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𝟬𝟬𝟯 lack of direction


CAPÍTULO TRES: falta de dirección.




      La mente de Zuko divagaba sin límites mientras sus ojos se perdían en la infinitud celeste sobre él. Reposaba sobre la arena, sus brazos y piernas estiradas al permitirse relajarse por primera vez en mucho tiempo. Podía escuchar a Sanako soltar llamarada tras llamarada en dirección al océano, donde encontraban un final tan abrupto y violento como su nacimiento.

      No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado así. Pero no quería que acabara. No recordaba cuándo fue la última vez que pudo estar así, sin tener que mirar por sobre su espalda. No tenía que cumplir con su papel de heredero. No tenía que cuidar sus palabras. No tenía que luchar para superar a nadie. No sentía que estaba caminando sobre cáscaras de huevos. Estaba en paz. Incluso se arriesgaría a decir que estaba saboreando la libertad, porque con Sanako no tenía que hacer ninguna de esas cosas. Sino que podía ser él mismo.

      A pesar que su relación comenzó sin ser nada más que una farsa, actualmente se encontraba más relajado con ella que como nunca lo había estado antes con alguien más a excepción de su madre y su tío. Incluso con Sayo a veces debía tener cuidado, debido a las explosiones de ira de la chica. Pero no con Sanako.

      Y tal vez se debía a que nunca tuvo que actuar con ella. Desde el principio, él la odio y la trató mal porque creía que era una niña arrogante. Y ella lo odio y lo trató mal porque él era un chico y los chicos dan asco. Claro, con el pasar de los años las cosas fueron cambiando. Pero no su relación. Continuaron tratándose con honestidad, lo que constantemente los llevaba a discutir. No obstante, debido a su acuerdo, volvían el uno al otro. No estaba seguro de si se debía a que habían aprendido a aceptarse el uno al otro, o porque para éste punto ya no les interesaba lo que opinara el otro de su persona. Sea cual fuere la razón, estaba agradecido que podía tener un momento de paz.

      Los quejidos y quejas de Sanako cesaron súbitamente. Tampoco escuchaba la respiración agitada por sus movimientos rápidos, ni el fuego extinguiéndose al golpear el agua salada. Estuvo a punto de levantarse, cuando escuchó la arena debajo de sus pies.

      Sanako caminó hasta él con pasos lentos, y se recostó a su lado. Zuko torció su cabeza ligeramente para notar que la chica lo había imitado, y ahora estaba observando el cielo justo como él lo había estado haciendo segundos antes. Entonces, volvió su atención al manto celeste.

      —¿Ya te desahogaste?

      —No, solo decidí que hacer todo eso era en vano.

      Zuko mordió su labio para contener la carcajada que amenazó con escapar, pero su respiración entrecortada lo delató—. Te tomó un tiempo darte cuenta.

      La azabache apoyó sus codos contra la arena para levantar su abdomen y mirar al chico a los ojos—. ¡Lo sabía desde el principio! —aclaró. Zuko solo la miró, y ella soltó un suspiro al dejarse caer devuelta sobre la arena. Sus ojos se encontraron con cielo pacífico que casi parecía estar burlándose de ella, y apretó los párpados con fuerza—. ¿Qué voy a hacer?

      —Bueno... siempre podrías decirle a Mai cómo te sientes —murmuró Zuko, sin pensar mucho en sus palabras mientras se volvía a perder entre las nubes esponjosas.

      Sanako no respondió y, justo cuando el chico creyó que podría regresar a su mundo de reflexión, ella se sentó en su lugar. Fijó sus ojos sobre él, la boca colgando ligeramente abierta mientras su gesto reflejaba que su mente estaba en otro lugar—. ¿Estás insinuando lo que creo que estás insinuando? —soltó acelerada.

      Zuko casi no la entendió. Llevó una mano a su rostro para cubrirse del sol y poder ver el rostro de la chica mientras repetía las palabras en su mente. Después de un momento, negó—. ¿Qué?

      El corazón de Sanako estaba latiendo a mil por hora—. ¿Dices que...? ¿Crees que Mai gusta de mí?

      —¿Qué? —balbuceó Zuko, levantándose inmediatamente y golpeando su frente contra la barbilla de la chica. Ambos soltaron un quejido, y la azabache se echó para atrás, dedicándole una mirada de disgusto—. ¡No! Digo, no lo sé... ¿espero que no?

      —¿Esperas que no? ¿De qué lado estás, Zuko? —Sanako alzó la voz.

      —¿Del mío? Recuerdas que Mai es mi novia, ¿cierto?

      En un instante, el rostro de Sanako se volvió escarlata. Soltó un chillido, y luego balbuceó algo ininteligible bajo su respiración antes de dejarse caer hacia atrás, volviendo a estirarse sobre la arena—. Tienes razón, perdón. ¿Por qué estoy hablando de esto contigo? Agh, ¡perdón!

      Zuko se estiró para poder verle la cara. Sus mejillas seguían ardiendo, mientras su ceño permanecía fruncido en preocupación, y sus labios arrugados delataban lo nerviosa que estaba. Por otro lado, sus ojos descansaban cerrados, y sus manos golpeaban la arena en un intento de apaciguar su estado.

      —¿Sabes? Es bueno verte así.

      La chica volvió a separar los párpados para mirarlo. Lo observó con aquellos ojos que eran capaces de convencer a cualquiera de soltar todos sus secretos y más. Sanako lo miró por un momento que resultó demasiado largo para Zuko, casi llegando a incomodarlo, cuando finalmente habló—. ¿Así cómo?

      —Como una chica normal.

      Le tomó exactamente un segundo a Sanako pasar de un ataque de nervios a estar de pie, con su pecho inflado, caminando de un lado al otro alrededor de Zuko—. Tienes razón.

      —Ya es la segunda vez que me cedes la razón, ¿estás segura que estás bien? —comentó el chico, aún descansando sobre sus rodillas en la arena.

      Pero Sanako no lo estaba escuchando—. ¡Sí! ¡Es cierto! Tengo problemas mucho más graves que esto. ¿Por qué me estoy preocupando como si fuera el fin del mundo? ¿Y qué si no le gusto a una chica? ¡No importa! Sigo siendo mejor que —y de repente se interrumpió a sí misma, girándose sobre sus talones para mirar a Zuko con interés—. Espera.

      —¿Ahora qué?

      —¿Estás seguro que te gusta Mai?

      Ahora fue el turno de Zuko de ruborizarse, y desvió la mirada a la arena mientras asentía—. Sí, ¿por qué?

      —¿Entonces por qué me estabas alentando a confesarle mis sentimientos?

      —Uh, yo —vaciló antes de volver a levantar la cabeza. Grave error, se encontró con aquellos ojos café que soltaron su lengua en un instante—. Solo creí que sería mejor para ti que admitieras cómo te sientes.

      —Oh —balbuceó Sanako, y entonces volvió a sentarse al lado de él. Zuko la miró de reojo, ya casi esperando que ella volviera a lanzarse en un nuevo monólogo sobre quién sabe qué—. Uhm... ¿qué harías si confieso mis sentimientos y Mai me los devuelve?

      Zuko giró su cabeza en su dirección, casi entrando en pánico—. ¿Qué quieres decir--?

      —Solo es una suposición —la chica alzó las manos al aire, gesticulando para enfatizar su punto y calmarlo—. Solo imagina que... por alguna razón, pasa eso. ¿No te dolería? ¿No te arrepentirías de haberme dicho que lo haga?

      —No —Zuko se encogió de hombros, sin tomarse un minuto para pensar su respuesta—. Si tú vas a hacerla más feliz que yo, entonces es mejor. Eventualmente lo superaré.

      Sanako lo observó un momento, no sabía qué decirle. Primordialmente porque no podía creer lo que acababa de decirle. En ese mismo instante llegó a la conclusión que podía sacar a Zuko de su lista de potenciales diablos para siempre. No había forma que alguien que pensara así fuera capaz de ejercer maldad. (No a sabiendas, de todas formas.)

      Sin embargo, una voz en su interior lo acusó de ser un mentiroso. El mundo es un lugar egoísta, nadie se preocupa por nada excepto que les otorgue un beneficio. Si quieres sobrevivir en este mundo, debes ser igual. No puedes tener piedad por tus enemigos, no puedes detenerte a pensar, no puedes permitir que tus emociones te guíen. Debes ser frío, calculador, despiadado. ¿Acaso Zuko no lo sabía? Imposible. Ambos habían pasado por la misma educación, sabían lo que significaba ser parte de la Nación del Fuego.

      Entonces, ¿por qué no era egoísta?

      Sospechó que le estaba mintiendo. Que, en realidad, era igual que su hermana y solo la estaba manipulando para ejercer un plan con segundas intenciones. Pero sus ojos, que le dejaban el fondo de su alma, demostraban que no era así. Su voz no tembló, siendo un reflejo de la determinación de su respuesta.

      Entonces es un idiota, concluyó. Aunque eso tampoco tenía sentido. Ni siquiera cuando era niño Zuko había sido tonto. Tal vez más compasivo que otros, pero eso no te volvía estúpido (... ¿o sí?) Sanako pausó su reflexión cuando se recordó los años que Zuko pasó fuera de la Nación. Luchando día tras día para lograr capturar al Avatar. Tal vez había algo más de lo que ella no era consciente. Tal vez...

      Con un pestañeo, se percató que había estado observándolo fijamente todo este tiempo. Desvió la mirada hacia el mar que se encontraba frente a ellos con rapidez, fingiendo como si aquello no hubiera pasado. 

      —Obviamente puedo hacerla más feliz que tú —comentó, y una sonrisa jugó en sus labios—. Soy más guapa que tú.

      Zuko frunció el ceño—. ¿Y eso qué tiene que ver con hacerla más feliz?

      —No hay duda que será más feliz si tiene que pasar tiempo mirándome a mí en lugar de a ti —explicó, y el príncipe rodó los ojos. Entonces, ella se acercó sin aviso, y sus labios rozaron su oreja al susurrar—. Por cierto, admitiste que soy más guapa que tú.

      —Vete a la mierda —bufó Zuko, empujándola por el hombro.

      Sanako se dejó llevar por el envión, cayendo sobre su espalda y dejando escapar una corta carcajada. Alzó un dedo al aire, y una pequeña llama envolvió su dedo. Con un movimiento sutil de su muñeca, volvió a desaparecer—. Sanako 1 – Zuko 0.

      Zuko la observó con una sonrisa complacida—. Es bueno saber que el contador fue reiniciado.

      —Bueno, supuse que sería justo ya que fui invicta. Soy tan generosa que decidí darte otra oportunidad.

      —Ajá, y ¿desde cuándo eres tan generosa?

      Sanako lo apuntó con su dedo índice—. Siempre lo fui. Solo que eres un mal perdedor, y eso te cegó.

      El príncipe abrió la boca, a punto de replicarle, pero se interrumpió a sí mismo cuando miró por sobre el hombro de la chica. Tres recién llegadas los observaban desde el muelle, y la más baja de ellas alzó una mano y la agitó de un lado al otro.

      —¡Oigan, ustedes dos! —llamó Azula, y Sanako inmediatamente enderezó su espalda antes de girarse para mirarla—. Vamos a ir a la playa, ¿vienen?

      Sanako fue la primera en levantarse, y pasó sus manos por sus piernas para deshacerse de la arena que se le había pegado antes de estirar una mano a Zuko. El chico movió su mano automáticamente para aceptarla, pero cuando notó la mirada de Mai, la regresó a su costado y se levantó solo. La azabache rodó los ojos en su dirección, creyendo que simplemente no quería aceptar su ayuda.

      Los dos caminaron hacia donde se encontraba el resto del grupo, y Ty Lee fue la primera en ofrecerles una mano para ayudarlos a subir—. Ya luces mejor, Sanny —mencionó ella con su usual sonrisa amistosa.

      —Me siento mejor —asintió la aludida una vez que se encontró sobre el muelle. Se giró a Zuko para ayudarlo, aunque nuevamente ignoró su mano y aceptó la de Ty Lee. Ante aquello frunció el ceño, ya comenzando a tomarlo personal y molestándose.

      —Aw, ¿Zuzu cuidó bien de ti? —soltó Azula.

      Sanako tornó su mirada hacia ella, confundida. ¿Ahora iba a molestarla con Zuko? Pero entonces, captó la mirada de Mai sobre ella. Su sospecha y celos resultaban casi transparentes, y comprendió por qué Zuko de repente estaba manteniendo sus distancias.

      Sus ojos se abrieron ligeramente, y mordió su mejilla antes de finalmente sacudir la cabeza, acompañándolo con una carcajada forzada para sonar más convincente—. Estaba a punto de arrastrarlo mar adentro y ahogarlo cuando llegaron.

      —¿Cómo planeabas hacer eso cuando no sabes nadar? —masculló Zuko con un picor de amargura, y la azabache le disparó una mirada de incredulidad. ¿Esto era en serio? ¿Acaso no notaba que lo decía por Mai? En ese mismo momento, el chico pareció percatarse de sus intenciones y giró su cabeza con prisa hacia su novia—. Uh, entonces, ¿vamos a la playa o no?

      —Nosotras vamos a la playa —habló Azula—. Ustedes deben cambiarse la ropa. Su equipaje está al lado de la puerta.

      —Cierto —Sanako chasqueó la lengua, sintiéndose demasiado incómoda como para decir algo más. Notó que Azula la estaba mirando fijamente, y no pudo evitar caer en su juego y mantenerle la mirada con la misma intensidad que ella irradiaba.

      —Bueno, entonces... uh... nos vemos en un rato —murmuró Zuko, pasando una mano por su cabello que delataba su ansiedad. Se giró hacia las escaleras, comenzando a subirlas en dirección hacia la casa de su familia.

      No fue hasta que Azula alzó una ceja hacia ella que la azabache se percató que debía moverse. Se relamió los labios al pasar entre Ty Lee y Mai, sintiendo que sus miradas la quemaban. Comenzó a subir los escalones con velocidad, luciendo como si estuviera corriendo para escapar de la situación lo más rápido posible.

      —¿Puedes traerme mi sombrilla? —Mai habló por primera vez, congelando a los dos adolescentes en sus lugares. Ellos se giraron, ambos luciendo igual de aturdidos con que la chica les haya dirigido la palabra—. Me la olvidé, y realmente no quiero volver a subir las escaleras.

      Las mejillas de Sanako fueron cubiertas por un ligero rosado que casi no fue visible, y asintió solemnemente. Casi parecía como si estuviera recibiendo una orden del general de más alto cargo y, cuando estuvo a punto de abrir la boca, Zuko se le adelantó.

      —Claro, ¿no te olvidaste nada más?

      Mai negó—. No, solo la sombrilla.

      —Bueno, te la traeré lo más rápido que pueda —sonrió el chico, aún nervioso pero con un poco más de confianza ante la distancia que había colocado entre ellos. Tal vez ahora no se vería envuelto en llamas si se encontraba a más de un metro de distancia.

      Sanako rápidamente se giró, sus mejillas quemando como nunca antes. Se sintió estúpida por creer que Mai le pediría un favor a ella. Después de todo, tenía a su novio. Retomó su trote escaleras arriba, y Zuko comenzó a avanzar cuando ella lo alcanzó.

      —No se tarden mucho —cantó Azula desde su lugar, soltando una carcajada que solo les dejaba saber a los dos que sus juegos mentales ni siquiera habían comenzado.

      —Supongo que no solo va a torturarme a mí —murmuró Sanako una vez que se encontraron a una distancia en que sería imposible para las chicas escucharlos.

      Zuko resopló—. ¿Por qué no me sorprende?


──────────────


      Los rayos del sol bañaban la costa de la isla mientras la gente inundaba las playas. Se podían escuchar las charlas y carcajadas sonoras por sobre el ruido del mar, siendo interrumpidas momentáneamente por los gritos de los niños que corrían de un lugar al otro.

      Sanako observaba con un odio casi extremo al agua. Ahora que no estaba sobre un bote en el medio del mar, las olas eran casi inexistentes. Resultaba casi impresionante con qué rapidez logró calmarse. Y ella decidió que eso también era parte de su karma.

      Para cuando Zuko y ella llegaron a la playa, se encontraron con que Ty Lee ya había logrado captar la atención de un par de chicos. Se encontraba acostada sobre su toalla, mientras era prácticamente tratada como una diosa por los desconocidos que la rodeaban. Por otro lado, Azula se encontraban a un par de metros de la chica, observándola con amargura.

      Zuko se separó de ella en cuanto divisó a Mai, brindándole una sonrisa brillante y sosteniendo la sombrilla en alto antes de clavarla en la arena para que le proporcionara sombra. Sanako ni siquiera los miró, y avanzó un par de pasos más hacia delante antes de arrojar el pequeño bolso que colgaba de su hombro a la arena. Entonces, se sentó sin preocuparse por nada.

      No tenía planeado meterse al mar, por lo que optó por colocarse un short negro, que acompañó con la parte de arriba de una bikini turquesa que resaltaba contra su piel. Estiró las piernas, enterrándolas ligeramente en la arena, antes de girarse a su mochila para tomar la botella de agua que contenía.

      Le dio un trago largo, prácticamente consumiendo la mitad de la botella. Sabía que no le tomaría mucho tiempo calentarse, considerando el calor extremo que hacía bajo los rayos del sol. Luego, tomó el protector solar y comenzó a esparcirlo por sus brazos.

      Sintió una mirada encima de ella y, cuando la buscó, se arrepintió de haber levantado la cabeza en primer lugar. Debería haber sido más inteligente, y mantener un perfil bajo. Sin embargo, allí estaba, enfrentándose a los ojos de Azula. Ella le dedicó una sonrisa perversa, y Sanako comenzó a sospechar que tendría pesadillas con ella para éste punto.

      —Oye, Mai —llamó la menor, girando la cabeza hacia la mencionada, quién la observaba desde su lugar expectante—. Sanako necesita ayuda con su protector. ¿Por qué no le das una mano?

      —Uh —Mai vaciló, enviándole una mirada interrogante a su amiga. Miró a Sanako, que se encontraba arrojándole dagas a Azula con la mirada. No entendía qué estaba pasando, aunque no lo pensó mucho. Finalmente, se encogió de hombros y asintió—. Seguro.

      Cuando Mai se posó sobre sus rodillas a su lado, Sanako creyó que iba a desmayarse. Se recordó que debía respirar, y que debería actuar normal. Ella ya sospechaba que tenía algo con su novio, no necesitaba empeorarlo al decir algo estúpido y darle más razones para creerlo.

      —Pásame el protector —señaló al pequeño pote que descansaba a su lado, cerca de su mochila.

      —Uh, no es necesario, Mai. En serio, no necesito ayuda —rechazó la oferta, sacudiendo su cabeza de un lado al otro fervientemente antes de tomar el producto y prácticamente abrazarlo contra su pecho.

      —Está bien, no es ningún problema —aseguró la chica, tomando su muñeca para separar sus manos. Sanako sintió que su cuerpo se aflojó cuando sintió una ola de electricidad pasar por su sistema sanguíneo. Mai logró tomar el protector, lo que incluyo que sus dedos se rozaran, y colocó una ración generosa entre sus manos antes de levantar la cabeza y mirarla con preocupación—. Sanako, ¿te sientes bien?

      —Sí, ¡sí! Estoy bien, perfecta, espléndida —balbuceó con prisa, y quiso golpearse a sí misma.

      Sabía exactamente qué palabras decir cuando quería endulzar los oídos de una figura superior. A lo largo de su trayectoria escolar, había perfeccionado su actuación a tal nivel que cualquier profesor o directivo creyeran que era una estudiante perfecta. No obstante, cuando se trataba de hablar con gente de su misma edad, estaba jodida. No sabía qué decir, ni cómo actuar. Tendía a pensar demasiado, y parecía que su cerebro se recalentaba y se transformaba en un ladrillo. Dejándola sola con su boca, y las palabras tropezando una tras otra sin filtro alguno.

      —Estás muy roja —observó Mai, su ceño fruncido profundizándose—. No te pusiste protector en la cara, ¿no? —mencionó con un tono que sugería que lo encontraba divertido. Los ojos de Sanako se abrieron de par en par cuando la chica frente a ella acercó sus manos a su rostro con la intención de colocarle la crema—. ¡Estás hirviendo, Sanako! —exclamó, solo quitándole los ojos de encima un par de segundos para mirar a su novio—. ¡Zuko! Trae la sombrilla.

      En ese mismo momento, Sanako decidió que iba a asesinar a Azula con sus propias manos. Claro, si sobrevivía a esto. Lo que estaba segura que no lograría. Sentía que todo su cuerpo estaba prendido fuego, mientras Mai seguía tan cerca de ella que podía observar cada mancha en su rostro... una pequeña cicatriz de acné en el puente de su nariz de sus primeros años de adolescencia; un par de pecas debajo de sus ojos, probablemente debido al sol; un granito en su barbilla que desaparecería en cuestión de días...

      —¿Pasó algo? —cuestionó Zuko al llegar, colocando la sombrilla para que cubriera a ambas chicas del sol. Una vez que se aseguró que no se caería, se agachó y se sentó al lado de su novia. Sus ojos se abrieron de par en par al ver el estado de Sanako, y ella le envió una mirada que imploraba por ayuda—. Uh, Sanako, ¿te sientes bien?

      —Creo que está insolada —murmuró Mai, mirándola como si fuera una niña pequeña—. Si no ibas a traer una sombrilla al menos podrías haberte puesto una gorra o algo —regañó antes de moverse y colocarse detrás de ella—. ¿Puedes sostenerte el pelo así te pongo la crema en la espalda?

      Sanako sabía que no iba a sobrevivir esto.

      Tal vez los fantasmas existían. Tal vez podría volver como un fantasma vengativo. Aunque no creía que Azula le temiera a lo sobrenatural. Más bien, si creía en ello, buscaría una forma de sacarle ventaja. Tal vez los fantasmas ni siquiera existían y estaba planeando todo en vano. Sacudió su cabeza, no podía dejarse divagar ahora.

      Miró a Zuko, sus ojos buscando ayuda con desesperación, pero el chico no tenía idea de qué podría hacer. Realmente estaba comenzando a creer que la chica a su lado sufriría un ataque de nervios si esto seguía así. Y si eso pasaba, él probablemente también sucumbiría a uno. 

      —Uh, Mai... tal vez, emm... —balbuceó. Nada útil llegaba a su mente.

      Mai lo miró, sus cejas juntas y sus labios arrugados. Se estiró para tomar la crema que había dejado al lado de la pierna derecha de Sanako, mordiéndose la lengua para no preguntarle a su novio cuál era su problema. Sin embargo, detuvo su acción cuando la chica dio un salto y tomó el pomo antes que ella llegara.

      —Prefiero que lo haga Zuko —soltó rápidamente. Zuko la miró con la boca ligeramente abierta, y casi no reaccionó cuando ella le arrojó el pomo de crema en su dirección. Mai miró a su novio pero, cuando éste la miró, ella desvió la mirada—. Mai, ¿podrías, uh... traerme un gorro, por favor? 

      —Sí, cómo sea —balbuceó Mai, ya levantándose de su lugar.

      —No, espera, yo voy —instó Zuko rápidamente—. Tú quédate aquí y--.

      Mai agitó su mano en su dirección, ya dándose la vuelta para retornar a la casa—. Está bien, no hay problema. Sanako quiere que te quedes. Vuelvo en un rato.

      Zuko quería detenerla. No obstante, las palabras se atoraron en su garganta y nada logró salir hasta que Mai se alejó. Frustrado, explotó contra la chica a su lado—. ¿Qué diablos fue eso? ¿Acaso intentas sabotear mi relación?

      —¿Qué? ¡No!

      —¿Entonces por qué hiciste eso?

      La azabache dobló las piernas y las rodeó con sus brazos antes de hundir su rostro entre sus rodillas. Estaba empezando a creer que hubiera preferido quedarse en su casa, sin importar los rumores que surgieran. Podría haber lidiado con los castigos de su padre. Siempre lo había hecho. No sería nada nuevo. Solo tendría que cumplir con sus expectativas y todo estaría bien...

      Esa era la razón por la que no sabía cómo actuar con Mai. Podía hablar con adultos y manipularlos como ella quisiera porque sabía exactamente lo que ellos esperaban de ella. Había pasado su vida desarrollando personalidad tras personalidad con el único objetivo de encontrar la que fuera adecuada para cada persona con la que cruzaba camino. ¿Querían una chica educada? Podía hacerlo. ¿Alguien tímida y misteriosa? Hecho. ¿Inteligente y voraz? Pan comido.

      Pero no sabía qué quería Mai de ella. No sabía cuál era su opinión sobre ella, mucho menos qué personalidad le gustaría. No tenía en qué basarse, ni siquiera una pista de en qué dirección debería ir para poder agradarle. Por el contrario, había hecho todo lo que se había dicho no hacer, y había arruinado todo. Ahora, Mai debía pensar que quería salir con Zuko. Probablemente la odiaba. Y no podía culparla después de cómo actuó. 

      —No estaba pensando —murmuró contra sus rodillas. 

      Zuko resopló por la nariz—. No me digas.

      —¡Perdón! —chilló, moviendo la cabeza a un lado para mirarlo a los ojos, aún reposando sobre sus rodillas—. En serio, perdón, no quise hacer eso. No fue mi intención. Yo —se interrumpió. Cerró los ojos y apretó sus piernas contra su pecho con más fuerza—. Me pone tan nerviosa que no puedo hacer nada. Soy una estúpida, ¿por qué hago estas cosas?

      Nuevamente, Zuko fue incapaz de emitir palabra. Aunque en ésta ocasión fue por un motivo completamente diferente. Sin importar qué dijera o qué hiciera, ella nunca se había disculpado. Y él tampoco se había disculpado con ella. Así había sido su relación desde el principio. Se escupían veneno y peleaban, pero nunca hacían las paces. Simplemente actuaban como si nada hubiera pasado, como si no se hubieran gritado el uno al otro que se odiaban.

      Sin embargo, ahora todo parecía ser diferente. Ella le estaba pidiendo perdón, y sus ojos demostraban que realmente lo sentía. Como parecía ser un hábito que adoptaba solo con él, la chica ya estaba atascada en otro monólogo, y su voz se volvía más y más pequeña hasta llegar al punto que solo sabrías que estaba hablando porque sus labios se movían. 

      Tal vez no era que a ellos no les interesaba lo que opinara el otro de su persona. Sino que se habían aceptado el uno al otro, a un nivel con el que no habían llegado a hacerlo con nadie más. No habían pedido disculpas antes porque no era realmente necesario, pero ahora ella suplicaba por su perdón con la mirada.

      —Está bien —aseguró Zuko, su enojo se había esfumado momentáneamente. Sabía que aquellas palabras no arreglarían nada con Mai, pero para él eran más que suficientes—. Yo también lo siento.

      Sanako pestañeó, tomada por sorpresa. Le tomó un momento digerir las palabras. Entonces, despegó la cabeza de sus rodillas para mirarlo mejor, y su ceño se encontraba fruncido—. ¿Por qué te estás disculpando tú?

      Una sonora carcajada los tomó por sorpresa y, cuando giraron sus cabezas en dirección al ruido, se encontraron con Azula de pie frente a ellos. Los ánimos de ambos cambiaron en un instante. Zuko lucía molesto, como si estuviera a punto de retar a su hermana a un Agni Kai. Por otro lado, Sanako hundió sus dedos en sus piernas.

      —Ustedes dos son un desastre —se burló Azula.

      Técnicamente, no podían negarlo. Sanako sabía que había hecho todo menos no perder la cabeza. Balbuceó, se ruborizó y dijo algo estúpido que solo hizo a Mai sospechar más de ella. Había cometido todos los errores posibles. Y Zuko tampoco estaba en una situación mucho mejor. No ayudó a Mai, ni a Sanako. Solo soltó incoherencia tras incoherencia, demasiado inseguro como para hacer algo valeroso en favor a su causa.

      Los dos estaban avergonzados de ellos mismos. Sin embargo, eso no significaba que iban a aceptar la mierda de Azula. Eran conscientes que nada de eso hubiera sucedido desde un principio si no fuera por la chica y su obsesión con generar conflictos.

      —Azula —siseó Sanako, levantándose de la arena y acercándosele con una actitud completamente distinta a la anterior. Ahora caminaba con confianza, emanando un aura que te advertía que no te metieras con ella. Sus ojos ya no rogaban por perdón, sino que brillaban con el fulgor de las llamas en el fondo—. Es la única advertencia que voy a darte: no jodas conmigo.

      La sonrisa de la chica se agrandó—. ¿Uh? Veo que te recuperaste de tu tartamudeo. ¿Ya no vas a susurrar más? ¿O cuando Mai regresé volverás a actuar como una niña indefensa?

      Sanako alzó su mano, sus dedos estirados y listos para formar llamaradas. No obstante, cuando escuchó a Zuko moverse detrás de ella, algo razonó en su cabeza. El chico no la alcanzó antes que ella siguiera el movimiento hasta su cabello, ajustando la coleta en la cima de su cabeza y simulando que esa había sido su intención desde el comienzo.

      —No quiero participar en tus juegos.

      —Mhm, qué mal —Azula hizo una mueca de falsa desilusión—. Supongo que no me queda otra alternativa que contarle a Mai lo que descubrí durante este viaje.

      La azabache apretó los dientes, pero no iba a ceder. No a Azula—. Hazlo. ¡Ya no me importa!

      —No parecía que no te importara un par de minutos atrás.

      —La gente cambia.

      Azula soltó otra carcajada—. Si tú lo dices —murmuró antes de alejarse.

      Zuko observó a Sanako mientras ella se volvía a sentar a su lado. Estudió su rostro en silencio antes de hacer la pregunta que rebotaba en su mente—. Uh, ¿ahora ya no te importa?

      —Obvio que me importa —gruñó Sanako, enviándole una mala mirada.

      El chico frunció el ceño—. ¿Entonces por qué dijiste que no?

      Ella arrojó los brazos al aire y lo miró con incredulidad—. ¡No iba a ceder a Azula!

      —Pero ahora ella le va a decir a Mai...

      —Lo sé —masculló, antes de soltar un gemido de molestia. Cerró los ojos y apretó los párpados, mentalizándose que esta era solo otra discordia con Azula. Justo como las de la escuela. No debía pensar en cómo se sentía, sino que necesitaba concentrarse en ganar—. Ya veré qué haré —dijo con un tono mucho más tranquilo. 

      Zuko alzó las cejas ante su repentino cambio, y la observó acostarse sobre su estómago, cruzando sus brazos por sobre la arena para reposar su cabeza sobre ellos. Por un momento pensó que ella finalmente había perdido la cordura y ya ni siquiera estaba consciente de su alrededor. Pero entonces, la azabache levantó la cabeza y se giró a él, dedicándole la mirada que siempre reservaba para él cuando iba a quejarse.

      —Por cierto, todavía no me colocaste el bloqueador.

      —¿Realmente tengo que hacerlo? —chilló el chico, mirándola con los ojos abiertos.

      —Duh —Sanako lo miró como si fuera estúpido, y volvió a apoyar la cabeza sobre sus brazos—. ¡Cuánto antes comiences, más rápido terminarás!

      A regañadientes, Zuko tomó el pomo que descansaba a un lado de su rodilla y colocó una porción generosa del producto en su palma antes de untarlo por la espalda de la chica. Sí, definitivamente sigue siendo ella.

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