Whisky, Margaritas y Satén
—¿Y qué me dices de cortinas blancas con puntilla? ¿Eso no te agradaría?
Ahí estabas una vez más. Palabras salían de tu boca pero no podía concentrarme en ellas, todo lo que puedo oír es el suave y melodioso sonido de tu voz; murmullos, aireadas risillas y pequeños tañidos. Simplemente cierro los ojos y me dejo estar, permitiendo que los distinguibles sonidos formen su propia silueta indistinta, adopten cuerpo y color. Las inmersivas vibraciones y el aliento cosquillean mi rostro con caricias, adormecido sin querer. Sonreía por inercia, era feliz con solo tenerte a mi lado. Era feliz olvidándolo todo, entrando en un profundo estado de amnesia, centrándome en lo bueno.
Tus manos me trajeron a la realidad, los besos y débiles tirones; me sacaron del eterno sueño. El frío de la madrugada abrazó mi desnudo torso y alcé la mirada al estrellado cielo nocturno, inútil, apenas veía figuras y errores borrados. “Imagina que estamos en el balcón de la capilla” comienzas, y mi atención se dirige a tus labios, leyendo al compás de la sonata; “la ceremonia ha acabado, pero antes de salir decidimos echar un vistazo. Disfrutar nuestro momento”. No fue necesario cerrar los ojos para recrear la imágen, podía verlo con claridad. Me asomé cuidadoso al barandal aún sostenido de tu brazo, rostros de confusos trazos estaban expectantes de nosotros. Sonreí de nuevo y me regresé a ti.
“Lucirás hermosa con tu pelito suelto” dije, acomodando con mi zurda algunas hebras detrás de tu oreja; “y una coronilla de margaritas, o flores quizás adornando un simple peinado”. Una calidez se instala en mi pecho al imaginarte de tal modo pero, siendo honesto, eres preciosa en cualquier aspecto. Con esa negruzca cabellera despeinada y de mechones disparejos, tus pucheros enfurruñados y largos silencios tras deshonestos arrebatos. Bella. Las curvas se tuercen y caigo en ellas casi sin darme cuenta, porque a pesar de mis vanos esfuerzos por no repetirlo sabes cómo doblarme, embobarme. “También te veo con un bonito vestido de satén, el encaje comenzando por aquí, subiendo…” escuchas atenta, sintiendo el recorrido de mis dedos rozar tu cuerpo, ahogando otra risita; “y llegando hasta acá”.
Me mirabas fascinada, encantada por vivir esta fantasía conmigo, sin embargo existe una diferencia, un límite determinante que nos pone en distintos niveles de sobriedad: tú sí te encuentras lúcida, en cambio, yo no. “¿Hay algún otro detalle que quieras destacar?” preguntaste, colgando tus brazos sobre mis hombros. Yo asentí: “Un escote francés y la espalda descubierta, sin velo; en su lugar un delicado chal a juego, que caiga sobre tus brazos y deje a la vista lo necesario”. Gozas de elegancia, no necesitas ninguna extravagancia para lucir bien, la simpleza sobra y basta pues sin dudas tú eres la verdadera joya, la que se luce y destaca entre la multitud por la ternura y fineza que destella. Angelical, me atrevo a decir y sin morderme la lengua. La pureza que aparentas tener, la jovialidad, esa carita de ciervo inocente; es una de las muchas capas que tienes.
“¿Sabes? Siempre soñé verte con un traje beige, algún tono crema” susurraste, cerrando los ojos mientras nos hundimos en un lento baile; “un tres piezas y una camisa blanca; sin olvidar el ramillo de margaritas, también”. Mis manos se posaron sobre tu cintura, dejando que pueda sentir tu pequeña figura entre mis brazos. “No pierdes oportunidad en hacer que estemos combinados, listilla” reíste en respuesta, y fue en ese momento que los húmedos y cálidos besos propician escalofríos en mi ser. “Tenemos que recordar esa fecha como lo que es: un día especial. Podremos mostrarle las fotos a nuestros hijos, y contarles con lujo de detalles; lo merece”.
De repente mi alrededor se detuvo y una amarga molestia se instaló en mi estómago, se retuerce y sube por mi garganta, cerrándola. Me forcé a sonreír, adolorido, luchando contra el ardor en mis ojos. “Nada quisiera más en este mundo que eso, YeoJoo” sinceré, y no tardaste en darte cuenta sobre lo que estaba sucediendo. Desde mi altura observé cómo te elevas, poniéndote en puntillas, alcanzando mi boca. Tan pequeña. Incluso siendo un par de años mayor despiertas esa necesidad de protegerte, cubrirte con mi cuerpo, enredarme en ti. Tan pequeña, tan suave, tan hostil. Degusté con pesar el dulzor de tus labios, ese bien conocido sabor: el de tu esencia y el de mi whisky favorito. La brisa otoñal amenaza con congelar mi corazón y viendo que el ardor del alcohol ya no es suficiente para calentarme decides intervenir. Tus pies bailan guiando a los míos, me enseñas el camino hasta poseerme bajo tuyo, justo de la manera que siempre quieres.
Y una vez más nos encontramos en esta situación. Sedado, con el organismo y la consciencia mareados, pero aún así con el pecho pesado. “Realmente sería feliz a tu lado” confieso, relamiendo e identificando ese metálico líquido, salado. “No podemos ser felices juntos, Kyun” contrarrestas, y en mi febril juicio te doy la absoluta razón: “Es verdad, no podemos”. Tu peso encima mío es lo que necesito para reconfortarme en ese, y, todos los momentos vulnerables. La calidez de tus manos acunan mi rostro, caricias frívolas que detonan honestidad. Es un inmenso placer tenerte para mí, sólo para mí, más si eso significa no ser egoísta. “Te amo” es lo único que alcancé a decir, lo que logré ahogar, tragar ese incesante dolor. Tus ojos, críticos e inyectados en rencor, no me dieron otra pista lejos de la verdad que quiero olvidar.
Estabas sobria, con el cabello desordenado y mi aroma perfumando tu piel. Hermosa como siempre, tenaz y con la cabeza en alto. No te gusta que deje mi rastro en ti, pero haces lo que se te antoja conmigo. Me marcas y manchas a tu conveniencia, hieres y haces sangrar. No conozco nada más que no seas tú y me enferma. Pura, inalcanzable, y dependiente también; la protagonista de mis sueños austeros, la principal y eterna dueña de mis secretos, la forastera que invade sin perdón. Ésta vez no correspondí tus besos, los roces, insinuadas invitaciones; nada de eso. Dejé de contenerme e ignoré tus malas miradas. “Te amo demasiado. ¿Por qué me haces esto?” no respondiste, y el llanto nació de mí. Conocía muy bien tus jugadas, y con tu silencio culposo ya sabía a la perfección la respuesta a mis inquietudes.
Entonces, pronuncié unas palabras con la fuerza que me quedaba, de esa que se alimenta de mi agonía. Una frase de despedida hacia la única persona que se tomó el tiempo de enseñarme a amar, impregnarse y destruir cada parte de mí, para reconstruirlo y repetir.
«Te amaré por siempre aunque me destroces la única libertad que me queda, YeoJoo».
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