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Capítulo 6 - Consume

Tengo la cabeza hecha un lío,

pero lo intento a pesar de todo

Ella se aferra a mí y no es

justo



EGAN GRAY

Negativo.

Esa palabra estaba plasmada en los diferentes tipos de análisis que me había hecho para comprobar que no tuviera alguna enfermedad rara. Incluso cuando fui a verme con un neurólogo mis exámenes indicaron que mi cabeza funcionaba correctamente. Por lo mismo que, resignado, comencé a caminar por los diferentes pasillos del hospital en busca de la cafetería mientras pensaba en las posibles causas a mi dolor de cabeza.

A veces despertaba desorientado y con un dolor horrible recorriendo mi cuerpo. Otras veces despertaba en alguna parte de la mansión, de pie, como si buscara algo mientras dormía. ¿Siempre había sido sonámbulo? Así es. Pero durante mi niñez—eso aseguraron mis padres—. Y luego en mi adolescencia muy poco, hasta que finalmente ya no despertaba en diferentes lugares.

Sin embargo habían cosas que me causaban ciertas inquietudes, y las cuales he comenzado a prestar atención; durante discusiones con mi padre, las cuales terminaba siendo golpeado cuando él perdía el control, mi cabeza palpitaba dolorosamente y mi vista se nublaba. Después, durante mi horario laboral en Financial Strength, solía desconectarme de la realidad o me distraía fácilmente. Lo cual provocaba regaños por parte de mi padre. Y, nuevamente, dolores espantosos de cabeza.

Por lo mismo que llegué a una conclusión: sentimientos negativos muy fuertes me provocaban migraña. Porque ¿que otra cosa podía ser? Los exámenes habían indicado que todo estaba bien en mi cabeza.

—Dos cafés cargados para llevar, por favor —respondí a la chica detrás del mostrador cuando me preguntó lo que quería. Saqué mi billetera mientras ella comenzaba a prepararlos. Estaba contando el dinero para dárselo cuando de reojo algo captó mi atención de pronto.

Fue raro. Pero al ver mi reflejo en uno de los cristales del mostrador que yacía a mi lado, entendí que había entrado en una especie de disociación donde me dediqué a observar a un chico joven, pero cansado; sus ojos azules se apreciaban opacos, bajo estos yacían unas oscuras marcas productos de un mal sueño, el cabello era tan solo una mata de pelo despeinado y los labios resecos. También habían marcas ajenas a la piel pálida. Marcas que no deberían estar allí. Marcas que yo mismo debía impedir. Y sin embargo ahí estaban; aunque desapareciendo, sus colores morados y tonos amarillentos contrastaban contra el color de mi rostro. En mi labio yacía una pequeña rotura que ya casi pasaba desapercibida.

Y entonces recordé:

¿Por qué no conseguiste un trato con Delphini? demandó saber Kurt luego de entrar de forma estruendosa a mi oficina.

Lo miré con cansancio desde mi asiento detrás del escritorio, jugueteando con un bolígrafo en mi mano derecha.

Los rumores corrían rápido entre ejecutivos.

Aseguró no tener interés alguno en colaborar con Financial Strength, Señor respondí sin inmutarme, recordando las palabras del jefe de una empresa tecnológica de la cual mi padre estaba interesado.

Mi comentario no pareció sentarle muy bien ya que se adentró a la oficina y cerró la puerta de un solo portazo, enojado. Supe que las demás personas fuera estarían pendientes de la conversación, pues era algo muy entretenido de ver cuando el jefe de la empresa y su hijo discutían.

Vas perdiendo la maldita competencia, Egan reclamó él, golpeando fuertemente el escritorio con sus puños—. ¿Cómo mierda piensas convertirte en el vicepresidente de Financial Strength si no eres malditamente capaz de conseguir una cuenta?

No me inmuté ante su enojo. Sabía que él terminaría enterándose de alguna forma sobre mis negocios ya que siempre estaba atento a mis movimientos dentro de la empresa. Solo era cuestión de tiempo para que supiera que mi última reunión había sido un fracaso con Delphini. Pues el hombre me había asegurado que nada de lo que le ofrecíamos le llamaba la atención.

Estoy en eso, Señor. Solo necesito tiempo aseguré.

Mi padre negó con la cabeza y se dio media vuelta, pasando sus manos por su rostro en un gesto de frustración. Por un momento creí que se iría, pero volvió a girarse hacia mí y me habló con falsa calma.

¿Sabes cuántos ejecutivos allá afuera están consiguiendo cerrar tratos con empresas grandes?

Muchos, tal vez.

¿Tienes idea en que puesto estás tú?

Dudo que en el primero.

Él golpeó con un puño el escritorio, provocando un gran ruido y que las cosas que estaban encima temblaran por un instante. Tragué saliva, pero aún así mantuve mi mirada en la suya. Fría e indiferente.

Quiero que el mes que viene estés en el primer puesto de esta maldita competencia, Egan advirtió con enojo contenido—. No permitiré de ninguna forma que vean que mi hijo es un fracaso. Mucho menos que termine por perder la oportunidad de ser el dueño de esta empresa.

Inmediatamente pensé en que, sí perdía, mi padre ya no podría seguir presionándome para ser el jefe de Financial Strength.

Y como si él hubiese leído mis pensamientos, agregó a modo de amenaza:

Pero créeme, Egan, pobre de ti como pierdas esa oportunidad.

Volviendo a la realidad, tuve que pestañear varias veces al darme cuenta de que probablemente quedé con cara de idiota mientras miraba un punto fijo. Y entonces la voz amable de la chica me obligó a plantar los pies en el mundo. Me entregó los cafés y agradecí luego de pagarle.

Al mirar la hora supe que Heather ya debía estar de vuelta ya que había pasado al menos una hora y media desde que nos separamos. Entonces comencé a caminar hasta un elevador para ir a buscarla hasta que de pronto vi una larga cabellera oscura y lacia, portada por una linda chica de estatura baja y mirada verde expresiva. Era ella, y venía caminando hacia mi dirección pese a que sus ojos me buscaban hacia los lados entre tanta gente.

Sonreí inconscientemente y cuando ella pasó por mi lado de forma distraída solté un silbido de admiración. Se detuvo de forma abrupta y me miró.

—¿Tienes novio, preciosa? —bromeé con una sonrisa ladina.

Ella soltó una risa y se acercó a mí.

—Depende de quién pregunte —me siguió, guiñando un ojo.

—¿Ya terminaste? ¿Qué te dijeron? —quise saber mientras comenzábamos a caminar en dirección a la salida del hospital. Le ofrecí un vaso enorme de café y ella aceptó de forma distraída.

—Me contaron el procedimiento que hicieron durante la investigación en la escena del crimen —comenzó a explicar de forma seria.—. Realmente me arrepiento de no haber estado atenta cuando ellos fueron a la mansión esas veces.

—No estabas lista para ver la habitación de Daryl nuevamente, linda. No después de lo que pasó —aseguré suavemente ante su desánimo. Ella asintió con pesar y siguió hablando:

—Durante la investigación usaron varios métodos para recolectar pistas. Hablaron sobre lo raro que les pareció no haber encontrado huellas dactilares en las ventanas, que fue por donde entró el asesino evidentemente, y huellas de zapatos en el suelo. Para lo cual, especificaron, habían usado un polvo especial para identificar marcas.

Fruncí mis cejas, confundido y curioso.

—Es obvio que el asesinato fue planeado con mucha precisión y cuidado —dije, serio y pensativo—. Quién quiera que sea la persona que mató a Daryl, lo había planeado desde hace tiempo.

—Nick me contó muchas cosas que me dejaron varias dudas —comentó con detenimiento—. Pero lo que más me llamó la atención fue que mi padre haya cambiado de actitud en cuanto lo interrogaron.

Ambos llegamos hasta el auto, pero en vez de entrar la miré con intriga ante la mención de una nueva persona.

—¿Quién es Nick? —pregunté.

—¿Recuerdas al chico que nos guió hasta la oficina de Grissom y Marylin? —asentí—. Bueno, es él. Ah, y resulta ser que estuvo involucrado en el caso de mi hermano en parte.

Ambos entramos al auto y Heather continuó explicándome sobre lo que ese chico y los investigadores habían dicho. Presté atención a cada detalle, cada palabra, analizando la situación y creando teorías en mi cabeza que al final solo lograban confundirnos más. Heather terminó por contarme todo y entonces giró a verme con una expresión de duda, buscando mi opinión sobre todo lo que me había dicho.

—¿Crees que...? —dejó la palabra en el aire, temerosa, esperando no tener que terminar la pregunta.

Pero yo lo hice.

—¿Qué Bruce haya tenido que ver directamente con el asesinato de tu hermano?

—Por Dios, Egan —miró hacia la ventana, afligida y nerviosa.—. Eso suena tan... irreal. No quiero tener que pensarlo porque de ser así, yo no sé que harí...

—No fue Bruce —interrumpí rápidamente, con la vista en la carretera mientras manejaba. No tendría sentido aquello, así que añadí—: Estás olvidando lo que pasó en la fiesta, linda. Él asesino se presentó frente a ti, ¿recuerdas? No puede ser tu padre.

Heather pareció comprenderlo y no tardó en asentir con la cabeza en acuerdo. Sin embargo soltó un suspiro que demostraba su frustración.

—No entiendo nada, Egan. Todo esto parece ser demasiado y... y.... no lo sé —murmuró. En verdad sentí pena por ella. Verla tan preocupada y confundida me hizo sentir mal. Pero de seguro ella se sintió peor ya que no tardó en comenzar a quejarse.—: ¡Y luego está lo que pasó aquella noche en la entrada de la mansión y...!

Algo pareció encenderse dentro de mi cabeza, como un flash representando un recuerdo de lo que me había comentado la castaña al día siguiente luego del ataque de, suponemos, el asesino a la mansión. Y pregunté:

—¿Qué fue lo que vio Andrew en las cámaras de vídeo-vigilancia de la residencia?

Heather calló abruptamente. Se mantuvo en silencio unos segundos, dudosa. Giré mi rostro lo suficiente para poder ver como desviaba su mirada hacia la ventana como si no quisiera hablar de eso. Lo cual me pareció sumamente extraño. ¿Había algo sobre las cámaras de seguridad que no quería decirme o que se le hacía difícil de contarme?

¿O tenía algo que ver con su guardaespaldas?

Eso solo aumentó más mi curiosidad. Estaba completamente seguro de que algo estaba pasando entre ellos; y me molestaba de sobremanera. Me ponía celoso, sí. Pero también era consciente de que jamás podría reclamar algo así sin antes arruinar mi amistad con la castaña a mi lado.

Porque aunque doliera, sabía que no sería correspondido. Entonces solo me quedaba aceptar nuestra amistad y apoyarla en lo que pueda. Incluso si debo enfrentarme al mismo asesino para protegerla, estaba seguro de que lo haría.

¿Aun cuando eso significaba que habría que derramar sangre?

Me importaba una mierda Andrew. Yo estaría ahí también.

—Linda, escucha, necesito que me seas lo más honesta que puedas y no ocultarme nada en este asunto, ¿entiendes? —murmuré, buscando su mano para apretarla suavemente. Me sorprendió que ella alejara su mano y negara con la cabeza. —¿Qué sabes de lo que las cámaras grabaron esa noche?

—No lo sé, Egan —admitió finalmente—. No he hablado con Andy desde entonces.

Fruncí mi ceño, curioso. Eso, sin duda, terminaba por querer hacerme indagar más sobre ello.

—¿Por qué no? Se les veía muy unidos —dije conteniendo un deje de molestia en mi voz. Contrólate, Egan.

—Discutimos y desde entonces no nos hablamos —murmuró en respuesta. Tal vez fueron imaginaciones mías, pero me pareció verla triste.—. Así que no me dio tiempo de preguntar por las cámaras de...

—¡Eso es! —Pisé el freno inconscientemente, provocando un pequeño grito de horror de parte de la castaña. Por suerte ambos teníamos el cinturón de seguridad y había detenido el auto en una calle muy poco concurrida.

Heather no tardó en reclamarme:

—¡Egan! ¿Que es lo que haces? —preguntó sorprendida y desconcertada. Me miraba con los ojos abiertos del anterior susto.

—Las cámaras de seguridad de la mansión, Heather —dije igual de sorprendido—. Lo que sea que haya pasado la noche del asesinato...

—Las cámaras debieron grabar al asesino —asintió ella—. Maldición, debimos haber empezado por ahí, Egan.

¿Cómo había sido posible que no nos diéramos cuenta de eso? Ese había sido el principio de todo esto, y por lo tanto era por ahí donde debíamos haber comenzado.

Solo tenía una duda, ¿quiénes habían sido lo suficientemente inteligentes de haber visto ya las cámaras de seguridad? ¿Los investigadores? ¿Los hombres de seguridad de la mansión?

¿Bruce Evans las habría revisado ya?

—¿Quiénes están en la mansión justo ahora? —pregunté, comenzando a manejar. Me sentía ansioso, y apostaba a que Heather también. Teníamos casi una pista, y en verdad quería saber con lo que nos encontraríamos.

Heather lo pensó un momento antes de responder.

—Bruce no está porque decidió quedarse unas horas extras en la empresa a pesar de ser viernes. Lindsay salió a cenar con unas amigas. Sé que Matthew pidió la tarde libre y... —pensó un momento.—, teniendo en cuenta a los hombres que siempre cuidan la mansión, solo nos queda Andrew.

Hice una mueca inconscientemente.

—¿Crees que puedas hablar con el encargado de controlar las cámaras de seguridad? —maniobré el volante. Ya estábamos cerca de llegar a la residencia.—. Pero a escondidas, linda. No queremos que Bruce se entere de que estamos investigándolo, ¿bien?

Sentí su mirada confusa sobre mí.

—¿Lo estamos investigando? —repitió.

Asentí con decisión.

—Ciertamente Bruce no me convence, Heather —confesé, dudoso—. Siento que él tiene algo que ver en todo esto.

Me introduje a la residencia privada y comencé a disminuir la velocidad. Miré a Heather de soslayo debido a su silencio, y la encontré con la cabeza agachada, jugueteando con sus dedos en un claro gesto de nerviosismo. Comprendí su estado; estábamos hablando de que su propio padre era un sospechoso de la muerte de Daryl, su hijo. Y, pese a que aún no teníamos nada en concreto que nos dijera que él sí estaba implicado en todo esto, sus actitudes dejaban mucho qué pensar.

Bruce perdió los nervios cuando lo interrogaron luego de la muerte de Daryl. Canceló la investigación para dar con el asesino. Y, según contó Heather, no quiso involucrar a la policía cuando alguien atacó la mansión aquella noche. Tal vez todo lo anterior no quería decir que él fuera el asesino, pero sí que misteriosamente quería impedir que lo descubrieran.

¿Pero por qué?

—Hay que descubrirlo —Escuché la determinación en la voz de Heather, y giré a verla con curiosidad.—. Bruce esconde algo, Egan. Y nosotros descubriremos aquello que la policía no pudo.

Asentí con la cabeza en acuerdo.

—Pero mantenlo contento por el momento, linda —sugerí, pudiendo ver ya la mansión Evans—. Y respecto a lo de las cámaras de seguridad, intenta escaparte hacia donde las tienen y hablar con el encargado. Y sería de mucha ayuda que le preguntaras a Andrew qué fue lo que vio en las cámaras de vídeo-vigilancia.

Ante esto último la mirada de la castaña se tornó incómoda, como si aquello no fuera algo de lo que estuviera contenta de hacer.

—Está bien —Aunque terminó por aceptar luego de soltar un suspiro.

Estacioné el auto frente a la entrada de la mansión, donde yacían dos hombres de seguridad observando mi auto con desconfianza. Y era de esperarse que lo vieran de esa forma ya que no lo conocían; pues mi anterior Ghibli se había negado a arrancar hace días atrás y ahora conducía un auto color blanco que se había dedicado a llenarse de polvo en el garaje de la mansión. No quería sonar presumido, pero poseía dos autos; uno que fue un regalo de cumpleaños y otro que compré yo mismo cuando comencé a trabajar en la empresa de mi padre. Ese auto había sido mi anterior Maserati Ghibli.

Heather se despidió con un beso en cada mejilla y abrió la puerta del copiloto para irse. Sin embargo mis palabras la detuvieron. No sé porqué me fue inevitable decirlas, ni sé el motivo por el cuál las dije, pero brotaron de mis labios como un murmuro triste:

—Sé que pasa algo entre ustedes dos —No hice aclaraciones. No hizo falta. Ella me miró, neutra. —. No diré nada, mas que pedirte que cuides cada cosa que le confíes.

Ella no dijo nada. Solo asintió con la cabeza apenas, salió del auto y cerró la puerta detrás de sí. Solo fui capaz de verla irse sin mirar atrás hasta perderse entre los barrotes del enorme portón que resguardaba la mansión Evans. Aquella mansión llena de secretos oscuros.

Aquella mansión que tanto visité cuando era un niño, pero que por alguna extraña razón mis padres decidieron que no era sano para mí seguir viendo a los Evans. Entonces me cuestioné por primera vez sí la razón por la que Kurt se negaba a que fuera amigo de los hermanos Evans tenía algo que ver con los desacuerdos que él tuvo con Bruce, o sí había algo mucho más oscuro y retorcido.

***

Viernes. Ocho de la noche. A esa hora llegué a casa luego de haber dejado a Heather en la suya. No me molesté en estacionar el auto correctamente, ni siquiera guardarlo en el garaje como era debido, solo me limité a arrojarle las llaves a un empleado que las atrapó con manos temblorosas. Sabía lo que debía hacer, y en caso de que no lo supiera no se atrevería a preguntarme. Mi estado no era el más tranquilo como el que usualmente portaba; mis pasos eran rápidos y firmes, mi cuerpo estaba tenso, mi mirada fría y ansiosa de ver a ciertas personas, y mi mano libre empujando puertas cerradas hasta llegar al salón de la mansión. Aquel lugar donde acostumbraban a estar aquellas personas egoístas, crueles y, ahora, mentirosas.

Así que cuando llegué hasta el campo de visión de Kurt y Sarah no me molesté en ocultar mi enojo.

—¿Por qué mierda mi historial médico dice que sufrí pérdida de memoria? —demandé saber, elevando unos papeles en mi mano derecha. Aquellos papeles que había copiado e impreso desde el hospital.

Kurt estaba parado a un lado de la chimenea con una copa en su mano derecha y otra detrás de su espalda, en actitud imperturbable pese a mi estado. Por otro lado, noté la sorpresa en el rostro sereno de Sarah, mi madre. La había tomado desprevenida. Aún así, quién contestó fue Kurt.

—Fue a los catorce años —dijo él, serio e indiferente—. Los médicos dijeron que serías capaz de recuperar tus recuerdos.

—¿Por qué mierda no sabía que perdí la memoria? ¿Entonces por eso tengo recuerdos confusos de mi niñez? —exigí saber, demasiado molesto. Pero en realidad estaba más confundido.

Mi madre se levantó del sofá rápidamente, sorprendida. Toda elegancia o tranquilidad que poseían sus movimientos se habían perdido para dar paso a un nerviosismo y angustia impropia de ella.

—¿Quién te dijo eso? —preguntó sin salir de su asombro.

—Fui al hospital —respondí con brusquedad—. Hace tiempo vengo experimentando dolores de cabeza, desorientación e incluso olvido cosas.

Sarah llevó ambas manos a su boca, horrorizada.

—Oh, Dios mío —La escuché murmurar, incrédula.—. No puede ser, no otra vez...

—Sarah, tranquilízate —pidió Kurt tomándola por los hombros.

Yo solo los observé desde mi lugar, más confundido que antes. ¿Qué era lo que estaba pasando? ¿Por qué mi madre parecía estar tan asustada?

Miré con duda los papeles en mis manos, leyendo la parte que decía que mi pérdida de memoria se debió a un fuerte golpe. Aunque no especificaba el porqué ni cómo.

Lo único que venía a mi mente eran mis múltiples visitas al hospital. Y ahora ya sabía porqué.

—Si el accidente no tuvo efectos permanentes, ¿por qué aún me es imposible recordar cosas? ¿Por qué hasta el día de hoy siento que mi memoria falla? ¿Por qué me siento tan desorientado?

—¡Porque....!

—Calla, Sarah —reprendió mi padre, serio, y su mirada fija en mí. Mi madre se veía muy preocupada, a lo que su esposo añadió—: No confundas a nuestro hijo más de lo que ya lo está, cariño. Mejor deja que yo le explique las cosas y tú ve a descansar, ¿entendido?

Cada vez que solía tener la atención de mi madre en mí, solía mirarme, no con desprecio ni nada parecido, con serenidad, tranquilidad y neutralidad. Entonces era muy difícil saber lo que pensaba de su hijo la mayor parte del tiempo. Además de que jamás habíamos tenido conversaciones significativas o profundas, ni tampoco solía decirme como madre lo mucho que amaba su hijo. Tal vez un par de veces cuando yo era un niño, pero luego comencé a crecer y fue mi padre quién no me dejó en paz.

Hasta ese momento. Sarah me observó de una manera que no supe como catalogar; ojos grandes, atemorizados, como cuando recuerdas cosas que preferiste olvidar. Sus hombros temblaban levemente y sus manos tapaban su boca ocultando unos sollozos. No pude comprenderlo. No fui capaz de darle un porqué a su estado. Kurt le insistió en irse y ella solo obedeció en silencio y con una mirada afligida.

Una vez estuvimos solos, mi padre me hizo sentarme en el sofá individual que adornaba aquel salón iluminado únicamente por el fuego de la chimenea. Obedecí, a la defensiva pero ya más calmado por toda la situación. Quería saber lo que diría. Porque ciertamente habían muchas cosas que no entendía, y por lo mismo jamás se las había dicho a nadie más. Ni siquiera a Heather.

—¿Qué es lo que quieres saber? —preguntó Kurt aún de pie y jugando con el líquido dentro de su copa.

Lo miré con incredulidad.

—Todo —respondí.

—Eso es mucho, Egan. Y hay mucho de qué hablar, así que será mejor para ti hacer preguntas especificas.

Apoyé mis codos en mis rodillas, mirando hacia el suelo, pensativo. Él esperó en silencio, con una tranquilidad que no hacía nada más que ponerme nervioso.

Esta vez no quería equivocarme. Si quería toda la información para entender qué mierda me estaba pasando, entonces debía empezar por el principio. Y ese era:

—¿Cómo sucedió el accidente? —pregunté, sin elevar la mirada del suelo.

Escuché como mi padre dejó la copa de vidrio en la pequeña mesa central que hacía juego con los sofás.

—No fue un accidente, Egan.

Elevé mi mirada y clavé mis ojos en los de Kurt, sorprendido. No hizo falta preguntar nada porque él mismo siguió hablando, adoptando una postura más seria, sus manos entrelazadas detrás de su espalda.

—Estabas en la primaria. En la azotea de la escuela cuando todo sucedió —explicó, desviando su mirada hacia las llamas de la chimenea—. Siempre fuiste un niño muy influenciable. Lo que los demás hacían, tú también querías hacerlo. Entonces cuando Daryl te propuso subir a la azotea de la escuela para escaparse de una clase, aceptaste.

—Un momento —interrumpí, confundido—, ¿que tiene que ver Daryl en todo esto?

Papá fijó sus ojos oscuros en los míos, su mirada luciendo más sombría.

—Fue Daryl quién te empujó desde la azotea de la escuela.

Quedé anonado. Completamente confundido y sorprendido. Aquello me resultaba muy contradictorio y difícil de creer porque, ¿mi mejor amigo, empujarme desde la azotea de la escuela? Teníamos catorce años según mi padre, y para entonces éramos muy unidos. Entonces, ¿por qué?

¿Por qué no lo recordaba? Y si eso realmente sucedió, ¿por qué Daryl siguió actuando normal conmigo? ¿Por qué nunca me lo dijo?

¿Él había sido mi mejor amigo realmente?

—No —murmuré, incrédulo—. Eso no puede ser cierto. No pudo ser así...

Mi padre habló con voz clara y firme.

—Sí lo fue, Egan —aseguró—. Algunos niños fueron testigos de tu caída y un conserje encontró a Daryl en la azotea, en shock pero intacto. Es obvio que no fue intencional, pero algo sucedió y él terminó por empujarte. Fue un milagro que no murieras, hijo. Caíste sobre unas bolsas de basura que contenían hojas, pero aún así golpeaste tu cabeza en un punto clave que provocó tu amnesia temporal.

—¿Temporal? —fruncí mi ceño—. No soy capaz de recordar parte de mi pasado y mucho menos el momento del accidente.

Papá soltó un suspiro pesado y caminó hasta el sofá de cuero individual, frente a mí.

—Escucha, Egan, el médico aseguró que podría ser posible que hayas tenido daños permanentes.

»Cuando despertaste en el hospital fuiste capaz de reconocernos a todos, pero no recordar que fue lo que te pasó.

»Y estoy completamente seguro de que tu cerebro se dañó de forma permanente desde entonces, provocando fallos en tu memoria. Es por eso que te sucede eso que dices.

Bajé mi mirada, pensativo y asombrado. Sin embargo no me era imposible de creer. Un golpe en la cabeza tenía muchísimo sentido. Pero quién lo provocó me sonaba muy absurdo y curioso.

¿Daryl? ¿Empujarme?

—Si todo lo que me estás contando es verdad —dije de forma pausada, dudoso. Miré a mi padre antes de añadir—: ¿cuál fue la razón por la que Daryl me empujó? ¿Sus padres lo sabían?

¿Heather lo sabía?

—Eran unos niños, Egan —respondió él, calmado—. Discutieron y pasó lo que pasó. Obviamente eso nos llevó a Bruce y a mí a discutir sobre quién era su hijo realmente. Decidí dejar de negociar con él por el problema que su hijo incorrecto podría representar, después de todo fue él quién te influenció a subir a la azotea.

—¿Entonces por eso dejaron de hablarse? —inquirí, sorprendido.

Kurt asintió y añadió como último detonante.

—Daryl no fue solo un problema para Bruce, Egan. Hay más.

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