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Capítulo 17 | THE GREATEST

(***)

Me estoy quedando sin aliento

Pero yo puedo resistir

Detuve mi auto frente a una tienda de accesorios que a simple vista parecían costosos y lujosos. Mis ojos chocaron con esos lindas gafas de sol Ray-Ban oscuros. Oh, eso de seguro me quedaría hermoso. Además hacía tiempo que quería comprar unos. Por lo mismo que no perdí el tiempo y apagué el motor del auto para luego salir de éste y colocarle el seguro. Tal vez esta era la quinta tienda que visitaba, y tenía intenciones de que no fuera la última. Estaba acabando con la tarjeta de crédito en mí misma.

—Hola —saludé con una sonrisa a la mujer detrás del mostrador.

—Hola, señorita. ¿Puedo ayudarla en algo? —correspondió la sonrisa.

—Quiero esos lentes oscuros de Ray-Ban, por favor.

La mujer me pidió acompañarla hasta la sección de lentes de sol dónde quedé impresionada por todas las diferentes marcas y diseños. Pero no era lo único que parecía costoso, habían bolsos de cuero, zapatos de tacones de todo tipo, brazaletes, collares y anillos relucientes. Todo a una excelente calidad y estilo.

Extrañaba tanto venir de compras.

—¿Son estos los que quiere? —preguntó mostrándome unas gafas oscuras iguales a las que había visto en la vidriera.

—Así es.

Ella me dijo el precio.

—Tenga —le tendí mi tarjeta de crédito y ella la tomó para después dirigirse al mostrador. Luego me la devolvió junto a las gafas al finalizar, con una sonrisa amable.

—Gracias por su compra.

Apenas salí de la tienda le quité la etiqueta de compra a las gafas y me las coloqué, sintiéndome una diva por completo. Miré a mi alrededor y pensé en visitar las distintas tiendas de ropa y complementos que se encontraban en la zona. Miré mi auto con las demás bolsas de compra dentro.

Estaría bien. De todas formas volvería pronto.

Pasó el tiempo y yo iba de tienda en tienda, comprando cosas que definitivamente usaría en futuras fiestas y salidas con mis amigas. Debía hacerlo si quería recuperar mi vida, ¿no? Mi antigua vida donde no tenía preocupaciones y olvidaba lo infeliz que era junto a mis padres.

Tal vez pasó una hora y media aproximadamente desde que salí de la última tienda y caminé hasta mi auto color rojo cereza. Con cuatro bolsas en cada mano, y los lentes Ray-Ban protegiendo mis ojos del sol, ahogué un chillido y detuve mi paso al ver cómo intentaban robar mi auto.

—¡Hey, alto! —grité y emprendí camino rápidamente hasta allá. Me percaté de que no era nada más y nada menos que un policía de tránsito, y entonces supe que estaba en problemas.

Se negó a devolverme mi auto y olvidar el asunto. Y entre reclamos y súplicas por mi parte, terminó por entregarme un papel con la dirección de la estación de policía y el total del dinero de la multa.

—¡¿Pero como regresaré a casa?! —me ignoró totalmente y procedió a llevarme mi auto, dejándome tirada y sola—. ¡Usted es un...! ¡Agh! 

¡Tan bien que iba mi día! ¿Y ahora como regresaría a casa? ¡Si había dejado mi celular en el auto! Tampoco traía dinero en efectivo como para tomar un autobús. Y subirme a un taxi no era una opción, no después de la cantidad de violaciones que había escuchado de parte de algunos.

De ninguna forma terminaría violada en algún callejón.

¿Qué haría sola en el medio de la ciudad, a pie y cargada de bolsas?

—¡Eh, muñeca!

Fruncí el ceño de pronto ante el apodo que últimamente no podía sacarme de la cabeza. Una voz masculina y grave me erizó la piel al reconocerla. No. No podía ser cierto, ¿verdad? No podía tratarse de él.

Me di vuelta lentamente en dirección proveniente de aquella voz autoritaria y saqué mis lentes hacia arriba.

Cielos.

Era Andrew. Y venía hacia mí con un rostro que expresaba claramente su enojo hacia mí. Entonces supe que debía correr sino quería que me gritara y me obligara a ir con el de nuevo a la mansión. ¡De ninguna forma se lo dejaría tan fácil! Menos mal que había decidido ponerse zapatillas en vez de zapatos.

Y con esa idea en la cabeza y poco dispuesta a dejarlo ganar, tiré las bolsas de compras en las tiendas más caras y emprendí una maratón lejos de mi guardaespaldas con todo el dolor en mi alma de dejarlas espaciadas por la acera. Lo único que conservé fueron los lentes y estaban encima de mi cabeza.

—¡HEATHER!

Di vuelta en una esquina y casi choqué con un señor que venía leyendo el periódico. ¿Quién rayos seguía leyendo en periódicos? Ignoré la grosería hacia mi persona y miré hacia atrás solo para comprobar que efectivamente mi guardaespaldas venía corriendo detrás de mí. ¡Y rayos! Sí que era rápido.

—¡Detente! —me gritó, enfurecido.

—¡No! ¡Jamás! ¡Déjame! —le grité de vuelta, corriendo más rápido y a su vez ignorando a las personas que volteaban a vernos con curiosidad, molestia o sorpresa. Y con razón, esto no se veía todos los días.

Si antes me hubiesen dicho que me encontraría en esta situación: escapando de mi odioso guardaespaldas solo para salvar mi dignidad y orgullo, jamás lo habría creído. Tampoco los estudiantes del instituto. Es decir, ¿la rubia más popular y zorra del colegio, humillándose en la vía pública?

Realmente debía salirme con la mía y evitar que Andrew ganase la apuesta que yo había hecho sin que lo supiera.

Seguí corriendo lo más rápido que mis cortas piernas me permitían, esquivando a personas y demás cosas que pudieran estar en la acera. Doblé esquinas y finalmente me metí a un local donde vendían ropa. Algunas personas se me quedaron mirando al verme entrar de pronto, respirando de forma agitada y buscando algún lugar donde esconderme.

—¡Heather!

—Demonios —murmuré y avancé hacia el interior de la tienda para terminar por esconderme en algunas perchas de ropa. Me agaché y esperé a que Andrew decidiera pasar de largo de la tienda.

Pero no tenía tanta suerte. Ya que mi guardaespaldas, molesto y cansado, se introdujo en la tienda bajo algunas miradas poco disimuladas de parte de las chicas, y caminó por los pasillos buscando seguramente a su próxima víctima como el sicario que era.

Vaya. Había olvidado ese detalle.

—Te he visto entrar, Heather —dijo lo suficientemente alto para que yo escuchara, sin dejar de avanzar lenta y cautelosamente—. Así que sí te muestras ahora y no pones resistencia para llevarte de vuelta a la mansión, tal vez podría olvidar la tontería que has hecho al escaparte.

Rodé los ojos y solté un bufido por lo bajo. Si creía que lo haría era demasiado tonto.

—De lo contrario, me conocerás de verdad. Y créeme, ya no me verás como alguien que deba protegerte.

Bueno, eso sí intimidó un poco.

Cuando Andrew me dio la espalda y se adentró a otro pasillo, caminé agachada hasta un vestidor y rápidamente me introduje a el. Cerré las cortinas rojas y solté un suspiro de alivio. Dudaba mucho de que Andrew se atreviera a abrir las cortinas de los vestidores. No cuando estábamos en una tienda donde vendían ropa de mujer solamente. Así que sí ya era bastante raro que entrara un hombre a una tienda así, ahora no quiero imaginarme lo loco que sería si iba por la tienda abriendo las cortinas para ver sí estaba en algún vestidor escondida.

—Disculpe —escuché la voz de Andrew a unos metros de mí.

—¿Sí, joven? —supuse que la voz le pertenecía a una de las mujeres que atendían el local.

—¿Ha visto de casualidad a una chica rubia, delgada y de estatura de niña de diez años, por aqui?

Abrí mi boca, indignada.

La mujer se quedó callada un momento. Lo cual me hizo pensar que sabía que Andrew se refería a mí, y no sabía si decirle o no. Recé en mi cabeza, con los nervios a flor de piel, que no me delatara. Vamos, señora. Somos mujeres. Tenemos que ayudarnos.

—No sabría decirle, señor... —contestó con indecisión. Solté un suspiro, aliviada.

—Verá, es muy importante que la encuentre. Esa chica estaba bajo vigilancia por intento de homicidio y ha escapado de la comisaría cuando se le iba a trasladar de la cárcel.

—¡Oh! ¿En serio? —la mujer pareció sorprendida.

¡¿Pero qué...?! ¡No!

—Así es. —Andrew estaba serio. Era tan bueno actuando el muy maldito—. Soy agente de policía y he visto entrar a la chica aquí. Por lo mismo que sí usted la está encubriendo se le tomará como cómplice y podría terminar en serios problemas. Además puedo hacer que revisen su tienda.

Cubrí mi boca con mi mano y maldije para mis adentros. Era mi fin. Andrew sabía que estaba aquí y no pensaba irse sin mí.

—En ese caso... —empezó la señora en un tono de voz nervioso y preocupado. Dejó la palabra en el aire y me imaginé que estaba mirando hacia el vestidor en que estaba escondida.

Miré mi reflejo en el espejo detrás de mí y descubrí que mis lentes aún seguían en mi cabeza de puro milagro. «Oh, vaya. Pero qué bien me quedan» Pensé. Por un momento me olvidé de que estaba pensando en cómo escapar, y entonces alguien hizo las cortinas rojas a un lado y pegué un grito lleno de terror cuando unas manos aparecieron por detrás de mí y me tomaron de la cintura, jálandome fuera del vestidor.

—¡Andrew! —grité cuando mi espalda chocó contra su pecho.

—¡Queda detenida por violar las leyes y e intentar escapar de la ley! —jaló de mí hacia atrás para evitar que me escapara de nuevo.

—¡No! ¡Suéltame! ¡¿Pero qué demonios haces?! —me removí entre sus brazos, desesperada, bajo las miradas escandalizadas de los clientes que observaban la escena sin saber qué hacer. Sabían que Andrew era un "policía", pero no sabían si podría controlar la situación.

De pronto me vi siendo cargada por mi guardaespaldas como si fuera un costal de papas. Mis lentes cayeron al suelo abruptamente. Me mareé por un momento y ataqué su espalda a puñetazos para que me bajara.

—¡Andrew, me estás avergonzando!

—¡Tiene derecho a guardar silencio! —casi podía ver su sonrisa llena de burla y malicia.

—¡Maldito cabrón! ¡Nos están mirando! —ignoró por completo mis insultos y reclamos y salió de la tienda conmigo encima de su hombro. Oh, no. ¿Acaso pensaba llevarme así hasta la mansión? ¡Demonios! —. ¡Andrew, yo puedo caminar sola!

—No lo dudo, pero prefiero no arriesgarme.

Las personas de la calle nos miraban con curiosidad. Algunos hombres degenerados rieron y soltaron un silbido de lo más despreciable, provocando que mi cara ardiera de furia, vergüenza y humillación.

—¡Bájame, ahora! —ordené mientras pataleaba y seguía golpeando su espalda en vano.

—¿Tengo que recordarle quién da las órdenes aquí, señorita Evans? —soltó con burla sin dejar de caminar.

Me desesperé.

—¡Prometo que no me escaparé! ¡Lo prometo! ¡Pero bájame ya, Andrew! ¡Por favor!

Bien. Ya me había humillado de todas formas.

Entonces mi guardaespaldas detuvo el paso y lo pensó un momento. Dejé de removerme sobre su hombro y esperé de forma impaciente.

—Bien —me bajó de su hombro con delicadeza y clavó sus ojos azules en mí, serios y demandantes—. Pero como intentes escapar te llevaré sobre mi hombro hasta el auto sin importar cuánto patalees, grites y llores. ¿Quedó claro?

—Sí. —respondí de mala gana y de brazos cruzados.

—Andando. Camina delante de mí.

—¡No soy un perro!

—Vamos. —empujó mi espalda suavemente y no me quedó de otra que rodar los ojos y seguir andando.

Estaba molesta, sí. Andrew también lo estaba, y mucho. Los dos caminamos en silencio en dirección a donde él había dejado su auto. Y entonces recordé:

—Tengo que ir por mi auto.

—No.

Lo miré sobre mi hombro, sorprendida y molesta.

—¿Por qué no? ¡Tengo mis compras allí! —reclamé y casi se me sale lo de la fiesta—. ¡Y mis padres me matarán si se enteran de que me multaron!

Andrew sonrió con sorna sin dirigirme la mirada.

—Lo sé.

Apreté mis labios en una línea, molesta y giré mi cabeza hacia adelante de nuevo. ¡El muy hijo de puta me delataría frente a mis padres! No quería ni imaginar la regañada que me daría mi padre. Y sí se enteraba de que me escapé de la mansión seguramente me castigara o peor aún, dirá algo sobre que sí me veía bien para escapar de casa, también lo haría para temas de la empresa.

¡Demonios! Ahora no me dejaría en paz.

Un momento. Pero, ¿y qué pasa con Andrew? Él tampoco había estado cumpliendo las reglas. Porque cuando mi padre le preguntara dónde estaba él cuando yo tomé el auto y salí de la mansión, ¿qué diría? ¿Le diría que se había tomado el día libre sin avisarle cuando estábamos hablando de la hija de Bruce Evans?

—Andrew —lo llamé, maliciosa.

—¿Uhm? —formuló detrás de mí sin mucho interés.

—Sí me delatas frente a mis padres, les diré que tú no estabas en tu puesto.

Se quedó callado unos segundos. No pude verle el rostro, pero supuse que estaba bastante enojado. Entonces añadí:

—Porque supongo que Bruce no sabe que te has tomado el día libre y te has ido a saber dónde, mientras que su hija ha andado sola por todo el centro comercial sin ninguna protección, ¿verdad? —dije sin perder la sonrisa.

—No serías capaz —dijo entre dientes, molesto.

Volví a mirarlo por sobre mi hombro.

—¿Estás retándome? —elevé una ceja y me detuve para enfrentarlo.

Andrew me miró desde arriba con seriedad y notoria irritabilidad. Me decía a través de su mirada dura lo mucho que mi existencia le fastidiaba en este momento. Podía perder su empleo por mí misma culpa, y se notaba que eso le enfurecía. Lo cual me llevó a pensar, ¿tanto el importa el puesto de guardaespaldas? ¿Tan bien le pagaba mi padre por cuidarme como si fuera mi niñero?

Ambos nos detuvimos en la acerca, a una orilla del asfalto dónde los autos pasaban a una velocidad adecuada, respetando semáforos y reglas de tránsito. Andrew y yo nos desafiamos con la mirada; él mirándome como a una mosca molesta desde arriba, y yo tratando de verme ruda desde abajo.

—Eres una niña caprichosa —dijo con rabia contenida. Pude ver cómo apretaba los puños levemente.

—Te repites mucho, niñero. —le provoqué con una sonrisa burlona.

—Átrevete a llamarme de nuevo de esa forma y te juro que te amordazo y ato hasta que lleguemos a la mansión.

—Tú no me das órdenes —le dije y me di media vuelta para llegar hasta el final de la acera y poder cruzar la calle.

No iría con Andrew a ninguna parte y solo tomaría el autobús. Ya vería como hacer para pagar el boleto.

—Heather, vuelve aquí. —ordenó Andrew detrás de mí, quieto en su sitio pero con ganas de arrastrarme con él.

Lo ignoré por completo y aprovechando que ningún auto venía por la calle en ese momento, me dispuse a cruzar la calle para poder llegar hasta el otro lado. Sí Andrew quería tomarme de nuevo por la cintura juro que gritaría todo lo que mis pulmones permitieran para que creyeran que me estaban secuestrando.

—¡Maldita mocosa! ¡Ven aquí ahora o te juro que...! —dejó la palabra en el aire, furioso.

—¡Jódete! —le grité de vuelta y le mostré mi dedo medio sin voltear a mirarlo.

En ese momento mi oído captó el ruido del motor de un auto que circulaba a una velocidad para nada aceptable por la policía. No obstante me asustó más verlo avanzar hacia mí sin tener intenciones de frenar cuando claramente podía verme en medio de la calle.

—¡Heather, sal de ahí! —escuché la voz lejana y preocupada de Andrew.

Me paralicé por completo. El auto seguía avanzando hacia mí a una velocidad atroz y yo no podía moverme debido al shock. Lo observé aterrorizada y cerré mis ojos, esperando el impacto que acabaría conmigo de seguro.

—¡HEATHER!

Solo fui capaz de escuchar un grito antes de que mi cuerpo impactara duramente contra el asfalto. Escuché gritos de terror de algunas personas mucho más allá, del otro lado de la calle. Un dolor horrible recorrió mi cadera y mi brazo derecho al caer sobre el, y creí que el auto me había atropellado.

Hasta que sentí el cuerpo de alguien más encima de mí. Abrí los ojos de repente y me encontré con el rostro de Andrew, preocupado. Él se incorporó y me ayudó a ponerme de pie rápidamente. Abrió la boca para hablar, pero la cerró de golpe cuando las llantas de los neumáticos sonaron contra el asfalto. Los dos giramos la cabeza hacia esa dirección y vimos como el auto había dado vuelta bruscamente para volver hacia nosotros.

¡¿Qué rayos?!

—¡Corre, corre! —gritó Andrew y me tomó del brazo para sacarme del camino del auto. Nos movimos hacia la acera, fuera del asfalto. Y cuando creí que todo había terminado, la ventanilla del auto se bajó y una brazo se asomó por ella, cargando una pistola que apuntó hacia nosotros.

Sentí mi corazón latir desenfrenado al creer que íbamos a morir allí mismo.

—¡Mierda! ¡Atrás del auto, Heather! ¡Ahora! —gritó Andrew y reaccioné de pronto. Nos cubrimos detrás de un auto aparcado justo en el momento en que la pistola se descargó y una bala impactó contra la ventana del auto que nos protegía en ese momento.

Andrew no perdió el tiempo y lo ví sacar un arma que estaba entre su cinturón y apuntó hacia el auto.

—¡Andrew! —le grité asustada cuando gatilló contra el sujeto que nos atacó. Le dió en la parte de atrás del auto, justo en el vidrio. Sin embargo no lo detuvo y se fue con la misma velocidad con la que había aparecido.

—¡Mierda! —exclamó con furia y guardó el arma de nuevo. Las personas se encontraban murmurando y algunas seguro estaban por hablar con la policía.

Por mi parte no pude hacer nada más que dejar que las lágrimas corrieran por mis mejillas, productos del susto que me había llevado. Todo mi cuerpo temblaba y algunas partes dolían y ardían debido a la caída que evitó que me atropellara aquel loco.

Andrew me había salvado. De no ser por él ahora no quería ni imaginar lo que habría pasado.

—¿Estás bien? —preguntó el hombre de ojos azules y tatuajes, atento a mí. Asentí entre temblores y él soltó un suspiro—. Será mejor que nos vayamos ahora.

Me ayudó a ponerme de pie y caminó con mi mano entre la suya entre las personas que se habían amontonado en la escena. Las ignoró por completo y apretó mi mano con suavidad. Caminamos lo que faltaba hasta llegar a su auto y me abrió la puerta del copiloto.

—Esto está mal —murmuró para sí mismo cuando entró al auto. Encendió el motor y empezó a conducir con cuidado. Supuse que estaba atento por sí de nuevo aparecía ese auto. Lo cual yo rogaba porque no fuera así ya que ni siquiera había dejado de temblar.

—Andy —lo llamé con voz queda y sin mirarlo. Aún me encontraba en una especie de shock.

—¿Sí? —dijo con suavidad.

—¿Quiso matarme? —me atreví a preguntar luego de unos segundos de silencio. Escuché un suspiro por parte de Andrew y no respondió de inmediato.

Temí de la respuesta.

—A juzgar por sus acciones, es posible.

Contuve la respiración.

—¿Por qué? ¿Quién era? ¿Por qué a mí?

Me descubrí a mí misma temiendo por mi vida. Temiendo de verdad.

—No lo sé, muñeca —dijo mi guardaespaldas con frustración—. Pero no lo habría permitido de todas formas. Y lo más difícil ahora es comentarle la situación al señor Evans. Esto no puedo ocultárselo por nada del mundo.

Giré mi rostro hacia él levemente. Sus ojos fríos chocaron con los míos asustados como un cordero.

—¿Ves por qué tu padre me contrató como tu guardaespaldas? —reclamó como un padre regaña a su hija—. ¿Ves ahora por qué es importante que estés bajo mi vigilancia? No puedes seguir exponiéndote así, Heather.

—¿Entonces... todo esto es algo personal a mi familia? ¿A mi padre? ¿A mí, quizás? —cuestioné en un murmuro.

Andrew negó y volvió la vista al frente.

—No lo sé realmente, muñeca. Pero tal vez deba descubrirlo. 

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