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Jimin apenas se sostenía en pie, y cada latido de su corazón parecía resonar al ritmo frenético de la música. Las luces de la fiesta giraban como si se burlaran de su estado, estallando en colores mientras intentaba enfocar su vista. No recordaba cómo había llegado a ese punto, pero sentía una energía que lo envolvía, casi tanto como el calor que invadía su rostro. El chico con el que bailaba se inclinó hacia él, su pulgar rozando su labio inferior con una familiaridad que no le correspondía.
—No... —susurró Jimin, apartando el rostro. Era una barrera débil, pero aún así, un intento de mantenerse en control. Buscó con la mirada a Seoyun, que reía mientras se dejaba llevar por la chica que lo acompañaba. Una parte de él quería escapar, aunque no sabía de qué. Los labios del extraño se movieron, pero sus palabras se perdieron entre el estruendo.
Con un paso tembloroso, se apartó, sonriendo nerviosamente antes de sumergirse en la multitud. El aire estaba cargado, una mezcla de perfume, sudor y alcohol. El vaso en su mano ya no tenía sabor; solo dejaba un rastro ardiente que descendía por su garganta. Caminó sin rumbo, esquivando cuerpos en movimiento, cuando sintió un empujón que le hizo tambalearse y chocar contra la espalda de alguien.
—Mierda... —murmuró mientras el líquido restante de su vaso se derramaba por completo, empapando la camisa de la persona frente a él. Cuando el desconocido giró, Jimin reconoció esos ojos oscuros, serenos, pero llenos de una intensidad que parecía escudriñarlo todo.
Jungkook.
—Oh, tú... lo siento —balbuceó, más consciente que nunca del temblor en sus manos y del rubor en sus mejillas. Intentó recomponerse, pero la sonrisa burlona del boxeador no lo ayudaba.
Jungkook entrecerró los ojos, su expresión indescifrable, aunque un destello de diversión asomó en su mirada. Observó al rubio, de cabello despeinado y mejillas sonrojadas, y no pudo reprimir una risa corta, casi inaudible. El vaso vacío que Jimin aún sostenía se ladeó, goteando una última gota de nada.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó con voz baja, que se perdió entre los ecos de la música.
Jimin parpadeó, un poco confundido por la pregunta. Con un gesto tonto, negó con la cabeza, aunque su cuerpo tambaleante decía otra cosa. Un puchero se dibujó en sus labios mientras intentaba mantener el equilibrio, lo que sólo logró hacerlo parecer aún más vulnerable.
—Baño, necesito ir al baño —balbuceó, la vergüenza mezclada con un cansancio repentino.
Jungkook lo observó por un instante que pareció más largo de lo normal. Había algo intrigante en el rubio: una contradicción entre su mirada vidriosa y la vulnerabilidad expuesta. Sin decir nada, tomó el vaso de sus manos y se inclinó para colocar una mano en la espalda baja de Jimin, guiándolo con firmeza a través de la multitud.
Caminar juntos era un desafío. El ruido y la gente los envolvían, haciendo que el rubio tropezara más de una vez. Jungkook apretó su agarre ligeramente, manteniéndolo erguido y al mismo tiempo asegurándose de que avanzara. Cuando llegaron al pasillo que conducía al baño, el ambiente cambió; el estruendo se convirtió en un murmullo lejano.
Jimin se giró con torpeza, inclinando su rostro hacia el boxeador. La seriedad de Jungkook era imponente, pero él no podía evitar notar la calidez bajo la máscara. Levantó un dedo, llevándolo a sus propios labios con infantilidad.
—No opiniones, señor —susurró, sus palabras apenas claras.
Jungkook alzó una ceja, reprimiendo otra sonrisa. Parecía haber mucho más de lo que se veía a simple vista.
—No diré nada... pero será mejor que entres antes de que se te olvide por qué viniste hasta aquí —respondió, su tono sarcástico, pero no del todo cruel.
Jimin asintió, sus piernas sintiéndose de plomo. Apenas logró empujar la puerta cuando su pie tropezó con el borde. Se apoyó en la pared, riendo bajo, como si la situación fuera lo más gracioso del mundo. Jungkook permaneció a un paso, observando, como si estuviera evaluando qué tan mal estaba el chico. No era su responsabilidad... pero tampoco podía ignorar el pequeño nudo que se formaba en su estómago.
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Jimin tambaleaba ligeramente en el marco de la puerta del baño, mientras la risa seguía escapando de sus labios, mezclada con la incomodidad que intentaba ignorar. El frío de la pared en su espalda le recordaba que aún estaba allí, con Jungkook observándolo, demasiado sobrio, demasiado consciente de cada uno de sus movimientos.
—Deberías mojarte la cara —le sugirió, con los brazos cruzados y una expresión que oscilaba entre la exasperación y la diversión. Para él, Jimin parecía un niño atrapado en el cuerpo de un adulto; uno que no tenía idea de cómo manejarse con el alcohol.
El rubio dejó escapar otra risa, un poco más floja esta vez. Se acercó tambaleando, sus pasos inciertos resonando sobre las baldosas del baño. Su cabello caía ligeramente sobre sus ojos, que a duras penas podían enfocarse en el rostro del boxeador.
—Eres muy mala copa —comentó Jungkook, su tono burlón. Luego, arqueó una ceja y añadió—. ¿Debería llamar a tu dulce hermanito?
El cambio en la expresión de Jimin fue inmediato. De repente, su risa se cortó y sus ojos se abrieron como platos, llenos de alarma. Dio unos pasos rápidos hacia adelante, acercándose peligrosamente a Jungkook mientras lo señalaba con un dedo tembloroso.
—¡Tú! —exclamó, con una mezcla de furia y desesperación—. Dijiste que no dirías nada, cumple tu promesa.
La voz de Jimin tembló levemente, como si el simple hecho de que alguien mencionara a Taeyang le hiciera perder el control. Jungkook lo miró sin parpadear, permitiendo que el rubio acortara aún más la distancia. Ahora podía ver con mayor claridad las facciones del bailarín, tan delicadas y suaves que parecían esculpidas en porcelana. Había un leve brillo en sus ojos, una mezcla de furia, vulnerabilidad y… algo más.
—¿Lo prometí? —replicó Jungkook, con un tono que casi parecía un reto.
Jimin se detuvo, sus ojos se clavaron en los de Jungkook con una intensidad inesperada. Dio otro paso, eliminando cualquier espacio que los separara. Sus pechos quedaron tan cerca que solo una respiración los mantenía apartados. El dedo del rubio se deslizó desde su propio rostro hasta los labios del boxeador, presionando suavemente.
—Shhh —susurró Jimin, con una voz que pretendía ser autoritaria, pero que solo logró sonar infantil y vulnerable—. Cállate.
Jungkook contuvo la respiración por un momento. No era la primera vez que alguien intentaba intimidarlo o acallarlo, pero la escena frente a él era… diferente. Podía sentir el calor que emanaba del cuerpo del rubio, percibir su respiración entrecortada. Y, sin embargo, lo que más le sorprendió fue la propia reacción de su cuerpo: una leve presión de algo que no era del todo enojo, pero tampoco comprensión.
—Hay una sola forma de callarme, y está claro que tú, duendecillo, no puedes hacerlo —respondió con una sonrisa socarrona. No pudo evitar que su mirada descendiera brevemente hacia los labios del rubio.
Jimin frunció el ceño, sus mejillas enrojecidas ya no solo por el alcohol. Retrocedió un poco, pero no lo suficiente. Jungkook, divertido por la torpeza de la situación, dio un paso hacia adelante. La cercanía era casi insoportable.
—Ahora ve a mojarte esa bonita cara tuya —ordenó, su voz más suave de lo que pretendía. El tono en que lo dijo casi parecía un susurro, como si estuviera dando una orden y, al mismo tiempo, pidiendo algo más. Una tregua, tal vez.
Jimin parpadeó, como si procesara lentamente cada palabra. Con un movimiento torpe, se giró hacia el lavabo. El agua fría tocó su rostro, despertándolo momentáneamente del entumecimiento. Sentía la mirada de Jungkook clavada en su espalda, y eso lo hacía temblar. No era miedo. Quizás era la mezcla de alcohol y el toque de una persona que hasta hace poco consideraba solo un enemigo más.
—¿Vas a mirarme todo el tiempo? —preguntó Jimin, su voz amortiguada por el agua que caía.
—Solo hasta que estés lo suficientemente sobrio como para caminar sin caer.
El rubio apretó los dientes, el orgullo asomando a pesar de su estado. Se enderezó, pasándose una mano mojada por el cabello. Jungkook seguía ahí, como una sombra que no se iría por más que lo intentara. Un breve silencio se interpuso entre ambos, uno que cargaba una tensión palpable. Pero antes de que Jimin pudiera hablar, sus piernas flaquearon.
Jungkook reaccionó rápidamente, sujetándolo por los brazos antes de que pudiera caer. Estuvieron tan cerca que Jimin pudo sentir el calor del cuerpo del boxeador envolviéndolo. Los ojos de Jungkook, esta vez sin rastro de burla, lo examinaron detenidamente.
—Debería llevarte a casa, Jimin. —Dijo en voz baja, como si hablara más consigo mismo que con él.
La mención de su nombre lo sacudió. El rubio tragó saliva, consciente de la seriedad en esas palabras. Asintió débilmente, demasiado cansado para discutir. Sabía que no había forma de enfrentarse a Jungkook… no ahora, y tal vez nunca en ese estado.
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El aire fresco que entraba por la ventana del auto deportivo de Jungkook comenzó a disipar el aturdimiento que aún quedaba en la mente de Jimin. Con la mejilla apoyada contra el vidrio frío, observaba las luces de la ciudad parpadear a su paso, como estrellas terrenales. Había un silencio que pendía entre ellos, interrumpido solo por el zumbido del motor y el eco de sus propios pensamientos.
Los recuerdos de la noche empezaban a ordenarse en su mente, dejando un regusto agridulce. Jimin se giró un poco, su mirada se fijó en el perfil de Jungkook. El boxeador tenía los ojos atentos a la carretera, sus manos firmes en el volante. Aquel hombre que solía percibir como una figura distante y peligrosa, ahora era alguien que lo había rescatado de una noche que podría haber terminado mal. El contraste lo hacía sentir más vulnerable de lo que le gustaría admitir.
—¿Le dirás de esto a Taeyang? —preguntó Jimin de repente, rompiendo el silencio. La voz le salió más suave de lo que pretendía, casi como si temiera despertar la hostilidad del boxeador.
Jungkook arqueó una ceja, sin apartar la vista del camino. Su mandíbula se tensó por un breve momento, antes de relajarla nuevamente.
—¿Por qué debería hacerlo? Tu hermano no es una persona con la que me interese intercambiar palabras.
Jimin soltó una risa ligera, aunque amarga. Claro, pensó. La relación entre ellos nunca fue amistosa, y no esperaba que eso cambiara. Se encogió de hombros y volvió a apoyar la cabeza contra el vidrio, sus párpados empezando a pesarle.
—Bueno… —murmuró, su voz empezando a sonar adormilada—. Se supone que me quedaría en casa de Seoyun. Creo que tendré que dar muchas explicaciones del porqué estoy llegando contigo…
Jungkook lo miró de reojo por un momento, sus ojos oscuros recorriendo el rostro de Jimin. El rubio parecía más tranquilo ahora, con los ojos cerrados y su respiración volviéndose más profunda. Estaba tan agotado que no pudo escuchar la respuesta que Jungkook murmuró en voz baja.
—O tal vez no le das explicaciones…
El semáforo se puso en rojo, y el boxeador detuvo el auto. Sus ojos regresaron al chico dormido a su lado. Se inclinó ligeramente, tomó su chaqueta que estaba en el asiento trasero y la colocó cuidadosamente sobre él. Jimin, aún dormido, se movió un poco, acurrucándose contra la tela como si buscara consuelo.
El semáforo cambió, y Jungkook volvió a enfocarse en la carretera. Sin embargo, no pudo evitar mirar al rubio de vez en cuando, como si estuviera vigilando que no desapareciera en el aire.
El auto se detuvo frente al edificio. El motor se apagó y un silencio pesado los envolvió. Jungkook bajó primero, respirando hondo como si se preparara para una tarea difícil. Abrió la puerta del copiloto con cuidado, inclinándose para sacar a Jimin. Lo levantó con facilidad, sorprendido por lo liviano que era. El rubio se movió ligeramente, su cabeza cayendo contra el cuello del boxeador.
—Mmm… ya voy… —murmuró, sus labios rozando la piel de Jungkook. El calor del contacto le subió por el cuello, pero apartó rápidamente cualquier pensamiento al respecto. No era momento para dejar que sus emociones tomaran el control.
El ascensor los llevó en silencio hasta el departamento. Jimin se mantuvo acurrucado contra él, su respiración suave y constante. Cuando las puertas se abrieron, Jungkook salió, ajustando el peso del rubio en sus brazos. El departamento estaba oscuro, pero las luces se encendieron automáticamente cuando entraron.
Con cuidado, depositó a Jimin en el sofá. Durante un momento, se quedó mirándolo, como si tratara de entender cómo había llegado a esa situación. Suspiró y fue en busca de unas sábanas. Cuando regresó, lo cubrió con una delicadeza que ni él mismo entendía. El rostro de Jimin parecía sereno ahora, como si durmiera en un lugar seguro.
—Será una larga noche… —murmuró Jungkook, pasando una mano por su cabello. Se sentó en una silla cercana, incapaz de apartar la vista del rubio. Sabía que cuando despertara, las cosas no serían fáciles o quizá sea todo lo contrario.
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