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𝟬𝟬𝟮 the devil is in the details


CAPÍTULO DOS: el diablo está en los detalles.




      Sanako estaba segura que el tiempo pasado sin Zuko había sido una ilusión, y finalmente había logrado despertarse de su pesadilla para regresar a su vida. Claro, no es como si hubiera extrañado al chico. Pero sí que había anhelado la atención y poder que le traía caminar de la mano del hijo del Señor del Fuego.

      Sin embargo, cuando se encontró en aquella mesa en una zona privada del restaurante, iluminado por la cálida luz de las velas y con la única compañía del príncipe, se percató que, tal vez, sí lo había extrañado. No la malentiendas. No lo había extrañado de una forma romántica, como se suponía que debería haberlo hecho. Sino que había extrañado el confort que solía brindarle. Extrañaba tener un hombro sobre el que llorar.

      Observó con atención al chico frente a ella mientras éste le brindaba las instrucciones al mesero sobre qué comería esa noche. Zuko tenía su cabeza inclinada hacia la izquierda y, gracias a la llama danzante de la vela, por un momento se olvidó de la presencia de aquella cicatriz. Olvidó todo lo relacionado a ella. Por un momento, sintió que todo había sido su imaginación.

      Volvía a tener catorce años. Volvía a creer que tenía control absoluto sobre su vida. Se sentía imparable e indestructible...

      Y, por un momento, realmente creyó que seguía teniendo una madre.

      Pero fue arrancada de su fantasía bruscamente cuando Zuko giró su rostro hacia ella, mirándola a los ojos y volviendo a mostrar la marca en su rostro. Fue como si hubiera perdido el equilibrio, y los sucesos ocurridos en los últimos años la golpearon con fuerza.

      —¿Sanako? ¿Qué quieres comer? —inquirió Zuko, percatándose que la chica no había estado siguiendo el hilo de la conversación.

      La azabache pestañeó una vez, antes de mirar al hombre que vestía elegantemente y la observaba con respeto (y tal vez un poco de temor)—. Lo mismo que él pidió. Solo que sin picantes, ni ninguna especia, por favor. Y tomaré agua.

      El hombre asintió cordialmente, brindándoles una sonrisa cortés—. Muy bien. Vuelvo en seguida con sus bebidas —anunció antes de desaparecer tras la cortina borgoña de terciopelo.

      —Sigues teniendo un estómago sensible, ¿uh? —comentó Zuko, sintiéndose incómodo y mencionando lo primero que cruzó su cabeza para evitar el silencio. No obstante, en cuanto las palabras salieron de sus labios, se arrepintió de haberlas siquiera pensado.

      Los ojos de Sanako se oscurecieron, y su actitud fría tomó control de su cuerpo al cruzar sus brazos por sobre su pecho. Gracias a la mala dieta a la que fue impuesta a lo largo de su vida por los castigos de su padre, su estómago había sufrido las consecuencias y ahora era incapaz de comer comidas picantes o muy fuertes. Simplemente, su estómago no podía soportarlo. Lo que resultaba irónico (y problemático) cuando vivía en la Nación del Fuego, el lugar donde condimentaban todo a un nivel casi exagerado.

      Y Zuko lo sabía perfectamente. Especialmente porque ella finalmente se abrió con alguien y le contó todos sus pesares en una noche en que cruzaron caminos. Vaya fue su suerte que fue justo la noche anterior al día en que él fue desterrado.

      A pesar de la luz tenue, Sanako podía divisar con precisión las mejillas ardientes de Zuko, y su labio inferior tembló antes que las palabras tropezaran hacia fuera—. Yo no- no respondas. Hablé sin pensar.

      —Sí, justo como yo hablé sin pensar esa noche.

      El castaño enterró sus dientes en su labio inferior, y sus manos comenzaron a jugar con el borde del mantel en un gesto nervioso—. Sanako...

      —¿Qué?— presionó ella, retándolo a que continuara.

      —Podemos... ¿podemos hablar sobre eso?

      Una carcajada escapó de los labios de la chica, sorprendiendo a ambos. Podía sentir que el fuego comenzaba a consumir el fondo de su estómago, escalando por su pecho hasta que escapó de sus labios en palabras—. No, Zuko. No podemos. En realidad, preferiría actuar como si eso no hubiera pasado. Así que, solo olvídalo. Bórralo de tu mente.

      El silencio los envolvió por un momento, y Sanako honestamente creyó que eso había sido suficiente. Asumió que el silencio se debía a que Zuko estaba volviendo a rebanarse los sesos en busca de un tema de conversación, y sus labios se estiraron en una sonrisa ensayada cuando estaba a punto de preguntarle sobre algo completamente insulso y estúpido.

      Pero Zuko se le adelantó, colocando sus manos sobre la mesa con firmeza, y uniendo sus ojos con los de ella con una determinación que ella nunca había presenciado antes en él—. No puedo ignorarlo. No puedo simplemente olvidar algo así.

      La sonrisa de Sanako se esfumó. Consideró la opción de levantarse e irse, aunque sabía que no tendría sentido. Eventualmente debería enfrentar a Zuko. Sería un poco difícil evitarlo cuando estaban comprometidos.

      —Qué lindo, Zuko. Pero no necesito que finjas interés.

      El príncipe resopló—. No puedo creerlo.

      Sanako alzó una ceja, repentinamente curiosa—. ¿Qué es lo que no puedes creer?

      —Que sigas haciendo esto —escupió Zuko, echándose hacia atrás sobre la silla. Sus hombros se derrumbaron, abandonando aquella postura característica de un miembro de la realeza, y desvió su mirada al suelo, bajando la cabeza ligeramente y provocando que su cabello cayera sobre sus ojos—. Sigues alejándome como siempre lo hacías. Supongo que es cierto, nada cambió.

      Las velas se apagaron repentinamente, y el chico volvió a mirar a Sanako. Todo su enojo se disipó al notar el cambio de ánimo en su acompañante. A pesar de la falta de luz, pudo notar la misma mirada rota que había tenido que enfrentar esa noche en que la persona más fuerte que conocía se rompió entre sus brazos.

      Sin embargo, aquella fisura rápidamente fue sellada con cemento de secado rápido, y aquel dolor se transformó en ira. Últimamente, Sanako creía que eso era lo único que era capaz de experimentar. Las voraces llamas de la furia consumían su cuerpo sin pudor, embargando en ella una sensación de violencia incontrolable.

      —Tienes razón —musitó, en un tono bajo, tan carente de emoción que Zuko se sintió como si fuera un desconocido para ella—. Nada cambió. Tú no estuviste ausente por tres años. Yo no estuve sola por tres años. Y mi padre definitivamente no se desquitó conmigo como si error haya sido mi culpa.

      El enojo de Zuko volvió a encenderse con una velocidad impresionante, y sus manos se cerraron en puños sobre la mesa—. ¿Error? ¡No cometí ningún error!

      —¡Pusiste en duda a tu padre! ¡Al Señor del Fuego! —contestó la azabache, colocándose de pie y arrojando la silla hacia atrás con un rápido ademán—. Si no lo consideras un error, ¡eres un estúpido!

      —¡No tienes idea de lo que hablas! —rugió Zuko, también parándose—. ¡Iban a sacrificar vidas inocentes! ¿Pretendes que me quedara callado ante eso? ¿Crees que debería haber dejado que eso pasara?

      Sanako pestañeó, siendo tomada por sorpresa. Realmente no se esperaba eso. A decir verdad, no tenía idea de lo que había pasado puertas adentro. Nadie lo sabía. Rumores corrían por las calles, pero ella había aprendido a una edad temprana que escucharlos era en vano. ¿A qué se refería con eso? ¿Acaso había salvado a alguien? Mas su hilo de pensamientos dio un vuelco cuando la voz de Azula llegó en un siseo similar a una víbora, arrastrándose dentro de su mente y envenenando su percepción.

      Verlo asesinar al Avatar me dejó bastante impresionada.

      Y tenía razón, ¿no? Él había asesinado al Avatar, lo que automáticamente lo convertía en un asesino. Zuko era un asesino.

      Saber aquello, por alguna razón, la hacía sentir mal, casi culpable. Su estómago se revolvió con temor, y sintió un nudo formarse en su garganta. ¿Por qué ella debía sentirse culpable? No es como si ella lo hubiera ocasionado. Tampoco estaba esperando que eso sucediera. Zuko solo debía capturar al Avatar. Con eso sería suficiente, ¿no? Una vez que lo capturara, podría volver a la Nación del Fuego y recuperar el poder que se le había sido arrebatado de las manos.

      Pero capturarlo sería lo mismo que asesinarlo. Traer al Avatar a la Nación del Fuego solo sería sellar el fin de su vida. Tal vez incluso había resultado más misericordioso asesinarlo rápido, sin sufrimiento, porque definitivamente nadie en la Nación hubiera tenido piedad por el hombre que había amenazado con acabar con la paz por tanto tiempo... aunque ¿acabar con una vida realmente podía misericordioso? No. Bajo ninguna circunstancia asesinar podría ser considerado como algo bueno. Por lo contrario, debía ser evitado a toda costa.

      Pero... ¿no todos allí eran asesinos? Su propio padre, con las mismas manos que acariciaba su cabeza, había acabado con la vida de decenas de personas, tal vez incluso cientas. Y eso no acababa con su padre, sino que todos los que eran parte de la Armada de Fuego también habían asesinado alguna vez.

      Sentía que vomitaría en cualquier momento, y tuvo que aferrarse momentáneamente a la mesa para no perder su balance.

      —Me voy —escupió, y no dio tiempo a nada que ya se estaba girando sobre sus talones y dirigiéndose fuera del lugar. En su trayecto, se cruzó con el mesero, que la miró alarmado pero ella no se molestó en explicarle nada. Sino que siguió su camino, saliendo fuera del lugar y atrayendo las miradas de los soldados que esperaban para escoltarlos de vuelta.

      Sanako apenas los miró antes de cruzar sus brazos por sobre su pecho y caminar con pasos firmes en dirección a su hogar. Sabía que estaba siendo dramática... no, sabía que estaba siendo injusta. Pero no podía evitarlo. Por más que en su cabeza dijera que debería detenerse y no actuar de esa forma, no podía parar. Era como si su boca tuviera mente propia y hubiera estado esperando este momento desde el día en que vio a Zuko partir.

      Tal vez estaba desquitando todos sus problemas con él... aunque no se lo merecía. No obstante, esto era lo que siempre hacía, ¿no? Alejar a las personas, torturarlas hasta que finalmente la dejaran sola y no volvieran a preguntarle cómo estaba, qué pensaba, o qué había hecho en el día. No necesitaba que nadie la escuchara. Ella sabía qué le pasaba, eso era suficiente.

      La furia se había apoderado de ella a tal grado que no escuchó los pasos que la seguían. Entonces, cuando una mano atrapó su hombro, su corazón se detuvo. Se giró con una rapidez que la sorprendió, y le dedicó una mirada lista para pelear a la persona detrás de ella.

      Zuko retiró su mano cuando se enfrentó a su rostro y se percató de lo que había hecho. Pero las llamas seguían quemando en su interior, quemándole para que soltara las palabras—. Deja de actuar como si me hubiera ido por elección propia.

      Sanako pestañeó. Sabía exactamente a qué se refería pero, nuevamente, su boca tenía otros planes—. ¿Qué?

      —Sabes que no fue mi elección. ¿Crees que quería que me destierren? ¿Del único lugar que considero mi hogar? ¿Crees que quería dejarte después de todo lo que contaste?

      Ante aquello, la mirada de la chica se endureció—. Te dije que lo olvidaras.

      —Y yo te dije que no voy a hacerlo.

      Los dos se miraron el uno al otro, casi como si estuvieran en medio de una competencia para descubrir quién cedería, quién bajaría la mirada y se convertiría en el esclavo del otro. Quién no tenía las agallas necesarias. Sanako hundió sus uñas en sus antebrazos, y Zuko tensó la mandíbula, apretando los dientes al negarse a dejar de mirarla. No iba a dejarse perder a la chica que había conocido desde que era niño. No podía permitírselo.

      El carruaje volvió a aparecer al lado de ellos. Los guardias entendiblemente estaban molestos, probablemente maldiciendo en sus cabezas a los mocosos privilegiados. Los labios de Sanako se curvaron en una pequeña sonrisa cuando supo que tenía la victoria asegurada, Zuko debería girarse a hablarles a sus guardias. Frente a ella, el príncipe entrecerró los ojos, aceptando el reto.

      —Príncipe Zuko, señorita Sanako, ¿hay algún problema? ¿Pasó algo en el restaurante?

      —No —respondió Zuko, sonriendo de la misma forma en que ella le había sonreído cuando habló sin desviar sus ojos de ella. Demostrándole que él sí tenía las agallas, probando que lucharía por ella por más que ella no lo quisiera—. Solamente decidimos que vamos a caminar por la ciudad.

      La sonrisa de Sanako se borró, y mordió el interior de su mejilla cuando prácticamente pudo sentir al hombre a su lado molesto con la actitud de ellos. Incluso casi desvió su mirada para inspeccionar su rostro, pero se detuvo a sí misma con un golpe mental. Aquello no pasó desapercibido por Zuko, cuya sonrisa aumentó un poco más.

      —Bueno, uhm... apreciaríamos que nos lo hubieran dicho antes. Por favor, súbanse al carruaje y recorreremos la ciudad cuanto ustedes deseen.

      —No, gracias —rechazó Zuko. Sanako casi soltó un chillido cuando el chico tomó su mano sin previo aviso y tiró de ella para colocarla a su lado. Finalmente, los dos se giraron hacia el guardia, que lucía más que molesto con ellos pero no mencionó nada al respecto—. Vamos a caminar y luego volveremos solos. Pueden retirarse.

      —Pero--.

      —Estoy seguro que no habrá problema. Después de todo, soy yo el que está pidiendo que se retiren —razonó Zuko. Sin embargo, el guardia no se movió de su lugar. Miró por sobre su hombro hacia el resto de los guardias, que estaban igual de atentos a la conversación, antes de volver a mirar al chico y dudar en hablar. Zuko se le adelantó—. ¿Vas a desafiar una orden directa? ¿Acaso olvidas quién soy?

      Inmediatamente, el hombre bajó la cabeza—. No, no, por supuesto que no. Entonces, nos retiraremos. Que tengan una muy buena noche —se despidió, dando una reverencia nerviosa antes de volver casi corriendo al carruaje.

      —Muchas gracias, igualmente —se despidió Zuko antes de girar la cabeza para volver a ver a Sanako—. Entonces, ¿qué quieres hacer? —preguntó mientras el carruaje los abandonaba, dirigiéndose de vuelta al palacio.

      La chica bajó su mirada hasta su mano, que permanecía aún aferrada por la de Zuko. Resultaba extraño, hacía demasiado tiempo que no había hecho algo así con alguien. Parecía un recordatorio del envase de plástico en el que se había convertido desde el día en que él se marchó. No obstante, la calidez que emanaba de su mano estaba escalando por su brazo, extendiéndose por todo su cuerpo y volviendo a convertirla en una persona de carne y huego.

      Era una sensación extranjera, algo que había olvidado y solo había logrado probar en noches contadas, cuando sus pesadillas decidían darle un día libre y, en su lugar, aparecían los dulces sueños de libertad. Sueños de una realidad que nunca había probado, y probablemente nunca podría. No había con qué compararlo, y tampoco estaba segura de cómo describirlo.

      Sintió el calor subir hasta su rostro, recordándole que seguía siendo humana. Sin importar cuántas veces pensara lo contrario, esa era la pura verdad. Entonces, apartó su mano en un instante como si le hubiera propinado corriente, y la palabra "asesino" volvió a rebotar en su cabeza.

      —Quiero irme a mi casa —declaró, desviando su mirada hacia ningún punto en específico para evitar mirarlo a los ojos—. Quiero dormir.

      —Me fui por tres años, ¿y no quieres pasar un rato conmigo?

      Sanako lo miró, y soltó un suspiro—. Bien. Quince minutos.

      —Una hora —instó Zuko.

      —Diez minutos.

       —No es así como esto funciona.

       —¿Cinco minutos te parecen suficientes?

      —¡Bueno! Quince minutos —cedió el chico, resoplando por la nariz.

      La azabache sonrió. Había olvidado lo divertido que le resultaba molestarlo. Viendo su ceño fruncido y su nariz arrugada, no podía evitar rememorar cuando eran más jóvenes y no habían pasado por tantas cosas. Tal vez nunca habían sido completamente inocentes. Nunca habían saboreado la ingenuidad de la infancia porque desde el comienzo había sido manchada por la disciplina. Aunque, en ese entonces, sí eran más ignorantes de la realidad que los rodeaba. Seguían teniendo a sus madres, y seguían teniendo la esperanza que, en un futuro no tan lejano, podrían saborear la felicidad.

      A diferencia de ahora, en que aquella esperanza ya se había extinguido hace rato. Y ni siquiera le quedaban las cenizas a las que aferrarse, puesto que se habían escapado volando con la misma velocidad en que se les escapó la presencia materna en sus vidas. 

      —Un placer hacer negocios con usted, príncipe Zuko —se burló Sanako, estirando su mano para estrecharla como si estuvieran cerrando un trato. Sin embargo, el chico tomó la oportunidad para tomar su mano, y tiró de ella al comenzar a caminar.

      Sanako mordió el interior de su mejilla. ¿Por qué estaba tan empeñado en tomarle la mano? Pero su duda fue rápidamente saciada en cuanto se percató de las miradas que recibían por parte de los ciudadanos que se encontraban presentes en las calles. Algunos los miraban de reojo, otros llegaban al extremo de observarlos sin pudor alguno. Incluso habían los que comentaban entre ellos, señalándolos como si se trataran de un show.

      Y en parte, lo eran. La vida amorosa del príncipe, el heredero al trono de la Nación del Fuego, siempre había sido y sería un asunto con los que los aldeanos se entretendrían. Sanako estaba segura que Ozai había pasado por lo mismo, así como su predecesor, y el predecesor de él. Parecía que era parte de la tarea como futuro Señor del Fuego servir de distracción para el pueblo. Y ahora eso era exactamente lo que Zuko estaba haciendo al tomar su mano en un lugar tan público como este.

      Después de todo, el diablo está en los detalles. Pero, ¿sería capaz de referirse a Zuko como el diablo? Previamente, no lo hubiera hecho por nada en el mundo. No obstante, se recordó a sí misma que habían pasado tres años separados. Ambos habían cambiado, y ninguno sabía cómo lo había hecho el otro.

      Tal vez el diablo eran las personas los rodeaban. Tan voraces al observarlos, solo para formar rumores que servirían como entretenimiento para ellos y como una arma de tortura para ella. Estaban atentos a los detalles, porque era a partir de ellos que podían llegar a la conclusión de si Zuko realmente se casaría con ella o no. Aunque no le encontraba el sentido, ellos sí. Aparentemente, un gesto tan pequeño como tomarle la mano era prueba suficiente para corroborar que el matrimonio seguía en pie.

      Se preguntó por qué el diablo estaba tan obsesionado con los detalles. ¿Por qué no podía tener su propio hobby y dejarla vivir su vida en paz? Pero no podía darse ese lujo, no cuando tenía ciertos estándares con los que cumplir. Tampoco podía desperdiciar su tiempo con reflexiones como éstas cuando había dedicado toda su vida a alcanzar las metas que se le habían sido impuestas. No tenía tiempo que perder. Aun así, no podía evitar preguntarse: ¿quién era el diablo de su vida?

      —Entonces, ¿cómo está tu padre? —preguntó Zuko, observando los cambios que lo rodeaban. Había nuevas tiendas, algunas crecieron, y otras desaparecieron. Recordaba vagamente una heladería a la que solía ir con su madre, y una tienda de ropa en la que había pasado largas horas después de clases con una Sanako de doce años que insistía en que necesitaba una segunda opinión cuando se trataba de comprar ropa nueva.

      —Preferiría no hablar de él — se limitó a decir la chica. Zuko se giró para descubrir que su mirada estaba fija hacia adelante ahora. No se molestó en observar las tiendas que pasaban, e ignoraba las miradas que recibían. Obviamente a ella no le resultaría tan curioso cuando nunca había dejado a caminar por esas calles, pero algo iba mal. Podía reconocerlo con facilidad.

      —Bueno... ¿y tu mamá?

      —Ya te dije.

      —Seguramente tienes algo más que decir sobre ello.

      Sanako se encogió de hombros—. No realmente.

      —Uhm... ¿qué hay de tu hermano?

      Sanako dejó de caminar, y Zuko se detuvo junto con ella. Finalmente, ella lo miró a los ojos, pero la mirada que le disparó hizo a Zuko desear que no lo haya mirado desde un principio. Su ceño estaba fruncido, y sus labios formaban una mueca que delataban que explotaría si seguía insistiendo.

      —¿Por qué no hablamos de tu familia, uh? ¿Qué hay de tu padre?

      Zuko vaciló un segundo y, por los nervios, soltó lo primero que cruzó por su mente—. Uh, él quiere que Azula y yo vayamos a isla Ember este fin de semana. Aunque es solo una excusa para reunirse a solas con sus asesores. Azula invitó a Mai y Ty Lee. Uhm... ¿tú quieres... uh, ya sabes... venir?

      Lo último que Sanako quería hacer era aceptar su oferta. Prefería pasar su fin de semana entrenando a tener que lidiar con los juegos mentales de Azula, soportar el buen humor de Ty Lee, y enfrentarse a los nervios incontrolables que le producía estar frente a Mai. A pesar de todos los motivos que se le ocurrían para decir que no, realmente no tenía otra alternativa a aceptar la propuesta.

      Si decidía no ir, tendría que enfrentar consecuencias terribles. Claro, si solo fueran Zuko y Azula, podría excusarse diciendo que se trataba de un viaje familiar. Pero como Mai y Ty Lee también estaban involucradas en el paseo, los rumores sobre que su relación con Zuko no estaba funcionando se expandirían sin control. Por ende, tendría que lidiar con su padre. Simplemente no podía decir que no.

      —Sí, claro. Supongo que... uh... será divertido —terminó murmurando.

      Zuko observó su rostro, intentando leer su mente. Sabía que a ella no le gustaba la playa, y detestaba los barcos porque siempre se mareaba. Y aun así, ella estaba diciendo que asistiría. La había invitado por cortesía, y había esperado su rechazo. Especialmente considerando que, minutos atrás, tuvo que prácticamente rogarle para que lo acompañara por un rato. Y entonces, descifró la razón.

      Sanako estaba tan obsesionada con cumplir con las expectativas que su padre tenía para ella como él. Tuvo el impulso de sacudirla por los hombros y gritarle que no tenía por qué hacer eso, que debía seguir su propio camino y hacer lo que la hiciera feliz. Pero, ¿quién era él para decir eso? Después de todo, él estaba en la misma posición que ella. Tal vez él era incluso peor porque, al menos, Sanako siempre había sido la favorita de su padre. Mientras que él había sido la segunda opción después de Azula desde que tenía memoria.

      Los dos estaban condenados a las expectativas que otros habían colocado sobre sus hombros y, sin importar cuánto se sacudieran, no parecían poder quitárselas de encima. Era como si estuvieran fijadas a ellos, y solo se librarían cuando cumplieran con ellas... solo para ser reemplazadas por otras expectativas más pesadas y más difíciles de alcanzar.

      Se preguntó cuántas cosas había hecho Sanako solo por su padre. Él mismo había pasado los últimos tres años de su vida en busca del Avatar, solo porque era lo que su padre quería. Había ayudado a su hermana a acabar con el Avatar (o eso creía), solo porque era lo que su padre quería. Todo parecía recaer en eso. En lo que su padre quería. Nunca en lo que él quería.

      Pero, ¿qué quería?

      No tenía idea. Nunca había tenido tiempo de pensar en ello. ¿Qué deseaba lograr? ¿Cuáles eran sus objetivos en la vida? ¿Qué le gustaría hacer? ¿Qué lo haría sentir completo? ¿Qué lo haría feliz? No tenía una respuesta para ninguna de esas preguntas, ni siquiera tenía una vaga idea de lo que podría llegar a brindarle la más ligera sensación de éxito. Y eso era exactamente lo que quería evitar que le pasara a Sanako.

      —¿Zuko? —la voz de la chica lo apartó de su reflexión, y fue entonces que se percató que la había estado observando durante todo este tiempo—. ¿Te sientes bien?

      —Uh, sí, ¿por qué no vamos por un helado? —sugirió rápidamente, dando un paso adelante para que la azabache no captara el rubor sobre sus mejillas. Tiró de su mano, comenzando su recorrido hacia la heladería que albergaba en sus recuerdos de infancia y esperaba que, por favor, no estuviera cerrada. 

      Mientras tanto, Sanako no emitió palabra alguna. Se dejó llevar por el chico, notando inmediatamente que se dirigía a la vieja heladería que ella recordaba haberlo visto incontables veces acompañado con su madre. El fantasma de una sonrisa amenazó con tirar de sus labios, pero la reprimió. Tal vez Zuko no era un diablo, sino que era un niño que extrañaba a su madre.


──────────────


      Sanako fue la primera en bajar del bote, prácticamente arrojándose a sí misma al muelle e inmediatamente arrepintiéndose de su decisión cuando sintió su estómago revolverse. Se acostó sobre la madera caliente por los rayos del sol, pero poco le importó mientras intentaba retomar el control sobre su cuerpo. El mar, sin merced en lo absoluto, golpeó el barco durante todo el trayecto.

      —Oh, querida, ¿estás bien? —reconoció la voz de una de las mentoras de Azula, quiénes les estaban esperando para darles la bienvenida. Aparentemente, no confiaban lo suficiente en ellos como para dejar al grupo de adolescentes solos en la isla, por lo que enviaron a las gemelas para que impusieran un poco de control.

      —El mar le causa mareos —explicó Zuko.

      La chica permaneció en el suelo, segura de que, si le daban un par de minutos, lograría recuperarse. Sintió una mano sobre su espalda, formando círculos que le brindaban un poco de confort. Mientras, la otra mano apartaba el cabello de su cuello, dándole espacio para que respirara con más libertad. Giró su cabeza y, cuando vio el rostro de Mai a meros centímetros de ella, su respiración quedó atrapada en sus pulmones.

      —¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte? —preguntó Mai, pasando una mano por sobre su rostro para apartar un mechón rebelde que caía por su frente.

      Sanako se levantó abruptamente, casi tropezando con sus propios pies al intentar poner un poco de distancia entre ella y Mai. Estuvo a meros centímetros de caer por el muelle y aterrizar en el agua, pero no fue consciente de ello al estar tan abrumada por la presencia de Mai.

      —¡Ya estoy bien! —balbuceó, brindando una sonrisa nerviosa que no resultó convincente en lo absoluto—. Yo- uh... ya estoy perfecta, en serio. No te preocupes, Mai.

      Ty Lee torció la cabeza a un lado, su ceño ligeramente fruncido—. Estás algo pálida. ¿Segura que estás bien, Sanny?

      La azabache mordió el interior de su mejilla ante la mención del apodo ridículo con el que Ty Lee estaba empedernida en utilizar. No tenía idea de cómo había surgido realmente, solo recordaba que, de un día para el otro, Azula y Ty Lee lo estaban utilizando. Aunque, claro, la primera la usaba con un tono burlón, mientras que la última lo usaba con la intención de ser más amigable.

      —¿Por qué no se adelantan? —sugirió Zuko, acercándose a Sanako y colocando una mano sobre su cintura para hacerla adelantar unos pasos y alejarla del borde del muelle—. Acompañaré a Sanako hasta que se sienta mejor.

      —¡No es necesario! —protestó Sanako de inmediato—. Estoy bien, en serio.

      Pero sus pasos torpes, la palidez de su rostro, y sus ojos perdidos la delataban. Ty Lee fue la primera en asentir, girándose a las ancianas y brindándoles una sonrisa entusiasta al comenzar a caminar en dirección a la casa. Por el otro lado, Mai lucía insegura, probablemente nerviosa con dejar a su novio con su futura prometida, igualmente cedió y siguió a su amiga. Azula fue la última en marcharse, no sin antes regalarles una sonrisa lobuna.

      —No estaba esperando esto —mencionó—. Supongo que será un fin de semana más interesante del que tenía en mente.

      Zuko entrecerró los ojos—. Azula —advirtió, diciéndole con la mirada que lo mejor sería que dejara el tema en paz. Sin embargo, sabía perfectamente que su hermana nunca haría algo como eso.

      —¿De qué hablas? —Sanako demandó saber, dando un paso brusco hacia delante pero inmediatamente arrepintiéndose. Bajó la cabeza y cerró los párpados con fuerza, intentando apaciguar de alguna forma el mareo que la embargó.

      —Te gusta Mai, ¿no?

      Sanako quiso vomitar, aunque ésta vez fue por una razón completamente distinta. Que Azula lo supiera era su peor pesadilla. Parecía que el karma finalmente había llegado a cobrar todo el mal que había infligido en sus vidas pasadas, y no tenía ni un gramo de piedad para ella. Quería prender fuego la isla, quería envolver a Azula en llamas y escucharla gritar hasta soltar su última respiración. Quería destruir todo, necesitaba destruir todo. Porque no era humana, sino que era un arma fabricada para la destrucción.

      Pero entonces, su mente pareció dar un cortocircuito cuando sintió una calidez a su lado. Zuko estaba de pie a su costado, aferrando su mano por detrás de su espalda, evitando con un simple toque que perdiera el control.

      La sonrisa de Azula no tembló, sino que creció al ver lo mucho que afectaba a la chica con tan solo un par de palabras y un sentimiento que imponía un peso sin comparación sobre su pecho. Finalmente se giró, y murmuró con regocijo—. Vuelve tan pronto como te recuperes, Sanny. No querrás perderte la diversión.

      Entonces, Sanako se recordó que el diablo estaba en los detalles. Hasta ese momento, seguiría negando que Zuko era el diablo. Le gustaba creer que los habitantes de la Nación del Fuego no tenían tanto poder sobre ella como para considerarlos el diablo de su vida. Pero Azula siempre había estado allí. Atenta a los detalles, analizando cada movimiento que hacía. Tal vez Azula era el diablo de su vida.

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