Capítulo 28 |
Al día siguiente por la mañana, decidí levantarme por cuenta propia a las ocho y media. Cambié mi vestido de seda para dormir por ropa cómoda para andar por la mansión. Aproveché la media hora que tenía libre para ordenar mi habitación de una vez por todas. Y cuando encontré cuadros hechos por mí dónde yacían rosas en diferentes posiciones en ellas, decidí guardarlas en el cuarto del armario, al igual que aquellas pinturas más... especiales. No quería de ninguna forma que alguien las viera.
Y mientras hacía todo aquello me pregunté que haría el día de hoy para poder empezar con mi plan para encontrar al asesino. Claramente no era Sherlock Holmes y desde luego Edgan no era Watson, así que supe que nada de esto sería sencillo. Además, ¿qué podrían hacer dos personas que no tenían idea de cómo iniciar una investigación, a comparación de los policías que habían estado estudiando el caso de Daryl?
Lo único que sabía era que debíamos ir paso a paso y empezar por el principio.
¿Pero cuál era?
Unos toques en mi puerta llamaron mi atención cuando coloqué algunas almohadas en su lugar. Arreglé un poco mi cabello sujeto en un moño desalineado con algunos mechones de cabellos sueltos a los costados de mis ojos. Caminé hasta la puerta y la abrí, encontrándome con un par de ojos observándome, curiosos.
—¿Ya estabas despierta? —preguntó Andrew al otro lado.
—Sí, ¿por qué?
—Siempre debo venir con la intención de tirar la puerta abajo para que te levantes—se encogió de hombros y se dió media vuelta—. En fin. Tus padres han salido a una reunión con socios del trabajo. Me han informado que no llegarán a almorzar, así que...
—Entonces saldré un momento—setencié más para mí misma que para Andrew.
Sí mis padres no estaban, eso significa que tendría libertad para salir de la manion e ir con Edgan para hablar en persona. Aunque supe que eso estaría un poco difícil a juzgar por la expresión de mi guardaespaldas al girarse hacia mí.
—¿Disculpa? —enarcó una ceja.
Rodé los ojos—Solo será un momento, Andy. Y tú puedes acompañarme.
—Sabes que Bruce no te quiere fuera de la mansión. Además estás castigada, muñeca—soltó un bufido con obviedad.
Fruncí el ceño levemente—Andy...
—¿Por qué no bajas a desayunar mejor? Te espero abajo—guiñó un ojo y se dió media vuelta empezando a caminar por los pasillos. No lo detuve. Sabía que sería en vano, así que solo me limité a soltar un suspiro y cerrar la puerta de mi habitación, caminando detrás de él de malas ganas.
Por el momento debería hablar con Edgan por teléfono.
—Buenos días, Helen—saludó mi guardaespaldas hacia la cocinera. Ella estaba picando algunas verduras, pero no estaba sola; dos sirvientas jóvenes ayudaban con la limpieza en la enorme isla. En cuanto se percataron de la presencia de mi guardaespaldas, mordieron su labio inferior con descaro, mirándose entre ellas—. Señoritas—saludó Andrew también a ellas.
—¡Buenos días, joven Andrew!—saludó la mujer encargada de la cocina, felizmente. Me dedico una enorme sonrisa que demostraba gusto por verme también allí—. ¡Buenos días, señorita! Qué bien que haya bajado a desayunar ésta vez.
Claro. La mayoría de veces pedía que me llevaran el desayuno a mi habitación. Tampoco es como si ingiriera la gran cosa.
Le sonreí levemente—Hola, Helen.
—Por favor tomen asiento. Las chicas recién terminan de limpiar la isla—Helen miró a las dos sirvientas que no paraban de reír y cuchichear entre ellas dos, dándole algunas miradas disimuladas a Andrew. Era obvio que les atraía—. ¿Verdad, chicas?
Ellas pararon de reír de golpe y observaron con nervios la mirada desaprobatoria de la cocinera, provocándome a mí una sonrisa de satisfacción. Sí, me molestaba que vieran de esa forma a Andrew delante de mí.
Un momento. ¿Cuando había sentido yo celos por un chico?
—Así es, señora—asintió una de ellas, rubia.
—Ya terminamos aquí—la codeó la otra, morena, indicándole que debían salir de allí.
—Muchas gracias, niñas—sonrió Helen forzosamente. Era más que obvio que ella no había pasado por alto las actitudes de esas chicas por Andrew, y de seguro se llevarían un regañó luego. Y en ese agradecimiento las había invitado a irse.
Cuando aquellas sirvientas pasaron por en medio de Andrew y yo, no pude evitar fruncir el ceño notablemente cuando ellas le sonrieron con coquetería, soltando risitas por lo bajo. Y para alimentar a mis celos, mi estúpido guardaespaldas les devolvió la sonrisa acompañado de un guiño.
¡Un guiño! ¡Un guiño como los que me dedicaba a mí!
—Siéntensen, queridos—invitó Helen con amabilidad, dandonos la espalda para sacar algunos platos—. Tenía el desayuno listo para subirlo al cuarto de la Srta. Heather. Pero ahora que está aquí me facilita el trabajo—rió.
Tomé asiento en silencio en uno de los taburetes. Vi de reojo como Andrew se sentaba a mi lado, muy cerca de mí y no frente a mí como en otras ocasiones hacía. Notar esa simple acción provocó un cosquilleo en mi estómago, pero también un ardor. Y es que me encontraba molesta con él repentinamente.
Y molesta conmigo. ¿A dónde había ido a parar toda aquella seguridad que me salía por los poros? ¿Desde cuándo me sentía amenazada por otras chicas? Jamás. Nunca. Debía tragarme los malditos celos irracionales porque de lo contrario me vería patética.
—Aquí tienen, queridos—Helen dejó frente a nosotros dos platos con tres hotcakes encima, cubiertos de miel y fresas. También dejó cubiertos y un vaso con jugo natural. No me percaté de que ella y Andrew habían estado manteniendo una conversación de cosas triviales mientras yo comenzaba a cortar mi desayuno y llevarme trozos a mi boca.
Estaba delicioso. La comida de Helen no tenía la culpa de nada. Así que me propuse terminar el desayuno y luego ignorar a Andrew.
—Ay, querido. Disculpa por las actitudes de las sirvientas. Siempre que vienes es lo mismo—las palabras desaprobatorias de Helen llamaron mi atención por completo, obligándome a levantar la vista, curiosa. —. Te prometo que hablaré con ellas para que dejen de incomodarte.
—No te preocupes, Helen. No me incomodan—dijo el ojiazul con una sonrisa ladina. Me observó de reojo y soltó con burla—: Estoy más que acostumbrado. Y déjame decirte que solo me siento halagado.
Evité soltar un bufido lleno de sarcasmo. Halagado dice. Además, ¿qué significa esa mirada hacia mí? ¿Acaso quiere ponerme celosa?
Imposible. ¿Por qué Andrew querría algo como aquello?
Solo está jugando conmigo.
Ese pensamiento me indignó por completo.
—Oh, estoy segura de eso, joven—la cocinera soltó una carcajada ante la "modestia" de mi guardaespaldas.
—¿Y tú desde cuándo desayunas aquí? —pregunté de pronto hacia él de forma brusca. La irritación presente en mi tono de voz.
Andrew, lejos de ofenderse, ensanchó su sonrisa con burla, contento con mi reacción—Desde que soy el favorito de Helen—guiñó un ojo hacia la cocinera y ella soltó una carcajada.
Era obvio que ellos dos se llevaban bien. Y la única que no le hacía gracia nada, era a mí. Por lo mismo que rodé los ojos y me limité a terminar lo que quedaba de mi desayuno para largarme de allí.
En algún momento Helen se fue de la cocina a hacer no sé qué. Y entonces fue cuando cierto chico de tatuajes y de ojos azules rozó su brazo con el mío, queriendo llamar mi atención.
—¿Y esa cara, muñeca? —preguntó fingiendo curiosidad. No lo estaba mirando, pero a juzgar por su tono de voz, supe que estaba conteniendo una risa.
—No me llames muñeca—repliqué sin mirarlo, alejándome de él.
—¿Por qué? —se acercó a mí—. No parece que te disguste.
Lo miré de reojo—Deja de hacer eso, Andrew.
—¿Hacer qué? —el hecho de que fingiera demencia solo incrementaba mi molestia.
—Eso que haces—solté un resoplido, apartando el plato vacío de mí—. Quieres ponerme celosa, ¿verdad?
Creí que él se sorprendería por haber sido descubierto o por la forma en que se lo reclamé. Pero por su mirada deduje que la situación solo le hacía gracia. Y eso me desconcertó.
—¿Lo dices por esas chicas, Heather?
—¿Ahora soy «Heather»?
—Creí escucharte decir que no te llamara muñeca.
—¡Soy «Srta. Evans» para ti, Andrew! —lo miré de malas ganas. Pero él soltó una risa, poniéndose de pie.
—Lo que desee, Srta. Evans. Sí tanta formalidad quiere, entonces supongo que deberá dejar de llamarme «Andy» y también deberá dejar de tocarme como lo hizo anoche.
Sentí mis mejillas arder ante su mirada astuta y sonrisa triunfante. Caminó con los dos platos hacia el fregadero y los dejó allí.
—¿Dices que sí dejamos las formalidades de lado podría tocarte así? —elevé mis cejas, usando un tono de voz insinuante. Lo admitía, estaba molesta por sentir que Andrew tenía cierto control de mis emociones sobre mí.
Él se apoyó en la encimera, cruzándose de brazos. Me dirigió una mirada desinteresada aunque divertida, y se encogió de hombros.
—Eso lo has dicho tú, no yo. No sé qué es lo que quieres lograr actuando de esa forma conmigo, muñeca. Pero te recuerdo que soy tu guardaespaldas, no tu amante.
—¡Pero sí eres tú quién...!
—No me interesa lo que tengas para decirme—interrumpió con una sonrisa burlesca—. No se puede, Heather.
Y cuando estuve apunto de soltarle el insulto más creativo que mi mente pudiera maquinar, mi celular en el bolsillo trasero de mi short me interrumpió. Lo tomé de malas ganas y en la pantalla figuró en letras blancas el nombre de mi mejor amigo. Hice una mueca, no debería hablar con él frente a Andy. Por lo mismo que le dediqué una mirada dudosa al chico pelinegro, quién me miraba expectante cruzado de brazos, y me puse de pie.
—Esto no ha terminado—amenacé y caminé hasta el patio trasero de la mansión, lugar donde descolgué el ícono verde y acerar el celular a mi oído—. Hola, Edgan.
—Buenos días, linda—saludó el chico de ojos azules, feliz—. Estaba pensando en que podíamos salir a desayunar los dos. Ya sabes, hoy día no tengo nada importante que hacer en la empresa y papá me dejó en paz.
Mi sonrisa fue decayendo, apenada—Oh, Edgan. La verdad me encantaría.
—Genial, preciosa. Pasaré por ti en un mom...
—Pero no puedo, Edgan—interrumpí—. Escucha, Bruce me tiene vigilada. Y no quiere que salga de la mansión por nada del mundo.
»Pensé en irte a ver acompañada de Andrew. Pero incluso él se negó.
El peli-marrón se quedó en silencio. Temí que se hubiera enojado, pero en lugar de eso lo escuché soltar un suspiro.
—Está bien. ¿Qué propones para vernos entonces?
Lo pensé un momento. Definitivamente yo no podría salir y mucho menos escaparme. Edgan tenía la entrada prohibida a la mansión y estaba segura de que eso los hombres de seguridad lo sabían.
Era tonto. Pero no me quedaba de otra más que ir a verlo a la entrada de la mansión. Al menos de momento hasta que se me ocurriera una manera de convencer a mis padres de darme un poco más de libertad.
—Ven a la mansión, Edgan—propuse dándole una mirada a la puerta que daba hacia el patio trasero, asegurándome de que nadie estuviera escuchando. Y para mi sorpresa la figura de mi guardaespaldas yacía mirándome a través de los ventanales, expectante.
Le di la espalda.
—¿Estás segura de eso, linda? Ya sabes que a Andrew no le caigo bien—dijo con duda.
Rodé mis ojos—Lo sé. Pero tendré que hablarte desde la entrada de la mansión.
—Bien. Por lo menos es algo—casi pude ver cómo hacía una mueca frustrada. Y a decir verdad, yo tampoco podía creer como era que mi padre me estaba obligando a hablar con mi mejor amigo a través de las rejas de mi propia casa.
No sabía qué haría o cómo haría para convencerlo de que me diera más libertad. Y para que iba a mentir, sus amenazas de dejarme en la calle me provocaban cierto... temor.
—Te espero, Edgan—corté la llamada luego de escuchar su voz despidiéndose. Me permití llenar de aire mis pulmones y expulsarlo lentamente, pensando en lo encerrada que me sentía aquí. Y pensé en que sí tan solo hubiera dejado de comportarme tan... inmadura, tal vez mis padres confiarían más en mí.
Lo admitía. En este momento me arrepiento de haberme comportado tan rebelde. Sin embargo estaba segura de que era lo único de lo que me arrepentiría.
Observé, pensativa, la piscina frente a mí y otras cosas irrevelantes a mi alrededor. Finalmente me di media vuelta y me adentré a la mansión nuevamente. Las ganas de discutir con Andrew habían desaparecido, así que cuando lo vi apoyado en el marco de la entrada a la mansión, esperando que le contara con quién había hablado, pasé de él olímpicamente. Tenía intenciones de ir a mi habitación y cambiarme de ropa.
Me coloqué una blusa holgada negra con unas letras en blanco, y un pantalón de jean azul oscuro con algunas roturas en las rodillas. No era para nada lo que solía usar. Pero dado que no me sentía bien conmigo misma (no tanto al menos) decidí usar ropa holhada. Además, me sentía cómoda de aquella forma. Luego proseguí a peinar mi cabello correctamente y lo até en una coleta alta, dejando algunos mechones sueltos a cada lado de mis ojos.
Guardé mi celular en el bolsillo trasero de mi pantalón y luego de colocarme unas zapatillas salí de mi habitación al mirar por el balcón como un auto se acercaba hasta la entrada de la mansión. Lo reconocí como el auto de Edgan, por lo mismo que me apresuré a darle la bienvenida antes de que lo hiciera otra persona.
Y con eso me refería a Andrew.
Bajé las escaleras y crucé el salón hasta llegar a la puerta de la mansión. Pude visualizar el Maserati Ghibli color negro de mi mejor amigo estacionarse cerca del enorme portón de barrotes blancos. Algunos hombres de seguridad se miraron entre ellos, curiosos, y otros, como Matthew, dieron un paso al frente para saber de quién se trataba. Caminé por el caminito de piedras rodeado por flores hasta llegar a la entrada mientras veía como Edgan bajaba del auto y se acercaba.
—¿Qué tal, Matthew? —saludó el de ojos azules al jefe de seguridad.
—Gray—le dedicó un asentimiento de cabeza a modo de saludo—. Escucha, chico, no puedo dejarte entrar.
—Lo sabemos, Matthew—intervine llegando hasta ellos. Él se giró a verme y le di una sonrisa de boca cerrada. Añadí—: Quisiera hablar un momento con mi mejor amigo, Matthew. En privado.
—Está bien, Srta. Evans—aceptó aunque con cierta duda. Cuando se giró para darnos espacio, recordé algo y me apresuré a llamarlo.
—Espera, Matt.
—¿Dígame?
Di una mirada de soslayo a la mansión—Si aparece Andrew manténlo lejos de nosotros, por favor. Ya sabes como es él.
El hombre asintió con la cabeza y se fue. Dirigí mi mirada hacia mi mejor amigo y le hablé desde el otro lado de las rejas.
—Lamento esto, Edgan.
—No te preocupes, linda—le restó importancia—. Dime, ¿por qué tu padre me prohibió la entrada sí somos amigos desde hace años?
—No es nada personal realmente. Bruce no quiere que nadie venga a verme. Y tampoco me deja salir de la mansión—solté un resoplido, frustrada.
Edgan frunció el ceño—¿Por qué no?
Me encogí de hombros—Estoy castigada. Además... creo que también es por mi seguridad.
El chico de ojos azules hizo una mueca comprensiva.
—¿De qué quieres hablar entonces? —preguntó bajando la voz—. ¿Encontraste algo sobre el... asesino?
Negué, cruzada de brazos—No sé muy bien cómo empezar, Egan.
—Linda, créeme que esto no será nada fácil. Nosotros no somos unos profesionales en el tema—dijo para mi desánimo. Añadió luego de soltar un suspiro—: No quiero decir que es imposible, pero... es imposible.
—¡Egan!—me quejé.
—Es broma, linda. De hecho, tengo una idea de cómo podemos empezar a investigar.
Tomé los barrotes y acerqué mi rostro al suyo.
—¿Cómo?—pregunté.
Egan se acercó a mí.
—Bueno, hay que empezar por el principio, ¿no? Escucha, linda, sé que el asesinato ocurrió aquí en tu casa. Pero algo me dice que deberíamos empezar por investigar la manera en que murió.
—Dices que...—fruncí el ceño, dudosa—¿debemos ir a la morgue?
Mi mejor amigo asintió.
—Hay que hablar con los criminalistas que atendieron el caso de tu hermano, Heather—propuso de manera seria. Ante mi mirada llena de indecisión, añadió, insistente—: Pienso que es una buena idea saber lo que encontraron, ¿no?
No era mala idea. Al contrario, debía mantenerme informada de todo. Sin embargo, supe que debía armarme de valor para escucharlos hablar del asesinato de Daryl. Ni siquiera había tenido la valentía suficiente para ir a visitar su tumba, ¿cómo lo sería para investigar su muerte?
Pero necesito encontrarlo. Dijo una parte de mi cabeza, esa que se sentía impotente y enojada con la persona que le hizo esto.
Inspiré hondo y miré a Egan, más decidida.
—¿Pero cómo podré hablar con ellos? ¿Crees que quieran darle información a alguien más que no sea mi padre? Porque estoy segura de que él dio una orden.
El chico de cabello castaño guardó silencio, pensativo.
—Bueno, eres una Evans, ¿no?—dijo como si aquello fuera suficiente—. Eres familiar y además mayor de edad. Creo que podrías conseguir información, es tu derecho.
Eso era cierto. Y por un momento lo vi fácil. Sentí esperanzas de que eso pudiera funcionar y que sería un gran paso.
Sí no fuera por...
—¿Pero como saldré de aquí?—murmuré con frustración—. Sé que papá mandará a personas detrás de mí sí me escapo.
Egan se encogió de hombros ligeramente—Tal vez no tengas que hacerlo. Encuentra la manera de hacerlo y me avisas, linda. Vendré por ti.
Bajé la mirada y sonreí con los labios cerrados. Una sonrisa desganada, pero agradecida. —Muchas gracias, mejor amigo. No sé que haría sin ti.
Claro que Egan no desaprovecharía la oportunidad para sacar a relucir su "modestia". Así que solo lo escuché decir con aires de grandeza.
—No mucho, seguro.
Reí levemente. Y luego de unos segundos donde debatí mentalmente algunas cosas, admití en un murmuro sincero:
—Tengo miedo, Egan.
—¿A qué, linda?
—A todo. A lo que pueda encontrar.
Egan soltó un suspiro y posó su frente en las rejas, muy cerca de mi rostro.
—No te mentiré, linda. Tengo un mal presentimiento de todo esto. Pero yo dije ayudarte y no dejarte sola. Nunca.
—¿Lo prometes?—sonreí enternecida, mirándolo.
Los ojos azules de mi mejor amigo habían adoptado un brillo especial. Sonrió de lado, dejando relucir sus perfectos dientes, y dijo en un tono de voz que juraba decir la verdad:
—Estaré contigo hasta el final. Te lo prometo.
Me encontraba ya en mi cama lista para dormir. El reloj en mi mesa de noche marcaba medianoche y junto a él yacía la bandeja con la cena que Helen había cocinado, fría. No me digné a bajar y cenar con mis padres por dos motivos: no tenía hambre. Y tampoco quería verle la cara a Bruce. Así que Helen, como la buena persona que era, se molestó en subir mi cena hasta mi habitación.
Miré una vez más el diario que Marlon me había dado en la primer sesión para descargar mis emociones en él. Honestamente no sabía como podría ayudarme aquello, pero como supe que él solo quería ayudarme, me animé a intentarlo.
Entonces comencé a escribir algunas cuantas cosas en ese "diario". Cosas como; lo que sentía respecto a la muerte de mi hermano, la manera en que lo sobrellevaba, lo poco que comenzaban a doler sus recuerdos, la forma en que el dolor era reemplazado por el odio, mis ganas por encontrar al culpable, mis sentimientos confusos respecto a Andy, mi curiosidad por saber lo que mi padre ocultaba, el plan con Edgan para averiguar cosas del asesinato...
Pero no escribí nada de eso. Simplemente no podía. No era capaz de plasmar mis sentimientos en un estúpido papel por el fácil hecho de que eran muchos y demasiados confusos. Por ende decidí mantener todo en mi cabeza y pensé en usar el diario para otra cosa. Pero, ¿para qué?
Además tampoco podía concentrarme mucho ya que en mi mente rondaba la pregunta de lo qué haría para poder salir de la mansión sin que mi madre armase un escándalo. ¿Cómo podría investigar así al asesino?
Era evidente que había perdido toda confianza en mí. Y en el caso de que me dejara salir, estaría obligada a ir acompañada de Andy a donde sea.
Y él no podía saber nada de esto.
Dejé el diario de lado cuando escuché un ruido externo a mi habitación, proveniente del balcón. No me asusté. Supuse que se trataba de Andrew. Así que me puse de pie y caminé hasta allá, cautelosa por las dudas.
Efectivamente era Andrew. Había de su balcón al mío, aterrizando sobre el suelo perfectamente con las rodillas flexionadas. Luego se puso de pie y sacudió su ropa, ajeno a que lo estaba mirando.
—Creo que visitarme en las noches se te está haciendo costumbre. —dije con una sonrisa divertida, cruzada de brazos.
Andy elevó la vista hacia mí en cuanto escuchó mi voz. Y la comisura de su labio se elevó levemente.
—Estaba aburrido. No te vi en toda la tarde.
Luego de hablar con Egan y de haber evitado a Andrew en el trayecto hasta mi habitación, no había bajado ni siquiera a almorzar. Solo me limité a encerrarme en mi habitación debido a que quería estar a solas. Y por ende no había visto a mi guardaespaldas hasta ahora.
No respondí ante eso. Solo vi como Andy tomaba asiento en la silla que hacía juego con la mesa del balcón, y sacaba su característica cajetilla de cigarrillos. Encendió uno bajó mi mirada atenta.
Cielos. Él parecía una maldita estufa con tanto humo. ¿Cómo podía mantener sus dientes tan blancos y perfectos?
—Egan vino—dijo de pronto, después de soltar el primer humo. No sonó a pregunta, más bien a una afirmación.
Casi un reclamo.
Me encogí de hombros y caminé hasta el barandal, evitando mirarlo.
—Así es.
Por un momento creí que me llenaría de preguntas como: ¿Por qué no me lo dijiste? ¿De qué hablaron? ¿Por qué a solas?
Como si estuviera celoso. O tal vez eso quería creer yo muy en el fondo.
Sin embargo preguntó—: ¿Hace cuánto se conocen? Egan y ustedes—se refirió a mi hermano.
Lo pensé un momento—No tengo una edad exacta. Pero... cuando Egan cumplió diez años recuerdo que fuimos a su casa. Así que supongo que ya éramos amigos los tres.
—¿Entonces él y tú solo eran amigos?—preguntó de repente para mi sorpresa.
Giré mi rostro hacia él, desconcertada.
—¿A qué te refieres?
Andrew se tomó su tiempo para responder. Le dio una calada a su cigarro, y cuando clavó su mirada profunda en mí, soltó el humo lentamente. No pude evitar pensar en lo atractivo que se veía de esa forma.
—Me refiero a qué sí ustedes dos no han sido... algo más.
Quise reír de pronto. Pero no porque no pudiera creer lo que él estaba insinuando. Sino porque su mirada fija en mí me ponía nerviosa. Pero traté de disimularlo.
—No tengo porqué responderte eso.
—No lo negaste.
—Tampoco afirmé nada—refuté rodando los ojos.
Andy se puso de pie y caminó hasta situarse frente a mí, su aliento era una mezcla a menta y cigarro que golpeó mi rostro cuando habló:
—¿Por qué te cuesta responder?—preguntó con una sonrisa burlesca.
—Porque no te importa—respondí achicando mis ojos hacia él.
Pero no esperé que Andrew dijera lo siguiente:
—Sí me importa.
Quedé helada ante sus palabras. Mis labios quedaron entreabiertos ligeramente y parpadeé como estúpida un par de veces sin dejar de mirarlo. Probablemente mi acción se habría visto divertida desde un punto de vista externo al mío.
Lo cierto era que Andrew me confundía. Sus acciones, sus palabras; no sabía como tomarlas. A veces parecía que estaba intentando algo conmigo, que estaba interesado en mí. Eso provocaba, muy en el fondo, cierta emoción que no era capaz de evitar. Sabía que eso no estaba bien porque él solo trabajaba para mi padre y acataba sus órdenes. Y era imposible que entre nosotros...
¿O no? ¿Andy era consciente del problema en que podría meterse? ¿O le era indiferente?
De todas formas, me negué a pensar en ese tema. Y no porque me causara desagrado o similar; sino porque mis prioridades eran otras en este momento. Pero, ¿cómo le explicaba eso a la sonrisa atractiva y divertida de mi guardaespaldas?
—No debería—dije luego de unos tontos balbuceos en los que él se dedicó a observarme con burla por mi reacción. Solté un bufido y me apoyé de malas ganas en el barandal del balcón, cruzada de brazos y con mi ceño fruncido hacia Andrew.
Sus ojos azules me miraron de arriba a abajo y elevó las cejas sin perder ese toque risueño—Eso no depende de ti, muñeca.
—¿Olvidas que eres mi guardaespaldas?
—¿Olvidas que me manoseaste?
Touché.
Rodé los ojos y me limité a girar mi rostro, encontrándome con las luces de la ciudad lejos de la residencia. Inspiré el fresco aire y lo dejé salir lentamente. Debía calmar el calor en mis mejillas de alguna forma para evitar que Andy se percatara de ello. Aunque de seguro ya lo habría hecho.
Escuché como él volvía a tomar asiento, en silencio. El humo del cigarrillo llegó hasta mis fosas nasales. Eso me puso de malhumor repentinamente. Tal vez estaba irritable.
—¿Qué te sucede?—preguntó de pronto.
No lo miré. Mi mente estaba volando lejos de allí, tal vez ideando un plan para salir de la mansión y deshacerme de mi guardaespaldas cuando lo necesitara.
Pero no se me ocurría nada.
—No es nada—le respondí en un murmuro.
—¿Y esa cara de pronto? No creo que te haya molestado lo que te dije, ¿verdad?—soltó una risa—. Menos cuando sabes que es ver...
—Esto no se trata de ti—le interrumpí bruscamente girando mi rostro hacia él, irritada.
Andy me observó sin inmutarse desde su asiento. No pareció sorprendido ante mi repentino malhumor. Con sus ojos fijos en los míos, acercó el cigarrillo a sus labios y luego dejó escapar una nube de humo hacia mi dirección, indiferente.
—¿Se trata de Bruce?—preguntó dando justo en el clavo. Desvié mi mirada hacia el suelo y él añadió—: ¿Te dijo algo hiriente?
Me quedé en silencio unos segundos.
Bruce había dicho cosas que en otro momento posiblemente me habrían herido y provocarían que terminara llorando en mi cuarto, encerrada. Sin embargo, ahora solo sentía impotencia. También me esperé aquel trato de su parte, pero no sus amenazas que sabía que cumpliría con tal de obtener lo que quería.
Sabía que lo tendría difícil cuando se trataba de él. Mantenerme firme y demostrarle que no estaba dispuesta a ser un títere suyo era todo lo que quería demostrar. Pero ahora, ¿cómo me ayudaría eso a poder salir de la mansión sin que tuviera que mandar miles de guardias detrás de mí? ¿Cómo podría salir de aquí para que Egan y yo pudiéramos investigar algo de la muerte de mi hermano?
No me sentía triste. Solo frustrada. Bruce estaba resultando ser un obstáculo más grande de lo que había pensando.
—No me hirió—le respondí a Andrew sin mirarlo, mi vista clavada en el suelo, pensativa—. Solo... me molesta.
—¿El qué?
—Todo—admití, molesta y frustrada—. Estoy harta de toda su mierda.
—¿Podrías ser más específica, muñeca? Sé que te molestan muchas cosas de tu padre.
Levanté mi mirada y sin poder retener más mi frustración estallé:
—¡Me molesta que me tenga encerrada como si fuera una puta prisionera! ¡Me molesta que sea crea con el derecho de tratarme como se le venga en gana solo porque él sea mi padre! Odio que sea tan... tan frío. Tan cruel—comencé a caminar de un lado a otro por todo el balcón con Andy escuchando quejarme.
»Odio que siempre tenga que callarme a gritos, casi a golpes. ¡Incluso me amenaza con echarme a la calle! ¡Y también se le ocurre sacarme cosas en cara y... y...
Tomé una bocanada de aire y llevé mi mano echa puño a mi boca, mordiendo levemente para evitar gritar. Mis ojos escocían de la impotencia.
Admití en un murmuro lastimero—: Sé que algunas cosas que él o mamá dicen sobre mí pueden ser ciertas. Sé que yo tampoco he sido tan buena hija. Pero... solo quería divertirme. Es lo que hacen las chicas de mi edad, ¿no?
»Yo... tal vez sí quería un poco de atención de parte de mis padres. Tal vez quería que se preocuparan por mí. Tal vez es verdad que jamás me importó nada más porque tenía el suficiente dinero para gastar en lo que quisiera.
No miré a Andrew en ningún momento. Y cada palabra que salía de mi garganta lo hacía con todo el dolor y la honestidad del mundo:
—Creí que el dinero arreglaba todo, ¿sabes? Por un largo tiempo lo creí. Pero, ¿de qué me sirve esos malditos billetes y tarjetas de crédito sí no puedo traer a mi hermano a la vida? Si no puede estar aquí conmigo.
—Bien dicen por ahí que el dinero no compra la felicidad, ¿no?
—Y tienen razón—aseguré luego de tragar saliva y aclarar mi garganta. No dejé que ninguna lágrima cayera, así que solo las limpié con el dorso de mi mano—. Digan lo que digan, el dinero jamás comprará la felicidad.
—Tal vez porque es un precio demasiado alto.
—Tal vez porque no se compra con malditos dólares—reí con amargura y me apoyé en el barandal, de perfil a Andrew. Miré hacia abajo y admití en un susurro—. No quiero estar encerrada aquí. Aunque estoy segura de que, por más que logre salir de aquí, la sensación de ser una prisionera no me abandonará fácilmente.
El chico de tatuajes se quedó en silencio. Logré ver de reojo como tiraba la colilla de cigarro por el balcón una vez lo apagó. Soltó un suspiro suave y se levantó de la silla. No me moví de lugar, solo me dediqué a cerrar mis ojos y dejar que la brisa fresca de la noche acariciara mis mejillas. En parte me relajó, pero la opresión en mi pecho seguía presente.
Los pasos sobre la madera resonaron detrás de mí hasta situarse a mi lado.
—¿Bruce amenazó con echarte a la calle?—preguntó Andrew en un murmuro cauteloso.
—Sí—respondí sin abrir los ojos—. Me dejará en la calle sin un solo billete, sin protección alguna.
»Todo porque me niego a trabajar con él en la empresa.
Abrí mis ojos lentamente. Una oleada de viento frío movió mis cabellos ligeramente y provocó que mi piel se erizara. Llevé mis manos hacia mis brazos desnudos y los froté en busca de un poco calor.
Aunque ese frío no duró mucho.
Una tela suave y cálida rodeó mis hombros y brazos. De pronto un perfume fuerte y masculino llegó hasta mi nariz, provocando que inspirara profundamente. Sujeté la chaqueta de cuero de Andrew y lo miré agradecida.
Él apartó su vista de mí y apoyó sus codos en el barandal, inclinándose hacia adelante.
—¿Por qué no aceptas?—preguntó refiriéndose a lo de trabajar en la empresa con Bruce—. ¿Tanto odias la idea?
—No la odiaría sí no nos hubiera presionado a Daryl y a mí toda la vida con eso. Nos fastidiaba la manera en que quería obligarnos a trabajar en Solutions Evans, sin dejarnos oportunidad a elegir.
Andrew asintió, comprendiendo.
—Pero, ¿no es mejor que le hagas caso en eso para que... no sé, pudiera confiar más en ti? Porque es eso lo que quieres, ¿no? —dijo y giré mi rostro hacia él, confusa—. Quieres confianza para que te dé la libertad que tanto quieres, ¿no?
—Sí, claro que sí. Pero... no quiero hacer algo que no me gusta.
—No te gusta, pero no estás pensando en que eso podría beneficiarte.
Mi curiosidad se hizo presente y por ende miré a Andrew con mayor atención. Él, al ver esto, prosiguió:
—Dices que no quieres estar aquí encerrada, ¿verdad?—asentí en respuesta—. Bueno, de hecho es bastante sencillo lo que tienes que hacer, muñeca.
»Haz un trato con Bruce. Acepta trabajar en su empresa como él tanto quiere, satisfacelo. Estoy seguro de que presentar a su hija como miembro de la empresa familiar lo hará malditamente feliz.
—Pero...—dudé.
—Pero lo harás bajo ciertos términos—me interrumpió clavando sus ojos en mí, astutos—. Dile que quieres más libertad. Que él no puede prohibirte nada, y que tampoco quieres un guardaespaldas para que te siga a todos lados o esté protegiéndote.
Aquello último fue un murmuro, como si no estuviera realmente seguro de eso. Tal vez creyó que eso era algo que me molestaba.
Pero yo no quería despedir a Andrew. No lo quería lejos de mí.
Pese a que tampoco quería que supiera mis verdaderas intenciones con esto de tener más libertad.
Así que me apresuré a decir sin dejar de mirarlo:
—Andy, yo no quiero que dejes de ser mi guardaespaldas—negué como si la idea me causara miedo—. A-Además aún hay peligro haya afuera y... no quiero estar sola.
Él frunció el ceño—. ¿Lo dices por el auto de aquella vez?
Claro. Él no sabía lo de la fiesta. Sin embargo, dudé eso cuando me miró con detenimiento y su voz al hacer aquella pregunta se escuchó como... si quisiera averiguar algo.
Andrew no era tonto. Sabía que algo le estaba escondiendo. No obstante decidí no ir por ese tema.
—Ajá—respondí—. No quiero tenerte lejos simplemente. Ya sabes, por cuestiones de seguridad.
No lo miré al decir aquello. Pero sí pude sentir su mirada en mí, sarcástica y burlesca. Bueno, otro motivo por el cual no quería tenerlo lejos era porque... me atraía. ¿O tal vez solo me había acostumbrado a él? ¿A la persona que siempre estaba cuidando de mí?
Es su trabajo. Dijo mi subconsciente.
Pero aún así.
Carraspee mi garganta, incómoda—Creo que es una buena idea. Lo del trato, digo.
—Bueno, supongo que es una manera de conseguir mutuamente lo que quieren, ¿no?—dijo simplemente. Restándole importancia a lo anterior.
Pensé de manera profunda en aquello. Y sí, definitivamente era una gran idea para poder obtener lo que quería.
Iría a Solutions Evans. Haría lo que mi padre quería, sí. PERO bajo ciertas reglas. Y él tendría que aceptarlas sí en verdad quería que fuera la próxima dueña de la empresa familiar que tanto amaba.
Y si mantengo a mi padre contento, entonces sí podría tener todas las libertades que quisiera para proseguir con mi plan de encontrar al asesino junto a Egan.
Pero por las dudas de que algunas cosas se salieran de control y necesitara ayuda extra, dije:
—Y tú me acompañarás a la empresa, Foster—setencié mirándolo con decisión.
No me arriesgaría a que el asesino me tomara desprevenida. Menos cuando confesó seguirme a todos lados. ¿Y qué mejor protección que un chico de veinte cuatro años fuerte, especializado en armas y defensa personal? Porque no dudaba de que Andrew supiera pelear.
¿Qué mejor que un asesino para protegerme de otro asesino?
—Lo que desees, muñeca.
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