30 Final.
Jimin entró a la casa y todos sus recuerdos volvieron a él como una película transmitiéndose, el último día que estuvo en Seúl había estado en esa casa. Sus abuelos querían verlo antes de enviarlo a Daegu, fue una noche muy larga. Una noche que nunca olvidaría, lo habían obligado a separarse de su madre y lo condenaron a vivir una vida solo.
La menor lo guió hasta una puerta y se detuvo allí observándolo nuevamente, se preguntaba si él podría lograr que ellos al menos lo escucharan. Esperaba que pudiera salir de allí a salvo, tenía tantas cosas que preguntarle. Quería conocer al pelinegro que afirmaba ser su hermano.
— Suerte, supongo.
Fue lo último que dijo y se dió la vuelta para irse. Jimin miró la puerta y suspiró, todo su cuerpo temblaba de miedo, estaba asustado de no ser escuchado. De haber ido a su lecho de muerte, pero lo que más le asustaba era no volver verla, quería cumplir su promesa. Abrió las puertas y lo vió, parado frente a una gran mesa llena de personas, sus abuelos estaban allí también. Los reconoció en cuanto los vió.
— ¿Quién eres y quién te ha dejado entrar?
Preguntó él, frunciendo el ceño al observar a aquel adolescente parado allí como si tuviera algo que decir, sentía algo extraño. Ese muchacho tenía algo en la mirada que juraba conocer, pero no lograba saber qué era.
El pelinegro dió varios pasos hasta quedar en medio de la sala a pocos centímetros de la mesa y los observó a todos.
— Soy Park Jimin...
Contestó e hizo brillar sus ojos, los presentes se impresionaron al notar el color azúl de sus orbes. Era bastante raro ver a un omega de ojos azules porque claramente eran la prueba de una traición, sencillamente no solían nacer o si lo hacían, a todos los ocultaban o los mataban.
— Sé lo que están pensando, y tienen razón. — volvió a hablar y miró a su padre. Sentía tanta rabia contra él, ese hombre era el culpable de todo lo que había sufrido, había acabado con su vida y ahora el rompería la burbuja que construyó con tanto trabajo, así lo haría pagar.
— Eres una vergüenza — musitó uno de ellos, un hombre bastante mayor.
— ¿Como es posible que piensen así de mí sólo por el color de mis ojos? — preguntó, intentando retener todas sus emociones. — ¿Yo cometí tal traición? Es cierto que soy el fruto de lo prohibido pero, ¿acaso es mi culpa? — sus ojos se cristalizaron. — No lo creo — negó mirándolos — No es mi culpa, y tampoco fue culpa de mis padres enamorarse. ¿Por qué un alfa no puede enamorarse de una omega? No está mal, el amor no se equivoca. Yo, un beta, un alfa. Todos tenemos los mismos derechos, tengo sentimientos y tengo el derecho de ser libre, de ser feliz sin tener que esconderme por algo que ustedes llaman error o vergüenza.
Una lágrima recorrió su mejilla y la limpió rápidamente, no permitiría verse débil. Estaba allí y lograría cambiar todo aquello.
— Sal de aquí — demandó su progenitor.
— No.
Respondió una mujer, tendría unos veinticinco años al menos, Jimin se dio cuenta de que era una alfa.
— Él tiene razón, es cierto que esas han sido las reglas por siglos y siglos. Que nuestra especie se rige por muchas creencias y tradiciones, pero no es su culpa. Nadie elige como nacer o de quién enamorarse.
— Esas reglas son las que nos han mantenido a salvo y ocultos de los humanos. — habló otro de ellos.
Pronto el lugar se sumió en un gran debate. Algunos estaban de parte del recién llegado, pero otros se mantenían firmes de seguir viviendo como lo habían hecho siempre.
— ¡Paren! — gritó, no estaba dispuesto a seguir escuchando aquello. — ¿No lo entienden? Solo están asustados, asustados de cambiar. De hacer las cosas diferentes. Pero no hay nada que temer, solo imaginen cuando al final todos seamos libres, cuando no tengamos que pelear con los de muestra misma especie. Cuando todas las ciudades sean abiertas para los que la quieran visitar. Seremos felizces, verdaderamente felices...
Volvió a observar a su padre y a sus abuelos.
— Nadie volverá a ser separado de su familia, ningún niño tendrá que sentirse una vergüenza. Porque sí, toda mi vida viví bajo la sombra de mi propio nombre, creía que no merecía vivir, que era la peor persona de mundo, me tuve asco. Me sentí sucio por mucho tiempo hasta que me di cuenta de algo, no es mi culpa. Soy perfecto como soy.
Terminó de decir y salió de la sala cerrando la puerta, había dicho todo lo que había ido a decir. Ahora todo estaba en manos de ellos, esperaría a que tomaran una decisión ahora que sabían la verdad y esperaba a que fuera la correcta.
— Hey...
Jaemin volvió a aparecer, esta vez con un niño de al menos unos diez años.
— Jimin él es JiHyun, nuestro hermano.
El pelinegro sonrió observando al pequeño, le recordaba mucho a él cuando era niño, no se despegaba del lado de su hermana. Justo como él no se despegaba de su mamá, era tan asustadizo que no la soltaba por miedo a que se fuera y al final su peor miedo se hizo realidad. La perdió y se quedó sólo por mucho tiempo.
— ¿Donde está su madre? — ellos parecían solitarios, Jimin lo comprendió cuando miró los ojos de su hermana menor.
— Murió cuando JiHyun nació... — su voz se sintió débil y el mayor sintió que su corazón dolía. Sabía exactamente como se sentía ella, su madre no había muerto, pero era algo casi parecido. — Pero tenemos a alguien que nos quiere y nos cuida. Él hasta le dice mamá.
— JiHyun pequeño, ¿dónde estás?
Jimin sintió esa voz y se quedó paralizado. Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas y su corazón latió con fuerza, la dulzura y la suavidad en aquellas palabras la recordaba muy bien.
— Jimin pequeño, ¿dónde estás?
— Mami te ama, nunca lo olvides.
La mujer apareció frente a él con una hermosa sonrisa, Jimin sintió que todo su mundo había quedado parado en aquel momento y se preguntó si ella lo reconocería, si tal vez lo había extrañado o si al menos lo recordaría.
Su madre se detuvo frente a ellos y lo observó abriendo mucho sus ojos al verlo allí.
— Jimin...
— Mamá...
— ¿Qué haces aquí? Tienes que irte. — tomó su mano y comenzó a caminar mientras lo llevaba con ella, Jimin volvió a recordar esa noche porque eso fue lo mismo que hizo aquella vez.
— Mamá... — volvió a repetir sin poder parar de llorar. — Mamá, espera...
Dijo y esta se detuvo, el chico sintió como la mano de su madre temblaba y se dió cuenta de cuán asustada estaba.
— Mamá, por favor, mírame.
La mujer se giró y sin tener el valor y lo observó, miró el rostro de su hijo quién se había convertido en un hombre. Aquel pequeño que había dejado ya no estaba.
— Jimin, lo siento...
Susurró y lo abrazó fuerte, sientiendo por primera vez en mucho tiempo a su hijo.
Las horas pasaron y al fin las personas salieron de aquel lugar. Jimin los observó, esperando a que le dieran una respuesta y fuera cual fuera no se dejaría caer, seguiría luchando si debía hacerlo. Había vuelto a ver a su madre, tenía una familia que lo quería y lo estaba esperando la chica que amaba. No podía rendirse y no lo haría.
— Hemos tomado una decisión. — le habló el hombre que lo había llamado una vergüenza anteriormente. — Tienes razón, necesitamos cambiar. Por nuestro bien y por el de personas como tú, que no merecen sufrir por los prejuicios de los demás ni por reglas que no tienen sentido.
Jimin sonrió, y por primera vez pudo suspirar en paz porque al fin era libre. No tendría que temer que los demás supieran quién era ni de donde venía.
— En cuanto a tu padre, creemos que se merece un castigo. A pesar de que lo que hizo ya no será tomado como traición de ahora en adelante, él tendrá que pagar por sus errores en el pasado y por lo que te hizo. Lo destituiremos del mando de Seúl. Dime chico, ¿estás listo para tomar su lugar?
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