"It's Britney, bitch..." —Leyó Uriel en mi pecho, interponiéndose entre Esperanza y yo—. Britney Spears; somos sus fans, desde el principio. —Tocó mi pecho y sentí un escalofrío. Me clavó sus ojos pardos—. Esto es el destino.

De pronto, mi garganta estaba seca. Tragué saliva y observé a su amigo Jeremiel. Tenía el pelo teñido con los colores del arcoíris. Era un varón trans alto y flaco, de barba rubia, y llevaba un piercing en la ceja izquierda.

Agarré la cerveza que me pasó Uriel y lo tomé de la mano. Se sintió extraño: incluso con este calor, su piel era atérmica, ni fría ni caliente.

Me lo llevé a la pista y empezamos a bailar. Nos aproximamos y noté unas canas en su barba y en su cabello. No sé cuántos temas compartimos, solo recuerdo que sus amigos se sumaron y nos traían cervezas sin parar. En un momento tomé confianza y metí la mano por debajo de su remera, acariciándole la panza. Me recorrieron unas ondas de placer que se concentraron en la boca de mi estómago. Subí hasta su pecho, disfrutando de los cabellos largos y suaves de sus pectorales. Le hice unos mimos en los pezones. A pesar de todo lo que habíamos bailado, él no transpiraba. ¿Cómo hacía? Me olvidé de eso, extasiado por su belleza.

Uriel me tomó del rostro. Lo besé y, en cuanto me rodeó con sus brazos y su lengua fresca entró en mí, supe que iba a ser suyo esa y muchas otras noches.

***

Unas semanas después, estaba en el vivero de un Easy buscando plantas para el balcón. Quería árboles de caucho, cintas, helechos, o lenguas de tigre, cualquiera que sirviera para absorber el calor. Avanzaba por los corredores donde se exhibían macetas, pequeños arbustos, bolsas de tierra y materiales para el jardín. Era un placer estar en ese lugar. Al menos por un rato, me contactaba un poco con la naturaleza y descansaba de las prisiones de concreto de la ciudad.

Se acercaba la noche y seguía molesto por no encontrar nada. Entré a un sector con estatuas y fuentes, rodeadas de plantas grandes. Se hallaba vacío y no del todo bien iluminado. Bufé, al no ver ningún cartel que indicara las especies que tenía enfrente. Eran lindas. ¿Y si compraba guiado por mi intuición? Pensé en hacer un hechizo para hablarle a la Consciencia Verde, pero no quería gastar energía.

Por suerte, alguna deidad escuchó mis pensamientos porque, un instante después, surgió un vendedor como de la nada. Tenía más o menos mi edad y era bastante lindo. Barbudo y un poco gordito, como me gustan a mí. Me explicó que no tenían las plantas que buscaba, pero me recomendó algunas que terminé llevando, convencido por su sonrisa y sus ojos verdes brillantes. Creo que empezó a levantarme, porque me preguntó a qué me dedicaba y charlamos un rato. Me prometió que iba a comprar mis libros.

Ya con mis plantas, le agradecí y me alejé rumbo a las cajas, atravesando de nuevo la parte solitaria con las estatuas. Iba apurado, porque estaban por cerrar y además no quería perder el bondi a esa hora.

—Me parece igual a los dioses aquel que estaba frente a ti y a tu lado te escuchaba absorto, mientras le hablabas con dulzura y sonreías con encanto... —dijo una voz.

Giré alrededor, pero no había nadie. ¿Acaso había hablado una de las estatuas? Me saltó el corazón al verlo surgir entre las plantas; durante un instante, creí que una de las figuras de mármol había cobrado vida, pero lo reconocí enseguida: su barba tupida, su pelo castaño con mechones blancos, su cuerpo grande. Era Uriel y traía entre las manos una planta de florcitas blancas.

—Eso arrebata el corazón de mi pecho —continuó recitando y me tomó de la mano—, apenas te miro y entonces ya no puedo decir ni una palabra.

—Se me espesa la lengua, un sutil fuego me recorre... los oídos me zumban. Seguía así, ¿no? —comenté, con los ojos entrecerrados y Uriel sonrió—. Estabas parafraseando a Safo.

—Qué culto es mi chico. —Asintió y me saludó con un beso en el cachete.

—¿Te pusiste celoso porque hablaba con el vendedor? —le pregunté y se encogió de hombros, sonriendo—. ¿Qué hacés acá? Es mucha casualidad habernos encontrado...

—Vine a comprarte un jazmín de noche, para tu balcón. Me contaste que estabas buscando plantas —dijo, y apuntó la mirada hacia la maceta.

Me incliné hacia las flores y sentí su aroma delicioso. Por un momento, me olvidé de que teníamos que ir a la caja y que el lugar iba a cerrar. Era como si nos hubiéramos transportado a un jardín nuestro, en otro mundo.

—Florece solo de noche, ¿sabías? Y durante el día tiene que recibir luz directa del sol —explicó.

—Me encanta. Gracias —dije y sonreí, con el rostro acalorado—. No las conocía... —De repente, me invadió una sensación de alarma. Uriel estaba siendo muy intenso y eso, en general, era una mala señal—. Che, ¿me estás siguiendo o algo así? —Me puse serio—. Quedamos en vernos el viernes...

—Perdoname si te molesté. No te estaba siguiendo. Justo pasé por la zona y aproveché para comprarte esto. Iba a escribirte y, si estabas en tu casa, te la dejaba ahí. Si no te la daba otro día —afirmó y noté el dolor del rechazo en su mirada.

—No pasa nada —le dije, un poco arrepentido de ser tan desconfiado—. Vamos a las cajas, que están por cerrar.

—Dale.

Pagamos y salimos. Uriel insistió con acompañarme hasta la parada a esperar el colectivo. Sabía que la magia creaba ese tipo de sincronías, sin embargo nunca había sido tan rápida. ¿Qué diferenció a ese hechizo que había lanzado en el boliche de los demás? ¿Y si Uriel era un tipo al que le gustaba de verdad y yo me estaba persiguiendo al pedo? ¿Y si era peligroso?

No me importó; lo tenía al lado, se veía tan hermoso y yo estaba tan caliente, que no pude resistirme y lo invité a casa. Uriel aceptó y viajamos juntos en el colectivo.

Una vez que llegamos, acomodé las plantas en el balcón y nos quedamos mirándolas. Disfrutamos de los distintos aromas bajo la luz de la luna. Observamos maravillados cómo la planta que me había regalado abría sus florcitas blancas. En ese instante, Uriel me abrazó por detrás y me invadió su respiración fresca, segundos antes de que me diera un beso en el cuello.

Sentí una gota de transpiración helada bajando por mi espalda. Acaricié sus brazos peludos, ya enroscados en mi cintura, y me acurruqué aún más contra su cuerpo inmenso.

Me mordió apenas, desencadenando un hormigueo placentero en todo mi cuerpo. Giré y le encajé un beso salvaje, profundo, desesperado, mientras mis manos se aferraban hambrientas a su pecho, sus brazos, su espalda.

Nos quitamos la ropa, lo giré y acaricié el cabello que poblaba su espalda, siguiéndolo hasta sus glúteos. Les di un apretoncito suave, subí y lo besé en la nuca.

—¿Querés ir al cuarto? —le pregunté.

—No. Hagámoslo acá.

—Dale. Esperame.

Fui a buscar el preservativo y el lubricante. Cuando volví, encontré una imagen hermosa y eterna, que nunca iba a olvidar: Uriel estaba desnudo, parado de espaldas a mí. Grandote, observaba la luna a través de las plantas que cubrían la reja del balcón, casi ocultándonos del exterior. La luz plateada del astro se colaba entre las hojas y las ramas y lo bañaba, haciéndolo ver como un fantasma con sombras pintadas en la piel.

—Ey, le dije y lo abracé por detrás.

—Ey... —respondió con un suspiro, besándome.

Me puse el preservativo, nos lubricamos y entré en él. Temblé de placer al sentirlo frío, al igual que después, cuando entró en mí. Estar juntos fue como sumergirme en el cielo y las estrellas, flotando en una brisa de verano.

Esa noche, soñé que estaba en el interior de una cueva, donde un viento me susurraba historias que traía del desierto, sobre dioses y espectros, pero no pude recordar ninguna.

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