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1: Sin Cartas a mi Favor.






       La mujer de cabello enmarañado y ropa de un millón de lavadas arroja carta tras carta sobre la mesa decorada con hierbas secas, sal y por lo que aspiro, pimienta.

Observo a Hannah, mi mejor amiga, su rostro exhibe la misma intriga que siento con cada mueca estrafalaria que la mujer repliega a cada segundo. No tengo idea de cómo son las lecturas del tarot, pero pasar cinco minutos descifrando un mensaje divino me parece una absurda cantidad de tiempo, así no se ven en las películas, ¿no se supone que te hablan al oído? ¿Por qué parece que esta mujer trata de resolver un problema matemático?

Debí ir con la mujer de al lado, su promoción tenían espacio en la revista, en el apartado de publicidad, pero esos veinte dólares de más que cobra convendrían más de un almuerzo menos este mes.

—Veo algo...—finalmente habla la extraña mujer.

—¿Y?—cuestiono impaciente.

—Mis guías me informan de un hombre...

Le doy un golpecito disimulado a Hannah y ella sonríe con cierta malicia. Es él, por supuesto, está inscrito en nuestros libros de la vida. Es el destino.

—¿Le dicen su nombre? ¿Tiene barba y espalda tan ancha como una doble vía? Hágame el favor de preguntar si tiene una cicatriz en la ceja y si me casaré con él y tendremos cinco hijos, y si serán niños o...

—Mis guías me piden que cierres el hocico.

Cierro tan fuerte la boca que me hinco los dientes en la lengua.

—Perdone.

Lanza una carta más removiendo las hierbas resecas y sucias de cera de las velas blancas y negras y retuerce la boca con decepción. Niega y cuando me mira la sangre se me aglomera en los pies.

—Veo a un hombre... pero no está nada interesado en ti, muñeca.

Podría sentirme decepcionada, pero eso ya lo sabía. Así que afinco los codos en la mesa y me inclino hacia adelante.

—Es por eso que he venido aquí—replico como si confesara un crimen—. En la revista promete amor y pasión infinito, estoy interesada en contratar sus servicios.

Ella enarca las cejas con interés.

—Si es para atraer a este hombre que mis guías señalan, te aviso el costo será muy elevado—escupe unas cuantas gotas de saliva al pronunciar—. Es un hombro tosco y complicado de enamorar.

Hannah y yo compartimos una mirada sorprendida. Eso no es más que la verdad, Adrian Brier ha desperdiciado sus mejores años inmerso en la compañía de seguros que heredó de su padre. Se le ha visto de vez en cuando con alguna mujer del gremio empresarial, las citas acaban a la tercera, es que se sabe que Adrian busca una mujer con que sentar cabeza, casarse y formar una familia, lamentablemente para él, sus citas mantienen sus mismos objetivos, trabajar y trabajar.

Lo que me deja una brecha inmensa libre, mi sueño más anhelado es abrir mi salón de belleza y criar niños sanos y hermosos, yo soy esa mujer que él busca, y con él obtendría los fondos para cumplir mis sueños.

Un ganar-ganar, pero, ¡¿cómo lo cumplo si ni siquiera me voltea a ver?!

Me he faltado el respeto vistiendo escotes que poco faltaría para mostrar mis pezones, faldas ridículamente cortas y no uso más que labial ¡y esmalte de uñas rojo que no permito quitarme jamás pues me ha puesto amarillas las uñas! Eso llama la atención de muchos hombre, pero no la suya y es la que quiero con tanto fervor que me ha traído aquí, a una tienda esotérica que promete, por una módica cantidad de dinero, resolver mi problema.

El salario que me sudo un mes entero y Adrian Brier podría ser sin emociones, pero compensa el trabajo cada quincena más que bien.

—Dígame qué hacer, le pagaré lo que sea—sentencio, pero me arrepiento al instante—. Siempre que entre en mi tarjeta.

La hechicera entorna los ojos con suspicacia.

—Tienes que saber las consecuencias que esto te traerá, este hombre se obsesionará contigo al punto que no te dejará tranquila y la única manera de revertirlo la tengo yo—dice como si el solo mencionarle causara un maleficio—. Sé consciente que esto no es amor real, muchacha, y tampoco un juego.

Una ráfaga de temor y duda me cruza el pecho, volteo a ver a Hannah y va tan pálida que parece que se ha maquillado con una base cinco tonos más claro.

—Sabré hacer que se enamore de mi, solo necesito un empujón, yo tengo mis trucos privados para hacerlo caer en mis brazos—suelto rebosante de seguridad.

La mujer se encoge de hombros, echa el desastre de cartas a un lado y coloca las palmas sobre la mesa.

—Tú lo has pedido, muñequita, eso sí—se acerca al frente—, no acepto que vengas chillando a mi tienda cuando el amor se sienta como lo que será, una fantasía. Nunca te amará verdaderamente, jamás y si decides deshacerlo, ese amor que compras desaparecerá, ¿estás de acuerdo?

Veo un mundo de posibilidades pasar frente a mis ojos. O todo puede ir tremendamente bien o estoy hundiéndome en el fango hasta el mentón.

La vida es una y estoy dispuesta a tomar el movimiento que sea para tener todo lo que anhelo. Aunque ahora esté sin cartas a mi favor, yo sabré darles el sentido que deseo.

—Lo estoy, ahora dígame, ¿qué tengo qué hacer?

Ella levanta las manos y me traspasa con una mirada poderosa.

—El trabajo pesado lo haré yo, pero para intensificarlo y ver resultados cuanto antes, esperarás a la luna llena en tres días y a la medianoche...

Θ

Las mañanas de los lunes siempre son un completo desperdicio de vida, no hay nada que me cause más hastío que levantarme a iniciar la semana sin más propósito que trabajar para pagar la renta y llenarte el estómago de comida.

Obtuve el trabajo por suerte, mis estudios se estancaron en el segundo año de la carrera de cosmetología, era tanta mis ganas por unos implantes levanta busco que trabajé un semestre para reunir para la intervención y lo logré, pero cuando quise retomar la carrera, me echaron del trabajo porque me tomé una semana más de reposo y así llegué a esta compañía.

El señor Brier me consume la vida con tanto trabajo, pero mi meta es reunir para lo que me resta de la carrera y luego vivir dando vida a cabellos maltratados, vaya horror y ataque al corazón me da ver por la calle a mujeres sin brillo en la melena, parece que les han succionado la vida.

Aparto mi cabello del hombro. Espero que el hechizo funcione, entre el trabajo, las piedras energéticas, aceites y perfumes encantados atrae pasión, me he dejado el salario de dos meses en la tienda.

El elevador avisa que el señor Brier está por llegar, así que rocío de ese perfume hecho con ramas y hierbas en mi cuello, lo escondo en la gaveta y me pongo de pie enderezando la postura.

Mi corazón galopa ansioso cuando atisbo el zapato lustroso de mi atractivo jefe y me creo desfallecer cuando por primera vez en años me observa con detenimiento, como si me descubriese.

Debe ser que apliqué un tinte un tono más claro a mis rizos rubios y me desencanté por un labial más burdeos que rojo intenso. Lo ha notado, es más que claro y el hecho me pone eufórica.

¡Ese ritual ha salido de maravilla!

Carraspeo y muestro mi mejor sonrisa.

—Buen día, señor, ¿en qué le puedo servir?

Él esnifa el aire y mi pulso cesa cuando arruga la nariz.

—Cambiando de perfume, apestas a alcantarilla—espeta y el picor del bochorno me acalambra la sonrisa.

—Es... que ha llovido y no quise perder tiempo volviendo a casa.

Él enarca una ceja poblada.

—Hace meses que Dios no escupe sobre Nueva York.

Las manos me sudan de la vergüenza y pronto los ojos también.

—Bu-bueno, por mi casa si—balbuceo inquieta—. Pero ya mismo regreso, señor.

Rechista con solemnidad.

—Ve a una tienda cerca y busca algo que se acomode a tus gustos, corre por mi cuenta.

Una gota de triunfo se filtra en la pared de vergüenza. Al menos será costoso.

—Sí, señor—musito como puedo, debido a la pena me cuesta modular.

Recojo tensa mi celular y cartera y con las ganas de llorar empujando un río de lágrimas, salgo de detrás del escritorio y me dirijo al ascensor.

—¿Señorita Adams?—me llama cuando las puertas abren.

Lo veo por encima del hombro.

—Dígame.

—Revísese con un especialista, el olfato le falla gravemente.

Se adentra a su oficina y cuando las puertas se cierran frente a mi cara, ahogo un grito en mis manos.

¡Que la tierra se abra y me devore! Quedé como un zorrillo apestoso y no la hija de Afrodita que esperaba.

Respiro corto y preciso. El perfume habrá fallado, pero me quedan dos más. El siguiente: encantar el café.

A esa bebida nunca, pero nunca podría resistirse y ahí estaré yo, ofreciéndole una taza llena de cafeína, miel y unas gotas de mi más delicioso e intenso placer.

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Tags: #romance