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𝟬𝟬𝟱 pull the trigger


CAPÍTULO CINCO: tira del gatillo.




      Sanako se sentía como si estuviera en medio de una misión. Y en parte, así lo era. La ocasión perfecta se había presentado por sí sola, una noche en que su padre y su hermano estaban ausentes porque tenían una reunión con otros militares. Era usual que esto pasara, más ahora que Agni era lo suficientemente mayor como para que le permitieran entrar con propósitos de aprendizaje. Si bien no podía emitir palabra, él siempre parecía más que emocionado de participar.

      Un escalofrío recorrió su cuerpo. Su hermano no sabía lo que estaba haciendo. De lo contrario, estaba segura de que no estaría allí. O eso le gusta creer.

      Sacudió la cabeza para apartar esas ideas de su mente y se obligó a concentrarse en lo que tendría que hacer. Se metería en la habitación de su padre en busca de algo, lo que fuera. Información, evidencia... no estaba segura de qué encontraría, primordialmente porque no sabía qué buscar. Sin embargo, allí estaba, revisando cada centímetro del lugar sin dejar espacio a dudas. Su única fuente de luz era la pequeña llama de fuego que flotaba sobre la palma de su mano, imposibilitada de prender la luz porque el reflejo fácilmente sería reconocido por su padre desde la calle.

      Estaba siendo más que cuidadosa, observando todo con atención para volver a dejarlo exactamente cómo lo había encontrado. Después de todo, había aprendido al observar a Sayo un par de trucos para ocultar su propia presencia. Además, tuvo una época en que encontraba divertido meterse al Templo del Fuego, donde tenía acceso a más libros de los que tenía en la biblioteca de la escuela. Supuso que todo aquello había sido una práctica para lo que estaba haciendo ahora porque, mientras que los Sabios del Fuego no eran más que hombres ancianos que perdían cuidado al creer que nadie se atrevería a entrar al Templo, su padre, por el otro lado, siempre había dejado en claro lo cuidadoso que era cuando se trataba de seguridad.

      Tal vez por esa razón su audición estaba mucho más agudizada, escuchando sus propios pasos como si fueran avalanchas; y por qué sus manos sudaban como nunca antes lo habían hecho en su vida. Se aseguraba tres veces de cada acción antes de continuar, e incluso así sus nervios estaban a flor de piel. Saber que la única copia de la llave de la casa colgaba de su cuello le brindaba paz ya que, cuando su padre y hermano llegaran, no tendrían otra alternativa a esperar a que ella les abriera la puerta.

       Después de revisar la biblioteca en la habitación de su padre, se giró al armario. Se percató de lo grande que era su habitación en comparación a la de su hermano y la suya, y recordó amargamente que se suponía que el cuarto estuviera ocupado por dos personas y no solo por una. El nudo en su garganta solo se tensó cuando encontró la ropa de su madre en un rincón, su padre incapaz de deshacerse del recordatorio.

      Una vez que estuvo segura que no había nada allí, se giró al escritorio. Éste estaba repleto de papeles y un par de libros abiertos por la mitad. Había tenido la esperanza de encontrar algo sin tener que recurrir al escritorio puesto que sabía que ese sería el lugar más difícil de dejar igual que antes. Sin embargo, no tenía opción.

      Se acercó al escritorio de caoba y lo observó con detenimiento, sus ojos paseándose por cada centímetro cuadrado mientras hacía notas mentales sobre la posición de cada objeto. Entonces, justo cuando estaba a punto de colocar sus manos sobre el primer montón de notas en el extremo superior izquierdo, alguien golpeó la puerta.

      No necesita mirarse al espejo para saber que había palidecido, y corrió hasta la puerta con pies ligeros. Volvió a inspeccionar el lugar, asegurándose de no dejar rastro de su intromisión, mientras su corazón latía contra sus oídos. Cerró la puerta detrás de ella y corrió escaleras abajo, deteniéndose al pie de ellas. Tomó una pausa para respirar profundamente antes de, finalmente, dirigirse a la puerta y abrirla.

      Forzó una sonrisa en su rostro, lista para darle la bienvenida a su familia, pero la sonrisa cayó inmediatamente cuando se percató de quién era en realidad.

      —¿Zuko? —su nombre escapó en un suspiro de alivio.

      El chico le brindó una media sonrisa, tímido—. Hola, Sanako.

      —¿Qué haces aquí? —balbuceó inmediatamente, su ceño fruncido en confusión. Sus ojos se desviaron ante los murmullos, y no tardó en percatarse de las personas que pasaban por el lugar, observando sin simular y comentando con sonrisas sobre el amor joven o cosas por el estilo. Sanako se contuvo para no rodar los ojos—. Uh, ¿quieres pasar?

      La mano del chico aterrizó sobre su nuca, rascándose en un evidente gesto de vergüenza al notar la atención que estaban captando—. ¡Sí! Sí, gracias.

      Sanako cerró la puerta una vez que el príncipe pasó, soltando la molestia en un bufido que había estado conteniendo hasta entonces—. ¿Pasó algo?

      Zuko asintió—. ¿Qué sabes de mi bisabuelo?

      La chica arqueó una ceja—. ¿Por qué me estás preguntando a mí?

      —Eres la persona más inteligente que conozco —contestó, encogiéndose de hombros.

      El cumplido la tomó por sorpresa. Sintió el calor subir por su cuello, alcanzando sus mejillas, y fue rápida para girarse y fingir estar ocupada buscando algo en la alacena para ocultar su rostro y evitar que Zuko la malentendiera.

      —Oh —balbuceó, su voz monótona antes de finalmente tomar un vaso y llenarlo de agua para tomar y ganar un poco más de tiempo para pensar—. Uh... bueno... Sozin fue el Señor del Fuego desde el 58 antes de la Guerra de los Cien Años, y su reinado terminó en el año 20 después de la Guerra. Utilizó el Gran Cometa, ahora nombrado el Cometa de Sozin, para mejorar las capacidades de Fuego Control del ejército, y así logró vencer a los Nómadas del Aire que amenazaban con atacar y destruir el orden como lo conocemos. 

      —¿Y cómo murió?

      La chica frunció el ceño—. Durmiendo, en paz, por vejez —murmuró de memoria por las incontables veces que lo habían dicho en clases.

      Zuko sacudió la cabeza, insatisfecho con la respuesta—. Ya sé eso, Azula me contó.

      Sanako colocó el vaso sobre la mesa con un ruido sordo—. Supongo que la Familia Real sabe más de Sozin que una simple ciudadana de la Nación. Es bastante obvio, por cierto. Fue tu error recurrir a mí.

      —¿Qué más sabes? —instó el azabache, sabiendo que no debería haber mencionado a Azula puesto que la rivalidad entre las dos chicas siempre había sido más que intensa—. Seguro sabes algo más.

      —Uhm, él comenzó la tradición de cazar dragones. Si un Maestro Fuego lograba matar a un dragón, recibían el título honorífico de "Dragón." Por eso es que hoy están extintos... Por supuesto, también era un estratega muy inteligente, por eso ganó tantas batallas, especialmente la de Han Tui. ¡Oh! También se cree que pudo vivir por tantos años debido al poder concedido por el Cometa aunque, claro, eso es solo un rumor. ¿Algo de eso te sirve?

      A pesar que Zuko la estaba mirando, su mente estaba a kilómetros de allí, y Sanako lo notó con facilidad. Los engranajes en su cabeza comenzaron a girar, intentando descifrar la razón detrás del repentino interés en su árbol genealógico.

      —No realmente.

      —¿Qué quieres saber exactamente?

      —No estoy seguro —admitió y, ante la mirada que recibió por parte de la chica, apretó los labios. Se tomó un momento para pensar antes de sacar el pergamino que guardaba entre sus ropas, y se lo pasó para que lo leyera—. Me llegó esta mañana.

      Los ojos la azabache se entrecerraron sobre la caligrafía, absorbiendo el mensaje con cautela y escepticismo.


Debes saber la historia del fallecimiento de tu bisabuelo.
Te revelará tu destino.


      Después de un momento en silencio, su voz volvió con calma—. ¿Alguna idea de quién te lo envió? —inquirió, devolviéndole el pedazo de papel para volver a tomar un trago de agua. Fue fácil para ella descifrar que no quería contestarle, por lo que continuó—. Sea quien sea, creo que tendrías que tener cuidado. No sé cuál podría ser su propósito así que... ten cuidado.

      —¿Debería ignorarlo?

      La azabache volvió a posar el vaso sobre la mesa, y ésta vez lo empujó por sobre la superficie para que alcanzara al chico—. No. Tampoco sería conveniente ignorarlo, podría llevarte a descubrirte algo —entonces, con un brillo en los ojos, agregó—. Además, aunque te dijera que lo ignores, ¿podrías hacerlo?

      —No —Zuko no tardó en contestar. Entonces tomó un sorbo del vaso con agua, ambos utilizando la acción como excusa para darse más tiempo a pensar—. ¿Algún otro consejo? —agregó, vaciando el vaso y observando el recipiente una vez que estuvo vacío. Su mente viajó a otra dirección, la imagen de Sanako tomando del mismo vaso inundando su mente. Su rostro se tornó rojo.

      —Solo que tengas cuidado... y no vuelvas a preguntarle a Azula. Eso sí es algo que no deberías hacer. Hasta puede ser que ella haya sido la que te envió esto.

      —Sí... se me escapó.

      —Ajá —murmuró Sanako, finalmente rompiendo su trance—. Como dije, tienes que tener más cuidado. Puede ser otro de sus trucos para molestarte —lo regañó, entonces se percató de su rostro repentinamente rojo—. ¿Te sientes bien?

      —S-sí —musitó Zuko rápidamente, no sonando convincente en lo absoluto—. Solo... uh... tengo calor.

      —Puedo abrir la ventana si quieres —ofreció la chica, ya marchando en dirección a la ventana más cercana.

      —No, no es necesario —negó, acercándose a la puerta—. Ya me voy. Gracias, Sanako.

      —Sí... de nada —Sanako lo miró, confundida pero no dispuesta a detenerlo. Se acercó a la puerta para volver a abrirla y, justo cuando el chico estaba a punto  de marcharse, lo detuvo al tomarlo por la manga—. Zuko... si necesitas ayuda, solo dímelo. ¿Sí?

      Los labios del príncipe se estiraron en una sonrisa, su rostro aún tan rojo y cálido como antes—. Gracias, Sanako.

      La chica asintió, soltándolo y aferrándose al marco de la puerta—. Y ten cuidado.

      Una respiración involuntaria escapó por la nariz de Zuko, como si le causara gracia que la chica fuera tan insistente con ello—. Sí, lo tendré.

      Nuevamente, Sanako retomó su campaña de investigación en el cuarto de su padre. Se dirigió al escritorio en cuanto entró, volviendo a comenzar el proceso de observar y memorizar. El tiempo pasó, y ya creía que no encontraría nada. Su mente divagó, llamándose estúpida una y otra vez por haber pensado que su padre dejaría información tan valiosa en un lugar tan mundano como su habitación.

      Debería haber sido más inteligente. Debería haber sabido que su padre no resguardaría información delicada sobre las verdaderas intenciones de la Nación del Fuego allí. Después de todo, en caso que alguien sospechara, el primer lugar que revisarían sería su hogar. Había sido ingenua al creer que encontrar evidencia sería algo tan sencillo como investigar su habitación.

      Tan ingenua, tan infantil, tan tonta, tan... No.

      Debía concentrarse. Debía pensar en grande. Debía extender su mente más allá de los límites a los que había llegado hasta entonces y considerar nuevas perspectivas.

      Entonces, abrió el cajón izquierdo, y el fondo falso le pareció tan evidente que casi se estaba burlando de ella. Fue cuidadosa para desencastrarlo, y sus ojos escanearon el pequeño libro de portada roja y bordado dorado.

      Una vez que lo tomó y abrió, descubrió que era un álbum de fotos. Las lágrimas inundaron sus ojos al observar el rostro de su madre, joven e iluminado con felicidad. No pudo evitar reparar en lo parecido que era su hermano a ella, y cómo con el pasar de los días, el parecido solo se volvía más evidente. Habían fotografías de su padre y madre juntos en su juventud, con sus respectivas familias y en fiestas. Luego, una colección de fotos en el día de su boda, que fueron seguidas por un par de su padre con su uniforme de soldado y su madre cubierta en harina.

      Luego, habían fotografías de ella. Le sorprendió que las fotos no fueran de cuando ella era bebé, sino que debía tener alrededor de cuatro o cinco años en la primera fotografía en la que aparecía. Mas recordó las quejas de su madre de cómo habían perdido varias fotos durante su mudanza y lo olvidó. Las últimas páginas estaban ocupadas con fotos de su hermano como un adorable bebé, y otro par de fotos de toda la familia junta.

      Cuando llegó a la última hoja, encontró un sobre. Supuso que sería alguna carta de amor de su juventud. Sin embargo, al tomarla y girarla entre sus dedos, se llevó la sorpresa de encontrar su nombre escrito en la inconfundible caligrafía cursiva y elegante de su madre.

      Su garganta se secó inmediatamente, y no se percató que había dejado de respirar hasta un par de segundos después, cuando su cerebro comenzó a demostrar la falta de oxígeno. Sin detenerse a pensar, puesto que sabía que solo la llevaría a atrasar un evento inevitable, abrió el sobre ya abierto y tomó el papel.


Querida Sanako,

          Si estás leyendo esto, probablemente ya no estoy viva. Espero que tu hermano y tú estén bien, y espero que permanezcan juntos, aún apoyándose el uno al otro como siempre lo hicieron.

          Pero esta carta no es para hablarte de mis deseos, sino que para pedirte perdón, Sanako.

          Perdón por no haberte amado como debería haberlo hecho una madre. Perdón por no haberte amado lo suficiente.

          No quiero excusar mi comportamiento ni nada menos, lo que hice no tiene justificación y no te mereces lo que te hice. Pero tampoco puedo descansar en paz sin decirte la verdad que te oculté por tanto tiempo. Tendría que haber tenido esta conversación contigo cara a cara, pero no tuve el coraje necesario. Esa es otra cosa que siempre admiré de ti, hija, tu valor para enfrentar las cosas. Incluso de pequeña eras así, y me enseñaste mucho a pesar que tú llevaras menos años que yo caminando sobre este mundo.

          También quiero tomar esta oportunidad para pedirte un favor, no que tenga el derecho de pedirte nada, pero no es por mí sino que por tu hermano. Espero que mis errores no dañen tu relación con tu hermano. Agni siempre te admiró, bien lo sabes, y también sabes que quiere seguir tus pasos. Te imploro que no permitas que eso pase.

          Sanako, yo no fui capaz de protegerte de tu padre, pero te imploro que no te rindas para proteger a tu hermano de ese hombre. Tú sabes lo despiadado que puede llegar a ser, así que por favor no dejes a su hermano en sus manos. Ahora que yo no estoy, solo le queda su hermana mayor para protegerlo.

          Como mencioné antes, siempre aprendí de ti. No solo a ser valiente, sino a hacer lo que creemos que es correcto. Tu sentido de la justicia siempre fue parte de ti, y tu incapacidad de permanecer callada es admirable. Fue eso lo que me llevó a hacer lo que hice. El por qué liberé a los maestros tierra que habían sido injustamente encarcelados.

      Mañana será mi juicio, y sé que me condenarán a la muerte. Hichiro me lo dejó en claro.

      Pero quiero que sepas, Sanako, que fue gracias a ti que pude dar un paso adelante frente a la injusticia. Confié en tu lección, y nunca me sentí más libre que ahora. Es por eso que ahora vuelvo a confiar en ti. Confío en que cuidarás a tu hermano.

          Y por esta misma razón te dejo la decisión en tus manos, hija. Tú sabrás cuándo estarás lista para escuchar la verdad y, cuando creas estarlo, recurre a los mayores tesoros de mi familia. Estoy segura que ellos te darán la mano y te guiarán, sin importar lo perdida que te sientas.

      Con amor y aprecio, Himari.


      Para cuando Sanako terminó de leer, las lágrimas desbordaban de sus ojos y corrían por sus mejillas para alcanzar a caer sobre su ropa. Si bien había sido cuidadosa para no mojar la carta, no había estado tan atenta para con el resto de las cosas: su maquillaje estaba corrido por el refriego que habían recibido sus ojos al principio cuando se negaba a llorar, la manga de su camiseta se había manchado con ese mismo maquillaje cuando las lágrimas comenzaron a escapar pero ella seguía luchando, y el desastre se había extendido hasta su pantalón cuando se rindió y las lágrimas cayeron con un tinte negro.

      No podía responder esa carta. Pero deseaba hacerlo.

      Si pudiera, no sabría por dónde comenzar. Lo obvio sería reclamar por este aclamado secreto, al que no tenía idea de a qué se refería, mas habían muchas cosas más que le llamaban la atención.

      Pero su mente seguía saltando de un lado al otro, no centrándose en el secreto, sino que en todo lo que le quería responder a su madre. En primer lugar, no quería sus disculpas. No las necesitaba, y no las aceptaría. Si bien parecía que todo volvía al secreto, no le importaba lo que fuera. La realidad que su madre siempre la había preferido por sobre su hermano y la había abandonado con su padre como una clase de sacrificio para salvar a Agni nunca abandonaría su mente.

      Y eso mismo la llevaba al segundo punto, lo increíblemente manipuladora que podía llegar a ser su madre.

      Con esta carta, lo único que estaba haciendo era asegurarse que su precioso hijo siguiera a salvo. Mientras que su otra hija, de aparente poca importancia, era entregada en su lugar.

      Sus manos se cerraron en un puño, arrugando los bordes de la carta, pero rápidamente la soltó y la aplastó en un intento de deshacer su acción. Dejó el papel en el suelo y sus dientes se enterraron en su mejilla interna, dejándole saborear su propia sangre.

      El tercer punto era el secreto. Intentó concentrarse para adivinar a qué se refería con este secreto. Nunca había sospechado la existencia de uno... a no ser que se refiriera al hecho que la Nación del Fuego tenía malas intenciones a diferencia de lo que mostraban, pero dudaba que fuera eso. No se relacionaba con su carta, no tenía sentido. Si fuera eso, se lo hubiera dicho lisa y llanamente.

      ¿Entonces qué?

      Aún, su mente estaba demasiado abrumada con tanta información. Y aunque no le gustaba admitirlo, le dolía. Las lágrimas que empapaban su rostro eran evidencia suficiente de ello.

      Entonces, sonó el timbre de su casa. Y Sanako sintió que se le detuvo el corazón. Su reacción fue rápida, guardando el álbum y volviendo a colocar el fondo falso, pero conservando la carta al guardarla en el bolsillo de su pantalón. Entonces, analizó rápidamente la habitación antes de salir y cerrar la puerta tras ella tan rápido como pudo.

      Yendo a bajar las escaleras, trastabilló en la cima y no cayó porque sus manos se aferraron al barandal. Fue el mismo susto que le brindó un momento de reflexión, y marchó al baño para sacarse el maquillaje. Después de echarse agua a la cara, corrió escaleras abajo y abrió la puerta con una sonrisa pequeña de bienvenida.

      Entonces su corazón volvió a latir cuando se encontró con Zuko.

      Un latido, dos latidos.

      Su humor se tornó arisco.

      —¿Zuko? ¿Ahora qué?

      —Necesito tu ayuda.

      —¿Sigues buscando información sobre tu bisabuelo? Lo mejor sería que vayas al--.

      —Al Templo de los Sabios del Fuego —Zuko interrumpió, asintiendo rápidamente y alzando el pergamino que ahora mostraba otro mensaje:


"Los Sabios del Fuego guardan la historia secreta en las Catacumbas del Hueso del Dragón."


      Sanako lo miró rápidamente, sus ojos volviendo al azabache sin expresión.

      —Sabes cómo entrar, ¿no?

      Entonces reaccionó. Lo tomó por los hombros, haciéndolo entrar a la fuerza y cerrando la puerta tras ella. Se giró a él con el enojo evidente en la cara—. ¿En qué estás pensando? ¡No puedes decir eso tan a la ligera! Entrar allí es un crimen, ¿acaso quieres que me encierren?

      Zuko no lucía afectado por su furia, sino que parecía haberla estado esperando, y solo mencionó—. Tenía razón, sí sabes cómo entrar.

      La chica lo miró un momento, sus dientes hundiéndose en su mejilla interna mientras pensaba en formas de matarlo—. Sí, sé. Pero dudo que tú no puedas meterte por tu cuenta. No me necesitas para eso.

      —Pero va a ser mejor si tengo tu ayuda —razonó—. Y tú dijiste que me ayudarías, así que...

      Sanako suspiró, maldiciendo a su yo del pasado. Sí quería ayudarlo, es solo que acababa de leer una carta sumamente importante por parte de su madre ya fallecida que aparentemente le había guardado un secreto toda su vida. Y como si ya no estuviera lo suficientemente abrumada por eso, ser consciente que su padre le había ocultado la carta solo la confundía más.

      No había duda que su mente estaba hecha un desastre. El suelo sobre el que estaba de pie ya no estaba temblando, sino que había desaparecido por completo.

      Pero, tal vez, esto era justo lo que necesitaba. Concentrarse en otra cosa y ocupar su mente con algo que no tenía nada que ver con su familia ni con secretos.

      —Oye, ¿estás bien? —llamó Zuko, acercándose de repente.

      La chica se alarmó, escapando de su monólogo interno para enfrentar la mirada intrigada del príncipe—. Sí, ¿por qué preguntas?

      Zuko la observaba, y Sanako sintió que sus ojos la estudiaban. Se cruzó de brazos, intentando así formar una barrera física entre ellos aunque fue en vano.

      Sus ojos dorados siempre habían sido cautivantes, pero ahora parecía que la habían hipnotizado, atrapándola indefensa. Con una intención inquebrantable, determinado a descifrarla. Listo para desentrañar las partes más desordenadas y confusas de su mente, solo para lograr comprenderla.

      —¿Estabas... llorando?

      Mierda.

      Sanako lo empujó—. ¡No! —ladró, y rápidamente calmó su voz para no delatar más de sus emociones—. Y aunque lo estuviera, no es de tu incumbencia. Te ayudaré, ¿de acuerdo? Así que, vamos de una vez.

      Se dirigió a la puerta, pero Zuko la detuvo al tomarla por el antebrazo. Ella giró la cabeza, sus ojos café fríos, casi inexpresivos. Fue como si una corriente eléctrica golpeara a Zuko, forzándolo a soltarla por el repentino cambio.

      Sus ojos eran demasiado semejantes a esa noche. Momentos antes a que su semblante sin emociones se derrumbara para solo revelar su vulnerabilidad. Pero no había indicios de que los eventos de esa noche fueran a repetirse.

      Con las facciones más suaves y la voz más baja, Zuko preguntó—. Sanako... ¿qué pasó?

      Previamente, cuando la había visitado por primera vez en esa tarde, ella no había estado así. Había actuado normal, incluso recordándole a la Sanako previo a su marcha. Cuando no se llamaban amigos pero igualmente confiaban en el otro como si lo fueran.

      Y ahora las paredes que lo mantenían afuera estaban de vuelta, con un rostro que no comunicaba nada y unos ojos vacíos como los de una muñeca.

      —Nada.

      Su respuesta le dolió. No porque no estuviera siendo honesta, sino porque su voz no revelaba su mentira. Sanako siempre había sido una buena actriz, pero a Zuko le gustaba creer que, a medida que la conocía, podía decir cuándo estaba fingiendo y cuándo no.

      Si no fuera porque había reconocido esa reacción que cruzó sus ojos por un microsegundo, él honestamente hubiera pensado que no pasaba nada.

      —¿No vas a contarme?

      Casi fue como una acusación, y Sanako quedó congelada por un momento. El dolor enlazado a su voz la llevaron a ser incapaz de mirarlo a los ojos. Apartando su mirada a un lado, dio un paso atrás y tanteó con la mano hasta encontrar el picaporte.

      —¿Podemos ir de una vez? Si quieres entrar hoy, tenemos que irnos ya. Nuestra única oportunidad es entrar a la medianoche, y no falta mucho.

      Zuko asintió cortamente con la cabeza, un movimiento que fue registrado rápidamente por Sanako que abrió la puerta. En cuestión de menos de una hora, los dos adolescentes habían logrado ingresar a las Catacumbas debajo del Templo, dónde se almacena la historia de la Nación del Fuego y sus Señores del Fuego. No obstante, durante todo ese tiempo no mediaron palabra excepto por las eventuales indicaciones de la chica.

      Cubiertos con capuchas, avanzaron en silencio a través del pasillo hasta encontrar el testamento de Sozin. Entonces Zuko se sentó y abrió la caja que contenía el antiguo pergamino, pero sus ojos se levantaron al notar que su acompañante seguía de pie.

      —¿No vas a sentarte? —preguntó en voz baja, su mano palmeando suavemente el lugar a su lado con ojos ansiosos por una respuesta positiva.

      Sanako se removió en su lugar—. Uh... no estaba segura de si querías dejarme leer.

      Zuko alzó una ceja—. Creí que ya habías leído esto.

      —No. La puerta que pasamos recién —explicó, señalando por sobre su hombro hacia atrás—, solo puede ser abierta por miembros de la Familia Real. Sin importar cuánto lo intentara, no pude abrirla. Y... supongo que ahora se siente muy personal.

      —Puedes leerlo —asintió él, una pequeña sonrisa colándose en su rostro que le confirmaba que no mentía—. Está bien por mí.

      La chica suspiró y finalmente se sentó a su lado, torciendo la cabeza para observar mejor el pergamino. Si bien había estado dispuesta a no leerlo, su curiosidad seguía tan vigente como nunca. Sin mencionarlo, Zuko acomodó el testamento para que ella pudiera mirarlo mejor, y Sanako tomó uno de los extremos para ayudarlo.

Siento que mi vida se apaga, y pienso en un tiempo en que todo era más luminoso.
Recuerdo a mi amigo, Roku. 

      Si bien recién ahora podían confirmar que los rumores eran ciertos, ninguno de los dos se sorprendieron al leer que Sozin había sido amigo del Avatar. Después de todo, los dos habían vivido en la capital de la Nación del Fuego y, en base a su propia experiencia de haber nacido y crecido allí, sabían que normalmente todos se conocen, ya fuera por palabras de otros o porque compartías una clase o un maestro. Sin embargo, a medida que siguieron leyendo, se dieron cuenta de lo cercana que era la amistad entre ellos, algo que realmente no se habían esperado.

      Mientras que Zuko no le había dado mucha importancia, Sanako había hecho varias hipótesis al respecto. Suponiendo que fueran amigos, ella no había creído que fueran más que amigos en su infancia que luego se separaron, o más como conocidos que se llamaban amigos por cortesía. Pero ahora, sabiendo que incluso Sozin había sido el padrino en la boda de Roku, se daba cuenta que sus teorías habían estado equivocadas. El Señor del Fuego Sozin y el Avatar Roku realmente habían sido amigos más que cercanos.

En las bodas miramos al futuro con optimismo y alegría.
Yo tenía mi propia visión de un futuro brillante.

      Sanako tragó saliva, sabiendo lo que se avecinaba. Se preparó porque, aunque sabía lo que iba a decir, igualmente la confirmación sería como una bofetada. Después de haber pasado tanto tiempo en la habitación de su padre, finalmente encontraría la evidencia que buscaba.

      Y aunque se preparó, el golpe igualmente la afectó.

      Efectivamente, Sozin planeaba extender su imperio a las otras naciones, bajo el pretexto que la Nación del Fuego estaba en paz y el pueblo era feliz (Sanako podía discutir con este punto, pero no se molestó en hacerlo ya que era más que evidente que no lo eran). Honestamente, la chica entendía lo que quería decir. Después de todo, tenía sentido. Si las personas en la Nación del Fuego eran prósperas y afortunadas, mientras que en las otras naciones no, ¿por qué no extender el dominio de la Nación del Fuego para hacerlos alcanzar la paz?

      No obstante, no estarían ayudando a nadie. Si a Sozin realmente le interesaba que el resto del mundo alcance su mismo nivel de paz, lo correcto sería ayudarlos a alcanzarla. Tal vez dando mano de obra donde fuera necesaria, proveyendo más comida y dinero en lugares con pobreza alta, o simplemente brindando educación a los niños de distintos lugares que se veían exentos de ella. Pero Sozin no pretendía hacer nada parecido a eso. Sino que quería extender su reino, extender su autoridad, y convertirse en un héroe para todos con la ilusión de que estaban siendo salvados de todo lo malo en el mundo.

      Por supuesto que el Avatar rechazó su propuesta, pero Sozin continuó con su plan en secreto hasta que logró crear la primera colonia en el Reino Tierra. Y cuando el Avatar se enteró de esto, tuvieron una pelea que terminó con la victoria de Roku, pero no se marchó hasta darle una advertencia a no continuar con sus planes.

      Veinticinco años después, el volcán en la isla de Roku hizo erupción en una catástrofe sin comparación. Tal era el poder del volcán que Sozin, a kilómetros de distancia, podía sentirlo temblar y veía el humo negro. Entonces, en un momento tal vez de compasión, el Señor del Fuego fue a ayudar a su viejo amigo. No obstante, pelear contra un volcán parecía imposible y, cuando llegó el momento, Sozin abandonó a Roku a la muerte.

Roku se había ido, y el Gran Cometa regresaba. Era el momento perfecto para cambiar al mundo. Sabía que el próximo Avatar sería un Nómada del Aire, así que destruí los Templos del Aire. Sin embargo, por alguna razón, el Avatar me eludió. Pasé el resto de mi vida buscando en vano. Sé que se esconde en algún lugar. La amenaza más grande de la Nación del Fuego: el último maestro del Aire.

      —No puede ser —clamó Zuko de repente, haciendo saltar a Sanako por el repentino sonido alto de su voz. Él le dio una rápida mirada—. Perdón pero... —dio vuelta el pergamino, para encontrarlo vacío—. ¿Dónde está el resto?

      —Esto debe serlo todo —murmuró Sanako, su voz baja y sus ojos perdidos en su propio mundo—. Seguro murió antes de escribir algo más pero, Zuko —lo llamó, captando los ojos dorados que ahora le prestaban atención—. Él dijo que... mató a los Maestros del Aire para encontrar al Avatar. No porque tenían un ejército poderoso, ni porque amenazaban con acabar con la paz. Sino que... por encontrar al Avatar, porque lo veía como una amenaza.

      El chico asintió lentamente con la cabeza, sus ojos volviendo al pergamino antes de arrojarlo al suelo—. Esto es una mierda —masculló, y entonces volvió a mirar a Sanako en busca de respuestas—. ¿Qué mierda se supone que tengo que hacer con esta información? La parte de su muerte es cierta, parece que murió por la edad.

      Los ojos de Sanako estaban fijados en el papel mientras negaba lentamente, entonces alzó la cabeza hacia el príncipe—. ¿Quién te envió esto, Zuko?

      El aludido apretó los labios, dándose una pausa corta para pensar, y finalmente respondió—. Sígueme.


──────────────


      Para cuando Sanako se percató que se dirigían a la cárcel, no fue necesario que Zuko le dijera quién le había mandado el mensaje. Afortunadamente pudieron entrar sin problemas: solo requirió que Zuko mostrara su cara para que los soldados le permitieran el paso sin hacer preguntas. Y así, los dos fueron directamente a la celda donde se encontraba Iroh, y Zuko cerró la puerta después que ella entró con más fuerza de la necesaria para evidenciar su molestia.

      —Tú enviaste esto, ¿no? Encontré la historia secreta. Debería llamarse "la historia que casi todos saben". La nota decía que debía saber de la muerte de mi bisabuelo, pero seguía vivo al final.

      Iroh levantó la cabeza—. No lo estaba.

      Los dos adolescentes fruncieron el ceño. Mientras que Sanako se mantenía callada en una de las esquinas, oculta en la oscuridad de la habitación, Zuko estaba justo frente a los barrotes.

      —¿A qué te refieres?

      —Tienes más de un bisabuelo, príncipe Zuko. Sozin era el padre de tu abuelo. El abuelo de tu madre era el Avatar Roku.

      Zuko se tensó inmediatamente, y Sanako se acercó para posar una mano sobre su hombro. La noticia le había resultado igual de sorprendente, pero era consciente que esto significaba un cambio rotundo en el sentido de quién era su familia y, consecuentemente, quién es él.

      Sus pasos habían sido silenciosos, casi como si no existiera, pero la mano cálida que se aferró a su hombro en un intento de confort logró recordarle al chico que no estaba solo.

      —Ah, hola Sanako —musitó Iroh—. Sospechaba que eras tú la que estaba ahí escondida, pero no podía estar seguro. Es un gusto volver a verte.

      La aludida asintió cortamente con la cabeza, no queriendo responder cuando esa conversación estaba fuera de lugar. Sintió a Zuko temblar bajo su mano, lo que solo la alentó a seguir callada.

      —¿Por qué me dices esto?

      —Porque entender la lucha entre tus bisabuelos te ayudará a comprender la batalla en tu interior —explicó Iroh, y Zuko cayó sobre sus rodillas, pasándose las manos por entre el cabello. Sanako desvió la mirada, casi sintiendo como que no debería estar allí, pero no retiró la mano de su hombro—. El bien y el mal siempre luchan en tu interior, Zuko. Es tu naturaleza, tu legado. Pero hay un lado positivo. Lo que ocurrió hace generaciones puede resolverse ahora. Tú puedes hacerlo. Por tu legado, solo tú puedes expiar los pecados de nuestra familia y de la Nación del Fuego. Dentro de ti, con toda esta lucha, yace el poder para devolverle el equilibrio al mundo.

      Sanako no pudo seguir mordiéndose la lengua, y un resoplido escapó por su nariz, captando así la atención de Iroh. El hombre no lucía ofendido porque le interrumpió, sino que parecía que contaba con ello.

      —¿Quiere responsabilizar a Zuko por todo esto? —se mofó con sarcasmo—. ¡No puedo creerlo! ¡Creí que--! —las palabras se atascaron en su garganta, la frustración que había juntado con todo lo que había pasado explotando en alguien que no tenía nada que ver.

      —Sanako —llamó Zuko, aún en el suelo, y levantando la cabeza para mirarla—. ¿Qué estás diciendo?

      —¡No puede hacerte responsable de esto! —chilló, apuntando a Iroh con el dedo índice en un gesto acusador—. Zuko, no tienes que hacerlo.

      —¿Estás diciendo que cierre los ojos y siga aquí? ¿Que continúe haciendo lo que hizo mi padre y mi abuelo, y mi bisabuelo? ¿Que continúe con este ciclo sin fin?

      —¡No! —protestó pero su voz se quebró—. No, no es eso —su voz había caído, tan baja que no hubieran podido escucharla si no fuera porque era el medio de la noche—. Zuko, las expectativas son letales. Los dos lo sabemos, o deberíamos saberlo. Si sales a pelear con la idea que vas a restaurar el equilibrio al mundo, solo... solo te condenarás a ti mismo —murmuró, entonces miró a Iroh y se encontró con sus ojos sabios. Ella bajó la cabeza—. Perdón. No tendría que haber dicho eso pero - con todo respeto, no voy a permitir que le llene la cabeza a Zuko creyendo que debe hacerlo para enmendar los pecados de sus antepasados. Si quiere luchar, que lo haga, pero que lo haga porque cree que es lo correcto y por nada más.

      Iroh conjuró una pequeña sonrisa en su rostro, dejando a la chica que esperaba ser regañada pasmada—. Ya me estaba preguntando por qué estabas tan callada —musitó y se giró para quitar un ladrillo de la pared y sacar de ese pequeño escondite un objeto envuelto en un trapo blanco. Volviendo a enfrentarlos, les reveló la reliquia—. Este es un artefacto real. Debe usarlo el príncipe —lo ofreció con una sonrisa y Zuko se levantó para tomarlo—. Sanako, nunca pretendí enviar a Zuko a pelear por algo en lo que no cree. Me disculpo si mis palabras causaron un malentendido. Sin embargo, como príncipe de la Nación, Zuko tiene el deber de conocer los errores de sus antepasados e intentar enmendarlos. Esa es su responsabilidad.

      Sanako hizo una mueca pero no emitió palabra. Zuko continuó observando la reliquia.

      —Princesa —llamó el general retirado y le dio una sonrisa amarga cuando notó la incomodidad de la chica por ser reconocida con ese título—. Es la responsabilidad de ambos.

      Las mejillas de la azabache se encendieron por el enojo—. ¡Yo voy a pelear por el lado que creo que está en lo correcto! No crea que no porque —Iroh alzó una mano y ella dejó de hablar.

      —No podría esperar menos de ti —asintió Iroh—. Pero debes ser consciente que tu decisión no es solamente tuya, sino que tendrá un impacto. Todo miembro de la realeza tiene influencia, es por eso que espero que luchen por el lado que creen que es correcto.


──────────────


      Ya la madrugada y Sanako y Zuko cruzaban las calles de la capital. Eran pocas las personas que se encontraban, más que nada el eventual grupo de chicos volviendo a sus hogares después de disfrutar la noche o trabajadores ansiosos por regresar a sus camas y obtener su merecido descanso. Pero entre ellos se encontraban los dos adolescentes, cuyas cabezas pesaban por las expectativas que habían sido colocadas sobre ellos desde tan pequeños en la forma de coronas.

      —¿Qué querías decir cuando dijiste que ibas a pelear? —soltó Zuko de repente, y la chica lo miró confundida ya que nuevamente había estado atrapada en su cabeza. El príncipe soltó un suspiro de fastidio, los dos habían tenido una noche más que larga—. Le dijiste a mi tío que ibas a pelear por el lado correcto. ¿A qué te referías?

      Las alarmas se encendieron. Ella sabía perfectamente a qué se refería, pero fue incapaz de mirarlo a los ojos. Su mirada se paseó por las tiendas cerradas, para luego caer sobre sus pies.

      —Que voy a defender mis creencias —se decidió a decir, girando la cabeza para mirarlo con inocencia.

      Zuko la miró mal, y Sanako se encogió como si la hubiera golpeado.

      —¿Y cuáles son tus creencias?

      —No lo sé, Zuko —dijo entre dientes—. Pero cuando lo decida, estoy lista para pelear si es necesario.

      El silencio volvió a tragarlos por un momento. Ya estaban acercándose al Palacio Real, y Sanako creyó que podría volver a su hogar sin más preguntas.

      —¿Qué crees que va a hacerte saberlo?

      La azabache tomó una respiración entrecortada, casi como si Zuko acabara de apuñalarla porque, en cierta forma, así lo había hecho. Ya se lo había preguntado ella misma, pero escucharlo era incluso peor. Ya había obtenido la evidencia que necesitaba, ¿no? ¿A qué estaba esperando? Era muy valiente para anunciar que pelearía por lo que creía correcto pero, a pesar de toda la información que había recibido, seguía estando de pie en la Nación del Fuego.

      Zuko la observó, y supo que no iba a contestar. Entonces, cambió de tema—. ¿Quieres quedarte a dormir aquí? Ya es tarde pero... si quieres volver a tu casa, voy a acompañarte —musitó y, ante la mirada que recibió, agregó—. No es negociable. O te acompaño a tu casa, o pido que te preparen un cuarto para que pases la noche aquí.

      La chica rodó los ojos con burla, pero estaba agradecida por el cambio de tema. Echó la cabeza hacia atrás para mirar la luna en el cielo, alzada entre las estrellas e iluminando en equipo el cielo oscuro. Tuvo la tentación de estirarse, pero se contuvo porque "no era lo apropiado para una princesa". Entonces, asintió y pasó su brazo por el hueco que formaba el de Zuko al tener su mano en el bolsillo.

      —Entonces me acompañas. Mi padre va a matarme si vuelve a casa y no estoy para abrirle.

      —Estoy bastante seguro que te perdonaría si sabe que estabas en el Palacio —argumentó Zuko mientras los dos retomaban su caminata en dirección a la casa de Sanako.

      Sanako soltó una pequeña risa—. Tienes razón —asintió y sintió sus hombros relajarse por un momento. Pero duró poco porque rápidamente las palabras de Iroh volvieron a hacer eco en su mente—. Oye, ¿sabes algo de mi madre?

      El azabache frunció el ceño—. ¿Debería?

      —No lo sé —suspiró ella—. Es solo que... —se detuvo, haciendo que Zuko la imitara. Lo miró a los ojos, reflexionando si debería hacerlo o no. Entonces, en una aceleración de adrenalina, enterró su mano en su bolsillo y sacó la carta para dársela a Zuko—. Encontré esto entre las cosas de mi padre. Me lo estaba ocultando.

      —¿Por qué espiabas las cosas de tu padre?

      Sanako le envió una mirada incrédula—. ¿Siquiera tienes que preguntar? ¡Solo lee la jodida carta!

      A pesar de que sabía que debía darle tiempo para leer, su impaciencia era descomunal. Aunque tenía la intención de no pensar en la carta en toda la noche, su subconsciente había continuado formando hipótesis tras hipótesis. Ahora, estaba desesperada por escupirlas todas y que alguien más le diera su opinión, primordialmente para que le confirmaran si se estaba volviendo loca o no.

      Cuando Zuko volvió a levantar los ojos de la carta, ella no le dio tiempo para que emitiera palabra y le arrebató la carta de las manos. Se paró a su lado, su dedo moviéndose rápido hacia la parte que le parecía esencial.

      —Mira esto. Dice que recurra a los tesoros de su familia. Hasta donde yo sé, no hay ninguna reliquia. Todo lo que tenemos de importancia está en casa y es de la parte de mi padre, eso es todo. Espera —balbuceó de repente cuando recordó algo—. Hay una receta. Una receta de calamar, ¿pero qué va a decirme una receta?  ¿Crees que sea un juego de palabras? ¡Tal vez es un anagrama!

      Fue interrumpida por las manos sobre sus hombros, y sus ojos dejaron de estar atrapados en la niebla para centrarse en el chico frente a él.

      —Respira.

      Ella le dio una sonrisa inocente—. Perdón. Pero, ¿tienes idea de a qué puede referirse?

      Zuko volvió a bajar la mirada a la carta—. Dice que te darán la mano y te guiarán, sin importar lo perdida que estés... ¿no tienes tíos?

      Sanako negó inmediatamente.

      —Entonces... ¿tal vez, abuelos?

      Los ojos de la chica se abrieron, la comprensión bañando su rostro, y no se detuvo a decir nada antes de salir corriendo. Por supuesto, Zuko la persiguió, ya imaginando que se dirigía a la casa de sus abuelos maternos. Igualmente, eso no lo detuvo de gritarle que se detenga y que era peligroso que esté corriendo en la noche sin fijarse a dónde iba. Y si bien era poco probable que alguien osara intentar algo con ella, Sanako se cegaba cuando estaba tras un misterio, y eso podría llevarla a un accidente indeseado.

      Pero la suerte estaba de su lado, y los dos alcanzaron la residencia en cuestión de minutos (a pesar que se encontraba en el otro extremo de la capital). Con las respiraciones agitadas y deteniéndose frente al lugar para descansar, Zuko se aseguró de tener un agarre sobre su muñeca para que no volviera a salir corriendo sin él.

      —Gracias, Zuko —soltó entre respiraciones cortadas, alzando la cabeza para mirarlo—. No tenía idea - de que se refería a mis abuelos. Gracias.

      Zuko asintió cortamente, antes de inspirar profundamente—. Sanako, ¿por qué no me dijiste antes?

      —Estabas ocupado con tu propia carta —contestó con un tono obvio.

      —Eso no importa —Zuko sacudió la cabeza—. Escucha, la próxima vez que te pase algo, dímelo. No importa si estoy ocupado o no, no importa lo que me esté pasando, solo dímelo.

      Sanako se detuvo a mirarlo un momento, un nudo formándose en su garganta antes de asentir—. De acuerdo.

      —Prométemelo.

      —No seas tonto.

      —Sanako —instó, el agarre sobre su muñeca intensificándose.

      La azabache asintió, una mirada solemne en su rostro—. Lo prometo.

      —Bien. Entonces, ¿estás lista para entrar? —murmuró, girando su rostro hacia la casa cuando sintió el rubor subir a sus mejillas.

      Sanako estiró su brazo hacia atrás, volviendo a captar la atención del azabache—. Gracias, pero quiero hacer esto sola.

      —¿Estás segura?

      —Sí —Sanako usó su otra mano para soltarse de su agarre. Entonces dio un paso al frente, y le dedicó una pequeña sonrisa tímida—. Ve a dormir. Fue una noche larga.

      —Una noche que todavía no termina para ti —agregó, y ella esnifó por la nariz. Zuko fue a darse la vuelta, pero dudó.

      —Está bien, Zuko —aseguró ella, notando su indecisión—. Buenas noches.

      —Uh, sí, está bien. Buenas noches, Sanako.

      Dando una última respiración para intentar calmar los latidos de su corazón, Sanako tocó el timbre de la casa que no había visitado en años.

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