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29

HEATHER
EVANS

¿Daryl? ¿Qué haces pegado a la puerta de la oficina de papá? —preguntó una niña de cabellos rubios y ojos curiosos. Una Heather de catorce años.

—¡Shh!—se apresuró a formular con sus dedos cerca de sus labios. El chico de dieciséis años le hizo señas a su hermana menor para que se acercara en silencio.

Ella obedeció con extrañeza. Era medianoche y para entonces no había nadie rondando los pasillos de la mansión excepto los dueños. Sus pies descalzos se acercaron hasta situarse a un lado de su hermano.

—¿Qué estás haciendo?

—No hagas ruido, niña—dijo el chico de cabellos dorados y ojos castaños.

Heather obedeció cuando la voz de su padre proveniente del otro lado de la puerta captó toda su atención; eran gritos. Parecía discutir con alguien por teléfono.

¿Por qué papá estaba en su oficina a éstas horas de la noche? ¿Y por qué parecía tan enojado?

—No quiero que vuelvas a amenazarme así, hijo de puta—dijo Bruce con notable enojo contenido. Estaba perdiendo los nervios—. ¿De qué estás hablando? ¡Tú mismo firmaste ese contrato! ¿Recuerdas? No es mi culpa que no sepas leer bien los términos.

Ambos chicos se miraron con curiosidad. Sin duda alguna era una discusión entre socios.

Una risa cínica brotó de los labios de Bruce luego de unos segundos en silencio.

Olvídalo, infeliz. No sabes con quién te estás metiendo. ¿Crees que te creerán a ti en vez de a mí? No eres nadie. Solo... fuiste una pequeña ayuda. Y ya te di tu parte.

Otro silencio.

—¿Una demanda?—rió con sarcasmo—. ¿Una demanda por qué? Sí en el contrato se puede ver claramente tu maldita firma. No quieras inculparme de algo que no tengo culpa. Menos cuando sabes que terminarás perdiendo.

—Daryl... deberíamos irnos—la niña tomó del brazo a su hermano mayor, jalandolo.

—Espera, hermana—dijo él alejando la mano de Heather de su brazo, atento a cada palabra de su padre. Parecía curioso. Él quería saber algo.

Mientras tanto, Bruce parecía muy enojado y nervioso.

—Estás demente. Solo eres un ex-socio resentido por el despido. Y mentiroso también. Nadie te creerá, así que ni lo intentes.

—Daryl... solo son discusiones aburridas de trabajo—la niña hizo un puchero. Aquello no le interesaba.

Entonces el rubio mayor volteó a verla con una seriedad inusual de él. Eso sin duda sorprendió a Heather, y prestó atención a sus siguientes palabras.

—No lo es, hermana. Papá esconde algo.

—¿Qué cosa?

—No lo sé. Pero siempre lo escucho discutir con alguien. Y creo que se trata de la misma persona.

Bruce le gritó algo a la otra persona del teléfono, sobresaltando a los hermanos Evans.

¡Cierra la boca, hijo de puta! Cómo te atrevas a decir algo de eso, acabaré contigo. Y tú sabes que tengo todos los medios para hacerlo.

»¡Incluso si debo contratar a un puto sicario para desaparecerte de la tierra, lo haré!

—Daryl, vámonos—suplicó la rubia, jalando a su hermano del brazo, asustada por los gritos de su padre. Sí él llegaba a enterarse de que sus hijos estaban de cotillas, se enfurecería más.

Esta vez el mayor se dejó llevar por su hermana solo porqué supo que la conversación estaba llegando a su fin, y que en cualquier momento Bruce saldría de la oficina. Así que ambos corrieron por el pasillo iluminados por unas tenues luces blancas, lejos de aquel lugar.

***

—¿Srta. Evans? —unos toques suaves del otro lado de la puerta interrumpió mi concentración para pintar mis labios.

—¿Sí, Helen?—hice algunas muecas con mi boca para saber sí me había faltado pintar alguna zona en mis labios.

—Le traigo su desayuno, señorita—informó. Rápidamente dejé de hacer lo que hacía y me puse de pie para abrir la puerta, encontrándome a una mujer mayor que cargaba una bandeja con varios aperitivos para empezar el día. Le ayudé con eso, dedicándole una sonrisa agradecida.

—Muchas gracias, Helen. Aunque no tienes porqué hacer esto, ¿sabes? —dije, apenada.

Ella negó con la cabeza y me sonrió cálidamente.

—No es ninguna molestia, señorita. Prefiero que se alimente bien a que no coma nada solo porque no quiere ver a sus padres.

Sentí que mi corazón se oprimió un poco. Me sentía culpable. Aquella mujer no sabía que más bien eran pocas las veces que me alimentaba.

—Hablando de ellos, Helen—aclaré mi garganta, un poco nerviosa—. ¿Sabes si ellos están aquí?

—El Sr. Evans salió temprano. Y la Sra. Evans está desayunando en su habitación.

Había pasado gran parte de la noche pensando en cómo le diría a mi padre que aceptaba trabajar con él. No sabía cómo reaccionaría realmente, y hasta incluso, tal vez, se negara luego de aquella discusión. Y eso era lo que me atemorizaba en parte; el rechazo.

No obstante, pensando de forma positiva, en el caso remoto de que él se pusiera a saltar de alegría pensé: ¿cómo sería mi vida ahora que tendría que fingir que mi vida giraba alrededor de Solutions Evans? Porque estaba segura de que también debería hacer todas esas cosas que hacen los empresarios. Y no mentiré, aquello me traía un poco nerviosa porque sentía una carga muy grande en mis hombros. ¡Y eso que aún no comenzaba a trabajar allí!

Pero era un reto que debería aceptar. Un sacrificio para poder obtener lo que quería. Además, Bruce hacía eso todo el tiempo: actuaba de forma interesada.

¿Entonces por qué yo no podría?

—Oh, entiendo—le dije a Helen en un murmuro. Se despidió de mí y cuando se dió media vuelta para irse, y mientras yo cerraba la puerta lentamente, la detuve—: Helen, espera.

Los ojos negros de la ama de llaves y cocinera me observaron con curiosidad. Por mi parte, tragué saliva y desvié la mirada unos segundos, indecisa sobre sí debía preguntar o no. Finalmente la miré y dije antes de arrepentirme:

—¿Dónde está Andrew?

Tal vez fueron imaginaciones mías, pero me pareció ver en sus ojos un destello de emoción y en su sonrisa un poco de picardía. Aquello me desconcertó por completo.

—Le pidió la mañana libre a su padre, señorita—dijo para mi sorpresa—. Aunque anoche se quedó hasta muy tarde haciendo turno de noche, salió demasiado temprano.

Fruncí el ceño levemente. ¿Por qué Andy no me había dicho que saldría?

Pero más importante, ¿por qué debería decírmelo?

—Gracias—cerré la puerta rápidamente y caminé hasta la mesa de noche, dejando la bandeja allí. Iba a dejarla allí simplemente, pero luego recordé las palabras de Helen y entonces decidí comer aquellos sandwiches. Específicamente dos de cincos.

Una vez terminé de desayunar (cuidando de mi maquillaje, claro) me dispuse a llamar a Egan para contarle lo que tenía en mente. Porque honestamente no me sentía tan segura de lo que estaba a punto de hacer, y por ende necesitaba una segunda opinión. ¿Y qué mejor que él, que me conocía de toda la vida?

Luego de marcar su número, la voz de mi mejor amigo se escuchó al otro lado de la línea.

—Hola, bella chica de medio metro.

Fruncí el ceño, desconcertada y ofendida—: ¿Y esa forma de dirigirte hacia tu persona favorita?

La voz de Egan se escuchaba lejana, como si no tuviera el celular cerca de su oído. Además de que había un sonido de fondo similar al trágico de la ciudad.

Rió ante mi comentario, divertido.

—Quería revivir los viejos tiempos donde me la pasaba burlándome de tu altura—respondió en tono despreocupado. Rodé los ojos, sonriendo. Añadió—: No quiero sonar grosero, linda, pero ¿por qué me estás llamando?

Salí hacia mi balcón. El aire fresco y mañanero me recibió.

—Escucha, Egan—comencé a explicar—: creo que encontré la manera de hacer que mi padre confíe en mí.

—¿Sí? Cuéntame entonces—por la manera en que hablaba y a deducir por los ruidos, supuse que se encontraba manejando. Ya qué su voz se escuchaba cómo si estuviera atento a cualquier cosa, pero demostraba también escucharme.

Al momento de contarle mi idea de aceptar entrar en Solutions Evans para contentar a mi padre, tuve que omitir ciertos detalles: como decirle que aquello había sido idea de Andrew. Porque ya me había quedado claro que, ante la mención del pelinegro, mi mejor amigo se molestaba. No soportaba a mi guardaespaldas, aunque se esforzara en disimularlo frente a mí. Y eso me causaba un poco de diversión y ternura. Tal vez pensaba que lo dejaría de lado.

Sus celos de mejor amigo sobreprotector siempre me habían causado ternura.

Cuando terminé de contarle todo lo que tenía pensado hacer respecto a Bruce, él guardó silencio. Eso me puso un poco nerviosa, y pregunté:

—¿Tú que piensas, Egan? ¿Crees que sea buena idea?

Egan emitió un sonido que indicaba indecisión, hasta que respondió:

—No lo sé, linda. ¿Crees estar lista para lidiar con las responsabilidades de trabajar en una empresa de gran magnitud como lo es Solutions Evans?—dudó.

—Tú lo haces, ¿no?—rodé los ojos. Escuché una risa burlesca de parte de mi mejor amigo al otro lado de la línea telefónica.

—Linda, estudié administración mientras iba a la secundaria. E hice un año más en una de las mejores universidades de Canadá. Además toda mi vida he sido guiado y preparado por mi padre.

“Y no quiero sonar pesimista pero, tú nunca le has prestado atención a esos temas porque era Daryl quién se estaba preparando para trabajar con tu Bruce cuando terminara la secundaria. Así que dudo que puedas hacerlo de la noche a la mañana.

Aquello sin duda era verdad. Mi ánimo decayó lentamente y lo pensé mejor. Tal vez no sería tan fácil como lo creí, además de que mi intención solo era desviar la atención de mi padre para que no supiera lo que en verdad quería lograr cuando tuviera cierta libertad para salir de la mansión. Jamás me puse a pensar a profundidad sobre todas las responsabilidades y el tiempo invertido en la empresa.

Egan añadió ante mi silencio, en un tono de voz confuso:

—Además, ¿cómo se te pudo ocurrir esa idea? Creí que ni siquiera sería una opción teniendo en cuenta que odias la empresa.

Solté un suspiro y me acerqué al barandal del balcón, obteniendo una vista perfecta de la entrada de la mansión y el jardín delantero.

—No odio a la empresa precisamente—admití con voz desanimada—. Pero no tengo otra opción, ¿sabes?

—Linda, lo entiendo. Pero aún así, no quiero que Bruce te presione, Heather. No sé que tan bien puede salir algo de eso.

Sonreí apenas—¿Lo dices por mi salud mental, Gray?

Casi pude ver la expresión avergonzada de mi mejor amigo al apresurarse a decir lo siguiente:

—¡No me malinterpretes! No digo que seas inestable y por ende incapaz de controlar ciertas situaciones.

—Sí, claro.

—Escucha, linda, haz lo que quieras—terminó diciendo finalmente, frustrado—. Sabes que te apoyaré de todas formas. Avísame sí cambias de opinión, ¿si? Y juntos buscaremos otra opción menos tediosa.

Bajé la mirada inconscientemente y me llevé la sorpresa de ver el auto color blanco perteneciente a mi padre. Normalmente volvía de noche y casi nunca al mediodía. Lo cual me llevó a suponer que venía a buscar algunas cosas a su oficina o simplemente no tenía cosas importantes que hacer en la empresa. No obstante no creí en eso último.

—Gracias, mejor amigo—le respondí a Egan sin dejar de mirar hacia el auto.

La verja se deslizó hacia aun lado y el auto ingresó hasta situarse cerca de una de las fuentes de agua que se encontraban cerca de las escaleras, las cuales sí subían entraban a la mansión. Me despedí de Egan y presté atención a la situación: Bruce bajó del auto y del lado del copiloto salió una figura femenina. Afinqué mis ojos en su dirección, curiosa.

Era una mujer alta sin duda, y con un cuerpo delgado pero con curvas notables sin llegar a lo exagerado. Además de que vestía de una forma poco común a todas las mujeres de la alta sociedad que por lo menos yo conocía; era elegante, sí. Pero mientras que la mayoría usaban vestidos caros y ajustados, aquella mujer usaba traje.

Vi como Matthew se acercaba hasta ellos y mi padre le decía algo que por la distancia no escuché ni supe interpretar. Luego ambos subieron por las escaleras y los perdí de vista cuando se adentraron a la mansión. Con la curiosidad presente en mí, decidí salir de mi habitación para ir a cotillear quién era la mujer que había llamado mi atención. Aunque antes me había mirado en el espejo para comprobar que lucía presentable.
Caminé por el pasillo y sin poder evitarlo miré de reojo la puerta de Andrew, la cual obviamente estaba cerrada. Por un momento pensé en desviarme de mi objetivo principal y entrar solo para darle una rápida miradita a su habitación. Aunque claro que terminé descartando la idea por dos motivos:

1. Seguro la puerta estaba cerrada con llave.

2. En caso de que no fuera así, alguien podría verme. Incluso el mismo Andy.

Al llegar a las escaleras en forma de caracol, en vez de bajar los escalones, me quedé allí. En el salón estaba ahora mi madre siendo presentada por mi padre ante la mujer desconocida. Y ahora que podía verla un poco más de cerca noté como su cabello negro era sujetado por una coleta alta, usaba tacones negros que combinaban con su traje de igual color. Su forma de pararse tenía elegancia aunque también cierto aire de desintéres. Como si nada de lo que mi padre le decía le interesaba. Ni siquiera parecía sorprendida y encantada con la enorme mansión como otras personas que venían a cenar cuando mi padre quería cerrar un trato gordo.

Podía percibir algo diferente en ella. Sin duda demostraba ser una mujer dura y seria.

—Mi esposa era una de las mejores diseñadoras de vestidos de novia hace algunos años—le contó mi padre—. Pero luego de casarnos decidió dejarlo.

Mientras mi madre asentía en silencio, con una sonrisa en su rostro ante cada cosa que mi padre decía, las siguientes palabras, pronunciadas por un acento diferente, lanzadas por la mujer desconocida me dejaron sorprendida:

—Suele pasar que algunas mujeres se vuelven dependientes del dinero de sus maridos, sí. Más cuando ellos son los que les piden dejar de ganar su propio dinero y les dan todo.

Quise reír ante las expresiones desfiguradas de mis padres. Aquel comentario no fue dicho con la intención de incomodar a mi madre, sino que fue lanzado junto a una mirada significativa hacia mi padre. Y dio justo en el clavo, porque cuando mamá se casó con mi padre, él la convenció de dejar su trabajo y le dijo que él se lo daría todo desde joyas caras y lujos, hasta una mansión. No sabía que tan bien sonara aquello, pero al parecer no le gustó a aquella mujer.

—Bueno, la decisión fue mía, claro—intervino mi madre, con una sonrisa incómoda—. Además me iba a venir bien un descanso estando embarazada de mi primer hijo.

—¡Oh! Eso—exclamó mi padre como si hubiera recordado algo importante—. Tuvimos dos hijos. Pero… bueno, tú lo sabes.

La mujer asintió, indiferente.

—¿Dónde está Heather, querida?—los ojos de mi padre me buscaron por los alrededores cómo si creyera que pudiera encontrarme rondando por el salón. Estuve a punto de irme de allí, pero por el movimiento su mirada cayó sobre mí. Sonrió con falso entusiasmo—. ¡Ahí estás, hija mía! Ven acá, Heather. Quiero que conozcas a alguien muy importante.

Retuve el aire en mis pulmones de forma inconsciente cuando la atención de aquella mujer cayó sobre mí, poniéndome nerviosa de pronto. No me quedó de otra que bajar por las escaleras hasta dirigirme a ellos. No sabía como debía saludar a esa mujer, así que solo me quedé en silencio esperando alguna otra indicación de mi padre. Pero solo me presentó:

—Ella es mi segunda hija: Heather Evans. Es muy joven, pero inteligente y muy buena para los negocios—le lancé una mirada sarcástica y poco disimulada a mi padre. Pero luego me compuse—: Hija, ella es…

—Elowen Trelawny—se presentó ella misma, extendiendo su mano derecha hacia mí a modo de saludo. Pese a que no poseía una sonrisa en su rostro, su voz sonó amable de alguna forma. Y aquello dejó sorprendido a mi padre.

—Un gusto en conocerte—tomé su mano, mirándola con una sonrisa forzosa—. Me gusta tu nombre. No suena de aquí.

Sus ojos negros, delineados perfectamente, me observaron con algo que no supe descifrar. Tal vez interés.

—Nací en Cornualles—aclaró pese a que yo no tenía idea de dónde quedaba eso.

—Entiendo—dije simplemente, un poco incómoda por su mirada fija en mí. Escuché un carraspeo de garganta proveniente de mi padre.

—Bueno. Elowen, acompáñame a mi oficina.

—¿Te quedarás a almorzar?—pregunté inevitablemente, recibiendo una mala mirada de mi madre por hablarle de “tú”. Sin embargo, cuando Elowen estaba por irse con mi padre, se giró hacia mí, dándome una sonrisa de labios cerrados. No pareció importarle.

—Tengo asuntos que hacer luego de escuchar algunas interesantes propuestas—se refirió a mi padre. Y me pareció notar un deje de sarcasmo en “interesantes”.
Asentí en respuesta, viendo como se alejaba junto a mi padre. Lindsay soltó un suspiro, o más bien un bufido lleno de molestia. No lo dijo, pero supe que Elowen no le cayó nada bien.

Pero claro, las personas que no le caían bien solían agradarme a mí.

Elowen daba vibras de algo diferente. Pero eso no me pareció algo malo.

—Dile a Helen que me prepare un té con limón—la voz de mi madre me sacó de mis pensamientos. La observé irse hacia la sala de estar.

No me quedó de otra que hacerle caso y dirigirme hasta la cocina, encontrándome con la cocinera y algunas empleadas que ya estaban comenzando a cocinar el almuerzo. Saludé a Helen y me situé hasta su lado, ignorando algunas miradas malas de parte de las empleadas (las dos chicas que aman a Andy). Realmente jamás le había prestado atención a los empleados de la mansión, y tampoco me interesé por entablar alguna conversación con ninguno de ellos. Sin embargo las miraditas de la rubia y la morena me obligarían pronto a sacar un par de palabras.

—¿Ella está en su habitación?—me preguntó Helen mientras picaba algunas verduras, refiriéndose a mi madre.

—No. Creo que se fue hacia el jardín. O Solo se quedó en la sala.

Helen asintió. Estaba por irme de allí hasta que su me pregunta me detuvo:

—¿Almorzarás con tus padres o esperarás a Andrew?

Sentí las miradas curiosas de las chicas detrás de mí, expectantes ante lo que respondería. Y yo no pude hacer más que ponerme nerviosa y soltar un largo “eh...”.

—¿Por qué preguntas?

Ella se encogió de hombros, ocultando una sonrisa que fui capaz de ver. Entonces entendí que por la cabeza de Helen pasaban ciertos pensamientos insinuantes de Andy y yo. Lo cual me llevó a sonrojarme inevitablemente y sonreír con pena.

—Por nada, querida. Solo creí que querrías esperarlo ya que se les ve muy juntos, ¿sabes?

Por un momento estuve a punto de aceptar y esperarlo. Sin embargo, a mi mente viajó el recuerdo de qué tenía que hablar con mi padre antes que cualquier otra cosa. Y para eso necesitaba un momento a solas con él, lo cuál ocurriría en el almuerzo. ¿O Bruce tenía pensado irse nuevamente al terminar de hablar con Elowen?

—Andrew no volverá hasta la noche—aseguró la voz perteneciente a la empleada rubia, sorprendiéndome.

El tono que empleó era una mezcla entre irritación y desinterés, como sí no hubiese podido contener de decir aquello.

La miré con extrañeza—: ¿Cómo sabes eso?

—Él me lo dijo—soltó casi con orgullo, sonriéndome con un deje de triunfo mientras limpiaba algunas copas. La empleada morena soltó una risita por lo bajo que alcancé a escuchar.

—Oh, Melanie—Helen la miró con desaprobación—. De seguro que lo atosigaste con preguntas y al pobre no le quedó de otra que responder.

—Almorzaré con mis padres, Helen—intervine. Decidí que no le seguiría el estúpido juego a esas chicas. Luego me fui de allí sin esperar respuesta alguna.

***

Silencio incómodo.

Durante el almuerzo nadie habló. Y el único ruido que retumbaba en el comedor era el de los tenedores y cuchillos siendo usados.

Mamá comía con una lentitud que demostraba aburrimiento por algo tan monótono como cenar en silencio con su familia. Por otro lado, papá parecía estar sumergido en sus pensamientos, completamente ajeno a las miradas ansiosas que yo le dedicaba. Esperaba tomar el valor suficiente para hacerme notar en aquel lugar.

Y finalmente me atreví a carraspear mi garganta.

—Papá, tengo algo que decirte—dije ocultando los nervios en mi voz.

Él no levantó la mirada. Solo siguió cortando su carne, indiferente.

—Te escucho.

Mi madre me dió una mirada curiosa.

Tomé aire y miré a mi padre, cautelosa—Estuve pensando en todo lo que dijiste, y reflexioné sobre algunas cosas también.

—¿Sí?

—Y me di cuenta de qué tienes razón, padre—completé finalmente, esperando alguna reacción por su parte.

Mi padre, que hasta ese momento no me había mirado, detuvo por un momento su acción de cortar la carne. No demostró estar sorprendido, solo curioso. No obstante, volvió a lo suyo y preguntó con voz curiosa:

—¿Ah, sí? ¿En qué tengo razón, Heather?

—En todo, padre—volví mi vista hacia mi plato—. Verás, la pérdida de mi hermano me sumió en un estado de mucho enojo con mi entorno.

“Pero creo que ya es tiempo de aceptarlo y ver también por mi futuro. Y con esto quiero decir que...—hice una breve pausa para tomar un poco de aire. Aclaré mi garganta y proseguí—… que estoy lista para terminar mi último año de secundaria, graduarme y trabajar en la empresa contigo.

Levanté la vista para ver la reacción de mis padres; mi madre me miró con sorpresa desde su asiento a la derecha de mi padre. Y Bruce… levantó la mirada; él me observó en silencio desde la otra punta de la mesa. Así que me removí en mi lugar, alejando los nervios para poder proseguir de manera que me viera creíble.

—¿En la empresa, dices?—su pregunta sonó tan incrédula como burlesca.

—Así es, padre. Pienso que no tengo la edad ni el conocimiento adecuado para poder ser parte de Solutions Evans, pero estoy segura de qué, sí aún quieres, puedo llegar a ser tan buena como tú. Siempre que tú estés ahí para… —tragué saliva—… para guiarme y enseñarme.

Nuevamente el silencio reinó en el enorme comedor. Un silencio que casi me hacía escuchar mi propia respiración y los latidos acelerados de mi corazón, nerviosos y ansiosos por lo que mi padre diría. No lo miré, pero fui perfectamente capaz de sentir su pesada mirada sobre mí.

Pero no dijo nada. Y eso me obligó a levantar la mirada.

Bruce tenía los codos apoyados en la mesa, y su mirada seria se encontró con la mía. No era la reacción que esperaba encontrar. Incluso creí que en su forma de observarme había un toque de desconfianza, como si no creyera en ninguna de mis palabras:

—¿Por qué, de pronto, te importa lo que yo quiero, Heather?

Mantuve la mirada en la suya, decidida a no dejarme intimidar por su tono de voz que demostraba total incredulidad y sospecha.

—Padre, ya te dije: quiero construir mi futuro. No puedo pasar toda la vida dependiendo de ti, ¿verdad?—y se me ocurrió añadir en tono de obviedad y superioridad, como lo habría dicho tiempo atrás—: Soy una Evans, padre. Tenemos el éxito en las venas, ¿no?

Mamá miró a mi padre expectante, esperando una respuesta. Y yo también. Deseé que aquello fuera suficiente para que no se le ocurriera seguir cuestionando mi decisión repentina.

La comisura de su labio se elevó apenas, en una sonrisa satisfecha.
—¿Cómo sé que no me estás mintiendo, Heather?—cuestionó de pronto.

—Puedo acompañarte a la empresa cuando gustes, padre—me apresuré a responder—. Aceptaré el puesto que desees para mí. Sé que no estoy demasiado capacitada para muchas cosas, pero aprendo rápido.

—Primero que nada debes terminar el instituto, Heather—intervino mi madre por primera vez. Había cierta desconfianza en su voz, como si aún no pudiera terminar de creer en mis palabras. Añadió—: Debes estar presente para los exámenes finales y recoger tu diploma.

No obstante, mi padre hizo un ademán con su mano, restándole importancia a sus palabras.

—Lindsay, no hace falta que asista a la graduación. Y sobre los proyectos finales, yo mismo hablaré con el director para ver sí puede ignorarlos. Después de todo, sus notas son lo suficientemente altas para poder aprobar todo, ¿verdad?

Asentí en respuesta.

Sin duda las palabras de mi padre escondían algo al decir “hablar con el director”. Tal vez dinero, no lo sabía realmente. Solo sé que él podría ser muy… convincente.

—Pero, cariño—mamá quiso protestar, pero fue interrumpida.

—Mañana mismo me acompañarás a Solutions Evans, sí lo que dices es verdad—setenció él.

Sonreí a boca cerrada completamente aliviada de qué hubiera funcionado.

Andrew no había llegado.

Las horas pasaron rápidamente entre libros y libros de economía, administración y contabilidad que me había asignado mi padre. Según él me serviría de mucho para recordar ciertos conceptos.

Y la verdad es que no aburría tanto como creía. Más bien resultaba interesante.

Pero el punto es que Andy no se había aparecido en toda la tarde como esperé. Claramente me negué a preguntar algo a alguien porque… no quería levantar sospechas. Aunque eso no podría ser posible porque después de todo él era mi guardaespaldas, ¿no? Entonces, ¿por qué no había preguntando donde demonios estaba a las diez y media de la noche?

¿Orgullo quizás? ¿O enojo de que él le hubiera dicho a esa chica de la cocina que se tomaría la mañana libre en vez de decírmelo a mí?

Fruncí el ceño ante el pensamiento. Otra vez estaba sintiendo esos estúpidos celos.

Hice los libros hacia un lado del escritorio y me levanté de mi silla   después de apagar la lámpara que me ayudaba a leer. Mi habitación se sumió en una tenue oscuridad, ya que la luz de la luna se colaba por las ventanas y la salida hacia el balcón. También una leve brisa del viento nocturno provocaban unos suaves movimientos de las cortinas blancas que cubrían los ventanales.

Me encaminé hacia el balcón luego de colocarme una bata de seda negra que me protegiera de la brisa ya que no tenía nada más que un vestido corto y cómodo para dormir. Apenas me lo abroché en la cintura.

Cómo siempre, las estrellas me recibieron.

“Mira, rubia, esa estrella que brilla más seré yo cuando ya no esté bendiciendo con mi presencia a este mundo”

“¿Sabías que el sol también es una estrella, Daryl? ¿Por qué no te comparas con esa estrella ya que tanto te gusta presumirte?”

“Porque me gusta más la noche, enana. Además, es en la noche, bajo un cielo estrellado, donde las personas más aprecian éstas. Y ya sabes que me gusta la atención.”

Recuerdo que esa noche, en una de nuestras muchas conversaciones nocturnas, me burlé de su comentario ya que había sonado como una autentica diva. Reímos y bromeamos mucho sobre eso.

Y ahora yo estaba aquí, observando todas esas estrellas esperando poder verlo a él de alguna manera. Busqué la estrella más brillante, y le sonreí.

—Te extraño—murmuré hacia el cielo, sin importar lo patética que pudiera verme—. Ojalá pudieras abrazarme y bromear sobre lo mucho que te amas a ti mismo, presumido de mierda. No me burlaría de nuevo. 

Borré mi sonrisa lentamente y salí de mis pensamientos en cuánto me percaté de que la luz de la habitación de al lado había sido encendida. Al parecer alguien había llegado.

Escuché unos pasos que resonaron en la habitación de Andrew junto a algunas maldiciones. Y luego un fuerte golpe seguido de algunas cosas caerse al suelo.

Me alarmé por el escándalo y me acerqué hasta el barandal que estaba al lado de su balcón.

—¿Andy?—llamé, curiosa. No obtuve respuestas, solo algunos quejidos—. ¿Andrew? ¿Estás bien? ¿Y todo ese ruido que fue?

Pero nada.

Mordí el interior de mi mejilla, pensativa.

¿Y si se había golpeado con algo y ahora estaba inconsciente?

¿Y si se lastimó?

Lo pensé un momento y, preocupada y curiosa, salí de mi habitación. Me dirigí con cautela hasta la suya, descalza y mirando hacia todos lados para asegurarme de que no hubiera nadie rondando por aquí. Cuando llegué, tragué saliva con cierto nerviosismo y toqué la puerta dos veces. Unos suaves golpes.

Nada.

Toqué más fuerte.

—¿Andy?—dije esperando escuchar algo.

Para mi sorpresa escuché algunos pasos ¿torpes? Y luego otro golpe.

—Maldita sea—esa sin duda alguna era su voz.

—Voy a entrar, Andy—avisé convencida de que algo raro estaba pasando ahí dentro. Dicho y hecho, giré el pomo y me adentré hacia la habitación, encontrándome con la sorpresa de que habían muchas cosas tiradas y rotas por doquier.

Cómo si alguien las hubiera roto a propósito en un arranque de furia.
Pero no había sido Andrew, al menos en ese momento. Y hablando de cierto chico de tatuajes, lo encontré en el suelo tratando de reincorporarse. Junto a él, yacía un mueble con la mitad de sus cosas en el suelo porque al parecer Andrew había chocado con él.

—¿Qué te sucede?—pregunté cuando cerré la puerta detrás de mí y me acerqué hasta él, sorprendida. Lo ayudé a levantarse a duras penas. Andrew se tambaleó.

—¿Qué estás haciendo en mi habitación?—preguntó en un tono odioso, pero dejandose ayudar para que pudiera llevarlo hasta la cama.

Noté algo raro en su forma de hablar. Y entonces un aroma fuerte a alcohol llegó hasta mis fosas nasales.

—¿Estás borracho, Andrew?—reclamé, molesta, cuando se sentó en la cama.

Él se deshizo de su chaqueta, acalorado.

—No tanto, creéme—respondió quitándose los zapatos.

Solté una risa sárcastica—Claro. Por eso te has tropezado con el mueble, ¿no?

—El mueble se tropezó conmigo.

Lo observé con incredulidad. Busqué en su rostro alguna señal de que estuviera bromeando, pero no la encontré. ¿En serio creía eso?

Andrew tomó la parte inferior de su remera y la llevó hasta arriba. En cuanto vi sus intenciones me apresuré a detenerlo, avergonzada:

—¡¿Pero qué estás haciendo?!—chillé.

El pelinegro me miró, parpadeando de forma inocente.

—Tengo calor—se encogió de hombros.

—¡Pero no te desnudes frente a mí!—dije sintiendo mis mejillas arder.

—¿Por qué no?—frunció el ceño, cómo un niño pequeño siendo regañado—. Estoy en mi habitación, ¿no?

Tenía razón, sí. Pero aún así, ¿acaso no era consciente de todo lo que provocaba en mí tan solo ver sus brazos tatuados y fuertes? ¿Qué pasaría si veo más allá de eso, como aquella vez en la que me abrió su puerta sin camisa?

—¿Dónde estabas, Andy? ¿Por qué vuelves a esta hora y encima oliendo a alcohol?—decidí cambiar de tema por uno mejor, cruzándome de brazos.

Él, sin pena alguna, se deshizo de su camisa y se levantó de la cama para dirigirse hasta un closet, dándome la espalda. Ignoró olímpicamente mis preguntas, lo cual me indignó un poco.

—¡Andrew, te estoy hablando!—me quejé viendo como sacaba una remera de tipo musculosa y se la colocaba.

—No te debo explicaciones, Heather.

Auch.

Aquello había dolido en cierta forma, pese a que fuera verdad. Ignoré el pequeño dolorcito en mi pecho y me cuestioné el porqué de su actitud odiosa. Sí, olía a alcohol pero no se le notaba borracho, solo un poco mareado tal vez. ¿Entonces qué era lo que le sucedía? Además, ¿por qué me estaba llamando por mi nombre?
Sea como sea, no pude evitar molestarme y soltar la primera estupidez que vino a mi cabeza:

—Pero sí le respondes las malditas preguntas a la empleada, ¿no?

Andrew se detuvo, aún de espaldas hacia mí.

—¿Eso es un reclamo, Srta. Evans?—su tono de voz fue burlesca. Me volteó a ver con un pantalón corto en sus manos. Solo esperé que no se quitara el pantalón también frente a mí o de lo contrario se me iría todo el enojo.

—Se supone que trabajas para mí, Andrew—ataqué ignorando su comentario anterior.

—Trabajo para Bruce, no para ti.

—¡Vete al infierno, imbécil!—le grité cuando mi paciencia llegó hasta el límite. No me paré a mirar su expresión y salí de su habitación echa una furia.

¿Por qué demonios se comportaba de aquella manera, así de repente?

Y yo qué había estado esperándolo durante horas…

Qué se pudra él y su bipolaridad. Bueno, aunque yo también lo era veces. Pero ese no era el punto.

Me adentré a mi habitación sin perder el enojo y solo me tiré en mi cama luego de sacarme la bata a malas ganas. Me enfundí en las sabanas rojas de mi cama, enojada conmigo misma por ir a verle hasta su cuarto. Ni siquiera debería haberlo ayudado.

Cerré mis ojos dispuesta a dormir, pero entonces escuché un ruido en mi balcón. Exhalé aire de forma ruidosa, sabiendo de quién se trataba. Pero no saldría de ninguna forma a verle. Así que me quedé en mi cama, tratando de dormir.

No obstante, no conté con el hecho de que mi guardaespaldas tuviera las agallas para adentrarse hasta mi habitación.

—Eres fácil de hacer enojar, ¿sabes?

—Habló el que tiene problemas de ira—me giré hacia él, sentándome en la cama. Su silueta podía distinguirse gracias a la luz de la luna—. Vete, Andrew.

—¿Desde cuándo te hago caso, muñeca?—lo miré molesta, y él añadió con una sonrisa divertida—. Exacto. Nunca.

—Sí alguien sabe que estás aquí estarás en graves problemas, Andrew—dije, frustrada de no poder hacer que se fuera. Aunque realmente no me importó mucho ahora.

Él caminó hasta quedar en los pies de la cama, observándome con una fijeza incómoda. No fui capaz de ver mucho su rostro, solo sus ojos azules siendo iluminados apenas por un poco de luz exterior.

—Tú también entraste a mi habitación, muñeca.

Rodé los ojos y llevé mis piernas hacia mi pecho.

—Solo quería saber sí estabas bien, ¿okay?—admití, entre molesta y avergonzada—. También estuve esperando por ti toda la tarde porque creí que solo te tomarías libre la mañana. Pero veo que no debí hacerlo…

—Nadie se había preocupado tanto por mí—bromeó. Le tiré una almohada que detuvo perfectamente y rió.

—Vete de mi cuarto de una vez, idiota.

—Escucha, muñeca—dejó la almohada en la cama y se acercó hasta mi lado, colocándose de cuclillas. Gracias a la distancia pude apreciar su rostro, el cuál se había tornado serio. Y soltó las siguientes palabras en un suave murmuro—: No deberías apegarte tanto a mí, ¿sabes? Porque en algún momento me iré, Heather.

Fruncí mis cejas, confundida.

—¿Por qué?—pregunté en un murmuro.

—Porque no puedo dormir aquí. Tu padre me mataría.

—¡Andrew!—me quejé sin poder contener una sonrisa, divertida. Él rió conmigo y todo el enojo de mí hacia él se disipó rápidamente.

—Hablando en serio, muñeca. Lamento que me hayas tenido que esperar tanto. Fui a visitar a mi familia—confesó de pronto—. No están en esta ciudad, así que por eso me tardé en venir.

—No te preocupes—le sonreí con pena—. Además es cierto lo que dijiste; no me debes explicaciones.

—Pero te gustaría que sí, ¿verdad?—sonrió y me miró de forma significativa.

Me quedé en silencio, admirando sus facciones masculinas bajo la luz de la luna. Y sin poder evitarlo, mi mirada se dirigió hasta sus labios.

—Tal vez—murmuré encontrándome con sus ojos nuevamente.
Y me llevé la sorpresa de que Andrew también estaba observando mis labios, pero al notar mi mirada sobre la suya me sonrío de forma atractiva. No esperé para nada que acercara su rostro al mío a una lentitud matadora, así que yo también me acerqué a él sin detenerme a pensar en lo que estábamos a punto de hacer.

Sus labios cálidos hicieron contacto con los míos, y se movieron de forma lenta y perfecta. Su mano se dirigió a mi nuca para atraerme más hacia él, profundizando el beso. Yo llevé mis manos a su pecho, sintiendo cómo de pronto él mordía suavemente mi labio inferior, arrancándome un suspiro. 

Se separó de mí y llevé mi mirada desde su boca hasta sus ojos, sorprendida por lo que acababa de pasar. Pero sin duda también algo feliz.

Creí que Andy se arrepentiría al darse cuenta de lo que había hecho, pero para mi alivio lo vi sonreír para luego ponerse de pie, alejándose de mí.

—Buenas noches, Srta. Evans.

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