one / bound by legacy.
uno/atados por el legado.
Halloween estaba a la vuelta de la esquina, y la ciudad de Nueva York se encontraba en su mayor resplandor debido a la próxima festividad.
Hace varios minutos que Evangeline se desplazaba por la tienda de disfraces, tratando de encontrar algún atuendo que llamara su atención en medio del montón de diferentes opciones que se presentaban frente a sus ojos. Sus dedos apartaban los colgadores uno por uno, frustrada por el tiempo que había perdido buscando un disfraz que fuera de su agrado, más no conseguía nada que pudiera usar en la fiesta de mañana que se llevaría a cabo en la fraternidad.
Le dolían los pies de tanto estar parada, ya que no tuvo la oportunidad de parar en casa, sino que fue directo a la tienda de disfraces por el poco tiempo que le quedaba para encontrar algo que ponerse. Su único consuelo era saber que dentro de su mochila tenía el examen de cine aprobado, ya era una carga menos que sostenían sus hombros cansados.
La música de Halloween resonaba apenas en el lugar, algún clásico de una película de Tim Burton, pero no estaba prestando la atención necesaria para afirmar de qué se trataba con seguridad. Ni siquiera sabía por qué estaba considerando participar en la fiesta, cuando sabía muy bien que esos eventos donde la cantidad de personas era exagerada, la ponían ansiosa y a la defensiva. En varias ocasiones le hicieron pasar un mal rato por el simple hecho de llevar el apellido de su madre, Sidney Prescott. Los insultos, los murmullos a los cuales le seguían risitas burlonas y miradas recelosas, era una realidad que vivía día tras día desde que tiene memoria.
Era un mundo cruel e injusto, donde ella era el blanco constante de millones de críticas hacia su persona. Críticas que, curiosamente, eran proporcionadas por personas que jamás en su vida compartieron con ella. No la conocían, pero era más fácil juzgar a la hija de Sidney Prescott que culpar a un legado de asesinos que en reiteradas veces quiso acabar con su madre.
Y si ella estaba pasando por aquella situación tan complicada, al sobrino de Stu Macher le tenían un infierno personalizado. Exclusivo para él.
Eric se golpeó la cabeza contra la pared, sus cabellos rubios se alborotaron por su acción. Estaba igual de frustrado, pero más impaciente que cualquier cosa. Al igual que ella, su amigo no disfrutaba de los eventos públicos. Podría o no ser una respuesta a los malos ratos que tenían que pasar a diario, ninguno le prestaba la atención necesaria a su salud mental, pero sabían que algunas tuercas no andaban funcionando del todo bien.
—Mis pies están destrozados, y el estómago me arde del hambre, Evangeline —se quejó, regresando a su lado para mirar con desprecio los disfraces que estaban puestos en los maniquíes—. Además, no entiendo porque irás a esa fiesta. ¿No es justamente en una fiesta cómo ésa donde...? —cortó sus palabras, el tono amargo de su voz hizo contraste con la angustia de sus ojos.
Entre ellos dos, claramente quién más sufría era Eric. Las pesadillas siempre lo atormentaban, por lo que recurrió a ella en varias ocasiones, ahora que vivían en el mismo departamento, pero cuando ambos estaban en Woodsboro, con sus respectivas familias, Eric la llamaba en las noches, rogando su consuelo. Llamadas telefónicas que, al mismo tiempo, le causaban un pánico tremendo a Evangeline. Pero ella no se lo decía. En Woodsboro, fue el único amigo real que hizo, irónicamente. El primero. Luego de él se sumaron más sobrevivientes, más personas que tenían un legado con el que cargar. Cómo eran los sobrinos de Randy y... la hija de Billy Loomis, Samantha.
—Tara insistió —soltó un suspiro. La hermana de Samantha también era una buena amiga, sin embargo, el vínculo más estrecho lo tenía con el sobrino de Stu Macher.
Eric rodó los ojos, claramente no estaba de acuerdo con asistir a la fiesta de Halloween, pero no podían detener su vida solo por ser quienes eran.
—Sabes, estoy de acuerdo con Samantha esta vez. Siento que Tara no está sobrellevando bien lo que les ocurrió el año pasado —su tono de voz más áspero que antes—. Quiero decir... casi las matan —hizo una mueca. Dio un paso más cerca y se inclinó hacia ella, como si estuviera a punto de revelarle un secreto—. La mejor amiga de Tara y el novio de Samantha.
Evangeline entrecerró los ojos.
—¿Familiar, no? —se cruzó de brazos, dispuesta a defender su posición de ir a la fiesta a toda costa. Eric esbozó una sonrisa y se alejó. Ella sacudió la cabeza y le dio un golpe en el brazo—. No podemos dejar de ser humanos solo porque esos asesinos no lo fueron. Mi madre fue una víctima, y su instinto de supervivencia la convirtió en asesina. Tu tío estaba loco del mate. ¡Hay que vivir con eso! —se rió, causando que su amigo rubio ensanchara su sonrisa, mostrando su dentadura.
El chico se giró, escudriñando el lugar con sus ojos marrones, luego pareció encontrar lo que estaba buscando y caminó a paso decidido hacia unos estantes que tenían una sección específica de disfraces más... sensuales, por así decirlo. Cuando estuvo parado allí, extendió la mano para tomar una bolsa transparente que contenía una prenda blanca, pero Evangeline logró percibir también algunas tonalidades rojas.
Frunció el ceño al verlo pararse de nuevo frente a ella con esa sonrisa maliciosa en sus labios y su altura prominente.
—A lo mejor, si vas de enfermera me convences de pasar por esa fiesta de mierda —bromeó. Al ver la expresión de cansancio que le dio su amiga, soltó una carcajada, ganándose varios golpes en su pecho y brazos—. ¡Estaba bromeando! —se excusó entre risas, retrocediendo al tiempo en que recibía más golpes.
Evangeline simplemente sacudió la cabeza, más una sonrisa se formó en su rostro.
—Esto es estúpido —refunfuñó Eric, haciendo gestos con su rostro debido a la molestia que sentía con la pintura que fue aplicada en su rostro. Por otro lado, Evangeline admiraba con ojos brillantes su perfecta obra de arte que plasmó en las facciones masculinas de su mejor amigo. Quién todavía no estaba de acuerdo con asistir a la fiesta de fraternidad.
Le había pintado todo el rostro de color blanco para después comenzar a dibujar los trazos negros con la precisión de una artista en desarrollo (a pesar de no serlo). Finalmente, tenía el aspecto de una calavera, maquillaje realizado con esfuerzo y varios gruñidos de frustración por parte de una impaciente Evangeline que vestía un entusiasta uniforme de la casa Hogwarts, lo más básico que podrías encontrar en una tienda de disfraces cuando buscabas a última hora lo que usarías en una fiesta a la que inicialmente no deseabas asistir.
Hermione Granger fue su mejor opción en tiempos de desesperación. Por ende, esperaba que nadie dijera palabra alguna sobre lo repetitivo que podría llegar a ser la chica más inteligente de todo Gryffindor como atuendo de Halloween.
No importaba lo que le dijeran, ella se presentaría con la cabeza en alto y los nervios a flor de piel.
—Creo que te ves bien. Todo un chico malo —lo molestó, tomando el cepillo de cabello para comenzar a peinárselo hacia atrás. Eric cerró los ojos y apretó los labios, resistiendo las ganas de levantarse y dirigirse al baño para quitarse toda la basura que le pusieron en el rostro.
Prefería abiertamente quedarse en casa y ver alguna película de terror en lugar de salir a socializar con personas que no tenían intención en hacerlo sentir cómodo con la sociedad misma.
—Ni siquiera sé en qué consiste todo esto —elevó el espejo al nivel de su rostro y examinó de nuevo el maquillaje, así como también el reflejo de una concentrada Evangeline que ahora se esmeraba en dejarle el pelo perfectamente peinado hacia atrás con gel, para que permaneciera en esa misma posición durante varias horas, al menos.
La chica soltó un bufido, no tenía una respuesta concreta para aquella pregunta. Todavía. Pero era buena improvisando.
—No lo sé, Eric —se encogió de hombros—. Si te preguntan, solo di que eres un tipo cualquiera de los ochenta o noventa que hizo un tiroteo en su escuela —propuso con conformidad. No era una mala idea, después de todo. —Diles que es icónico, y luego pones tu mejor cara de disgusto, indignado de que no tengan la menor idea de lo que estás hablando. Se sentirán incómodos y te dejarán en paz. Siempre funciona —finalizó con una pequeña sonrisa orgullosa.
Aquella respuesta hizo que el muchacho rubio elevara ambas cejas, su mirada se perdió un instante en algún lugar que ella desconocía, casi como si estuviera pensando en ello, imaginándolo para entrar en su papel de aquella única noche del año. Luego soltó un silbido de aprobación y sonrió de lado.
A veces, la imaginación de Evangeline le hacía pensar que la imaginación era lo más atractivo que una chica podía poseer.
—Sádico. Me gusta.
Ambos sonrieron, conformes. Solo esperaban que sus amigos compartan su opinión respecto a sus disfraces.
El silencio próximo no fue incómodo, sino una muestra de la concentración que tenía Evangeline mientras lo ayudaba a escoger la ropa que se pondría. Tuvieron que descartar muchas opciones para llegar al resultado final, que consistía en un abrigo negro largo, jeans y botas del mismo color. Lo único que aportaba una tonalidad diferente era el color dorado de los cabellos de Eric y el blanco del maquillaje que usó para la base.
La expresión sería del chico, y su altura evidente ayudó a que su presencia fuera más misteriosa, peligrosa, incluso. Eso causó que Evangeline se sintiera orgullosa de su trabajo.
La noche finalmente cayó sobre la ciudad de Nueva York, la hora de la fiesta había llegado y no estaba segura de querer ir. Podía pasar una noche con la misma calidad de diversión estando sentada en su sofá, con palomitas sobresaliendo de un plato, refresco cualquiera y su delicioso pijama de polar que le brindaba calidez para las noches frías. Pero en lugar de eso, tenía que acompañar a Tara y los demás a la fraternidad.
Después de haber pedido pizza al departamento, Eric y ella se apresuraron a comer antes de decidirse a salir pronto de casa. Ninguno estaba dispuesto a comer algo de aquella fiesta que pudiese ponerlos luego en mal estado. Era mejor prevenir que lamentar.
Evangeline se dio una última mirada en el espejo antes de salir de su habitación y cerrar la puerta detrás de ella. Entre sus manos tenía lo más parecido a una varita; un palo que encontraron tirado en la calle y les pareció el indicado para simular la parte mas importante del disfraz. Ella le dio sus toques artísticos, por su puesto. Estaba conforme con lo que había escogido, así que suspiró y, para su sorpresa, cuando estaba llegando a la salida se percató de que Eric todavía no estaba listo, por ende frunció el ceño y lo buscó con la mirada, pero no estaba por ahí cerca.
Sin más, se dirigió a la habitación de su amigo y tocó dos veces antes de abrir.
Allí estaba él, tirado en la cama con un libro de Stephan King entre las manos.
—Oye, estoy lista, ¿nos vamos?
Eric bajó el libro, permitiendo que Evangeline viera de nuevo el maquillaje que ella misma había aplicado en su rostro.
—Iré más tarde —le aseguró, levantándose de la cama con el libro todavía sujeto—. Te aviso cuando esté cerca. Por cierto, te ves bien —se afirmó en el marco de la puerta y le dio una mirada de pies a cabeza, con una sonrisa complaciente en el rostro.
Ella sonrió y se encogió de hombros. Los latidos de su corazón se aceleraron al oír ese cumplido, acostumbrada a escuchar más insultos que halagos. No pudo resistir por mucho tiempo el contacto visual, o sus mejillas iban a tornarse de un rojo que no estaba dispuesta a mostrar en esos momentos. Era un simple halago, nada más.
Elevó el mentón y se mordió el interior de la mejilla para no sonreír de la misma manera en que él le estaba sonriendo.
—De acuerdo —murmuró, después avanzó unos pasos hacia atrás—. También te ves bien. Nos vemos en la fiesta, Macher.
Eric bajó la cabeza y, antes de que se alejara por completo de él, la llamó una vez más, pero su tono de voz era más serio que antes.
—Evangeline, cuídate, ¿si?
Asintió con la cabeza.
—Lo haré.
Y, finalmente, salió del departamento.
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