2. Abrumador invierno
Unos pocos días luego de la charla de Sanemi y Giyuu, justo en el día de cumpleaños de este, ambos se encontraban saliendo a la par, esta vez intercambiando algunas palabras. No era una sorpresa que por ser compañeros y tener horarios parecidos salieran al mismo tiempo, pero la mayoría de veces esto era por culpa de Giyuu, quien se quedaba merodeando y sentía que no podía irse solo; aunque usualmente era ignorado de no ser por el saludo. Esta vez, simplemente fue lo que se conoce como destino lo que los llevó a salir a la par.
Ese día el profesor de educación física había despertado con el pie izquierdo, provocando que su organizada rutina se estropeara y saliera apurado hacia su trabajo, olvidando sus abrigos e incluso llevando su campera escondida en la mochila. No había una verdadera razón para justificar lo mal que se había levantado. Era la vida estando en contra de él, nada fuera de lo normal. Lo único positivo había sido que pudo intercambiar unas cuantas palabras con Sanemi sin necesidad de conflictos y que logró centrarse en sus exámenes hasta la salida del colegio, en la que estaba con un anotador y siendo iluminado por los faroles encima de él. Parecía que ya era una hora nocturna, pero la realidad era que el invierno se llevaba toda clase de luz luego de las cinco de la tarde y había salido a las seis, en un horario tardío debido a los retrasos de los exámenes. A su vez, Sanemi había tenido que resolver algunos problemas, esos de los que él no estaba del todo enterado pero había supuesto que tenían que ver con Shinobu, tras notar su ausencia.
No le interesaba en lo absoluto esa alumna, pero tenía una gran duda al respecto de la fiesta, la cual no sabía si ya había pasado, y también por la forma tan apurada que tenía Sanemi de escribir mensajes, tal como si tuviera el celular pegado a las manos. Dejó su libreta junto al bolígrafo en uno de los grandes bolsillos de la mochila y se enfocó mejor en aquel hombre. Siempre lo había observado desde atrás, tal como un perro, pero ahora que podía verlo desde adelante con una completa expresión de enfado —casi usual— sentía que notaba un atractivo mayor.
«Los tipos así deberían enfadarse un poco menos, ya no diferencio su expresión normal» pensó mientras posaba sus manos en los bolsillos de su pantalón ligeramente suelto. Al tener en frente a aquel hombre aterrador, no tuvo ni una pizca de miedo. Es más, lo observó como esperando que dijera algo. Y cuando sus ojos purpuras lo enfocaron, se sintió un poco reconfortado. Esta vez no lo ignoraba.
—¿Qué?
—Te ves... Más enojado de lo normal —admitió, quitándole un suspiro.
—Eres muy bruto con las palabras. Y nunca estoy enojado.
—Sí, siempre lo estás.
—Contigo únicamente.
—Pero lo estás —dijo como si nada, viéndolo apagar su celular—. ¿Qué pasó con Shinobu?
—Esa niña... ¿No estás enterado?
—No.
—Douma, el alumno de tercero que ya lleva dos años repitiendo, la estuvo acosando fuera del colegio... ¿Por qué no quitamos a los enfermos mentales de este sitio en vez de excusar sus actitudes y notas? —preguntó con fiereza—. Su hermana le contó a la escuela pero el imbécil del director está viendo si hacer algo al respecto porque "las actitudes de Douma estaban en mejora". ¡No puede haber alguien que me cause tanto respeto y rabia a la vez!
—Era mejor el director Ubuyashiki —resaltó tras no saber qué responder.
—Sí, amaba a ese tipo —respondió sin darle mucha importancia—. Pero, ¿acaso no eras tú el que se debía encargar del caso de Shinobu?
Finalmente Sanemi se atrevió a mirarlo, demostrando sus emociones detonadoras ante la idea de que ese imbécil hubiera cometido otro error luego de tanto tiempo sin hacerlo. Sus ojos purpuras lo juzgaron directamente al rostro, pero luego se fueron paseando por su cuerpo, descubriendo que estaba temblando y no exactamente por el miedo. El hombre al que no observó y todo ese tiempo se dedicó a hablar sin siquiera una mínima mirada a lo poco cubierto que estaba desde su cuello para abajo, temblaba, suspirando por el frío y posiblemente sintiéndose enfermo por tenerlo regañándolo sin más; quizás se había desacostumbrado en esa semana a sus típicas peleas en la que la mayoría de veces Sanemi no tenía la razón. Una pizca de culpa invadió su corazón mientras su única forma de reaccionar salía a la luz, dejando de lado el tema de los alumnos:
—¡Idiota, mira cómo estás! ¿Acaso quieres traerle problema a la academia? —preguntó sin pudor alguno—. Maldito despreocupado.
Giyuu, inconscientemente, pasó sus guantes sobre su frente, pensando que podría sentir su calor corporal. Pero se veía tan patético a los ojos de su compañero, quien hurgaba en su mochila buscando algo que le sirviera de abrigo. Sus mejillas resaltaban ante los faroles de luz fuerte y el color rojizo en tal piel pálida no podía ser ignorado por nadie más que alguien preocupado por cosas que no terminaban siendo de su incumbencia. ¿Aquello que motivaba a aquel gran hombre a meterse en el asunto de una alumna que no era la de su curso era, acaso, el favoritismo? Uno nunca terminaba de entender la mente de los profesores, ni sus requisitos para tener un alumno destacado por sobre los demás. Giyuu, en su caso, nunca pensó en preferir a alguien; quizás tenía más afecto con Tanjiro, pero era inflexible aún así, ocasionando que nadie se pudiera sentir especial.
Aturdido por lo estúpido que se sentía en un momento como ese, cayó al suelo, tropezando sus pasos y acabando con las rodillas clavadas en la vereda. Si se habría hecho mal, no lo notó a causa de estar indoloro. No se encontraba en todos sus sentidos. Desde que había salido de la institución sintió un bajón enorme, en cuanto a la temperatura y también en sus emociones. No es que hubiera tenido un mal día en el edificio, es más, se la estaba pasando bien dentro de sus términos y la definición que tenía de "bien". Solo que caer en realidad, en el hecho de que había pasado un tiempo desde que oía la voz de Sabito, era como sentir que le clavaban un puñal. Recordaba que de pequeño tenía ataques de asma debido a lo débil que era por el frío, mas diferenció que esta vez no era uno de esos. El aire se le iba por no querer aceptar que su día había sido mejor que los anteriores, por decirse a sí mismo que era imposible. No se merecía pasarla bien. No sintiendo el dolor en su pecho que le indicaba un corazón roto o que se estaba ahogando con su propia saliva. ¡Era injusto que estuviera disfrutando de su semana!
Sus ojos se sintieron cegados mientras sus extremidades temblaban. Sanemi lo estaba apuntando con la linterna de su celular como si fuera un bicho raro. Le hablaba y no parecía notar nada anormal en él. Decía que le estaba causando escalofrío su forma de actuar y le tendía la mano. Pero no podía moverse o no hasta que sintió que lo jalaban del suelo.
—Ey, tarado, debes estar agarrándote un resfriado terrible —aclaró extrañado, teniendo que sostenerlo tras no ver sus piernas mantenerse—. ¿Te pasa algo?
Hubo unos momentos de silencio que no respondían en lo absoluto la pregunta e incluso le generaba incomodidad a aquel hombre, quien se había tomado el descaro de ayudarlo aún teniendo cosas que hacer en su hogar. Lo esperó unos momentos, sin recibir gesto alguno por parte del contrario y hartándolo. ¡Dios, solo quería hacer un buen acto y así se lo respondían!
Lo sacudió, creyendo que por eso no estaba reaccionando y para cuando finalmente lo vio a sí mismo suspiró con tanta calma como si hubiera temido su muerte. No es que eso sucediera habitualmente, pero no se podía esperar menos del raro de Giyuu. Incluso si no terminó de entender su problema, lo sostuvo un tiempo más, brindándole un poco de calor de esa forma.
No siendo suficiente, tras verlo sufrir en silencio y oír sus dientes titiritar, le ofreció el suéter que tenía en manos desde hacía un tiempo. Estaba en duda de si debía dárselo o no, mas creyó que sería lo ideal para no tener que comerse un regaño de sus compañeros por dejarlo desprotegido. Todos lo trataban como si tuviera alguna clase de retraso y eso era realmente ofensivo, mucho más que sus propias palabras, la mayoría de veces honestas. Al final, sería de mala gente no ayudarlo. Y él podía ser tajante o bruto, nunca maleducado con un posible enfermo.
—Déjatelo —dijo cuando lo vio ponérselo apresuradamente, quizás como un instinto. Ni siquiera se le pasó por la cabeza qué clase de suéter le habría dado—. De todas formas, te queda mejor a ti que a mí.
Giyuu recuperó por completo sus sentidos a la hora de oír esa aclaración y sintió su corazón latir una vez más mientras observaba con intensidad a aquel que se encontraba en frente suyo. Nunca había sido amable ni considerado con él. A duras penas conseguía su saludo y no un insulto... Ahora no se podía tragar que cambió, o sí, porque su alma carente de atención le pedía a gritos que no desconfiara de eso. Hacía tanto tiempo que no se sentía bien, que incluso el mínimo gesto provocó que se aferrara a los bordes de aquella prenda. Todo dentro de sí tomaba un calor significante. La sangre otra vez pasaba por sus mejillas y las coloreaba de la alegría, aún si ninguno de los dos se daba cuenta de ello.
Guardó cualquier clase de comentarios y se sintió el centro de atención de Sanemi. Tal como le había recomendado alguna vez Sabito. "Empieza siendo amable con el que creas que más lo merezca y terminarás con el mismo gesto devuelto. Tarde o temprano todos caen ante una actitud positiva y una persona tan única como tú, Giyuu".
—No vayas a sentir un poco de gratitud —aclaró ante el incómodo silencio, mientras sentía la deshonra llenar su ser.
Era muy avergonzante que no dijera absolutamente nada.
—Siento gratitud, que no te lo diga es otra cosa.
—Tsk, maleducado.
—Gracias —dijo ante la insistencia—. Aunque es un poco grande y el aire pasa por...
—Cállate, no tienes que reclamarle a la gente lo que te regala.
—Oh... Entiendo. Entonces... Me voy —hizo grande pausas para sus palabras, llamado la atención de Sanemi.
—¿Solo?
—Sí.
—¿Caminando?
—Sí.
—¿Está lejos tu casa?
—¿Por qué te interesa? No tengo muchas cosas de valor.
—¡No lo decía para robarte! No, ¿sabes qué? Vuélvete solo.
«Eso es lo que tenía planeado desde un principio» pensó tras darle un breve saludo y caminar directamente hacia su hogar a un paso lento. Le agradaba tomarse su tiempo para todo, incluso si eso extrañaba a los de su alrededor. No es que fuera alguien que se preocupara demasiado por el tiempo, siempre que hiciera las cosas con anticipación todo iba a estar bien, de eso estaba casi seguro. Ignoró que el auto de Sanemi quedó parado allí hasta que desapareció de su vista y se hubiera sentido especial de no ser que lo vio estando en una llamada que al parecer era entretenida.
Soltó un gran suspiro al ver la belleza de la luna que se iluminaba justo sobre su cabeza. En tiempos como esos amaba el invierno y odiaba todo lo que estuviera cerca.
Ese día había sido muy turbado. Necesitaba descansar mínimamente diez horas para recuperar su energía habitual, o quizás mucho más. Siempre que tenía la oportunidad se quedaba debajo de las frazadas, disfrutando el arte de procrastinar. Recordaba muy a la ligera haber hablado con su psicóloga al respecto de que debía dejar ese hábito. Ya no era una actividad tan cotidiana pero en el pasado podía ser que pasaba un día y medio ahí dentro. Qué malos tiempos habían sido esos.
Literalmente su adolescencia fue una etapa que hubiera recomendado a todos sus alumnos saltarse, pero según Mitsuri hubiera sido muy agresivo y desalentador. No es que le interesara lo que pensara, solo que no quería tampoco bajarle las expectativas a los jóvenes... Aunque no era nada más que la verdad.
A la mañana siguiente, un sábado común y corriente, Giyuu amaneció resfriado, acalorado completamente y sintiendo un dolor en sus músculos que le hicieron saber que el día anterior no había estirado bien. Se hacía miles de ilusiones con que alguien llegaría para poder cuidarlo, con que sería Sabito, y luego estornudaba, perdiendo por completo el ambiente, volviendo a identificar a la pareja ya casada y sintiéndose solo en ese pequeño apartamento. Definitivamente no debió haber dejado que se casaran, pero ¿qué más daba? Uno nunca vuelve al pasado.
Intentó alcanzar el celular o el control de su televisor para poner música desde Youtube, mas el ruido de la lluvia era tan aturdidor que lo hizo soltar un quejido. Detestaba los sonidos fuertes. Se cubrió los oídos mientras se hacía bolita entre las sabanas y respiraba por la boca, demasiado agitado. Odiaba todo lo que ocurría cuando enfermaba pero más darse cuenta que no tenía ningún vínculo de afecto allí, nadie a quien recurrir, nadie a quien le importara.
Recién en esos momento estaba empezando a ser amigo de Sanemi y ni eso. Tampoco podía recurrir a él, así que sufriría en silencio, dando vuelta entre las sabanas que hacía dos semanas no cambiaba ni pensaba cambiar por meses.
—¡Vuelve aquí, niña! —gritó Sanemi mientras veía a su hermana dirigirse hacia su cuarto con una gran velocidad y también demasiado molesta—. No azo... ¡No azotes la puerta!
Mientras el Shinazugawa mayor apretaba los dientes para no largar otro comentario, una mujer detrás de él observaba la escena con cierta impotencia. Aquella peinaba su cabello entre sus manos e intentaba encontrarse con la mirada de Sanemi, quien estaba tan tenso que parecía ser otra persona. Se conocían desde hacía años, era imposible tener demasiada delicadeza cuando lo veía actuando como un bruto total... Pero hacía lo posible.
—Sanemi, eres muy sobreprotector —confesó finalmente, llamando su atención—. La estás tratando mal solo porque ella te dijo que está saliendo con un muchacho y tiene catorce años.
—¡Catorce años! Aún no sabe nada de toda esa mierda y de los estúpidos que son los hombres. Aparte el tipo tiene dieciséis, ¿qué hace saliendo con una niña?
—No le veo el mal.
—Pues yo sí. Están en dos etapas completamente distintas.
—Creo que vienes alterado por otra cosa —soltó finalmente con todo el cuidado del mundo, tras haberlo estado pensando desde la noche anterior—. Anoche me dijiste algo horrible como que habías conseguido mi reemplazo y luego te reíste...
—Era una broma, Kanae, no puede ser que seas tan sensible.
La muchacha respiró de forma profunda, tragándose las palabras poco adecuadas que pudiera dar, y rápidamente recuperó la calma para hablar. Quería huir en esa clase de momentos, en los que le hablaba tal como a una niña tonta y consentida. ¡En serio no podía diferenciar dónde usar su papel de bruto insensible! Al menos de que realmente no fuera un papel y sea la verdad detrás de ese cariño que le demostraba.
Se cruzó de brazos, sintiéndose herida e intentando que no se viera. Podía exponerse muchas veces, pero esta vez no era una de esas o debería escuchar esa risa retorcida. Esos ojos purpuras pasearon su mirada sin disimulo alguno y finalmente los vio caer sobre su rostro, le estaba prestando una completa atención.
Ambos eran cercanos, aún sin mantener una relación fija, mas siempre quien conocía más al otro terminaba siendo Kanae, acostumbrada a lidiar con la personalidad tan efusiva de quien estaba en frente suyo, dejándose lidiar por el estrés incluso cuando ella no le había hecho nada para ser tratada así.
—Sabes que no es solo la broma, hay algo que...
—Tienes tres de los botones de tu camisa desabrochados —interrumpió con fiereza—. Lo dije porque siempre notas todo.
—¡Sanemi, por favor! —gritó, ganada por la molestia de tener que ver a ese hombre tomarle el pelo.
Solo él sabía cómo agotar su paciencia, y no era nada amable tras sus disculpas falsas.
Abrochó los botones de su camisa, sintiéndose irrespetada y optó por no seguirle la corriente ni regañarlo. Siempre que lo intentaba, de alguna manera caía en alguna broma irónica o en sus caprichos de "es que estoy cansado" "es porque aún no fumé". Todo, absolutamente todo tenía una excusa. Se inventaba incluso lo que nadie hubiera pensado nunca. Y no es que fuera poco empática, es más, comprendía su situación, pero no podía ser el objeto de burla de aquel, menos cuando el chiste no le causaba gracia. Solo deseaba que confiara lo suficiente en ella como para hacerle saber que estaba escuchándolo a cada momento. Era difícil el trabajo de transmitirle todo lo que pensaba, quizás porque tenía un corazón demasiado pequeño como para amontonar todas las palabras sin filtro que expresaba su preocupación. Mas, para su suerte, era buena adivinando. Los años la fueron volviendo una experta en ello.
Adivinar por qué se enojaba su madre, adivinar qué hacía sentir mal a sus alumnos, adivinar el humor de su hermana y, la peor parte de todas, adivinar qué le escondía su antiguo novio. Era como un cofre cerrado, tenía esos secretos de los que nadie se enteraba y quedaba en su intimidad, algo que lo volvía bastante inquieto y terco. Quizás por eso estaba ahí, en su hogar, pasando unos días mientras su hermana estaba en manos de su tía. O solo era una niñera sin más sentido que ese, porque casi todo el tiempo se la pasó cuidando a Sumi o a Genya, quienes prácticamente ya se sabían mantener solos.
—¿Es por lo de Tomioka...?
Ahí vio la señal definitiva: sus cejas alzadas, la mirada que cambiaba de dirección y el apretamiento de mandíbula.
—¿Qué sucedió?
—Estuve pensando toda la madrugada en lo que le había ocurrido... Todas las advertencias que su cuerpo demostró en solo un minuto. Seguro mi madre sepa más de esto, pero creo que tuvo o estuvo cerca de tener un ataque de pánico y yo no hice más que reírme en mi mente y llamarlo "tarado" —confesó sin realmente pensar en Giyuu como lo conocía, si no como a una persona en general. Esa fue la primera vez que Kanae vio a Sanemi poniéndose en los zapatos de aquel muchacho.
«Así que finalmente lo entendió, aunque dudo que del todo» se planteó al verlo con cierta sensación de arrepentimiento.
—Eso estuvo mal. No puedo llenarte de palabras dulces, pero no es tu culpa, o no del todo. No estabas enterado de cómo se sentía y según lo que me dices, Giyuu no cambió mucho al que alguna vez conocí, así que es difícil darse cuenta de lo que siente.
—Sí, eso supongo.
—Llámalo —propuso de la nada.
—¿Eh? ¿Para qué? Ya sé que estuve mal, no es nada tampoco sentenciable.
—Sanemi, pregúntale cómo está.
—No quiero.
—Eso es lo único que va a hacer que actúes bien conmigo y con los de tu alrededor —dijo con cierta dureza en su tono para compensarlo con una caricia en su mejilla—. Intenta ser bueno con Giyuu, deja ese resentimiento tonto de lado.
Se lo replanteó un momento más. Ya había recibido esas palabras de tal bella mujer y, claramente, le había hecho poco caso. Ahora se sentía culpable de hacerla pasar malos ratos por sus idas y vueltas, aunque no terminaba de aceptar que estaba preocupado.
—Solo lo hago porque eres muy molesta con estos temas.
—¿Lo haces por mí?
—No.
Mientras marcaba al número, un silencio incómodo se formó entre ambos, haciéndolos sentir la pesadez del ambiente. La respuesta negativa había arruinado todo y el silencio que en el departamento había ni hablar. Hacía falta Genya con sus comentarios aleatorios o Sumi con sus buenas entradas a escena, porque a pesar de que ya habían sido novios antes, en tiempos como esos era difícil reconciliar el recuerdo del otro.
—Kanae... Sí.
—¿Sí, qué? —preguntó divertida—. ¿Sí aceptas ser mi esposo?
—Tonta, nunca me preguntaste eso —respondió, también riendo a la ligera—. Sí lo hago por ti.
—Me alegra, me hace sentir importante saberlo.
Sanemi palmeó la cabeza de su acompañante tal como solía hacer con su hermana y se alejó unos pasos para la llamada. Giyuu había salido del grupo de Whatsapp del colegio, razón por la que debía de comunicarse con él con la idea de que tenía el mismo contacto que hacía dos años. Era un tipo raro... Es decir, ¿salirse del grupo sin dar explicaciones? Vamos, un poco de cordialidad nunca le venía mal a nadie. Aunque a veces debía de admitir que Tengen era muy intenso, tanto que ni en las fiestas simulaba toda esa energía.
«Es tu amigo, no lo juzgues» se dijo a sí mismo mientras masajeaba su frente. A la par de su pensamiento, la llamada que realizó no fue atendida. Creyó que era normal, ya que no parecía un hombre que usara demasiado el móvil, pero tras sentir la mirada intensa de aquella mujer optó por volver a llamarlo. No quería recibir otro discurso moralista.
La segunda llamada tampoco fue atendida, ocasionando que observara extrañado el celular y se fijara en la última conexión de su compañero.
—Este tipo desde hace cuatro meses no se conecta a Whatsapp, ya podría estar muerto —confesó sin delicadeza alguna, ganándose un regaño de Kanae.
—¡No seas bruto!
—¿Ves que no hay posibilidad de hablar normalmente con él? —continuó, chasqueando la lengua—. Kanae, hice todo lo posible.
—La tercera es la vencida.
—Eres agotadora, mujer.
Y tal como su confidente predijo, la tercera fue la vencida, porque la llamada fue contestada, aunque no había ninguna voz hablando a la hora de aceptarla. Ambos se observaron con sorpresa por la buena conexión que tenían en cuanto a pensamientos y finalmente el Shinazugawa se atrevió a hablar:
—Tarado, soy Sanemi Shinazugawa... ¿Estás vivo?
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