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𝟬𝟬𝟰 anatomy of a weapon


CAPÍTULO CUATRO: la anatomía de un arma.




      Sanako era consciente de que no era como los demás. Era un hecho, y sabía que para este punto no podría cambiarlo. No era un intento de sonar "especial" o "única", sino que la simple y amarga realidad.

      Ella no era un ser humano. No había sido criada para serlo. Sino que había sido construida, para convertirse en el arma perfecta. Su humanidad fue masacrada mucho tiempo atrás, meros retazos de lo que alguna vez había sido hacían una que otra aparición, solo para ser torturados por su osadía.

      Entre tantas personas, la disimilitud con sus pares solo se volvía más evidente. Era incapaz de entablar una conversación con alguien, excepto que fuera con la intención de complacerlos. Se sentía estúpida. Parecía incapaz de hacer algo tan mundano como hablar si no poseía un plan detallado. Naturalmente, esto la excluía de formar un vínculo real. Un vínculo humano. Probablemente nunca podría saborearlo. Ya lo había aceptado.

      —Entonces, lindura, es tu primera vez aquí, ¿cierto?

      El brazo del chico se envolvía alrededor de su cintura como una boa constrictora, acercándola a su cuerpo, listo para devorar a su presa. Su mano libre descansaba a un lado de ella, reposada sobre la pared y arrinconándola como si temiera que fuera a intentar salir corriendo lejos de él.

      Quería romperle la mano por tocarla, quería propinar un golpe a su mandíbula y borrarle esa estúpida sonrisa de fanfarrón que ocupaba su rostro. Por el contrario, Sanako le brindó una sonrisa tímida, demasiado nerviosa como para hacer algo más. No tenía idea de qué debería decirle, pero tampoco importaba mucho. Estaba claro que el chico se le había acercado con la única intención de divertirse durante la fiesta, no porque realmente le interesaba lo que cruzara por su mente.

      —Uhm, algo así. Venía siempre cuando era pequeña, pero eso fue hace mucho. Casi no recuerdo nada —murmuró, sonriendo tanto que sentía que le dolían los pómulos. No obstante, no dejó de hacerlo, un hábito que no parecía poder controlar. Solo quería alejarse, pero su compañía no cedería tan fácilmente.

      —Puedo darte un tour guiado mañana —le guiñó un ojo, observándola con atención, observando su cuerpo. Las náuseas subieron por su garganta, queriendo expulsar los contenidos inexistentes en su estómago. La estaba mirando como si le perteneciera.

      —Uhm, gracias, pero... —su voz se desvaneció, y sus palabras le fallaron. ¿Por qué no podía rechazarlo directa y llanamente? Estaba demasiado abrumada por la atención que le estaba brindando. Al mismo tiempo, sus mejillas comenzaban a calentarse de la ira que le provocaba aquella sonrisa descarada y la insistencia de su agarre.

      —No será ningún problema —aseguró, asumiendo erróneamente que el rubor era por vergüenza, y no porque se estaba conteniendo para no envolver en llamas todo a su alrededor. Incluído él.

      Un jadeo escapó de entre los labios de la chica cuando él acercó su rostro al de ella sin previo aviso. No estaba acostumbrada a estar tan cerca a alguien más, mucho menos a un desconocido. Estaba bastante segura de que lo más lejos que había hecho fue abrazar a su hermano en un par de ocasiones, eso era todo.

      El chico de cabellera oscura ganó confianza, malinterpretando todas las señales. Estaba seguro que ella solo estaba nerviosa, y que en realidad quería estar con él. Mientras tanto, Sanako debatía entre ahorcarlo o propinarle un golpe lo suficientemente fuerte para hacerle entender que lo quería lejos. Claro, arruinaría la fiesta al instante, lo que la llevaría a tener que lidiar con Azula.

      Se contuvo, y alzó la mirada para observar al castaño. Él le sonrió—. No estés tan nerviosa... aunque debo admitir que luces adorable ruborizada.

      Sanako frunció el ceño, confundida. Su rostro estaba rojo porque quería golpearlo, ¿y él creía que la ponía nerviosa? Aunque en cierto grado era cierto, la ponía nerviosa. Pero no en la forma en que él insinuaba. Consideró sus opciones, mirando por sobre su hombro en dirección a la mesa principal rodeada por un gran grupo de gente.

      La verdad era que, si no lo rechazaba, probablemente no podría librarse de sus garras hasta nuevo aviso. Apretó los labios, formando una fina línea mientras planeaba sus palabras y movimientos con precisión. Ya tenía un objetivo, ya tenía un plan...

      —Entonces, ¿qué dices? Podríamos desayunar en la playa, y... ¡oh! Conozco un lugar genial donde hacen la comida más picante de la isla...

      El chico continuó, pero Sanako no lo estaba escuchando. Su mente divagaba ante el descubrimiento de lo sencilla que era la vida de la persona frente a ella. Un niño rico, al igual que el resto de los invitados, con cucharas de oro en la boca desde el día en que nacieron, y una mente que no se expandía más allá de sus propios placeres. Hijos de diplomáticos, intelectuales, gente que no se había manchado las manos con sangre y no se veían afectados cada vez que una flota desembarcaba del puerto para defender a su Nación.

      Nunca habían experimentado la incertidumbre que involucra saber que, pronto, un ejército sería enviado a un lugar a kilómetros de distancia. El terror porque un miembro de su familia, un amigo, incluso un vecino, fuera involucrado en aquel ejército. Y la consiguiente tormenta ante la aterradora pero inevitable posibilidad de que no volvería a verlos. Te llevaba a un estado de pánico absoluto, siempre temiendo por la vida de tus seres queridos. Un ciclo interminable. No había duda que no era una forma saludable de vivir.

      Los nervios ya la habían abandonado. Su rostro se tornó frío. El chico notó su cambio de humor y juntó las cejas, interrumpiendo su monólogo.

      —¿Dije algo malo? —murmuró, repitiendo las palabras en su cabeza para intentar descifrar su error—. Hagamos lo que tú quieras, yo solo sugería un par de ideas. ¿Qué te parece si nos encontramos mañana por la mañana en la playa? ¿Te parece bien a las doce? No soy del tipo que madruga, ¿sabes? —comentó, riendo.

      Otra diferencia. Ella nunca había tenido la opción de no madrugar. Su hermano tampoco, incluso aunque él no fuera un maestro fuego. Nadie de sus allegados podía elegir. No importaba si no habías dormido en toda la noche, o si te habías quedado hasta tarde cumpliendo con tus responsabilidades, el sol salía y ellos se levantaban. A entrenar, a estudiar, a continuar con las exigencias que incluían ser parte de la Nación del Fuego.

      —Será divertido —continuó, y Sanako se preguntó si él era consciente de lo mucho que hablaba. Incluso si a ella le interesara entablar una conversación, no hubiera tenido mucho espacio para insertar su opinión. Volvió a sonreír y mantuvo presente el hecho de que el rechazo de una desconocida probablemente sería lo peor que le pasaría a ese chico en la semana. Mientras tanto, ella regresaría a su hogar donde tenía que cumplir con las expectativas de su padre, las expectativas de los ojos del pueblo, y las expectativas del propio Señor del Fuego.

      Ya no era tan difícil rechazarlo.

      —En realidad, estoy aquí con mis amigos. Y debería volver con ellos ahora, así que, si me disculpas.

      Le escuchó llamarla mientras se alejaba, dirigiéndose a la mesa en el medio de la sala. No obstante, él no recordaba su nombre. Y no podía culparlo, porque ella tampoco recordaba el de él. Pero igualmente la ayudó a seguir caminando, sin remordimientos.

      Una vez que alcanzó la mesa, pasó su peso de un pie al otro, incómoda. A pesar de que había estado desesperada por alejarse de aquel chico, la verdad era que no tenía nada mejor que hacer. Zuko y Mai estaban juntos, y estaba decidida a mantener su distancia del chico por el resto del viaje en un intento de convencer a Mai de que realmente no tenía una relación con su novio más allá de la farsa que estaban forzados a mantener. Por otro lado, Ty Lee había sido rodeada por chicos desde el momento en que los invitados comenzaron a llegar; y, por supuesto, Azula no era una opción. Más bien, era a ella a quien quería evitar a toda costa.

      Tal vez si se mezclaba lo suficiente entre el resto, lograría perderse a sí misma. Se transformaría en un fantasma, un ente, hasta que pudiera regresar a su cama y olvidarse de todo al dormir. La idea de dormir se volvió un anhelo poderoso, pero primero debía lidiar con la fiesta. Era lo que le correspondía hacer, así lo querría su padre. Ya estaba cometiendo bastantes errores al otorgarle espacio a Zuko para que estuviera con su novia.

      Sacudió su cabeza ante la idea. Como si eso fuera suficiente para arrojar las palabras de su padre lejos, para que dejara de controlarla incluso a pesar de la distancia. Acomodó su falda en un gesto nervioso, y sus ojos pasearon por alrededor de la mesa, sin detenerse en nadie en particular pero aceptando que las personas que la rodeaban eran más felices de lo que ella alguna vez lo sería. Podrían no ser felices del todo, pero no atravesaban los estragos de la guerra. Sino que vivían felices en su burbuja. Sanako daría lo que sea para que ella y su familia pudieran ingresar a esa misma burbuja sin reventarla.

      De repente, dos brazos rodearon su cuerpo y la apartaron de su ensueño. Tuvo que arrojar su cabeza hacia atrás para descubrir quién era, encontrándose con otro desconocido. Extremadamente alto, y con una sonrisa coqueta cubriendo su rostro. Sanako comenzó a creer seriamente que estaba maldita. O simplemente tenía la peor suerte del mundo. O, tal vez, era el karma devolviéndole todo el mal que había causado...

      —Hola, ¿quieres bailar?

      Nuevamente, sonrió. Se quiso golpear por sonreírle cuando lo único que quería hacer era alejarse de él. ¿Por qué la tocaban con tanta libertad? Observó los brazos que pasaban a los costados de su cuerpo, sintiéndose extremadamente pequeña, y ardió cuando él la acercó más a su cuerpo.

      —Uhm, no —balbuceó, sacudiendo su cabeza ligeramente.

      El chico pareció no escucharla debido a la música, o tal vez solo fingió no hacerlo—. Vamos, bailemos. Solo una canción. Prometo que no muerdo.

      —Ella dijo que no —una voz llegó a su rescate, y Sanako no tuvo tiempo ni de pestañear antes de que Ty Lee la liberara de su agarre. Con un movimiento imperceptible, ella había logrado entrelazar su brazo con el de ella antes que alguno reaccionara.

      No obstante, el chico insistió. Se aferró a su mano, ahora dedicándole una sonrisa más suave con la intención de convencerla—. ¿Por favor? Solo quiero bailar contigo.

      Sanako abrió la boca, pero la chica a su lado se adelantó—. ¿No escuchas? Dijo que no, ahora vete.

      —¿Y tú quién eres? —soltó, repentinamente agresivo. Su ceño se frunció, e infló el pecho en un claro intento de parecer intimidante.

      Sin embargo, Ty Lee no se detuvo y continuó su camino, llevando a Sanako con ella y alejándola del desconocido. Aún escuchaban sus quejas, pero ninguna se detuvo.

      Sanako la observó, sorprendida. Las palabras colgaban de la punta de su lengua pero no lograban caer. Ni siquiera la había visto estar cerca. Pero Ty Lee manejó la situación con una habilidad que ella estaba segura que nunca poseería en su vida.

      —¿Puedes creerlo? —murmuró la castaña, riendo para sí misma mientras se llevaba un bocadillo a la boca que Sanako ni siquiera se percató que poseía—. Realmente creía que podría bailar contigo. Si solo supiera quién eres...

      Sanako no estaba segura del por qué, pero Ty Lee siempre había respetado la posición de Azula, de Zuko y, por ende, la suya. Si no era completa veneración lo que sentía por Azula, no había forma de explicar su relación puesto que era imposible convivir con ella sin aceptar su complejo de ser superior. Pero Sanako nunca había actuado de esa forma. Sí, era engreída por su talento en el fuego-control, pero le gustaba creer que aquello estaba justificado cuando era una de las mejores. Igualmente, Ty Lee parecía colocarla en un pedestal solo porque algún día reinaría la Nación del Fuego. Iba más allá de su devoción por Azula, y se trataba de un respeto que solo guardaba para la realeza de su patria.

      Y lo más insólito era que no esperaba un favor cuando ella obtuviera el poder, sino que la respetaba porque "así es como debía ser". Ty Lee siempre había sido un poco demasiado rara para Sanako, y utilizaba esa palabra porque no comprendía cómo alguien podía ser tan despreocupado y feliz cuando había sido criada en el mismo mundo que ella. En el mundo manchado por la disciplina y la sed del poder, donde tu posición importa más que quién eres.

      —Uh... gracias —balbuceó, las palabras dejaron un sabor desconocido en su boca. No porque nunca las hubiera utilizado, sino porque estaba bastante segura de que era la primera vez que lo decía en serio. Después de todo, nunca había recibido ayuda de nadie. O luchaba contra la marea, o moriría ahogada. Se había acostumbrado a esa noción, y lo había llevado tan lejos como para considerarlo su motto de vida.

      Ty Lee agitó su mano, restándole importancia—. No te preocupes, Sanny. Realmente no sabes decir que no, ¿uh?

      La azabache frunció el ceño, volviendo a ser tomada por sorpresa por la gimnasta. Sus labios se separaron, lista para negarlo, pero se detuvo cuando consideró la idea. Tenía razón... ¿no? Le costó rechazar al primer chico, y solo logró hacerlo una vez que se convenció que ella la tenía peor que él (incluso aunque estaba siendo imparcial.) Luego, no pudo decir que no firmemente, incluso cuando la hizo sentirse tan pequeña y vulnerable.

      —En serio, Sanako, eres increíble —la voz de Azula se arrastró hasta sus oídos y la hizo saltar en cuanto cruzaron el marco de la puerta hacia una terraza. La chica posaba su espalda contra un barandal de madera, con sus brazos estirados a sus lados y abrazando el borde—. Realmente tienes perfeccionado todo el acto de la damisela en apuros.

      —¿Damisela en apuros? —repitió la aludida.

      —No te hagas la tonta —Azula le disparó una mirada que implicaba que sabía lo que estaba haciendo. Pero la azabache genuinamente no tenía idea—. Creí que el desastre de ayer fue por tus sentimientos por Mai, no que fuera tu táctica de coqueteo.

      Los ojos de Sanako se abrieron a tal grado que parecía que iban a salirsele, y su cabeza se giró en dirección a Ty Lee con una velocidad que pudo jurar que se lastimó el cuello. La repentina revelación fue como un golpe en el estómago que la dejó sin aire, y no se dio tiempo a recuperarse antes de comenzar a explicar—. Ty Lee, yo... uh, escucha, Mai y yo--.

      Pero Ty Lee le envió una sonrisa suave, simpática. Entonces, repitió su gesto anterior y sacudió su mano—. No te preocupes, Sanny. Ya lo sabía, y no diré nada.

      Sanako sintió que vomitaría en cualquier momento.

      —¿A qué te refieres con que ya lo sabías? —murmuró, antes de que su mente arribara a sus propias conclusiones con un terror estremecedor—. Espera, ¿soy tan obvia? ¿Mai se dio cuenta?

      Ty Lee posó una mano sobre sus labios con suavidad, tapando la pequeña carcajada que escapó a su control—. Bueno, tu aura sí lo grita. Pero Mai es demasiado ciega para notarlo. Igual que Zuko pero, como dije, no diré nada.

      La azabache estaba demasiado sorprendida para notar la mirada de Azula fijada sobre ella con una ceja alzada. Le tomó un momento percatarse de la insinuación, y sacudió la cabeza efusivamente—. No, no, ¿qué estás diciendo? Zuko no me gusta.

      Ty Lee le dedicó otra sonrisa. Sus ojos poseían un brillo que le decían que entendía, como si fueran cómplices en un secreto—. Está bien, no te gusta Zuko —asintió, pero su tono dejó en claro que no lo decía en serio.

      Las mejillas de Sanako se tornaron rojas, su mal genio cobrando fuerza—. Ty Lee, hablo en serio, yo--.

      —Como sea —Azula interrumpió su conversación, disgustada porque su "gran revelación" pasó sin grandes consecuencias. Entonces, decidió propinarle otro golpe antes de otorgarle tiempo a que se recuperara—. Volviendo al punto, Sanny, estoy empezando a perderte el respeto. No puedo considerarte mi competencia cuando no puedes hablar con alguien sin balbucear incoherencias como una niña pequeña.

      Sanako mordió el interior de su mejilla, sabiendo que sus palabras eran ciertas. No obstante, eso no significaba que iba a aceptarlo. Infló sus mejillas, y colocó sus ojos sobre la chica frente a ella—. No balbuceo incoherencias, ¡y tampoco actúo como una niña pequeña! Es solo que--.

      —Hola, linda —un chico de cabellera despeinada se les acercó. Tenía una sonrisa lobuna, y su mano tiraba de la corbata que colgaba de su cuello como una declaración de burla puesto que no llevaba camisa. Entonces, las mejillas de Sanako rugieron con furia cuando sintió su mano sobre su cintura—. Te vi antes y, bueno, quería hablarte. ¿Por qué no tomamos algo?

      —Esto no puede ser posible —musitó Azula, rodando los ojos. Sanako la miró de reojo, encontrándose incapaz de emitir palabra una vez más. A lo que la princesa alzó las cejas, sus labios curvándose con burla y desdén—. ¿Es en serio? —se permitió observar otro par de segundos antes de finalmente intervenir al verla no hacer nada—. De acuerdo, chico lindo, es hora que te vayas.

      El muchacho desvió sus ojos de Sanako para mirar a Azula, su ceño fruncido ligeramente antes de sonreírle y estirar su mano libre en su dirección—. Hola, soy--.

      —No me importa. Dije que te vayas.

      El chico le echó una mirada a Sanako, quien no se atrevió a mirarlo, antes de volver a mirar a Azula—. Escucha, no estoy hablando contigo. ¿Por qué no dejas que tu amiga decida?

      —De acuerdo —asintió, girando su cabeza hacia ella—. Sanny, ¿quieres conocer a este simio?—, preguntó, y Sanako sacudió la cabeza, entonces Azula volvió a mirar al chico—. ¿Ya ves? Adiós, y no vuelvas.

      La mandíbula del chico se tensó ante el rechazo, pero entonces pasó su mano por su cabellera y finalmente soltó la cintura de Sanako, dando un paso hacia atrás para girarse y marcharse—. Raras —murmuró lo suficientemente alto para que lo escucharan, pero ninguna le prestó atención.

      Una vez que se marchó, Azula se giró a Sanako y alzó una ceja—. ¿Cómo haces eso?

      —¿Hacer qué?

      —Lograr que se acerquen así a buscarte —mencionó con un tono de obviedad.

      La boca de Sanako se abrió y cerró un par de veces antes de que lograra formar su respuesta—. No... ¿hago nada? —murmuró antes de cruzar sus brazos por sobre su pecho—. Ellos creen que pueden acercarse y hacer lo que quieran como si fueran... no sé, mis dueños o algo. Es asqueroso.

      Azula la observó un momento, claramente atrapada en su propia mente. Sanako estaba a punto de cuestionarla cuando Ty Lee soltó una carcajada melodiosa, captada la mirada de las dos. A pesar que no había duda que ellas eran las mejores en el campo de batalla, con la experiencia suficiente para ganar y humillar a cualquiera que se atreviera a retarlas, era más que claro que no tenían idea de algo tan común para otros adolescentes de su edad como las fiestas, los chicos y chicas, y las relaciones—. Yo puedo explicarlo. Es por sus auras.

      Azula colocó los ojos en blanco—. Ty Lee, no tengo tiempo para escucharte hablar de almas y espíritus, y todas esas cosas sin-sentido.

      La castaña frunció el ceño, ofendida porque no la tomaran en serio. Cruzó sus brazos por sobre su pecho para formar una barrera entre ella y la lengua filosa de Azula antes de continuar—. Hablo en serio. Las almas se perciben, son como la primera impresión sin que realmente conozcas a alguien.

      Las azabaches intercambiaron una mirada, coincidiendo en que no querían escuchar a la chica parlotear sobre algo en lo que creían una estupidez sin sentido. Sin embargo, ninguna tenía la menor idea de lo que estaba pasando, por lo que decidieron darle una oportunidad.

      Sanako aclaró su garganta—. ¿A qué te refieres, Ty Lee?

      La aludida sonrió, complacida porque estaban dispuestas a escucharla—. Bueno, primero de todo, las auras tienen colores. Y el color influye en la forma en que los demás nos ven. Es una manifestación de nuestras almas, como el camino más rápido para conocer el alma de alguien.

      —Creí que el dicho era que los ojos son las ventanas del alma —comentó Sanako, ganándose una mirada de Azula que la hizo dudar, y agregó vacilante—. ¿No?

      Ty Lee asintió—. Sí, pero esto es distinto. Ver el color del aura de alguien es mucho más preciso, los ojos pueden ser engañosos con ciertas personas. Aunque requiere de mucho autocontrol. Pero, volviendo al punto. Los chicos se acercan a Sanny porque su aura es púrpura. Las auras púrpuras inspiran de por sí al amor desinteresado e incondicional. Pero también poseen un aire de misterio, que los vuelve intrigantes. En resumen, cautivar está en tu naturaleza, Sanny.

      >> Tu aura, Azula, claramente es roja. Tu personalidad, como la de Sanny, es automáticamente magnética. No olvidemos que para formar el púrpura necesitamos del rojo y el azul, y toda la fascinación proviene del rojo. Pero, tú no tienes el azul como Sanny. Lo que hace que seas más dominante y fuerte. Entonces captas la atención, sí, pero no cualquiera se acerca porque no cualquiera tiene el coraje necesario para enfrentar el desafío que serías ya que tus opiniones son fuertes y no tienes miedo a mostrarlo.

      —En resumen —Azula retomó la palabra, cruzando sus brazos de forma desinteresada y volviendo a reposar su peso contra el barandal—, lo que quieres decir es que se acercan a Sanako porque es fácil, y no se acercan a mí porque saben que van a tener que intentarlo.

      Ty Lee frunció los labios, sacudiendo su cabeza para aclarar que no era así, pero Sanako se le adelantó. Con su rostro iracundo y sus brazos alzados con fiereza, se giró hacia la chica menor que ella.

      —¿Qué acabas de decir?

      —Que eres fácil —musitó, brindándole una sonrisa que la desafiaba a contradecirla.

      Sanako hundió sus dientes en su mejilla, y una sonrisa sedienta de sangre se extendió por su rostro cuando su mente se iluminó—. Oh, ya veo, estás celosa. No te preocupes, Azula, algún día alguien va a quererte... supongo.

      Aquello encendió algo oscuro en Azula, y sus ojos brillaron por el fuego que la consumía a medida que alzaba los brazos, amenazando con comenzar una pelea. Lo que la azabache aceptaría con una sonrisa, dando un paso atrás y moviendo sus dedos como si estuviera preparando los músculos. Lo único que había querido hacer desde que llegaron a la fiesta era prender todo fuego y no dejar nada de pie, y Azula le estaba brindando la excusa perfecta para ceder a su anhelo.

      —Chicas —llamó Ty Lee, sabiendo perfectamente a dónde se dirigía la situación. Echó un vistazo rápido a su alrededor, sabiendo que para sacarlas del lugar debería cruzar la habitación que actualmente estaba repleta de adolescentes que entrarían en pánico al presenciar el primer indicio de violencia en sus vidas—. Acordamos que no íbamos a hacer esto. Se supone que somos adolescentes normales, ¿recuerdan?

      La palabra resonó con peligro en la cabeza de Sanako. Tornó su cabeza hacia la gimnasta, y le dedicó una sonrisa tan hambrienta que la hizo retroceder—. Oh, por favor, Ty Lee. No somos normales, y nunca lo seremos. ¿Por qué no vas a ver de qué color es el aura de otro chico y nos dejas resolver nuestros asuntos en paz?

      Aquello pareció ofender a Ty Lee, que apretó los dientes y frunció el ceño—. Basta. Solo estás enojada, cálmate y--.

      —¡Sí, estoy enojada! —irrumpió Sanako, adoptando un tono de celebración como si la chica hubiera hecho el descubrimiento del año—. Estoy jodidamente furiosa, y si crees que puedo calmarme, claramente no entiendes nada.

      —Boo, pobrecita —canturreo Azula con falsa simpatía—. ¡Qué tragedia estás atravesando! Tener que casarte con un chico para obtener un lugar en el trono, ¡no es como si alguno de ustedes dos se lo mereciera realmente!

      —Entonces, estás celosa.

      —Ya quisieras.

      —No, Azula. ya quisieras —corrigió—. Ya quisieras ser yo.

      Azula se lanzó hacia delante, lista para atacar, y Sanako sonrió, complacida con lograr su cometido. Sin embargo, nunca llegaron a colisionar la una con la otra. Mai intervino con un gesto que insinuaba aburrimiento, pero la pequeña arruga entre sus cejas delataba su molestia.

      —¿Qué creen que están haciendo? —masculló, arrastrando la voz.

      —¡Oh, Mai! —exclamó Azula—. Justo a quién quería ver, tengo algo que decirte. ¿Sabías que--?

      —¿Dónde está Zuko? —inquirió Sanako, rápida para interrumpir y soltando lo primero que le ocurrió. Le disparó una mirada fulminante a Azula, y ella le mostró una sonrisa salvaje.

      Mai la observó, tomando una pausa para pensar en su respuesta. De mala gana, Sanako se percató que había sonado demasiado ansiosa, aunque era por una razón diferente a la que ocupaba la cabeza de la chica en ese momento.

      —Se fue —contestó con simpleza—. Peleamos.

      Ty Lee entonces tomó control de la situación, siempre tan interesada en el bienestar de sus amistades. Comenzaron a caminar hacia la puerta mientras conversaban, lo que era más un monólogo de Ty Lee y el eventual sí o no por parte de Mai. Mientras tanto, Azula y Sanako tomaron sus distancias, siguiéndolas un par de pasos más atrás.

      —Realmente te crees la gran cosa, ¿no? —soltó Azula, su voz baja para que sus acompañantes no las escucharan discutir. De lo contrario, era consciente que volverían a ser separadas.

      Sanako rodó los ojos, girando su cabeza en la dirección contraria a su compañía y fijando su atención en un florero—. Mira quién lo dice.

      Azula alzó las cejas, una sonrisa tirando de sus labios hacia los costados de su rostro—. La diferencia es que yo lo soy, Sanny. ¿Tú qué? Todo lo que obtienes es por Zuko, no porque te lo ganaste. Es patético.

      Sanako la miró, sus ojos no delataban su dolor. Ya lo sabía. Por esa misma razón pasaba tanto tiempo entrenando, y entrenando, y entrando. Porque era el único momento en el que se sentía útil. Mordió el interior de su mejilla, y se relamió los labios antes de soltar—. Y aún así estás celosa de mí, ¿quién es más patética?

      Los ojos de Azula se endurecieron, y una sonrisa diferente cruzó su rostro. No una arrogante, tampoco la que formaba antes de atacar. Ésta vez, fue una amarga, forzada, una que solo podría dedicar a su contrincante—. Cuidado, Sanny. Zuko no puede salvarte de todo.


──────────────


      Sanako se quitó el calzado y hundió sus pies en la arena, fría contra su piel hirviente. El silencio ensordecía sus oídos mientras esperaba con Mai y Ty Lee a que Azula volviera con su hermano. No estaba segura de la razón detrás del argumento de la pareja, pero de ninguna manera iba a involucrarse. Especialmente no cuando lo único que había hecho hasta entonces fue cometer error tras error cada vez que interactuaba con Mai, llegando al punto de hacerle creer que ella estaba perdidamente enamorada de su novio, y no de ella.

      La miró de reojo mientras ella estaba distraída observando el agua bañar la costa, con su mente probablemente a kilómetros de allí. Anteriormente consideró explicarle que Zuko no le interesaba en lo más mínimo. No obstante, temía que sus nervios le hicieran una mala jugada y la terminara convenciendo de lo contrario.

      El vacío en su estómago, cortesía de no haber comido nada desde el almuerzo, parecía estar hundiéndola en la arena. Su corazón estaba estrujado por ver a la chica tan triste. Sabiendo que probablemente se arrepentiría en el corto futuro, abrió la boca para preguntarle cómo estaba, y si podía hacer algo por ella. Pero antes que pudiera formular las palabras, el par de hermanos regresaron.

      —¿Cómo está tu nuevo novio? —masculló Zuko al pasar al lado de su novia, y Sanako no pudo evitar alzar una ceja ante el comentario. Mai no le respondió, apenas dedicándole una mirada fría antes de girar su cabeza en la dirección contraria. Inmediatamente arrepentido, Zuko se le acercó y la rodeó con un brazo—. ¿Tienes frío?

      Mai golpeó su mano para alejarlo de ella, y continuó sin emitir palabra.

      —Yo me estoy congelando —chilló Ty Lee, llevando sus manos a su rostro mientras le sonreía a Zuko con emoción.

      El chico la miró y asintió—. Encenderé la fogata. Hay muchas cosas para quemar allí —agregó, desviando su mirada hacia la vieja cabaña de la familia real.

      Sanako frunció el ceño, mirándolo como si estuviera loco—. ¿Te golpeaste la cabeza? —soltó antes de mover los brazos hacia la fogata y soltar el fuego suficiente para crear una hoguera lo suficientemente grande para calentarlos.

      Zuko apenas la miró—. Igualmente hay que alimentarlo —se justificó antes de marchar escaleras arriba.

      Sanako rodó los ojos. Sería necesario alimentarlo si ella fuera la única maestro fuego en el grupo. Pero, considerando que habían tres de ellos, si uno se cansaba, simplemente otro podría tomar su lugar. Además, le parecía estúpido alimentar el fuego cuando probablemente regresarían a la cabaña en menos de una hora.

      —¿Quién trajo al adolescente insufrible? —murmuró para ella misma, desenterrando sus pies de la arena para acostarse sobre su estómago. La risa, aunque pequeña, fue como música para sus oídos. Sanako alzó su cabeza hacia Mai, sorprendida pero encantada de haber logrado hacerla reír. Le sonrió, y ella le devolvió el gesto mecánicamente.

      Azula se sentó sobre una piedra frente a Mai, al lado de Sanako, y examinó sus uñas mientras soltaba un pequeño suspiro—. Ya se le pasara el berrinche.

      Minutos después, el grupo de chicas observaba a Zuko arrojar retratos familiares al fuego. Sanako analizó el rostro de un Zuko más pequeño, con grasa de bebé en sus mejillas y su piel sin manchas ni quemaduras. El que ella recordaba. Pero apenas fue un vistazo antes de que fuera consumido por las llamas.

      —¿Qué estás haciendo? —cuestionó Ty Lee, observando el cuadro con el atisbo de un puchero antes de alzar la cabeza para mirar a Zuko. Mientras él había estado ocupado buscando qué quemar, la castaña había decidido sentarse frente a la fogata, cerca de Sanako.

      —¿Qué te parece que estoy haciendo? —replicó Zuko de brazos cruzados. Sanako rodó los ojos ante su acto infantil.

      —Pero es un retrato de tu familia —explicó Ty Lee como si el chico no estuviera consciente de aquello. Por el otro lado, el resto del grupo permaneció en silencio. Sanako colocó sus brazos sobre la arena y posó su mentón sobre su mano, enfocando sus ojos sobre las llamaradas naranjas y amarillas.

      —¿Crees que me importa?

      —Creo que sí.

      —No me conoces, ¿así que por qué no te concentras en tus asuntos? —él alzó la voz, descruzando sus brazos y luciendo más agitado que antes.

      —Sí te conozco —instó Ty Lee.

      Sanako alzó las cejas. Después de todo lo que pasó, nadie allí presente podía decir que conocían a Zuko. No cuando fue desterrado, cuando tuvo que enfrentar un mundo que nunca vieron, cuando fue marcado por su padre. Cuando todos, excepto Sayo, le dieron la espalda. Le parecía injusto siquiera insinuar que lo conocían. Sin embargo, si había alguien que era lo suficientemente arriesgada como para decirlo, era Ty Lee. Con su infinito optimismo y esa sonrisa risueña.

      Miró a Zuko, sabiendo que explotaría porque ella también lo habría hecho. Como predijo, su caminar se detuvo en cuanto escuchó sus palabras. Se giró, sus movimientos rápidos y bruscos—. ¡No, no me conoces! Tú estás en tu pequeño mundo de Ty Lee, donde todo es genial todo el tiempo.

      Nuevamente, Sanako se encontró colocándose del lado de Zuko. Nunca había comprendido cómo era posible que Ty Lee siempre se mostrara tan positiva y alegre frente a todo lo que pasaba. En el pasado llegó a creer que la chica realmente estaba loca, desconectada por completo de la realidad, pero eventualmente se percató que no era así. Sino que Ty Lee decidía enfrentar todo con una sonrisa. Se esforzaba por encontrarle el lado bueno a las cosas, y por ser la voz de la esperanza entre tanta viciosidad y crueldad.

      Sanako aún no podía decidir si era algo bueno o malo.

      —Zuko, déjala en paz —intervino Mai, defendiendo a su amiga. Tampoco ayudaba que ya estaba previamente enfadada con él.

      —¡Mírenme! ¡Soy tan linda! —exclamó Zuko con un tono burlón, afinando la voz en extremo al dar una imitación de mal gusto de la gimnasta—. ¡Puedo caminar con mis manos, woo! —celebró, parándose sobre sus manos antes de dejarse caer con un sonido sordo. Si le dolió, no lo demostró—. Fenómeno de circo —masculló.

      Azula carcajeó por lo bajo, rompiendo finalmente a la chica que siempre regalaba sonrisas sin importar qué. Sus ojos se llenaron de lágrimas, luchando por no dejarlas caer mientras observaba dolida al par de hermanos.

      —¡Sí! ¡Soy un fenómeno de circo! Adelante, ¡ríanse todo lo que quieran! —vociferó, enviándole una mirada a Azula antes de volver a girar la cabeza hacia Zuko—. ¿Quieres saber por qué me uní al circo?

      —Aquí vamos —musitó Azula.

      —¿Tienes alguna idea de lo que fue crecer en un hogar con seis hermanas exactamente iguales a mí? —las lágrimas se deslizaban libremente por sus mejillas, y se colocó de pie—. ¡Era como si ni siquiera tuviera mi propio nombre! —alzó la voz antes de caer sobre sus rodillas, desmoronándose por completo en el medio de la playa—. Me uní al circo porque temía pasar el resto de mi vida como parte de un rompecabezas. Al menos, ahora soy diferente —alzó la cabeza, la determinación alumbrando sus ojos—. Fenómeno de circo es un cumplido.

      —Supongo que eso también explica por qué necesitas diez novios —murmuró Mai. Ésta vez, Sanako alzó la cabeza para mirarla, no pudiendo creer sus palabras. Especialmente teniendo en cuenta que minutos atrás la había defendido.

      Ty Lee colocó sus manos sobre su cintura, apoyándose sobre sus rodillas al observarla con frustración—. Disculpa, ¿qué?

      —¿Problemas de falta de atención? —explicó Mai, su semblante frío y su tono mecánico—. No recibiste atención cuando eras pequeña, y ahora intentas compensarlo.

      —Vaya, ¿y cuál es tu excusa, Mai? Fuiste hija única por quince años. Pero incluso con toda esa atención, ¡tienes el aura más sombría, sucia, y gris que vi! —la acusó, abandonando por completo su usual compostura compasiva y armoniosa.

      —No creo en las auras.

      —Sí, no crees en nada —Zuko volvió a unirse a la discusión, levantándose del suelo y posando sus ojos sobre la chica.

      —Oh, bueno —arrastró Mai—. Lamento no ser tan temperamental y alocada como el resto de ustedes.

      Zuko volvió a acercárseles—. Yo también lo lamento. Ojalá fueras temperamental y alocada por una vez en tu vida, en lugar de mantener todos tus sentimientos embotellados. ¡Ella acaba de decir que tu aura está sucia! ¿Solo vas a aceptarlo?

      —¿Qué quieres de mí? —murmuró Mai en respuesta, estirando sus brazos hacia atrás y cruzándolos detrás de su cabeza al recostarse sobre la piedra—. ¿Quieres una confesión llena de lágrimas sobre lo dura que fue mi infancia? Bueno, no lo fue. Era la hija única de unos padres ricos, que recibía todo lo que quería siempre y cuando me comportara. Y me quedara quieta. Y no hablara a no ser que me pidieran hacerlo. Mi madre dijo que debía mantenerme alejada de problemas, porque debíamos pensar en la carrera política de papá.

      —Bueno, es por eso, entonces —mencionó Azula con una sonrisa de arrogante sabiduría, sus brazos cruzados sobre su pecho—. Tuviste una madre controladora con ciertas expectativas, y si no las cumplías, te reprimía. Por eso temes preocuparte por algo, y por eso no puedes expresarte.

      —Azula —llamó Sanako, no pudiendo evitar intervenir—. ¿Realmente la estás psicoanalizando ahora?

      Azula sonrió, y la malicia se apoderó de su mirada al posar sus ojos sobre ella. Sanako mordió su mejilla, percatandose que había caído en su trampa—. Uh, bastante rápida para defender a Mai, ¿no, Sanako? ¿Por qué será? Me pregunto si...

      Sanako cerró los puños, hundiendo sus uñas en la palma de su mano. Las llamas oscurecieron más y más, adoptando un tono rojo y abandonando cualquier rastro del tono anaranjado que era característico de su fuego. Azula no desvió su mirada de sus ojos, no queriendo perderse ni un minuto de verla sufrir bajo su mano.

      —Azula, déjala en paz —soltó Mai, su voz firme. Entonces, las cabezas se giraron hacia la chica, que se había sentado sobre la piedra y observaba a su amiga con los ojos entrecerrados.

      La aludida soltó una pequeña risa—. Oh, pero creo que esto te interesa, Mai--.

      —¿Querías que me exprese? —musitó bajo su respiración de mala gana, colocándose de pie—. ¡Déjala en paz!

      El silencio cayó sobre el grupo momentáneamente, una nueva tensión se había formado. Sin que fuera necesario aclararlo, Sanako estaba pasmada. No podía creer que Mai la hubiera defendido. Ella acababa de admitir que tenía miedo de preocuparse por algo, y ahora estaba demostrando que le importaba lo suficiente como para levantarse contra Azula.

      La azabache no lo dejó pasar, observando con curiosidad a la chica frente a ella. Su mente ya estaba trabajando con lo que acababa de ver. Sin embargo, antes que Sanako pudiera hablarle, antes que siquiera pudieran cruzar la mirada entre ellas, Zuko se le acercó.

      —Me gusta cuando te expresas —murmuró, brindándole una sonrisa y estirándose para envolverla entre sus brazos.

      Pero Mai no lo permitió, alejándose rápidamente de él y mirándolo con su enojo multiplicado—. ¡No me toques! Sigo enojada contigo —aclaró, y volvió a tomar asiento. Cerró los ojos y bajó la cabeza, guardando silencio al sentir los ojos de Sanako sobre ella.

      —Mi vida tampoco fue sencilla, Mai —contestó Zuko, su ceño fruncido.

      —¡Como sea! No se justifica tu manera de actuar.

      —¡Cálmense, chicos! —exclamó Ty Lee, su compostura recuperada con una facilidad solo posible para ella—. Toda esta energía negativa es mala para la piel. Van a brotarse.

      —¿Brotarse? —repitió Zuko, y Ty Lee se encogió bajo su mirada, percatandose de su error—. Adolescentes normales pueden preocuparse por su piel. Yo no tengo ese lujo. Mi padre decidió enseñarme una lección permanente en mi cara —soltó, señalando su cicatriz.

      Ty Lee bajó la cabeza—. Perdón, Zuko. Yo--.

      —Por tanto tiempo creí que, si mi padre finalmente me aceptaba, sería feliz. Ahora estoy de vuelta en casa. Mi papá me habla. ¡Incluso cree que soy un jodido héroe! Todo debería ser perfecto, ¿no? Debería ser feliz, pero no lo soy. ¡Estoy más enojado que nunca, y no sé por qué!

      —Hay una pregunta sencilla que necesitas contestar, entonces —musitó Azula, descansando el peso de su cuerpo sobre sus brazos mientras adoptaba una posición cómoda en su lugar, sin ser afectada por la situación en lo más mínimo. Su rostro reflejaba su apatía, y su tono sugería que estaba observando y anotando todo para luego usarlo en sus contras—. ¿Con quién estás enojado?

      —Con nadie, solo estoy enojado.

      —¿Con quién estás enojado, Zuko? —insistió Mai.

      Sanako se sentó sobre la arena, inconscientemente doblando las rodillas y rodeando sus piernas con sus brazos en un intento de protegerse de lo incómoda que se sentía. Escondió su rostro entre sus piernas, escuchando a las chicas repetir la misma pregunta una y otra vez.

      No podía evitar sentirse responsable. Después de todo, la única razón por la que Zuko la toleraba era porque estaban comprometidos. Su mente le gritaba que Zuko estaba molesto porque había vuelto a la jaula orquestada por su padre. Había saboreado la libertad del mundo, la aventura y los descubrimientos, para solo volver y sentirse más atrapado que nunca.

      Las voces a su alrededor se volvían más y más fuertes, y ella sentía que su garganta se estaba cerrando. La repetición de la interrogante solo empeoraba su estado. Cada palabra resonó con fuerza contra sus oídos, y solo fueron acalladas cuando Zuko cedió.

      —¡Estoy enojado conmigo! —vociferó, alzando los puños y bajándolos con fuerza, provocando que la fogata frente a él se alzara con potencia.

      La cabeza de Sanako se alzó como un látigo. Sus ojos se enfrentaron a las llamas poderosas, mientras las demás desviaban sus miradas, cegadas por la luz repentina. Por el contrario, sus ojos se perdieron en el anaranjado, y cuando volvió a apaciguarse, se enfrentó a la mirada dorada de Zuko.

      Fue un intercambio corto. Solo se miraron el uno al otro, pero ese segundo fue lo suficientemente largo para que descubriera el secreto detrás de su ira. Hasta entonces solo había sido un pequeño susurro, una idea que rebotaba en su mente sin mucho peso pero que, con el tiempo, ganó vigor. Y los ojos de Zuko solo confirmaban que tenía razón. Que siempre había tenido razón, y el vacío en su estómago se cerró sin vuelta atrás.

      Las chicas volvieron a mirarlo cuando las llamas recuperaron su estado anterior, y Zuko se giró para evitarlas. Sus hombros caían a sus lados, y las llamas perdieron fuerza hasta que se apagaron. Sanako no se molestó en volver a encender la fogata, su mente ahora en un trance.

      —¿Por qué? —murmuró Azula.

      —Porque estoy confundido. Porque ni siquiera estoy seguro de la diferencia entre el bien y el mal —admitió, y Sanako sintió una punzada en su pecho.

      Azula dejó de mirarlo, perdiendo su interés tan rápido como las llamas se habían extinguido—. Eres patético —murmuró, y miró a Sanako con una sonrisa—. Supongo que están hechos el uno para el otro.

      Sanako levantó sus ojos de la espalda de Zuko para mirar a Azula, ignorando su comentario y analizandola justo como ella lo había estado haciendo con ellos. Comenzó por sus pies separados, estableciendo que ese era su espacio y que no debería ser cruzado bajo ninguna circunstancia. Luego, pasó a sus manos, las yemas presionadas contra la superficie áspera de la roca y el resto en el aire, demostrando que estaba más que dispuesta a levantarse y marcharse de allí porque no estaba interesada en ellos.

      Entonces, notó sus hombros. Tensos, tanto que creyó que serían más duros que la propia roca en la que se encontraba sentada. Finalmente, se detuvo en su rostro. Sus labios estaban apretados, formando una línea. Su nariz ligeramente arrugada, reflejando su frustración por no haber obtenido información que considerara interesante por parte de su hermano. Sin embargo, sus ojos seguían pegados a él, lo que insinuaba que no estaba tan desinteresada como lo hacía querer ver, y sus cejas juntas en el medio de su frente para demostrar su mal humor aparentemente constante.

      Tal vez no era tan buena como Azula para leer a las personas. Pero sabía que, si se quedaba callada y observaba, muchos secretos salían a la luz. Era algo que había aprendido hacía mucho tiempo, siendo forzada a guardar silencio a no ser que le hablaran directamente.

      Azula era el tipo de persona cuyo fin justifica los medios. Por esa misma razón fue que manipuló a sus amigas hasta romperse aquella noche, sin importarle sus sentimientos. Porque su objetivo era y siempre sería Zuko. Sabía que si Mai hablaba, él la seguiría. Pero para lograr romper a Mai, primero tenía que romper a Ty Lee.

      El fin justifica los medios, la voz de su padre la ensordeció, tan abrupta y sin aviso. Siempre había seguido el camino que su padre había forjado para ella, ignorantemente siguiendo los pasos de Azula para convertirse en lo que era ahora: un arma, un instrumento... el medio para alcanzar el fin.

      Tenía bien en claro que su padre era un hombre hambriento de poder, y él la había guiado con el único objetivo de alcanzar la posición que siempre había querido a través de ella. Era un acto egoísta, ¿pero qué más podía hacer que cumplir su deseo? Solo tenía a su padre y a su hermano, lo único que le quedaba en el mundo. ¿Y qué si le brindaba el poder a su padre? ¿Y qué si perdía su humanidad en el camino? Ni siquiera estaba segura de si la poseía desde un principio. Tampoco tenía idea de qué era la humanidad en concreto. ¿Siquiera existía? Al final, nada tenía sentido.

      Dejó de observar a Azula, para solo encontrarse con la visión de Mai besando a Zuko. Sonrisas se expandieron por los rostros de los enamorados, y Sanako se vio tentada a comenzar un incendio tan grande que deberían abandonar la isla esa misma noche por riesgo a fallecer envueltos en llamas.

      No porque estuviera celosa (lo que sí, lo estaba), pero iba más allá de celos estúpidos por una chica que probablemente nunca podría tocar. Sino que ella se encontraba allí, sentada en la arena, abrazándose a sí misma porque no tenía otra forma de brindarse un poco de confort. Su mente viajaba con malicia a la idea de que solo tenía a su padre y a su hermano, y ver a Mai y Zuko abrazados y felices solo demostraba la certeza de la noción.

      Porque Mai nunca la vería como miraba a Zuko. Porque Zuko siempre tendría a Mai y, aunque terminaran casados, estarían condenados a un contrato sin valor y un espacio en el trono que funcionaría como jaula.

      Verlos tan felices justo frente a ella era como si se estuvieran burlando, como si le estuvieran gritando en la cara que ella, efectivamente, nunca obtendría lo que ellos tenían. Tampoco algo similar.

      —Increíble espectáculo, chicos —felicitó Azula, aplaudiendo.

      —Supongo que jamás lo entenderías, ¿no, Azula? —soltó Zuko, acercando a su novia su cuerpo como si la necesitara—. Porque eres tan perfecta.

      —Bueno, sí, supongo que tienes razón. No tengo historias tristes como ustedes. Podría quejarme sobre como mamá quería más a Zuko que a mí, pero no me interesa. Mi propia madre... me veía como un monstruo —dio una pausa antes de sonreír—. Tenía razón, pero aún así duele —entonces, se giró hacia Sanako—. Has estado horriblemente callada, Sanako. ¿Por qué no nos cuentas tu triste historia?

      La chica la miró y sacudió la cabeza inmediatamente—. Creo que ya tuvimos suficientes historias esta noche.

      —Oh, vamos —insistió Azula—. Incluso fingiré llorar, ¿qué te parece? Solo porque eres mi futura cuñada favorita.

      Sanako tensó la mandíbula, sabiendo que el comentario incomodaría a Mai. No había duda que la incomodaba a ella. Se colocó de pie, y sacudió su falda para quitarse toda la arena posible de encima. Señaló el lugar donde solía haber madera, y ahora solo se esbozan cenizas—. ¿Deberíamos hacer algo al respecto o...?

      Azula torció los labios—. ¿Tu vida es tan perfecta que no tienes una historia triste?

      La azabache consideró señalar que ella misma no había contado una historia triste, aunque estaba más que segura que su madre la afectaba más de lo que lo admitía. Pero optó por encogerse de hombros.

      —No soy lo suficientemente insensible como para decir eso —decidió decir, llevando sus manos a su cabello para ajustar la coleta en la cima de su cabeza—. Pero sí tengo la sensatez necesaria para darme cuenta que los ánimos no están para que cuente mi historia.

      —¿Tú la tuviste más difícil? ¿Es eso lo que quieres decir? —presionó Azula, sin ceder a su pedido—. La damisela en peligro está de vuelta —canturreo.

      Sanako entrecerró los ojos ante el comentario, lista para gritarle que la dejara en paz porque lo único que quería hacer era volver a la cama y dormir. Sin embargo, Zuko se le adelantó.

      —Azula, déjala en paz.

      La chica soltó otra carcajada antes de mirar a Sanako—. Y el acto vuelve a funcionar. Supongo que ya no debería sorprenderme.

      —Azula —llamó Mai—, estoy aburrida. Así que, si no tienes nada en mente, voy a retirarme.

      Sanako la miró, sabiendo que era su forma de evitar que Azula siguiera atormentándola. Entonces, Azula se levantó de su lugar. Su rostro se iluminó, y todos supieron al instante que, de hecho, sí tenía algo en mente. Frotó sus manos con fervor, y tomó una pausa para agregar suspenso a la situación.

      —¿Saben qué haría de este viaje algo memorable?


──────────────


      Después de destrozar la casa en la que se organizó la fiesta, el grupo de adolescentes retornó a la cabaña en la que se hospedaban. Azula y Ty Lee lideraban el camino, hablando de cualquiera cosa sin importancia. Detrás estaba Sanako, sus ojos perdidos en el cielo mientras apreciaba las estrellas desperdigadas como chispitas sobre el manto negro en el que se había transformado el cielo después que el sol se ocultó. Finalmente, un par de pasos más atrás para tener más privacidad, Zuko y Mai caminaban pegados el uno al otro. Zuko tenía un brazo alrededor de los hombros de Mai, y su mano descansaba sobre su pecho, aferrándose a la mano de la chica.

      Aunque no le gustaba admitirlo, la realidad era que Sanako se desquitó tal vez un poco más de lo que debería haberlo hecho con los muebles del lugar. Pero nadie iba a llorar su pérdida, siendo cambiados en un pestañeo por unos nuevos, cortesía del dinero de los padres asquerosamente ricos del chico.

      Eso no era lo que le preocupaba a Sanako, sino el hecho que había perdido el control de sus acciones mientras destrozaba todo objeto que se cruzaba en su camino. Fue Zuko quien la detuvo, tomándola por los hombros y dedicándole una mirada que solo le rememoró el secreto descubierto esa noche.

      El recordatorio de que tenía razón con sus sospechas fue lo que finalmente la tumbó. Y fue lo que actualmente evitaba que conciliara el sueño que tanto había estado deseando.

      Se levantó a regañadientes y fue hasta la cocina para tomar una botella de agua. Se la llevó a los labios y no paró de tomar hasta dejar el recipiente vacío, como si eso fuera a ahogar la pequeña voz en su interior que, ahora que sabía que tenía razón, estaba gritando y gritando y gritando.

      Abandonó la botella sobre la mesada, y se dirigió al balcón que le brindaba una visión panorámica de la playa. El cuerpo de agua se extendía hasta el infinito, el azul oscuro mezclándose con el negro del cielo y fusionándose en el horizonte.

      Sanako inspiró profundamente. Aceptó con gratitud el aire frío que golpeó su rostro y apartó su cabello, ahora suelto, de su rostro. Un suspiro escapó de sus labios cuando escuchó los pasos detrás. Ligeros. Pero no naturalmente, sino porque era consciente que era el medio de la noche y no quería despertar a nadie. Entonces, se detuvo, probablemente notándola de pie afuera.

      Silencio. Sanako supo que estaba dudando, sopesando la idea de acercarse a ella o no. Finalmente, los pasos volvieron y lo guiaron hasta el marco de la puerta.

      —Zuko, necesito preguntarte algo.

      Más bien, confirmar lo que ya sabía.

      El azabache casi saltó, y observó la espalda de la chica con los ojos abiertos—. ¿Cómo supiste que era yo?

      Sanako se giró con una sonrisa, señalando su oreja con su dedo índice—. Cuando tienes un padre como el mío, aprendes a escuchar. Ya es automático prestar atención a los pasos —explicó pero, ante la mirada que recibió, decidió profundizar—. Ty Lee es la más difícil de ustedes. Como es gimnasta, sus movimientos siempre son ligeros, y casi no hace ruido. Te escuché desde que abriste la puerta, así que la descarte de los sospechosos. Mai camina despacio, lo que me hizo creer que eras ella al principio. Pero ella nunca se hubiera detenido como tú cuando me vio, hubiera decidido rápido si acercarse o no sin detenerse. Además, estoy bastante segura de que hubiera seguido su camino. Era bastante obvio que eras tú.

      Zuko frunció el ceño. Seguía algo entredormido, lo que volvía incluso más difícil comprender por completo lo que le estaba diciendo, pero estaba lo suficientemente consciente para reconocer que era asombroso—. ¿Y qué sobre Azula?

      Ella rió, como si fuera tan evidente que no era necesario mencionarlo—. Azula nunca se hubiera molestado en ser cuidadosa para no despertarlos. Habría abierto la puerta de par en par, y cruzado el pasillo como si fuera de día. Me atrevo a decir que incluso hubiera sido más ruidosa al pasar frente a tu cuarto y el mío, pero es solo una suposición.

      —Impresionante. Me asustas, pero es impresionante.

      Sanako sonrió, bajando ligeramente la cabeza y los hombros en una reverencia burlona—. Gracias, príncipe Zuko. Es un honor.

      Zuko rodó los ojos, pero sus labios estaban curvados hacia arriba en una sonrisa suave que le dejaba saber que no había maldad tras el gesto. Se acercó a ella, parándose a su lado y posando sus brazos sobre el barandal. Observó el mar, y Sanako volvió a girarse para imitarlo.

      —Entonces, ¿qué es lo que quieres preguntarme?

      Ella soltó un suspiro largo, como si estuviera intentando desquitarse del peso de todos los males con una sola respiración. Incluso aunque ambos sabían que era imposible. Entonces, sus manos viajaron a la baranda, sus dedos siguiendo el dibujo de la madera en un intento inútil de calmar sus nervios.

      —Cuando dijiste hoy que... no sabes la diferencia entre el bien y el mal, ¿a qué te referías?

      El castaño se relamió los labios. Entonces cambió su posición para que la baranda soportara el peso de todo su cuerpo, posando sus codos sobre la madera fría y dejando que sus manos colgaran inertes del borde.

      —Sanako, yo... no puedo explicarlo. No es tan fácil. Uh, no, lo que quiero decir es que--.

      —Déjame cambiar la pregunta —pidió, dándose cuenta que había ido demasiado lejos. Tomó una pausa, y sus ojos se perdieron en el horizonte, donde no podía diferenciar el mar del cielo. Justo como Zuko no podía diferenciar el bien del mal.

      El único detalle era que, no creía que el chico era incapaz de diferenciarlos. Por el contrario, sabía exactamente qué estaba bien y qué estaba mal. Y su actual confusión solo era un reflejo de aquello. Estaba comenzando a cuestionarlo todo, justo como la voz en el interior de Sanako lo había estado haciendo por tanto tiempo.

      Asesinos, asesinos, asesinos; la voz se lanzó sin piedad una vez más. Desde aquel momento en la fogata, había ganado un vigor que no poseía antes. Y a medida que más hablaba, más cruda se volvía. No están ayudando a nadie. ¡Qué coincidencia! Solo los capaces de controlar los elementos, son los que buscan pleitos con la Nación del Fuego.

      —Durante tu... expedición en busca del Avatar, viste el mundo. Viste lugares que hasta entonces solo habías visto por fotos en los libros de la escuela. Conociste gente nueva, culturas nuevas. Al menos sé que conociste el Reino Tierra porque capturaron al Avatar en Ba Sing Se.

      Zuko asintió—. También visité los Polos Norte y Sur, donde viven las Tribus Agua.

      Sanako giró la cabeza para mirarlo, descubriendo que él ya la estaba mirando. Su mente dio vueltas, las millones de preguntas alzándose como una ola que la ahogó por un momento entre tantas ideas. Quería saber todo lo que había visto, pero era consciente que una noche no cubriría la experiencia de tres años. Tampoco era el momento. Confirmar su teoría era más importante.

      Su mirada volvió a posarse sobre el horizonte, no queriendo verlo a la cara considerando lo que estaba a punto de decir. Tal vez lo estaba imaginando todo. Tal vez él estaba confundido por una razón completamente diferente. Pero la semilla ya había sido plantada en su cabeza, y sabía que no podría pensar en otra cosa hasta que se asegurara que estaba equivocada.

      Porque debía estarlo. De lo contrario, significaba que ella estaba en el lado equivocado. Que la oscuridad de su padre iba más allá de la codicia y, en realidad, había acabado con la vida de inocentes con las mismas manos que frotaron su cabeza una y otra vez. Significaba que su hermano, aún en entrenamiento, en el futuro sería enviado a cumplir con la misma misión cruel que la de su padre.

      Significaba que estaba rodeada de asesinos. Que se convertiría en la líder de una Nación que había crecido a costa de sangre inocente.

      —Se supone que la Nación del Fuego, nuestra nación, está luchando para extender nuestra grandeza. Para que la estabilidad y prosperidad que tenemos aquí, esté en todo el mundo. Pero la corrupción está muy arraigada en el resto de las naciones, por lo que se recae en la guerra... pero eso está bien, porque se supone que estamos haciendo lo posible para extender el Imperio, para traer la paz de vuelta.

      Tragó con dificultad, y entonces formuló la interrogante que no le dejaba dormir—. Mi pregunta es... ¿es cierto? ¿Es cierto que estamos luchando para recuperar la paz?

      El silencio resultó más ensordecedor de lo que nunca lo había experimentado antes. No obstante, mantuvo sus ojos fijos sobre el horizonte. El sudor frío corrió por su nuca, alcanzando el cuello de su remera y humedeciéndola.

      La voz de Zuko salió estrangulada, repentinamente demasiado alta en el silencio que los había rodeado—. Sanako...

      Ella lo miró y se encontró con sus ojos, y eso fue suficiente.

      Primero apareció la duda, por revelar una realidad de la que solo él parecía ser consciente. No porque no confiara en ella, sino porque no estaba seguro de querer hacerla pasar por el mismo sufrimiento que implicaba saberlo. Sus hombros se volvieron más pesados.

      Entonces, continuó el miedo. Un terror profundo que desgarraba su alma ante la mera idea de que los rodeaban personas dispuestas a derramar sangre para obtener el poder. Aunque no podían estar seguros de quién sabía y quién no, los altos funcionarios militares estaban fuera de la cuestión. Almirantes y generales de alto rango sabían lo que estaba pasando.  Su experiencia en el campo consistía de años sembrando terror. Tan profundo como el que estaba inundado a los dos adolescentes en ese momento.

      Una angustia que encontró origen en el lugar más recóndito del pecho de Sanako se extendió como un manto, cubriendo sus ojos con una visión cruda, sombría y amarga. Se percató de por qué el chico había estado actuando tan extraño, y un nudo se formó en su garganta.

      Finalmente, las piscinas ámbar desbordaron con culpa. Culpa porque, aunque ignorante, era parte del sistema. Culpa por las vidas que ya no podrían ser recuperadas. Culpa por no haberse dado cuenta antes. Por no haber sido más inteligente, más atento, a las pistas que sugerían que algo iba mal.

      Con aquella visión, descubrió su respuesta.

      Su teoría era correcta. Los susurros en su subconsciente no eran una locura. Ella no estaba del lado correcto. Su familia no estaba del lado correcto. Nadie, de todas las personas que conocía, estaban del lado correcto.

      El fin justifica los medios.

      El fin justifica los medios. El fin justifica los medios. El fin justifica los medios.

      El Señor del Fuego justificaba la sangre derramada con la extensión de su dominio y poder. Los soldados no pensaban en las familias que destruyen día tras día, sino que los veían como los pasos a seguir para conseguir más dinero, más prestigio, más todo. Azula excusaba los traumas y el terror que en consecuencia moldearán a las siguientes generaciones, por la mera posibilidad de convertirse en Señor del Fuego. Y al padre de Sanako no le importaban los niños que crecerían sin sus padres, tampoco los padres que enterraron a sus niños, ni los árboles familiares que nunca continuarán; si eso significaba que ella obtendría la corona, y él obtendría su tan preciada posición.

      Una campana resonó en su cabeza, como un recordatorio de que ella misma estaba incluida en la lista de víctimas. No directamente, pero como daño colateral al perder a su madre. Otra campana sonó cuando notó que el chico parado a su lado también había perdido a su madre por culpa de la maldad que ellos habían defendido, que hubieran defendido hasta su fallecer si hubieran continuado viviendo en la ignorancia.

      El fin no justifica los medios. Especialmente cuando no tenían límites, y el fin era tan asquerosamente vil como el proceso para obtenerlo.

      El Señor del Fuego podía pensar que sí. Azula y su padre podían estar de acuerdo. Toda la Nación podía compartir la ideología si se les diera la oportunidad de elegir. Pero a ella no le importaba. Porque había sido criada con cuidado, todo había sido planeado meticulosamente, con el único propósito de convertirla en un arma, en un instrumento, en su medio para alcanzar sus metas de una vez por todas.

      Sin embargo, Sanako no lo iba a permitir. Puede que su humanidad haya sido mutilada hasta el cese de su existencia, un asesinato de tantos justificado por la codicia del hombre. Tal vez había caminado los mismos pasos que recorrió Azula sin darse cuenta para alcanzar la perfección y convertirse en un arma letal. Pero no había manera que Sanako fuera a permitir que el fin justifcara los medios.

      Y grata sería la sorpresa que se llevarían cuando se percataran que su propia arma se alzaba en su contra, lanzando el caos y la destrucción con la que la habían diseñado justo contra ellos.

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