21. TCA
Universo Alternativo.// Normal AU.// Modern AU.
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"Tienes que comer."
"¿De qué te quejas? Si eres delgadísimo."
"¿Por qué haces tanto drama?"
"Solo come y ya."
"Solo quieres llamar la atención."
"No seas ridículo."
"¿Cuánto tiempo llevas en terapia y todavía no puedes superar eso?"
"A ese paso vas a terminar desapareciendo."
"Ya no sabes qué más inventarte..."
Llevaba años escuchando esas malditas frases. Y era una tortura.
¡Maldita sea! Cómo si no fuera suficiente con el asco que sentía hacia sí mismo cada vez que se miraba al espejo. Las ganas de autolesionarse. La repulsión que le generaba solo ver comida. La angustia que sentía en cada bocado. El esfuerzo que debía hacer para no terminar corriendo al baño a vomitar todo después de cada comida...
¡Por un demonio! No fingía absolutamente nada. ¿Por qué alguien siquiera pensaría en hacerlo? Era horrible despertar cada mañana y odiar cada parte de su cuerpo, sentir tantas ganas de lastimarse para castigarse por su incapacidad de salir de ese bache. No poder comer nada sin sentirse culpable, sentir que no tenía control de nada...
— Mita...
Al escuchar su voz, alzó la mirada, observando los ojos rosáceos que le miraban con compasión.
— Tranquilo.- Murmuró, limpiando las lágrimas que sin darse cuenta, habían escurrido por sus mejillas.- Estoy aquí.
Solo pudo morder sus labios, en un vano intento de silenciar sus sollozos, dejándose envolver por los brazos contrarios.
¿Cómo se permitió llegar a este punto?, ¿por qué lo permitió?
Seis malditos años en terapia, y sentía que todo había sido en vano... Seis años de su vida desperdiciados, seis años en los que su vida parecía una montaña rusa con demasiadas subidas y bajadas, seis años horrorosos...
— No hagas caso a eso, Mita.- Escuchó la voz de Kardia, mientras le acariciaba el cabello.- Yo no te voy a dejar sólo nunca.
No entendía qué rayos veía Kardia en él. No entendía porqué llevaba todo ese tiempo aguantandolo. No entendía porqué no se rendía con él. Sentía que no lo merecía... Pero a la vez, le aterraba la idea de perderlo.
Temía que Kardia un día simplemente se hartara de él, de esa vida, y se fuera de su lado. Después de todo, ¿qué podía ofrecerle, además de una vida caótica y horrible a su lado?. No era lo suficientemente bello, tenía mil defectos, y para rematar, estaba casi loco.
— Mita... ¿En qué piensas?- Le cuestionó el peli-violeta, buscando su mirada.- ¿De nuevo crees que te voy a dejar?
No se atrevió a responder, solo desvió la mirada como pudo, incapaz de verlo a los ojos.
— Mita, me importa un carajo lo que cualquier idiota diga. Para mí eres perfecto tal y como estás, y no me importa si tengo que pasar el resto de mi vida de este modo.
— Eso dices ahora...
Los recuerdos de su caótica adolescencia aparecieron nuevamente, nublando sus pensamientos por completo, y terminó soltando aquellas palabras.
Aún recordaba cómo a sus 14 años, después de una desafortunada serie de eventos, como la muerte de uno de sus hermanos menores y el desgaste que ese suceso conllevó, la tensión en la relación de sus padres, un cambio de escuela, y para rematar, la ruptura con su pareja. Terminó cayendo poco a poco en el obscuro mundo de los trastornos de la conducta alimentaria.
Recordaba como inició con atracones de comida, cómo terminó subiendo de peso de un momento a otro, sumiendo su amor propio y autoestima hasta el infierno...
Después, los atracones continuaron, pero ahora, eran secundados por purgas. Al inicio era solo una al día, pero después fueron dos, luego tres, y después llegó el uso de laxantes, luego no podía comer absolutamente nada sin vomitar...
Y sin darse cuenta, después no podía siquiera comer bocado alguno sin sentir culpa. Inició saltándose una comida al día, después dos, luego a duras penas comía una fruta en todo el día... Hasta que de pronto, se vió sobreviviendo mayormente a base de café, agua, y solo si completaba su rutina de ejercicio, una fruta.
Sin darse cuenta, dos años de su vida se fueron ahí.
Cuando ganó peso, todos lo notaron y se lo señalaron... La vergüenza aún lo seguía persiguiendo, y el miedo de engordar se quedó grabado a fuego para siempre en su alma.
Cuando perdió peso, todos lo notaron y se lo señalaron... Se sintió recompensado al recibir tantos halagos, y quiso más de esa atención. Por eso siguió y siguió... Hasta que el panorama volvió a cambiar.
Pronto comenzó a escuchar a su familia murmurar respecto a su delgadez, y lo encararon directamente, preguntándole si estaba comiendo bien. Claramente mintió, y aseguró que estaba comiendo exactamente igual. Solía ser bastante delgado, y la mayoría de sus familiares también. Además de que comenzó a usar ropa bastante holgada, y pedir más comida, que ocultaba y posteriormente desechaba. Así que pudo engañarlos y mantener su nuevo estilo de vida por varios meses.
El único que fue testigo de absolutamente todos sus cambios, y que sabía lo que realmente sucedía, fue Kardia.
El único que lo encaró y más de una vez señaló que tenía un problema, y trató de convencerlo de buscar ayuda. El único que intentó ayudarlo, el único que intentó sacarlo de ese agujero en el que él mismo se había metido.
Aún recordaba cómo Kardia intentaba hacerlo comer, incluso como a diario lo acompañaba en su rutina de entrenamiento solo para llevarle una manzana, y se quedaba a su lado hasta asegurarse de que la comiera...
Definitivamente, esos años habían sido desgastantes para él también.
Luego de varios meses, su cuerpo simplemente no resistió más, y terminó colapsando en plena clase. Sus recuerdos estaban bastante borrosos, solo recordaba levantarse de su asiento, comenzar a marearse, y después, despertar en el hospital, con sus padres, y Kardia al lado.
Kardia no pudo resistir más, y le contó a sus padres y los médicos todo lo que sabía de sus malos hábitos. Él intentó negarlo, pero los análisis de sangre y el severo cuadro de desnutrición que presentaba, lo delataron.
De inmediato fue canalizado a psiquiatría, y puesto en tratamiento, tanto para su pésimo estado de salud física, como mental.
Recordaba aún cómo estuvo furioso con Kardia por semanas, señalánadolo de traidor, y culpándolo de ahora estar en tratamiento. Pero también, como Kardia, a pesar de todo, nunca dejó de visitarlo en el hospital y en su casa, preguntando por él y tratando de acercarse. Hasta que finalmente logró comprender que solo intentaba ayudarlo.
Así había terminado en terapia a sus 16 años. Lidiando a diario con el infierno que le representaba terminar un plato de comida, teniendo que ser monitoreado todo el día, asistiendo a sesiones de terapia dos veces por semana, y seguimiento médico cada mes...
Sorprendentemente para él, Kardia no lo dejó sólo en ningún momento. Siempre buscó acompañarlo en sus consultas médicas, los análisis de laboratorio, incluso en sus sesiones, esperándolo por dos horas en la sala de espera.
Dos años después, cuando su salud estuvo un poco mejor, Kardia le confesó sus sentimientos, sin esperar nada... Pero él también había caído presa de las flechas de Cupido.
Iniciaron su relación, y aunque las cosas iban tan bien como podían, en más de una ocasión había sufrido una recaída.
Ya había perdido la cuenta de cuántas veces volvía a sus viejos hábitos, de cuántas veces terminaba teniendo una crisis nerviosa ante el más mínimo comentario de su físico, de cuántas veces se sentía insuficiente para Kardia, de cuántas veces había tenido miedo de perderlo...
— Te conozco desde que teníamos 12 años, Asmita. Y desde ese momento, me pareces la persona más inteligente y bonita que conozco.- Susurró Kardia, abrazándolo.- No hay forma de que yo me canse de tí. Te amo demasiado, y eso no va a cambiar.
Conocía demasiado bien a Kardia. Sabía que le era imposible mentir. Aunque sus palabras dijeran algo, sus ojos color fucsia siempre lo delataban.
Quería creerle. De verdad, deseaba con todas sus fuerzas poder creerle, y no sentir que Kardia solo se lo decía por lástima o condescendencia... Pero su mente se lo impedía.
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