♡ Capítulo 3 ♡
Nunca me he sentido intimidada por mi madre, en realidad de niña solía sentirme orgullosa de tener a la mami más linda de todas pasando por mí al preescolar o a la primaria, pero ella sí se ha sentido intimidada por mí y nunca he comprendido por qué. Naomi Sinclair, anteriormente Darmond, Gladwell, Price, el apellido de mi padre, y Harman, el apellido de su familia, pudo haber sido reina de belleza si hubiera querido.
Sus ojos verdes son de un tono que solo se podría conseguir mezclando y diluyendo acuarelas, como los míos. Su cabello rubio y largo es tan brillante que parece estar hecho por hilos de oro en lugar de hebras capilares, como el mío. Su figura es curvilínea y esbelta, como la mía, y ningún hombre puede pasar junto a ella sin girarse para obtener un segundo vistazo, no importa si está casada o si están casados.
Somos dos gotas de agua.
La diferencia entre ella y yo es que mientras Naomi pasó, pasa y pasará toda su vida usando sus atributos como armas como si esto estuviese implícito en su comportamiento desde el momento de su nacimiento, yo a penas empiezo a hacerlo. Culpen de ello al internado dirigido por monjas al que me envió en el que las únicas figuras que tenía a la vista para poner los beneficios de sus asquerosos genes en práctica eran sacerdotes y profesores calvos y desagradables, lo que no borra el hecho de que sean buenas personas y de que lo hayan sido conmigo.
Mi familia desde los trece hasta los dieciocho.
Pero eso ha acabado.
Ahora soy libre.
Obtengo un último vistazo de mi reflejo en la ventanilla del BMW de Maverick, asegurándome de que labial esté bien, antes de incorporarme y dirigirle una mirada agradecimiento a Rasul por traerme.
─Muchas gracias por el viaje.
El hombre solo asiente al tomar el puesto del portero designado para concederme acceso al interior de la galería Stewart Hall. Esta fue construida como una más de las mansiones privadas en Pointe Claire, pero actualmente es un centro cultural que cuenta con una reconocida galería y una sala de lectura. He estado en la sala de lectura, fue el primer sitio de interés turístico que visité al llegar a Quebec y la experiencia fue extraordinaria, pero la galería solo se abre durante exhibiciones. El día de hoy albergará una colección de antigüedades que se venderán para beneficio de la galería y de sus contribuyentes.
En su exterior el edificio está conformado por ladrillo blanco, pequeñas torres tipo campanarios y ventanas diseñadas para que destaquen más que como simples ventanas, por un hermoso jardín y por una redoma de arbustos y pinos que están a punto de florecer de nuevo, pero su interior es mucho más intimidante y nada de ello tiene que ver con la belleza de la estructura clásica y moderna que acompaña los expositores. Sí con los hombres y mujeres pertenecientes a la clase alta canadiense que me rodean. Durante estos dos meses he tenido la oportunidad de conocer a su mayoría, sobre todo a los hombres, debido a Naomi y su gusto culposo por llevar invitados a la casa de Maverick, pero algunos siguen sin conocerme y me ofrecen extraños vistazos de reojo. Sea por la razón que sea, siento múltiples miradas en mí cuando entro al salón. El vestido que mi padrastro escogió tiene mucho que ver.
Es rosa Barbie.
Después de haber usado rosa en mi cumpleaños, me sentiría repetitiva si no fuera lo más hermoso que alguna vez he utilizado. La seda se adhiere a cada centímetro de mi cuerpo debajo de él. Las tiras que lo sostienen están hechas de pedrería que también adorna mi escote en línea recta. Además de ello, solo llevo un par de tacones un tono o dos más claro y mi bolso, el cual es un pequeño rectángulo de pedrería similar en el que solo cabe mi celular. Deslizo el cabello fuera de mi hombro con un movimiento de este antes de sonreír despreocupadamente cuando mis ojos encuentran a Mave.
Y a Naomi.
Mi madre, como buena esposa, nótese el sarcasmo, se aferra a su brazo mientras hablan sobre un recuadro colgado en la pared del Río San Lorenzo. La alcaldesa de Montreal los acompaña. A diferencia de mí, Naomi Sinclair está usando un vestido de terciopelo negro y guantes blancos. Su collar favorito de perlas adorna su cuello. Sus labios son rojos. Luce como una diosa de la elegancia y la sofisticación. No los he alcanzado, pero ya huelo a Chanel número 5. A pesar del imperceptible fruncimiento de sus cejas rubias, mantiene su expresión indiferente cuando sus ojos verdes se fijan en los míos, concentrada en la charla.
Maverick, a su lado, deja de prestarle atención a lo que hablan y me sonríe, invitándome a acercarme con la mirada. Lleva un traje negro de dos piezas sobre una camisa blanca y pulcra sin corbata. Las ojeras bajo sus ojos son prominentes debido a que tiene cinco días sin dormir bien porque ha estado trabajando duramente en su nuevo proyecto.
Pero aún así sacó algo de su tiempo para mí esta mañana.
Aún así está aquí con mamá.
─Disculpa ─dice la persona que choca contra mí antes de que pueda alcanzarlos. Cuando alzo la vista, Landon LeBlanc me sonríe. Lo hace a su manera irónica y burlista que ocasiona que mi garganta se cierre con ira. Usa un traje azul marino hecho a la medida. Bajo él hay una camisa oscura. Su cabello negro está peinado hacia un lado. Su padre es dueño de una compañía que fabrica equipos médicos y Mave los ha ayudado con uno o dos. Lo investigué─. Diría que no te vi, pero sería mentira. Ese lindo vestido rojo es muy llamativo.
Arrugo la frente.
─No es rojo. Es rosa.
Su sonrisa arrogante crece.
─Lo sé, pero oírte admitirlo en voz alta es mucho más entretenido que verlo. ─Sin darme oportunidad de rehusarme, entrelaza mi brazo con el suyo. No voy armar una escena que arruine mi entrada, en especial no con Maverick mirándonos fijamente mientras lleva el borde de su copa de champagne a sus labios, por lo que me dejo arrastrar por él hacia la zona en la que se encuentra la exhibición de joyas. Sé que no nos dirigimos allí por ellas, sino porque es el sitio en el que hay menos personas y el que se encuentra más lejos de sus padres─. Sumamente encantador todo esto, ¿no crees? ─pregunta mientras nos detenemos frente a un expositor con un par de aros de diamantes hechos por Adolphe Pueyrredón, un especialista en joyas con un negocio local y exclusivo en Montreal, por lo que dice la biografía impresa junto a sus piezas. Las piedras preciosas de los aretes son casi del tamaño de mi mano. De colgarlos de mis orejas, la piel de esta se alargaría. Mi favorito y el que no dejo de ver, sin embargo, es un collar de diamantes y acabados de plata con un dije de mariposa en el centro. Según el precio en el expositor, cuesta poco más de doscientos mil dólares. Nunca he querido tener algo tan ostentoso como quiero ese collar, pero ni siquiera me atrevo a soñar con tenerlo. Es demasiado dinero. No soy como Naomi. No niego la realidad de que hayan personas que podrían comer y comprar el hogar de sus sueños con un accesorio que solo me haría feliz a mí. Más importante, nadie me compraría algo así, ni siquiera yo─. No podría pensar en otro lugar en el que podría estar a parte de aquí.
Ruedo los ojos, apartándolos de las gemas, antes de verlo.
─¿Entonces por qué lo estás? ¿Tus padres te obligaron?
Landon hace una mueca.
─Podría decirse.
─Si no eres como ellos, si no te gustan las mismas cosas que a ellos, ¿por qué permites que tengan tanta influencia sobre ti?
El sarcasmo desaparece de su rostro ante mis palabras.
Separa los labios para responder, pero no lo hace.
Se toma unos segundos y cuando finalmente habla, se oye como el chico que esconde tras tantas burlas que, aunque no lo admita nunca en voz alta, son demasiado bien elaboradas para ser consideradas graciosas. Al menos por mí. Siempre me pierdo en la parte en la que me doy cuenta de que es más consciente de su alrededor de lo que te deja saber con su aire despreocupado y jovial. En la que me percato de que será un dios de los diálogos si está estudiando literatura para terminar siendo novelista o guionista.
─No lo sé, ¿por qué no me lo dices tú? ─pregunta─. Porque la misma Heaven que entró en esta habitación luciendo como la perfecta combinación entre una princesa y una conejita Playboy de los noventa, no puede ser la misma Heaven que se siente en primera fila a comer Milkey Ways con su feo atuendo de Clueless mientras espera que empiece una clase que ni siquiera disfruta, ni entiende, y lee una novela para adolescentes calientes y pegajosas que nunca han sido besadas ─señala─. Me temo que la influencia de Naomi tiene mucho que ver.
A pesar de la profundidad del tema que estamos discutiendo, sobre nuestros padres, no puedo evitar reír al recordar al pobre señor Blackstone y su plancha fuera de lugar, pero termino frunciendo el ceño ante sus últimas palabras. Sorpresivamente no a las que tienen que ver con mi madre, sino las anteriores. Todavía con su brazo entrelazado con el mío, alzo la vista hacia él y conecto nuestros ojos verdes.
Los míos como acuarelas.
Los suyos como un bosque no conocido por el hombre y abastecido de un montón de criaturas extrañas todavía por descubrir.
─No soy una adolescente caliente, Landon, y...
Mis palabras son cortadas por la sensación de sus labios contra los míos. Por la de sus manos sosteniendo mis mejillas para impedir que me aparte, lo cual de todas maneras no hago debido al shock. La textura de su boca es suave y cálida y viene con cierto aroma a alcohol debido a que probablemente bebió champagne. Mi cuerpo se congela cuando finalmente proceso lo que sucedió, que me besó, haciendo que se aparte. Landon me mira con una mezcla de arrepentimiento, confusión y rabia que intenta esconder tras una sonrisa.
Una que no correspondo.
Mi primer beso.
Landon LeBlanc tomó mi primer beso.
El primer beso que era para Maverick.
Sintiendo el pánico apoderarse de mi pecho, alzo mi mano y lo abofeteo. El sonido de mi palma al chocar contra su mejilla hace que todos emitan sonidos de sorpresa y giren sus rostros hacia nosotros, pero no me quedo para verlo. Me apresuro en dirección al jardín trasero. Las lágrimas se deslizan por mis mejillas y a pesar de que debería estar preocupada por lo que los demás dirán de mí por haber causado tal escena, incluida la alcaldesa de Montreal y muchos otros empresarios y hombres exitosos con sus esposas igual de magnificas, lo único que invade mi mente es cómo he esperado dieciocho años para que mi primer beso fuese especial y a cambio solo obtengo... a Landon LeBlanc.
A un chico que ni siquiera se toma en serio a sí mismo y mucho menos a mí o a lo importante que me resultaba vivir esta experiencia de la forma adecuada. Al que no le intereso más que para reírse.
Que una semana atrás no conocía.
Como si eso no fuera suficiente, estoy segura de que Maverick nos vio y ahora piensa que soy como ella, como mi madre.
Que estoy sucia.
Que no soy digna de flores de lavanda.
Pureza.
Busqué su significado en Google a penas salí de la ducha y ellas simbolizan pureza. Todo lo contrario a lo que los genes de Naomi me otorgan, él lo vio en mí y Landon LeBlanc acaba de arruinarlo.
Me abrazo a mí misma para protegerme del frío nocturno que arrastra lo sobrante del invierno canadiense antes de sentarme en el borde de una fuente que dispara chorros de agua alrededor de una escultura angelical. Observo las monedas en su interior. Está oscuro. Ya que la luna es inexistente esta noche, el cielo lleno de estrellas, el jardín de pinos está alumbrado únicamente por farolas y por el destello de ellas.
Mientras me pregunto cómo rodearé la galería para ir con Rasul y pedirle que me lleve a casa sin tener que volver a entrar o dañar mi vestido en el proceso ya que no hay un sendero que conduzca al frente, solo pinos y césped, soy tomada por sorpresa. Alzo la cabeza cuando una figura familiar y masculina se detiene frente a mí y me contempla con las manos metidas dentro de los bolsillos antes de tomar asiento a mi lado en medio de un reconfortante y a la vez gélido silencio.
Maverick.
Aparto mis ojos de él, consciente de que lo he decepcionado al arruinar la imagen que todos tenían de mí, la codicia en sus ojos al creer que estaban frente a la próxima estrella de Montreal, pero hace que lo vea al aclarar sonoramente su garganta antes de hablar.
─Hay piezas hermosas esta noche ─dice─. ¿No sentiste interés por ninguna de ellas, Heaven? Tu madre compró el innecesario cuadro del Río San Lorenzo, que está frente a nuestra casa, y una escultura para el comedor como si necesitáramos ver un trozo de hoja sobre los genitales de la réplica de un modelo más atractivo que yo para hacer una buena digestión.
Río, sorbiendo por mi nariz.
La mirada en sus ojos azules es suave y preocupada.
Como si eso no fuera lo suficientemente conmovedor, su frente está arrugada y su rostro tenso. Su expresión, en definitiva, dice que le importa cómo me siento y por lo que estoy pasando y que haría cualquier cosa por verme feliz de nuevo, solo que tenemos conceptos diferentes de cualquier cosa. Seguro él piensa que comprarme el mundo me haría feliz, pero lo que en realidad me haría feliz es que me hubiera besado.
No Landon.
Maverick.
─No, no me gustó nada.
─¿En serio? ─insiste, pero solo puedo pensar en mi beso robado y en mi catastrófica huida luego de haber tenido una impecable reputación, una que solo duró dos meses.
Cuando no respondo, la tensión y la arruga en su frente se profundizan. Suspira antes de dirigirme la palabra de nuevo.
─Solo quería que te divirtieras. Lamento no haberlo logrado.
Se ve tan desolado al respecto que me obligo a mí misma a reaccionar y a dejar de lado el enojo y la tristeza. A no permitir que Landon arruine esto también. La conexión que siento fluir entre Mave y yo. Cediendo a la tentación, arrastro mi mano por el borde rocoso de la fuente hasta que mis dedos se rozan con los suyos. Las pupilas de Maverick se dilatan. No me toca de vuelta, pero no retira su mano.
Es contacto inocente.
Íntimo, pero sin malas intenciones.
Al menos en su mente.
En la mía significa que si decido montarlo aquí mismo, frente a todos, incluida mi madre, la alcaldesa de Montreal, Landon y el resto de los invitados, me dejaría. Me dejaría encontrar placer mientras sus manos se deslizarían por la tela de mi vestido para mantenerlo arriba.
El vestido que eligió para mí.
─Lo estaba haciendo hasta que Landon me besó ─susurro.
La mirada en los ojos de Maverick se vuelve sombría.
─¿Él te obligó? ¿Fue violento? ¿Por eso lo abofeteaste?
Niego.
─No. Ese no es el problema. ─Lo miro directamente a los ojos, siendo más sincera y abierta con él de lo que lo he sido con alguien más─. El problema es que me robó mi primer beso frente a todos.
Al momento en el que las palabras salen de mis labios, me arrepiento de ellas. Maverick se tensa y se distancia de mí. No deja de observarme como si buscara en mi rostro cualquier evidencia de que lo que acabo de decirle es falso, pero no la encuentra porque no lo es.
─¿Tu primer beso? ─Asiento─. ¿Cómo es eso posible?
Mis ojos nuevamente se llenan de lágrimas.
─Pasé cinco años de mi vida en un internado de señoritas, Mave.
A pesar de que sus facciones permanecen pétreas, su mirada se suaviza y se llena de compresión. Ya sabe que no le estoy mintiendo.
Algo dentro de mí me dice que nunca podría hacerlo.
Que él es tan inteligente que sabría.
─Ya entiendo ─dice─. Los libros que lees. Las frases en el techo de tu habitación. El exceso de romance ─susurra, siendo él quién esta vez presiona su mano contra la mía, pero en su caso para transmitirme consuelo. No para seducir lo prohibido. Aún así lo hace e imagino cómo se sentirá dicha mano apretando mis tetas. Mi cintura. Mis caderas. Mi culo─. Después de tanta espera, querías que fuera especial. Por eso abofeteaste al chico LeBlanc, no por el beso.
Trago antes de responder, mis mejillas calientes.
Mis mejillas, mi pecho y el sitio entre mis piernas.
─Sí.
Sí, daddy.
Ahora bésame y soluciónalo todo.
Haremos como si Landon LeBlanc nunca hubiera existido.
─Bien. ─Mete una de sus manos en su bolsillo─. ¿Qué tal si mejoramos una pésima primera vez con otra? Quizás no lo solvente por completo, quizás no lo solvente en lo absoluto, pero podría hacerte sentir mejor. Tal vez piensas que dejo pasar algunas cosas que pasan a mi alrededor por lo ocupado que me mantiene mi trabajo, pero tú no eres una de ellas. Sé que me mentiste antes, Heaven. ─Sin esperar una respuesta de mi parte, se pone de pie. Lo imito, confundida─. Date la vuelta y cierra los ojos ─ordena, su voz mandona y fría, pero a la vez dulce y cálida, y lo complazco─. Recoge tu cabello. ─Lo hago. Lo hago y lo siento acercarse. Cada centímetro de mí se tensa, pero también vibra con emoción, cuando dirige su boca a mi oído y sus manos a mi cuello. Me estremezco al sentir el frío metálico contra mi piel, reposando sobre el ritmo acelerado de mi corazón─. Podemos ser de épocas diferentes, pero sé cuándo una mujer quiere algo ─susurra mientras roza sus dedos contra mi nuca una y otra vez al manipular el broche de lo que sea que ha colgado en mi cuello─. En especial si esa mujer eres tú, princesa.
Dicho esto se aparta.
Me giro, mis ojos abiertos.
Maverick sonríe cuando llevo mis manos al collar.
Al collar de la mariposa.
Al collar de diamantes de doscientos mil dólares.
─Maverick, es demasiado. No sé si pueda aceptarlo ─murmuro, pero por dentro solo estoy retorciéndome de la felicidad.
No por el collar, sino por lo que representa.
Los diamantes no son solo diamantes.
Valen, pero lo que vale más es la intención que motivó a comprarlos.
El valor que te otorga quién te los obsequia.
─Es solo tu primer collar de diamantes, Heaven. Acéptalo. ─Me ofrece su mano, la cual tomo sin dudar. Cuando sus dedos se envuelven alrededor de los míos, lo único que quiero es empujarlo hacia los arbustos y besarlo hasta que no recuerde otros labios que no sean los míos. Hasta que no pueda pensar en alguien que no sea yo. Sin que me importe debido a que estoy con él y sé que me protegerá de cualquier mala mirada o comentario malintencionado, volvemos al salón. Sonrío cuando me suelta y me mira fijamente, la promesa de malcriarme más allá de los límites establecidos por nuestra relación en sus ojos azules─. Después vendrán más ya que cada vez que el recuerdo de ese desagradable chico LeBlanc venga a tu mente, me lo dirás e iremos a la joyería por algo que te haga sonreír como te hizo sonreír este collar.
No el collar, Maverick.
Tú.
Afirmo, una sonrisita tirando de mis labios.
─Está bien, daddy.
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