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Prólogo

Terminas de abrochar los zapatos de uno de los pequeños y observas a los otros cuatro que te esperan. Aunque no tengo ninguna intención de ir a ayudarte, me quedo mirándote desde lejos. Levanto la vista de mi libro para verte sonriéndole a los demás como pocas veces me sonríes a mí.

Corriendo, Emma llega por detrás, se cuelga de tu cuello en un brusco intento de abrazo y se ríe. Casi te tira, pero igual le hace gracia. Tú no pareces molesto; al contrario, ríes también. Te volteas para estrecharla entre tus brazos y tu rostro se ilumina con el perfecto blanco de tus dientes en esa sonrisa que va dedicada sólo a ella.

Vuelvo la vista al libro y chasqueo la lengua al ver que he perdido el párrafo en el que iba.

Tardo pocos segundos en retomar la concentración, pero se desvanece de nuevo cuando Phil se acerca dando brincos de hoja en hoja y, con sus redondos ojos azules bien abiertos, pregunta:

—¿Por qué estás aquí solo?

No podría existir pregunta más inocente y sencilla que esa, mas no creo que valga la pena darle tantas explicaciones a un crío de cuatro años que apenas sabe lo que son los problemas. No lo entendería. Me limito a responder como suelo hacer siempre, ignorando el revoltijo de emociones nerviosas que me atacan en el interior cuando uno de ellos se me acerca.

—Estoy leyendo —respondo y alzo un poco el libro entre mis manos, como si leer fuera la cosa más normal de hacer dentro del orfanato.

La respuesta parece complacerlo, porque sonríe, me dice que disfrute mi lectura y sigue su camino de saltos hacia los demás. Corre a integrarse y felizmente se pone a jugar con Jemima. Es un alivio que no haya hecho más preguntas; no tengo la paciencia de Emma para tratar con los más pequeños.

Emma...

Pensar en ella me hace estremecer un poco. Dirijo la vista hacia donde se encuentra ahora, lejos de ti, correteando a Thoma y Lannion para invitarlos a unirse al juego grupal. Uno de ellos cae al suelo y ella se arrodilla a su lado para ver si está bien. Sonríe, bromea y lo anima como tan bien sabe hacer. Después le extiende la mano y lo levanta. Mira a sus dos hermanos con los ojos llenos de cariño y bondad pura.

Aunque es cierto que es demasiado enérgica y optimista para mi gusto, no podría odiarla. Es un auténtico ángel. La luz que irradia su existencia opaca a cualquiera, sobre todo a mí. Quizá sea por eso que prestas más atención a sus brillantes ojos verdes que a mi mirada sombría y apagada y tan difícil de descifrar.

Aparto mi fleco con un resoplido, pero este inmediatamente vuelve a su lugar y me tapa la mitad de la cara. Mi cabello ha sido así desde siempre; jamás me ha preocupado acomodarlo. ¿Cambiaría algo si mi mirada estuviera al descubierto...? ¿Me mirarías como la miras a ella? Lo dudo mucho. No me molesto en descubrirme de nuevo.

En su lugar decido cerrar el libro de golpe y levantarme para seguir leyendo en un lugar más tranquilo. Quiero alejarme de los sonidos incesantes, de ti, de Emma. Verte sonreírle me hace daño, porque sé cuánto la quieres, lo que cada una de esas muecas de alegría significan... Tampoco encajo lo suficiente como para elegir quedarme, y estoy incómodo. Me da el sol en la cara a pesar de estar en la sombra.

Comienzo a caminar mientras suelto un suspiro agotado y doy una última mirada hacia ustedes: Emma tiene el cabello más desenmarañado que de costumbre y tú se lo acomodas con dulzura, disfrazando tus caricias de una inocente intención simplemente para poder estar cerca suyo... Justo como yo he hecho contigo. De pronto siento una punzada en el pecho.

No me quedo a ver la forma en que tu mano baja con lentitud hacia su mejilla y la acaricia con suavidad. Ella tiene cara de confusión y parece no entender nada, pero tú sigues haciendo ese gesto que, egoísta y estúpidamente, deseo para mí.

—Norman... idiota. —Te golpearía ahora mismo si estuvieras más cerca.

Como si hubieras logrado escucharme miras hacia acá, inquiriendo con los ojos qué tanto murmuran mis labios. Hago caso omiso a tu pregunta, me doy la vuelta y me dirijo hacia la biblioteca de la casa, el único lugar donde ustedes dos nunca van. Allá no podré verlos juntos. Así no dolerá.

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