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8: Amargura.





Cuando llegue a casa, encuentro a Hannah tragándose un litro de lado frente al televisor. Se asusta al notar mi cara hinchada de desdicha, la cuchara cae dentro del envase y ella se pone de pie limpiándose las manos en la vieja camisa.

—Pero, ¿qué pasó?—pregunta consternada.

Cierro la puerta de sopetón sintiendo los mil demonios subirme por la garganta.

—Se acabó, voy a deshacer ese maldito hechizo, Adrian Brier tuvo una oportunidad y la desperdició—me saco los tacones a patadas—. ¿Sabes lo que se atrevió hacer? Llegó esa mujer, la de las fotos en la web y le tocó el hombro, le preguntó cuándo llegaba su cita y él tuvo la audacia de no referirse a mí como su cita—me toco la cabeza tratando de no explotar—, ¡no le basta con toda la vergüenza que pasé estos años! Ni un embrujo es capaz de redimirlo y yo no perderé más tiempo dando todo por él.

Hannah aplaude aún con la confusión plasmada en las facciones. Me agacho a recoger los tacones, mis senos por poco saltan fuera del escote.

—Sí, ¡eso! ¡Bien! ¡Esa es mi amiga!—festeja con las manos en alto—. ¿Ya juntaste el dinero para pagarle a la bruja?

Un zapato cae estrepitosamente de mi mano. ¿Qué?

—¿De qué hablas? ¿Qué dinero?

Su rostro contorsiona en una mueca de preocupación absoluta.

—¡Tonta! Ha dicho que para ella es la única con el poder de deshacer el hechizo, ¿no lo recuerdas? Eso equivale a dinero, mucho dinero.

Una extraña sensación se extiende por mi pecho. ¿Cómo no recordaba ese pequeño detalle? Suelto ambos tacones de vuelta al piso. Era lo que faltaba.

—No tengo dinero, apenas me pagaron la quincena, pagué la renta y le envié a mamá...—me rasco la cabeza pensando en una segunda opción—. Tiene que haber una solución...

Si seguía ese hechizo activo y se desarrolla obsesivo y toda aquella parafernalia que dijo la hechicera, entonces el trabajo sería una tortura, ¿no? El señor Brier no tiene pinta de ser un maníaco, además calculando precios con la hechicera de al lado, esas hierbas no debieron ser las mejores, no debe ser un conjuro tan fuerte...

Hannah se fija en mi ensimismamiento, chasquea los dedos frente a mi cara.

—Busquemos en Youtube—propone, como si me contara un secreto—. Si hay tutoriales de cómo hervir un huevo, también de cómo romper un hechizo. Buscaré limón y sal.

Echo la cabeza a un lado.

—¿Para qué?

Ella se encoge de hombros.

—No sé, pero es lo único que tenemos—responde y echa a correr a la cocina.

La búsqueda arrojó ritual tras otro, pero en ninguno requerían del limón seco que sobraba en el refrigerador. Hannah lanza con rabia la pelota amarillenta a la basura, maldiciendo, al tiempo que anoto lo que necesito para deshacer el conjuro de amor.

Me asaltan un montón de advertencias, si no eres una bruja con conocimientos, ¡olvídalo! Es importante protegerte ante cualquier hechizo, presiona aquí para ir al apartado de protección, así que busca un hilo rojo, hazle siete nudos y una vez tengas el set up brujil preparado, menciona este mantra...

—Oye, Cora—Hannah me hace levantar la mirada de la libreta—. ¿Qué harás ahora? Sin hechizo ni ganas de verle la cara, ¿te quedarás ahí?

Bajo el bolígrafo. Verlo todos los días sería un jodido tormento, pensar en tener que agendar citas con otras mujeres que podrán tenerlo en su cama, en su corazón, me rompe en miles de pedazos.

Acabaría enterrada en el fango más espeso de la humillación.

—Mi contrato termina el último día de diciembre, no lo renovaré—expulso el primer pensamiento—. Buscaré una vida lejos de él, mientras, me meteré en mi faceta más profesional, Adrian Brier pudo tener lo mejor de mí y hoy lo perdió.

Lo digo con certeza, firme, aún cuando por dentro el solo pensamiento me debilita.

—Creo que debes escucharlo, a lo mejor tiene una explicación—propone mi amiga, se crispa bajo mi mirada solemne—. Estoy de tu lado, pero te imagino saliendo del restaurante y pues me da risa, ¡lo siento, es muy dramático todo!

—Me iré a dormir, no soporto gente doble cara—bromeo, colocándome de pie.

Sacudo el polvo de la alfombra de mi preciado vestido. Recojo la libreta, el lapicero y la bolsa de sal. Ya será para la próxima luna llena.

Guardo la sal y lleno un vaso de agua para aliviar al ardor en la garganta que bebo en tres tragos. Lavo el contenedor y al dar mis primeros pasos a mi recámara, el timbre de la casa suena.

Volteo a ver a Hannah, enarcando una ceja.

—¿Esperas a alguien?

Sacude una negativa con la cabeza, pero camina a la puerta.

—Debe ser Juliet, se le habrá antojado el helado—abre la puerta y la vuelve a cerrar de un tirón. Pega la espalda a la madera y gira a verme espantada—. Es tu jefe.

Corro en la punta de los pies hasta ella, con la sangre implacable bajo la piel. Me acomodo como una estatua a su lado y le susurro.

—Pregúntale que quiere.

Ella abre de nueva cuenta, dejando una rendija mínima por donde asoma un ojo.

—¿Qué quiere?—espeta, recelosa.

Se escucha de trasfondo el sonido de los vehículos transitando.

—Hablar con Cora—contesta con obviedad.

—Dile que no estoy.

—Dice que no está.

Retraigo el puño que planeaba atestarle en la cabeza. No puede ser menos inoportuna.

—Cora, sé que me estás escuchando—mi jefe habla con contención—. No soy tan desprendido de la situación como te parece, comprendo tu enojo, pero fue una confusión y me encantaría que me escucharas.

Presiono las manos en mi abdomen, dónde el aleteo de los bichitos se intensifica al oír su pasibilidad.

Pero niego con un dedo en alto.

—Dile que no tengo ánimos.

—Dice que hable ahora o calle para siempre.

—¡Estúpida!—chillo en un susurro que me raspa la garganta.

—Preferiría hacerlo a solas—replica mi señor Brier.

Hannah abre unos centímetros más la puerta, sacando la cabeza a la defensiva.

—Eso no puede ser, porque si yo no estoy de acuerdo con sus disculpas le diré a Cora que le patee el culo y dudo que quiera eso, ¿o sí? Así que hable.

Quiero abofetearla por metiche y besarla por interceder, me cuesta admitir lo débil que puedo verme frente a él, es vergonzoso y hasta ridículo.

Hannah ondea una mano instándole a comunicarse. Puedo verlo rodando los ojos o presionando los labios en una línea tensa. Lo conozco, vaya que sí.

—No rectifiqué la afirmación de Vanessa porque tú más que nadie sabe que no mezclo mi vida privada con el trabajo, este mismo discurso ella lo escuchó de mí, esas salidas fueron negociaciones, nada más—menciona y me odio por percibir una nota de sinceridad en su voz—. Apenas tú y yo nos vemos como algo más que jefe y empleada, necesito que comprendas que no puedo permitir que el cambio sea tan abrupto, no puedo trabajar contigo en el día y...

Guarda silencio, traumático silencio para mi ansiedad tocando el filo más elevado.

—¿Y?—musito a Hannah.

—¿Y?—ella replica.

—Y besarte por las noches—completa por fin—. No es como trabajo.

Algo más que jefe y empleada, ¿eso qué significa? ¿Qué me echaría si continuamos con... esto, que aún es demasiado joven para etiquetar?

Tomo a Hannah del hombro y acerco su oreja a mi boca.

—Pregúntale qué piensa hacer si seguimos saliendo, anda.

Ella apoya con más fuerza de a necesario la mano en el marco.

—¿Cuáles son sus intenciones con mi amiga? ¿Echarla para poder cogérsela?—interroga con sospecha y la hamaqueo para que deje de mal traducirme.

—Cora, cinco minutos te pido—ruega mi querido jefe, pero aún tengo la herida abierta.

—Que responda—me mantengo firme.

Hannah niega con testarudez.

—Responda o nada.

Oigo como se acerca a la puerta, más a mi costado, puedo sentir la energía que trasmite a través del material. Poso una mano en la puerta cuando la melancolía me sosiega, como si pudiese tocarlo de esa manera.

—¿Qué has dicho en la cena?—cuestiona y en mi mente se reproduce la larga y amena conversación—. Somos compatibles porque somos caprichosos.

Me gana una risa.

—Capricornio—le corrijo, murmurando.

—Capricornio, bruto—se mofa mi amiga, supongo que mi jefe le habrá lanzada una dura mirada, pues abre los ojos y agrega—. Perdón, siga.

Escucho su extensa exhalación.

—No renovaría el contrato a fin de año.

Ese dato me hace empujar a Hannah lejos de la puerta y asomarme yo por ella.

—¡¿Cómo?!

Una amargura se esparce por mi paladar como veneno. Eso se me ha ocurrido a mí, ¡porque soy yo! Él no tenía porque pensar en eso, solo yo tengo el derecho.

Sus ojos toman constancia de mí, de lo poco que puede ver. Se acerca un paso, pero levanto una mano conteniéndolo ahí. Como aspire de manera más intensa su delicioso aroma, acabaría por permitirle ingresar a más que a mi casa.

—He pensado en proponerte un puesto de trabajo en la pequeña compañía de Susie—informa—. Asistente de gerencia, eres extremadamente eficiente y le agradas. No puedo pensar en nadie mejor que tú.

Eso no es mala idea, claro que no, pero con ese ofrecimiento me inundo de dudas e inseguridades. Abandonar mi puesto me cuesta más de lo que pensé, significaría dejar la estabilidad que me ofrece y no me lo puedo permitir, pero ya sería extraño volver considerando dónde estamos.

De una forma u otra me iría, aún así, la perspectiva me supone riesgos.

—¿Y qué pasa si esto...—lo señalo a él y luego a mí—, no sale bien? ¿Si patea y ronca cuando duerme o no le gusta cómo me veo sin maquillaje?

Su gesto se suaviza considerablemente.

—Esa mañana que amaneciste en mi casa no llevabas nada y me seguías pareciendo preciosa—expresa y mi rostro se incendia—. No lo sé, Cora, tengo casi treinta y cuatro y no sé nada más que me parecer una mujer sumamente interesante, de corazón salvaje y además me...

Sus ojos se muevan a Hannah, parada detrás de mí, escuchando todo como un buitre.

—¿Me qué?—persisto, pero él niega con la cabeza.

—No te lo puedo decir con público.

Al parecer, esa es la señal que Hannah necesitaba para levantar a mano con el mazo de llaves colgando.

—Yo me voy con mi novia, creo que la cosa se puso intensa por aquí—se ríe y el bochorno me cala—. Avísame cuando se largue.

La vemos avanzar hasta su destartalado neón del noventa y nueve, ella suena el claxon y al perderla de vista, mis latidos retumban con tanta violencia que me corta la respiración a ratos.

Me convierto en presa de su intensa mirada, ya no me observa con la misma severidad de hace semanas, algo ha cambiado en él y me temo que por eso he pagado y no es inherente.

En ese momento estaba tan confiada y segura que siento que han pasado mil años, ahora me produce una amargura no como me trate a mi misma por decidir visitar esos extremos, si no, porque lo que recibo, es artificial y no se siente para nada como esperaba.

—¿Puedo pasar?—pide, calmado.

Y como si la hechizada fuese yo, me hago a un lado.

Algo me dice que la noche, apenas comienza.

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