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𝟬𝟬𝟳. queen of nothing


CAPÍTULO SIETE: reina de la nada.




      El clan Amaterasu, una antigua familia cuyo linaje siempre fue venerado en la Nación del Fuego. Era un honor ser parte del clan, o al menos eso clamaban todos. Y podría llegar a serlo, siempre que no tuvieras que cargar con la responsabilidad de ser la miko. Si tenías el misfortunio de ser la elegida, bueno, eso era todo. Tu vida debía estar dedicada al clan y a nada más.

El rol de la miko es mantener el equilibrio espiritual del clan y de todo el pueblo de la Nación del Fuego. Era un trabajo difícil, y las cargas y responsabilidades podían abrumarte en cualquier momento. De acuerdo a la leyenda, el poder de los espíritus elementales te permitiría un alcance superior del arte del fuego control; y esta habilidad era otorgada para ayudar al Avatar a mantener la paz en todo el mundo.

Sin importar la importancia que se les concedía a las miko en la Nación del Fuego, no podía ser negado que era un gran peso el que recaía sobre los hombros de la chica elegida. Era habitual que las mikos sintieran que no estaban a la altura de las expectativas. ¿Realmente valía la pena sacrificar su vida por el bien del clan y la Nación del Fuego? ¿No había más en la vida que servir a los demás? Esas preguntas atormentaban a muchas, pero pocas se atrevían a expresarlo, temiendo ser llamadas egoístas o impuras o corrompidas por los espíritus malignos. Era una gran responsabilidad que no podía ser abandonada a la ligera. Aun así, se preguntaban si había una manera de encontrar un equilibrio entre su deber y su propia felicidad.

El entrenamiento era riguroso, día tras día, pero siempre parecía haber algo que se le escapaba. O peor aún, algo que no lograban perfeccionar a pesar de práctica tras práctica. Después de todo, era incierto si realmente lograrían convertirse en una verdadera miko y obtener el poder que se le prometía. Ser la miko perfecta era una tarea ardua, y para algunas se volvía una imposible.

El entrenamiento comenzaba temprano en la mañana y se extendía hasta altas horas de la noche. Las prácticas incluían meditación, artes marciales avanzadas, estudios espirituales y mucho más. A medida que pasaba el tiempo, la miko formaría una conexión constante con los espíritus elementales, que resultaba prácticamente inconsciente. A pesar de todo, ser la miko era solitario. No había compañeros de entrenamiento y pocas personas a las que se les permitía hablar con ella. Pero a los ojos del clan, la miko era un tesoro invaluable.

Cuando llegaba el momento del nombramiento de la miko, todos los ojos se volvían hacia la elegida con una mezcla de temor y respeto. (Y claro, también estaban aquellas miradas de alivio. Alivio por no haber sido las elegidas, alivio porque sus hijas, hermanas, sobrinas, nadie de su familia directa había sido la maldita con aquella promesa de renuncia a uno mismo.) Era una posición de gran importancia y honor, pero también de sacrificio y responsabilidad. Después de todo, el destino del clan y de la Nación del Fuego estaba en sus manos. Y así, la tradición continuó de generación en generación, con la miko seleccionada luchando por mantener la paz, mientras lidiaba con la carga del poder y la responsabilidad que eso conllevaba.

El linaje de la miko continuó a través de los años, y aunque hubo momentos en los que se temió por el futuro del clan, siempre hubo una chica para llenar el papel. Y ahora, era el turno de Kanna, quien había sido la anterior miko y tenía la responsabilidad de dar a luz a la siguiente. El único problema con ello es que Kanna se había visto envuelta en las confabulaciones de Hichiro y el Señor del Fuego, con la intención de hacerse del poder. En realidad, Kanna ya había dado a luz a la elegida, pero todo en secreto del clan. Consecuentemente, estaba condenada a seguir procreando como si fuera una fábrica, sin importar ella lo quisiera o no.

Su primera hija, Risa, aunque era una maestra del fuego, estaba lejos de poseer el talento para ser tenida en cuenta. Sayo, su segunda hija, no podía controlar el elemento. Su tercer hijo, Taka, quedaba descalificado al ser varón. Así que, Kanna ya volvía a estar embarazada. Tristemente, ya sabía que este tampoco sería el último.

El clan Amaterasu había transformado a Kanna en una fábrica, y no la cerrarían hasta obtener lo que querían. Más desconocían que ya lo habían obtenido. Sanako era la miko. No había duda de ello. Kanna sería la primera en afirmarlo si fuera necesario. La niña era inteligente, talentosa y fuerte, pero a veces parecía que estaba perdiendo el brillo en sus ojos.

El peso de su carga ya la estaba afectando, incluso desde una edad temprana.

Más Sanako no tenía intenciones de ser la miko. Para ser honesta, lo último que quería era convertirse en un símbolo sagrado para el corriente estado de su Nación. La Nación que había crecido amando tanto se había transformado en algo nefasto, el producto de la sed de poder más desagradable que podía imaginar. A nadie parecía interesarle el bienestar de los ciudadanos.

La Nación se había transformado en un lugar donde solo gobernaban los fuertes, y los demás eran dejados a sus propios medios. Cerraban los ojos hacia la corrupción que les permitía seguir viviendo con comodidad y lujos innecesarios. Eso era lo que corroía el corazón de Sanako, porque se había dado cuenta mucho antes de lo que estaba pasando, pero siempre se había negado a la realidad. Había elegido ignorar los problemas de otros porque no le afectaban, y continuar con su pequeño acto de princesa.

No permitiría que eso vuelva a pasar. A partir de hoy, mantendría los ojos abiertos en todo instante. Se aseguraría que la paz en las Cuatro Naciones fuera restablecida; ya que es la distribución equitativa del poder lo que preserva el equilibrio del mundo. Pero la monarquía absoluta de Ozai solo había generado un desequilibrio fundamental, resultando en un cambio perjudicial para el resto.

—Debería haber visto las señales —se lamentó Sanako en voz alta cuando volvió a alcanzar el pequeño campamento que había formado de improvisto junto con Zuko después de escapar. Oficialmente, los dos se habían convertido en los principales enemigos del Reino del Fuego. Probablemente nunca nadie hubiera imaginado que el príncipe y la princesa correrían y le darían la espalda a su reino. —Tenía los ojos abiertos, pero estaba ciega. No podía ver lo que burbujeaba bajo la superficie, o al menos fingía no verlo.

Zuko la miró por sobre su hombro. Se acercó para arrebatarle los frutos que ella sostenía y los colocó al lado de la pequeña fogata que habían encendido. Con su espalda hacia ella, inspiró profundamente por la nariz y se relamió los labios. Intentaba encontrar las palabras correctas, ya que lo había tomado por sorpresa. Sin embargo, Sanako siempre había sido directa. Tendría que haber imaginado que esta conversación se avecinaba.

La azabache no se percató de su aflicción, su mirada estaba clavada en sus zapatos y su mente perdida en un torbellino. —No fue hasta que estaba ahogándome bajo el agua que me di cuenta —lo miró. —Hasta que me lo gritaste en la cara y fue imposible seguir negándolo.

—Yo también tuve un tiempo duro aceptándolo. —Zuko aclaró con su voz baja y rasposa. La conversación era incómoda para ambos, no porque tuvieran que admitir que se habían equivocado, sino porque habían corrido de todo lo que conocían. Ahora estaban solos, y desconocían por cuánto tiempo así seguirían.

—Puede ser, pero no tardaste tanto en enfrentar la realidad.

Zuko se giró hacia ella esta vez, pero no pudo evitar cruzar sus brazos sobre su pecho a forma de crear al menos esa ligera barrera de protección. Las palabras se atoraron en su garganta, pero igualmente permitió que fluyeran porque sabía que sobrepensar las cosas solo atrasaría lo inevitable.

—Lo sé hace tiempo. —Su mirada cayó al suelo, incapaz de sostenerla. —Lo sabía, e igualmente capturé al Avatar en Ba Sing Se porque pensé que esa era mi única oportunidad para recuperar mi honor, pero... no recuperé nada. Lo único que logré fue hundirme aún más.

Sanako lo miró con ojos comprensivos. Entendía de primera mano la lucha interna que Zuko había tenido que enfrentar para llegar a donde estaba hoy en día, y si bien no era algo fácil de aceptar, era necesario para que la Nación del Fuego volviera a ser lo que solía ser antes de la llegada de Sozin. Pero había muchas cosas por hacer, y no podían hacerlo solos.

—No podemos permitir que esto vuelva a pasar —dijo Sanako decidida, captando la mirada de Zuko. —No podemos volver a ser ciegos ante la corrupción y el poder que corroe a nuestro hogar. Debemos luchar por restaurar el equilibrio. Ya es hora de que la Nación del Fuego vuelva a encender la llama de la esperanza y la justicia para el resto del mundo.

Zuko asintió con determinación, sus ojos posados sobre la chica con admiración. Siempre le había resultado increíble lo fuerte y valiente que Sanako podía llegar a ser. A pesar de que sus ojos siempre le habían otorgado un aura inocente, estaba lejos de ser ese el caso. Sanako no era una damisela en peligro ni mucho menos. En todo caso, él estaba más cerca de serlo, siendo ayudado por la azabache en un centenar de ocasiones.

—Si hablas así con el Avatar, no hay forma que no nos deje unirnos —clamó Zuko, aliviado.

Pero Sanako tenía otros planes. Fue obvio cuando alzó una ceja en desafío, y su cabeza se sacudió de derecha a izquierda. —Espera, ¿por qué debería hacerlo yo? Tú eres el que los persiguió por todas partes.

—Sí, pero tú eres la elocuente de los dos.

—Años de práctica con esos viejos arrogantes millonarios. Pero no creo que eso sea de mucha ayuda en nuestro caso.

—Puedes repetir las mismas palabras de recién y lo tienes —Zuko alzó su pulgar en aprobación.

Pero la chica estaba lejos de ceder. Lamento haber dejado que le quitara los frutos, porque quería arrojarle el mango más grande que encontró directo a la cabeza.

—No es momento de escapar. Tú lo harás —sentenció.

No obstante, Sanako se arrepintió de su decisión en cuanto volvió de darse un baño en un lago cercano para encontrar a Zuko ensayando con un sapo. Permaneció entre los arbustos para observarlo, pero a medida que pasaba el tiempo, más le dolía.

—¿Qué tal? Soy Zuko. Bueno, creo que tal vez ya me conocen... un poco. Uh, bueno, el punto es, tengo mucha experiencia en fuego control y se me considera muy bueno en eso. Bueno, ya me vieron mientras los atacaba- Uh creo que debería disculparme por eso. Es decir, soy bueno ahora. Digo, antes pensaba que era bueno, pero ahora me doy cuenta de que era malo. —Suspiró. Sanako deseó haberse tomado más tiempo en el lago. —Como sea, creo que deberíamos unirnos a su grupo, y enseñarle fuego control al Avatar —entonces, agregó gritando. —¿Y bien? ¿Qué me dices?

—Nunca pensé que te vería gritándole a un sapo —Sanako salió de su pequeño escondite, haciendo que Zuko saltara en su lugar al mismo tiempo que el animalito brincó sobre su cabeza.

El chico intentó ocultar su vergüenza dándole la espalda, pero ella llegó a ver el rubor subiendo a sus mejillas.

—No sé cómo convencerlos de que estoy de su lado.

—Para empezar, no les grites bajo ninguna circunstancia —instruyó la azabache, arrojando su cabello aún húmedo hacia atrás.

Zuko se volvió a girar a ella, sus mejillas menos rojas pero aún apenado. Pasó sus brazos por su cabello, alborotándolo en un intento de calmar sus nervios. —Anotado.

—¿Por qué no empiezas disculpándote? Digo, lo primero que pensarán cuando te vean es que quieres atacarlos.

—¿No crees que dudarán cuando me vean contigo?

—¿Por qué lo harían? Ni siquiera me conocen.

Zuko se encogió de hombros. —Luces lo suficientemente inocente como para hacer dudar.

Ante aquello, Sanako rodó los ojos. Le recordó a lo que Azula le había dicho cuando estaban en la playa. No le molestaba de por sí, pero después que Azula se lo había dicho, la palabra había quedado manchada.

—Eso es solo porque soy la miko.

Zuko chasqueó la lengua, se había percatado de algo. —¡Eso es! La miko ayuda al Avatar, ¿o no? Esa es nuestra carta.

—¿Nuestra carta? ¿Cómo podría el Avatar saber de aquella leyenda? —Sanako intentó justificar, pero sabía que era en vano.

—Es el Avatar, debe saberlo.

En efecto, Sanako sabía que era imposible que el Avatar no lo supiera.

—¿Crees que confiará en la Nación del Fuego? —murmuró con cinismo.

Los hombros de Zuko cayeron, el aire escapándole por un momento. Sus ojos se posaron en un punto indefinido, antes de volver a mirar a la chica con una esperanza desesperanzada. —No nos queda de otra, ¿no? Si no confía en nosotros, eso es todo. Tendremos que forzarlo a creernos.

—Claro. —Sanako sonaba más pesimista que antes. La mención de su posición como miko solo lograba tornarla agria en demasía. No era para tomarlo a menor. Por lo menos, era complicado. Más bien, era sofocante. Tantas expectativas caían sobre ella, no tenía salida. La luz era escasa, casi nula. —Hablando de creer, ¿qué tal te fue con Mai? —Ante el silencio que recibió, continuó. —Le dijiste, ¿cierto?

—Le dejé una carta —admitió Zuko. —No podía decírselo a la cara. Temía que la tomaran de rehén. Esa carta demuestra que no sabe nada.

—¿Y qué dice?

—Nada específico, en realidad.

Sanako silbó. —Considérate soltero entonces.

—Gracias —masculló Zuko con amargura.

La chica inmediatamente lamentó su elección de palabras. Fue su intento de aligerar la situación, pero claramente se había equivocado. Estaba lejos de querer herir a Zuko, mucho menos con algo tan frágil.

—Estaba bromeando. Perdón.

Ante aquello, el azabache alzó la cabeza. Una sonrisa pequeña en su rostro mientras la miraba con incredulidad. —¿Te disculpas? No sabía que eras capaz de eso.

Sanako resopló, sabiendo que este era su intento de aligerar el ambiente. —Púdrete.

El chico suspiró, su semblante caído. —Intenté hacer lo mejor para ella, ¿sabes? No sé si tomé la decisión correcta.

—Deberías confiar en tu instinto. Reacciona ante el bien y el mal mejor que tu mente.

Zuko alzó la cabeza para mirarla. —Suenas como mi tío.

—Eso es porque estaba pensando en qué diría él. —Sanako admitió con una media sonrisa, y Zuko soltó una pequeña risa. Esto contagió a la chica, que también comenzó a reír. Fue un momento corto, pero ambos estaban agradecidos de tenerlo. Entre tanto estrés, era como un soplo de aire fresco. Uno que necesitaban.


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—¿Qué tal? Soy Zuko.

Sanako quería golpearse. Estaba segura que la única razón por la que no se golpeó fue porque el hecho que el Avatar fuera un niño la dejó demasiado asombrada como para reaccionar de alguna forma.

Pero claro, el grupo de chicos inmediatamente se puso a la defensiva. Y ella no los culpaba, después de todo, Zuko había sido uno de sus mayores problemas en el último tramo de tiempo.

Ahora el bisonte volador era otra historia. Este se acercó a Zuko y lo lamió como si fuera un viejo amigo. La azabache arrugó la nariz por detrás del chico, incluso dando un paso atrás para evitar ser salpicada por la saliva del enorme animal.

—Sé que es una sorpresa verme aquí —continuó él.

—No mucho. —Un miembro del equipo, claramente de la tribu agua, intervino. Se notaba su enfado, así también como las ansias que tenía por echar a los forasteros del lugar. —Nos has seguido por todo el mundo.

—Sí, yo... eh... como sea, lo que quería decirles es que he cambiado y que ahora soy bueno y... quisiera-- me gustaría que nos dejen unirnos a su grupo. También podemos enseñar fuego control. —Zuko retomó la palabra, siguiendo los consejos que Sanako previamente le había dado sobre lo que debería mencionar y qué no. —¿Qué dicen?

—¿Que quieres qué? —Una chica de baja estatura y proveniente del reino tierra acotó con poca paciencia.

—¿No pensarás que alguno de nosotros confiará en ti o sí? —La chica de la tribu agua también vociferó en oposición. —¿Qué tan tontos crees que somos?

—¡Sí! ¡Siempre has querido atraparnos y capturar a Aang!

Sanako inspiró por la nariz, sus hombros tensos. Nada estaba saliendo bien. Parecía que nadie de los presentes estaba dispuesto a olvidar lo ocurrido, y si bien había sabido que no sería fácil, enfrentar el rechazo era duro. Tomó a Zuko por la espalda, preparada para darse la vuelta e idear otro plan, ya fuera para convencer al grupo o para arreglárselas ellos dos solos. Estaba lista para lo que fuera necesario.

—He hecho cosas buenas. —Zuko siguió intentando. El agarre de la azabache solo le comunicó que no estaba solo en esto, que tendría a alguien incluso si todo salía mal, y eso lo reconfortaba. Le permitía estar dispuesto a perderlo todo. —Digo, pude haber robado su bisonte en Ba Sing Se, ¡pero lo dejé libre! ¡Eso es algo!

El bisonte volvió a lamerlo, casi como si le estuviera dando las gracias. Sanako se estremeció cuando sintió la lengua sobre su mano.

—A Appa sí parece agradarle —comentó la chica de verde.

—Probablemente se bañó en miel o algo para que Appa lo lamiera. ¡No lo creo!

Sanako se mordió las mejillas internas, conteniendo sus palabras en su garganta. Gritar no ayudaría, ella misma lo había dicho. No podía comenzar a pelear en defensa de Zuko, pero resultaba casi como un instinto. Supuso que se debía al hecho que él era el príncipe, el futuro rey, y así le debía respeto.

—Puedo entender por qué no me creen, y sé que he cometido errores en el pasado.

—¿Como cuando atacaste a nuestro pueblo? —gritó el chico.

—¿O cuando robaste el collar de mi mamá y lo usaste para ubicarnos y atraparnos? —gritó la chica.

—Oigan, admito que he hecho cosas horribles. Estaba equivocado al querer capturarlos y lamento haber atacado la tribu agua. Y jamás debí enviar a ese asesino de la Nación del Fuego tras ustedes.

—Espera, ¿tú enviaste al Hombre Combustión?

El agarre de Sanako sobre Zuko se tensó. Fueron las palabras equivocadas, claramente.

—Bueno, ese no era su nombre, pero--.

—Oh, lo siento, no quise ofender a tu amigo.

—No es mi amigo.

La chica de baja estatura alzó su dedo índice en forma acusatoria. —Él nos encerró a Katara y a mí e intentó aniquilarlos.

Zuko inspiró aire por la nariz y giró sus ojos hacia Aang. Era su última esperanza. No podía dejarla escapar. —¿Por qué tú no dices nada? Una vez dijiste que podíamos ser amigos. Sabes que hay bondad en mí.

El Avatar se tomó un momento para responder, alternando su vista hacia sus amigos que seguían listos para atacar. Finalmente, el Nómada volvió a mirar al príncipe y dio su respuesta. —Jamás confiaremos en ti después de todo lo que has hecho. Nunca te unirás a nosotros.

—Y tienen que irse de aquí, ahora —agregó la chica con autoridad.

Zuko se soltó del agarre de Sanako, avanzando. La chica chasqueó los dientes, siguiéndolo de cerca y maldiciendo en su cabeza. Debían irse, lo único que podían hacer a partir de ese momento era arruinar todo aún más.

—¡Estoy intentando explicar que ya no soy esa persona!

—O se van, o atacamos —advirtió el chico de la tribu agua, alzando su boomerang de forma amenazante. Sus ojos saltaban entre Zuko y Sanako, alerta de ambos.

—Si no me aceptan como amigo, tal vez me tomen como prisionero —soltó Zuko, poniéndose de rodillas y alzando sus manos con la cabeza abajo.

—¡Zuko! —protestó Sanako inmediatamente. Iba a apresurarlo para que se levante, pero su instinto la hizo reaccionar.

—No, no lo haremos —negó la chica de la tribu agua, y alzó sus brazos para arrojar una ola de agua.

Sanako reaccionó antes de ser consciente de lo que estaba haciendo. Se lanzó hacia delante, colocándose frente a Zuko, y pateó el suelo con firmeza para que altas llamaradas de fuego se alzaran hasta el techo, formando una barrera. No es necesario aclarar que el agua cesó de existir.

El equipo retrocedió notablemente. Cuando el fuego volvió a bajar, todos estaban listos para pelear.

Zuko se arrojó sobre Sanako, impidiendo que lanzara otro ataque. —¿Qué haces?

—¿ qué haces? —le respondió ella, mordaz. No podía creer que se haya puesto de rodillas frente a ellos. Nunca habían hablado de aquello.

—Sanako —llamó una voz que causó que todos se giraran hacia ella, excepto por la chica de baja estatura. Era Sayo. La azabache se preguntó dónde había estado hasta ese entonces, y estaba claro que no le sorprendía su presencia allí. Después de todo, Zuko le había contado lo sucedido.

Y a pesar que la esperaba, aún no estaba lista para su interferencia. Ella sería definitoria para este juicio. Para bien o para mal. Lamentablemente, Sanako no tenía idea de a dónde se inclinaría la balanza.

Zuko seguía aferrado a la espalda de la chica, sus ojos fijos en Sayo. Sanako miró a su alrededor, notando que el equipo estaba aún más tenso que antes. Además, su compañero había quedado absorto ante la nueva presencia. Solo quedaba esperar a ver qué decisiones tomaría Sayo y cómo influirían en la situación actual.

—Sayo —reconoció ella de igual forma. Zuko la soltó, aparentemente recomponiéndose de su momentáneo aturdimiento, y ella volvió a pararse derecha. —¿Cómo estás? Es bueno volver a verte.

Sanako mantuvo un ceño inexpresivo. Mientras, su mente trabajaba en posibles soluciones a la problemática que enfrentaba. No quería arriesgarse a hacerla explotar. Debía ser cuidadosa.

La rubia se burló. —Sí, claro. Seguro estás encantada. ¿Qué haces aquí?

—¿La conoces? —inquirió la chica de la tribu agua.

—Es la prometida de Zuko.

El chico de tez morena se giró con los ojos abiertos. —¿Estás comprometido? —La pregunta fue dirigida a Zuko. Entonces, sus ojos volvieron a la chica con el ceño fruncido y asintió ligeramente. —Sí, ciertamente están hechos el uno para el otro.

La sonrisa de Sayo se tornó hostil. Su lengua se deslizó cargando veneno. —¿Entonces? Creí que estabas demasiado ocupada siendo la Reina de la Nada.

Sanako tensó la mandíbula, y Zuko inmediatamente la tomó por la muñeca. Aquello no pasó desapercibido por Sayo, cuya sonrisa se esfumó en un segundo. Rodó los ojos, conteniendo el resoplido.

—Estoy aquí porque me di cuenta de que estaba haciendo todo mal. —Finalmente soltó, forzándose a ignorar sus agresiones al saber que estaban perdiendo. Tenía que convencerles que estaban del mismo lado, no generar más discusiones. Dio un paso atrás, alzando las manos al aire en señal de rendición, y Zuko finalmente la soltó. —Estaba haciendo todo mal, y no puedo dejarlo así. Tengo que redimir mis acciones. Zuko se siente igual, por eso estamos aquí.

—Siempre tan conmovedora —Sayo se mofó, desviando la mirada. Se negaba a mirar a Zuko, mucho menos hablarle. Pero la tarea era complicada cuando su mejor amigo de toda la vida la estaba mirando fijamente desde el otro lado del lugar.

—¿Por qué te sientes tan responsable? —Las palabras del Avatar incitaron un silencio mordaz.

La azabache tragó saliva, enfrentando la mirada del niño, y se sorprendió al descubrir lo intimidante que podía ser. Estaba claro que era el Avatar y no cualquier otro niño. No sabía cómo explicarlo, pero sus ojos llevaban una sabiduría que no había atestiguado antes. Sus hombros estaban derechos a pesar del peso que cargaba. Ella deseó poder decir lo mismo de sí misma.

Abrió la boca para responder pero, entonces, otra chica apareció del mismo lugar del que había salido Sayo. Pero, para sorpresa de ella, era otra figura familiar.

La chica de corto cabello café y ojos profundos provocó que un par voltearan la cabeza. Sus movimientos eran fluidos y elegantes. Su ropa denotaba su proveniencia de la tribu agua, a pesar de que su olor a cenizas decía lo contrario.

—Oh, eres tú.

—Creí que te dije que te quedaras adentro descansando —Sayo chilló de inmediato hacia la chica.

Pero la mayor agitó su mano en su dirección, quitándole importancia y brindándole una sonrisa cálida. —No te preocupes, Say, estoy bien.

—¿La conoces? —El chico de la tribu de agua inquietó, su cuerpo acercándose casi por instinto a la recién llegada.

Ella asintió, y volvió a mirar a Sanako. —Ella es quien me ayudó a escapar de la cárcel. —La sonrisa gentil seguía presente, incluso dirigida a ella. —Gracias por eso. Mi nombre es Alana.

—Sanako. —Le contestó con un corto asentimiento de la cabeza. Su cabeza ahora estaba llena de dudas. Recordó como, antes de buscar la celda de Iroh, había cruzado su camino con esta chica y había decidido salvarla de uno de los guardias de la Nación antes de seguir con su camino. Recordaba haberle dado instrucciones claras y concisas de cómo salir del lugar ya que sabía que podía ser un laberinto.

Sobre todo, quería saciar su curiosidad. Quería cuestionarle por qué había estado allí, cómo llegó aquí, y por qué seguía apestando a cenizas a pesar del tiempo transcurrido. Las preguntas se agolparon en su mente, pero no era el momento.

La mirada del Avatar seguía sobre ella. La intriga había crecido en aquellos ojos grises, y Sanako supo que debía decirlo en voz alta. Tenía que hacerlo.

—Soy la miko, Avatar. Y tanto Zuko como yo estamos aquí para ayudarte a restaurar la paz en el mundo. Por favor, permítenos ayudarte.

Su respiración se entrecortó al percatarse de frente a quién lo había dicho, y su cabeza giró hacia Sayo. La rubia tenía los ojos abiertos de par en par, y su boca abierta denotó que había unido los puntos en cuestión de segundos.

—¿Qué? —Exclamó con desesperación en la voz. Pero fue tapada por la intervención de la chica de la tribu agua.

—Si eres la miko, ¿entonces dónde estuviste todos estos años? —Recriminó con desdén, culpándola por todos los males. —¿Solo te escondiste en tu hogar con tu familia feliz todo este tiempo? Será mejor que te vayas.

Sanako se mordió las mejillas internas. No podía refutarlo, no podía justificarse. Si bien no había sabido desde el principio que era la miko, igualmente había sido ella quien decidió vivir en negación. Ella misma optó por seguir con una vida cómoda a pesar de que sospechaba que todo iba mal fuera de los muros de su Nación.

No podía justificarse. No podía perdonarse. Sayo tenía razón, era la Reina de la Nada porque nada quedaba de su moral después de haber escapado por tanto tiempo.

—Será mejor que nos vayamos por ahora —Zuko murmuró, sus ánimos tan bajos que ya no podía seguir insistiendo.

La azabache se encontraba igual, dándose la vuelta para seguirlo. No obstante, en un momento de lucidez, volvió a girarse y miró al Avatar a los ojos. Ignoró la sensación de poder que emanaba, el aura que parecía querer comerla viva. Ignoró todo eso y se arriesgó a ser devorada.

—Pido perdón por todo lo que hice en mi pasado. No solo porque soy la miko, sino porque ante todo soy una persona. Y, como persona, es inaceptable que haya permitido que todo esto ocurra sin siquiera pelear. —Por instinto, su mano se acercó a la de Zuko y se aferró a él, en busca de soporte. Si no lo hacía, estaba segura que sus piernas le habrían fallado y habría caído de rodillas. —Me arrepiento de mi pasado, y estoy lista para reparar todos mis errores.

Después de eso, se fueron. Caminaban con pesadez, sus cabezas bajas con la idea de que habían fallado en su primer objetivo, y sus hombros caídos ante su inconsciente gritando que no merecían ser perdonados. Que no merecían una segunda oportunidad. Que no podían ser tan egocéntricos como para creer que posiblemente podrían enmendar todo lo que habían hecho.

Por un momento, ambos se permitieron creer que era su destino estar del lado de los malos. Tal vez, el destino estaba prescrito.

Tiempo después, los dos adolescentes se encontraban sentados frente a su pequeña fogata. Habían regresado a su refugio improvisado, pero ninguno de los dos habían emitido palabra hasta entonces. El silencio era aplastante, más bien, la sensación de derrota los estaba hundiendo.

Pero era demasiado. Sanako sentía que iba a asfixiarse si seguía callada, si continuaba siendo acompañada por solo sus pensamientos. Por lo que decidió abrir la boca y dejarlo salir. Dejó salir su monólogo interno mientras mantenía los ojos clavados en las llamas anaranjadas que había creado horas atrás.

—A veces creo que, cuando naces en una casa que está envuelta en llamas, piensas que el mundo entero también está así. Pero luego descubres que no es así, y no entiendes cómo funciona. No entiendes nada. Porque significa que absolutamente todo lo que conoces está mal, y... y es como empezar de cero, ¿entiendes? Como si fueras un bebé recién nacido y no sabes cómo funciona el mundo, excepto porque no eres un bebé y nadie va a tener la paciencia para enseñarte porque ya deberías saberlo.

El príncipe la miró con un sentimiento de empatía profundo en sus ojos dorados.

—No puedo creer que los haya atacado de esa forma. —Su voz temblaba con la vergüenza, y se mordía el labio inferior para contener los sollozos que amenazaban con escaparse. Estaba frustrada, asqueada consigo misma. —No soy una buena persona, Zuko.

—Todos cometemos errores, Sanako. —El chico finalmente encontró la voz, aunque sonaba áspera y baja por el tiempo que había pasado sin hablar. —Lo importante es que estamos dispuestos a corregirlos. Ese es el primer paso para cambiar.

Pero la azabache negó, aún atormentada. —¿Y si no es suficiente?

—Es lo mejor que podemos hacer —sentenció.

—Pensé que estaba haciendo lo mejor al quemar mi casa hasta los cimientos. Para empezar de nuevo, de verdad. Pero ahora me doy cuenta de que solo estaba corriendo de mis problemas. De mi responsabilidad. Quería tapar el hecho de que soy la miko con un estúpido acto de rebeldía como si fuera una adolescente tonta que no sabe mejor.

—Pero es lo que eres —Zuko la interrumpió, captando su mirada a través de la fogata que los separaba. —Seguimos siendo adolescentes, vamos a cometer errores.

—Eso no justifica las consecuencias de mis acciones —suspiró Sanako, sintiendo la carga de la responsabilidad pesando sobre sus hombros. —No sé si puedo reparar todo el daño que he causado.

—No tienes que hacerlo todo sola. —Zuko se levantó y se sentó a su lado. Sus hombros se rozaron, y el calor ya no solo emanaba de la fogata. Pero ambos mantuvieron sus ojos en el fuego, temiendo arruinar la sensación de privacidad que habían generado. —Somos un equipo, recuerda. Juntos, podemos hacer más de lo que podríamos hacer solos.

Sanako sonrió débilmente, sintiendo un poco de esperanza en sus palabras. Tal vez, si trabajaban juntos, podrían encontrar una manera de hacer las cosas bien. De encontrar la redención que tanto necesitaban. Pero sabía que el camino no sería fácil. Habría más obstáculos y tropiezos en el camino. No obstante, ahora tenía a alguien a su lado con quien podía contar. Eso era suficiente para seguir adelante.

—Gracias, Zuko. —Susurró, su voz apenas por encima del crepitar de las llamas. —Por estar aquí conmigo.

—Siempre. —Fue la única respuesta del príncipe, mientras juntos se sumergían en el agradable calor de la fogata, dispuestos a enfrentar cualquier adversidad que se les presentara.

Sabían que el camino a la redención no sería fácil, pero estaban dispuestos a recorrerlo juntos. Y así, se quedaron allí sentados, en silencio, contemplando las llamas mientras el tiempo pasaba. El mundo se había vuelto un lugar cruel y despiadado, pero ellos sabían que tenían el coraje y la determinación para enfrentarlo. Y juntos, podrían lograr cualquier cosa.

Incluso algo tan loco como desafiar al destino. Eso es lo que Sanako se dijo a sí misma el día siguiente, mientras demostraban que habían cambiado al evitar que el asesino a sueldo que Zuko había contratado cumpliera con su misión. Aunque no fue para nada fácil. Diablos, Sanako incluso creyó por un momento que estaban acabados. Afortunadamente se equivocó, y lograron derrotar al hombre sin tener ninguna víctima.

—No puedo creer que este diciendo esto pero, gracias Zuko y Sanako —agradeció el Avatar después del suceso.

—Oye, ¿qué hay de mí? Yo hice lo del boomerang.

Alana lo codeó en el estómago y murmuró. —Cállate.

—Escuchen, está claro que ayer no me expliqué muy bien. He vivido muchas cosas, ha sido duro. Pero me doy cuenta que tenía que pasar por todo eso para conocer la verdad. Pensé que había perdido mi honor y que mi padre podía devolvérmelo. Pero ahora sé que nadie puede darte tu honor. Es algo que se gana por uno mismo al elegir hacer lo correcto. Ahora solo quiero participar en el fin de esta guerra, y sé que mi destino es ayudarlos a recuperar el equilibrio del mundo.

Sanako estaba sorprendida por la facilidad con la que estaba hablando. Pero al mismo tiempo, sabía que Zuko siempre era así. Tal vez tenía problemas al principio, pero siempre lograba ponerse de pie y salir mejor que la mayoría. No podía evitar pensar en lo maravilloso que era aquello, especialmente cuando sabía que ella probablemente se hubiera rendido en el fuego control si no fuera por su talento innato.

Mientras que Zuko sabía lo que era la disciplina, sabía insistir hasta lograrlo, sabía ponerse de pie después de una caída; ella estaba acostumbrada al éxito fácil. Se conocía lo suficiente para saber que, si no era buena de entrada, se rendiría. No podría volver a levantarse una vez que tocó el suelo. Solo huía de sus problemas, no los enfrentaba.

—Lamento lo que te hice. Fue un accidente. —Zuko continuó, ahora dirigiéndose a la chica de baja estatura con arrepentimiento. —El fuego es peligroso y salvaje. Así que, como maestro fuego, debo ser más cuidadoso y controlar mi poder, para no herir a la gente sin intención.

—Creo que estás destinado a ser mi maestro de fuego control. Cuando hice fuego control por primera vez, quemé a Katara, y nunca más quise hacer fuego control de nuevo. Pero ahora sé que entiendes lo fácil que es herir a la gente que amas. Quisiera que tú me enseñaras. —El Avatar dio una pequeña reverencia ante su pedido, y entonces posó sus ojos en la azabache y le dedicó la misma sonrisa suave y amable que le había mostrado a Zuko.

—Gracias. Me alegra mucho que nos acepten en su grupo.

—No tan rápido —irrumpió. —Debo preguntarle a mis amigos si están de acuerdo. Toph —se giro a la chica de vestimenta verde—, Zuko te quemó los pies. ¿Qué opinas?

—Déjalo que entre. Me dará tiempo suficiente para vengarme —sonrió la chica.

—¿Sokka?

El chico de la tribu agua bajó la cabeza un momento antes de volver a mirar a su amigo. —Oye, yo solo quiero derrotar al Señor del Fuego. Si crees que esta es la forma de hacerlo, estoy de acuerdo.

—¿Ali?

—Ya lo dije ayer —la chica de cabello café asintió con una sonrisa, sus ojos desviándose a Sanako. —Se merecen una segunda oportunidad.

—¿Sayo?

La rubia desvió la mirada al suelo, una mueca de disgusto en su rostro. —Supongo que tienes que aprender fuego control de alguna forma —respondió finalmente, pero volvió a alzar el rostro para mirar a Sanako a los ojos. —Pero no confío —sus ojos se desviaron a Zuko, haciendo que el chico se encogiera ante la gelidez—, en ninguno de ustedes dos.

—¿Katara?

La chica de la tribu agua miró mal a Zuko antes de girarse al Avatar y finalmente responder. —Te apoyaré en todo lo que creas correcto, Aang.

—No los defraudaré, lo prometo —exclamó Zuko, entusiasmado, acercándose a ellos.

Sin embargo, el grupo rápidamente se retiro. Todos excepto por la chica de cabello café, Alana. Esta se acercó al dúo con una pequeña sonrisa serena.

—Bueno, ¡bienvenidos al equipo! —Jugó con sus dedos en un gesto de nervios pero, en cuanto lo notó, escondió sus manos detrás de su espalda. No obstante, ambos chicos notaron que seguía nerviosa.

—Gracias —asintió Zuko, agradecido porque alguien les otorgara una rama de olivo.

Pero la atención de Alana estaba enfocada en Sanako, lo que honestamente perturbaba a la azabache. Si bien la había ayudado en el pasado, no entendía por qué depositaba tanta confianza en ellos. Su experiencia de vida le decía que eso significaba que debía desconfiar de ella, debía tener segundas intenciones.

—Um, Sanako... quería preguntarte algo en realidad.

Ahí estaba, iba a chantajearla. Ella los había defendido frente al equipo del Avatar, ahora ellos tendrían que devolverle el favor. Era lo justo. Así funciona el mundo.

—¿Puedes, por favor, enseñarme fuego control?

Sanako pestañeó. —¿Qué?

—Por favor —clamó la chica, alzando sus manos juntas para rogar mientras hacía un puchero con sus labios. —Todavía no tengo idea de cómo controlarlo y tú eres increíble. No te vi hacer fuego control, claro, pero tus movimientos el otro día en la cárcel fueron impresionantes. Estoy segura que eres incluso mejor con el fuego control.

La azabache estaba sin palabras. La estaba escuchando, pero no podía terminar de comprender lo que le decía. Estaba lista para escuchar una amenaza, no lo que sea que fuera esto. Nuevamente, había sido recordada que el mundo en el que había crecido no era el verdadero mundo. Al menos, no era el mundo de los buenos.

Zuko notó su estupefacción, y quiso reírse. No era a diario que podías ver a Sanako sin palabras. Pero esas pocas ocasiones son sumamente divertidas. Sus ojos siempre misteriosos de repente se volvían claros como el agua, y el pequeño frunce de su nariz la hacía ver más aniñada.

—¿Haces fuego control? —preguntó él en un intento de ayudar a la chica a darle tiempo a reaccionar. Aunque eso no significaba que no la seguía observando, concentrado en contener la carcajada porque sabía que se ganaría un golpe.

Alana dudó un momento antes de asentir. —Mi padre era de la Nación del Fuego. Una mujer lo ayudó a salir de ahí junto con un grupo de maestros tierra que habían escapado de la cárcel.

—Esa fue mi madre —murmuró Sanako.

—¿Fue tu mamá? —la morena sonrió. —¡Genial! ¡Es como si fuera nuestro destino encontrarnos!

—Uh, sí —balbuceó. Su mente seguía fraguando.

Tal vez el destino no estaba prescrito, sino que ellos siempre habían tenido la pluma en su mano. Ellos decidían qué escribir y qué no.

La sonrisa de Alana había crecido. Era evidente que ahora estaba más cómoda frente a ambos, y se animó a insistir. —Entonces, ¿qué dices? ¿Puedes enseñarme?

Finalmente, Sanako escapó de su reflexión. Observó un momento a la chica y no pudo evitar resaltar lo obvio que era que había nacido y crecido en la tribu agua. Todos sus movimientos eran elegantes, casi como si hubieran sido ensayados por años, más ese no era el caso. Era así por naturaleza. Cada gesto era fluido, te hacía querer seguir mirando, hipnotizándote por la corriente natural que seguía.

La azabache sonrió.

Zuko suspiró, reconociendo aquella mirada.

—Será un gusto enseñarte, Alana —asintió Sanako, y la chica celebró dando saltos internos.

La idea de enseñar a alguien originario de la tribu agua el fuego control era más que tentadora. No podía imaginar lo que sería enseñarle a una persona versátil y adaptable a ser constante y equilibrada. El agua y el fuego siempre habían sido opuestos, y las filosofías del control de cada elemento también lo eran. Mientras que el agua control es fluido y cambiante, el fuego control es más directo y firme, más sencillo.

Ser testigo de la, en cierta forma, batalla entre ambos elementos sería un festín para la chica. Había mucho que podía aprender de eso.

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