P R Ó L O G O

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Las luces del laboratorio parpadearon brevemente, y todo parecía detenerse, como si el tiempo hubiera decidido tomar un respiro antes del inevitable caos. El científico se apoyó contra la pared, observando su brazo, el cual ya comenzaba a mostrar las primeras señales de la mordedura. La piel se enrojecía, y un calor extraño comenzaba a recorrer su cuerpo. Ya no podía ignorarlo. El virus estaba dentro de él.

No hubo gritos. No hubo desesperación. Algo dentro de él se había quebrado mucho antes. ¿Para qué luchar ahora? La respuesta le llegó con una claridad desconcertante: el mundo no merecía más batallas.

Se había prometido no llegar a este punto. Había creído en la ciencia, en la investigación, en el avance de la humanidad. Pero ahora, mientras la infección se expandía, todo parecía una ilusión rota. ¿Qué había hecho realmente? Sus ojos no podían dejar de mirar la herida. La desesperación ya no estaba en su rostro; solo quedaba una resignación vacía.

El ruido de pasos afuera lo sacó de su trance. Un golpeteo en la puerta rompió el silencio pesado del cuarto, seguido de una llave que giró en la cerradura con una lentitud perturbadora. Al principio, pensó en hablar, en hacer algo, pero el agotamiento lo invadió. Todo era una farsa, una ilusión construida por las mismas manos que ahora parecían querer arrancarlo de este mundo.

"Todo está bien... el fin es necesario. Esto es necesario." Las palabras que tanto le habían repetido. Las palabras que ahora resonaban como ecos vacíos en su cabeza. ¿Quién lo dijo? Los recuerdos comenzaban a desvanecerse, como si algo los estuviera borrando poco a poco. No importaba. Ya nada importaba.

La puerta se abrió. Allí estaba, el caos ya comenzaba. Gritos, el sonido de carne desgarrada, y más gritos. El infectado había comenzado su festín. Un cuerpo cayó al suelo, sangre salpicando las paredes, un espectáculo que ya no causaba repulsión. Se inclinó, casi como si se ofreciera al sacrificio. ¿Era esto lo que querían? Un pensamiento le cruzó por la mente, tan fugaz como una chispa en la oscuridad. El sujeto que le había hablado con tanto fervor sobre la evolución, sobre el fin como un paso necesario para el renacimiento, había logrado lo que deseaba. Pero de una manera tan repulsiva que ya no se podía llamar progreso. ¿Era esto una oportunidad para la humanidad? No lo sabía. Ni siquiera sabía si aún tenía derecho a cuestionarlo. 

El silencio de la habitación fue roto solo por el sonido de la respiración agitada de su compañero, ahora en el suelo, transformado, infectado. Las paredes del laboratorio se manchaban de rojo, pero al científico solo le quedaba la quietud. ¿Por qué resistir cuando ya nada puede detenerlo?

La muerte ya no parecía algo lejano, ni siquiera aterrador. Era el precio del avance. Y él lo pagaría, tal vez no solo por él, sino por la humanidad. No había vuelta atrás. Un pensamiento fugaz pasó por su mente: ¿En qué momento dejé de ser el salvador de la humanidad para convertirme en su destructor? Pero la respuesta fue más clara que nunca: ya no importaba.

Los eventos fuera de su control se desarrollaban rápidamente, pero él ya había tomado su decisión. La aceptación era la única respuesta a una verdad que ya no podía eludir. En algún rincón de su mente, una pequeña chispa seguía brillando, recordándole que había sido manipulado. El caos se desató en el laboratorio, las sirenas sonaban tan fuertemente que ya no las escuchaba, pero dentro de él, todo permanecía en calma; su corazón se detuvo. La última respiración antes de la tormenta. En el fondo, cuando parecía que ya no quedaba nada, un débil latido resonó. Un eco solitario, lo único que le quedaba de conciencia. Los pocos vestigios de humanidad se desvanecieron, dejándole solo una profunda sensación de hambre y vacío. En ese momento, se convirtió en un muerto viviente, atrapado entre la vida y la muerte, sin retorno. Como la decisión que había tomado.

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