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El eco de los aplausos retumbaba en las paredes del coliseo, donde la atmósfera vibraba de expectativa. Las luces se intensificaron, y el presentador tomó el micrófono en el centro del ring. Su voz potente y animada resonó mientras la multitud se agitaba en sus asientos. Aquella no era una noche cualquiera; era la noche de la pelea que todos esperaban, el enfrentamiento entre los grandes rivales del momento: Jeon Jungkook, el boxeador implacable, y Park Taeyang, el ídolo local conocido por su técnica feroz y su determinación.

—¡Damas y caballeros! —anunció el presentador, generando un breve silencio que aumentó la tensión—. ¡Les damos la bienvenida al enfrentamiento más esperado de la temporada! En esta esquina, conocido por su poderío y técnica, el invicto… ¡Jeon Jungkook!

El nombre de Jungkook resonó, y el público reaccionó con una mezcla de aplausos y abucheos. Su reputación en el ring no era de aquellas que inspiraban simpatía; era serio, implacable y casi despiadado. Jungkook subió al ring con la expresión inalterable que lo caracterizaba. Su mirada parecía atravesar a cualquiera que intentara sostenerle la vista, como si supiera que ya había ganado incluso antes de que sonara la campana.

Al otro lado del coliseo, entre la multitud, cierto chico de cabellos rubios sintió un escalofrío. Aunque intentaba aparentar calma, sus manos no dejaban de moverse nerviosas, apretando los bordes de su asiento. Nunca había presenciado una pelea de esta magnitud y, francamente, tampoco quería estar ahí. Pero Taeyang, su hermano mayor, había insistido en que lo acompañara. Para él, era importante que alguien de su familia estuviera presente y pudiera apoyarlo con su presencia, aun si eso significaba que su tímido hermano menor estuviera en medio de una audiencia bulliciosa, en un lugar donde los gritos y el olor a sudor y tensión eran abrumadores.

—Y en esta esquina, ¡el guerrero de espíritu indomable, quien no teme a nada ni a nadie… Park Taeyang!

La ovación fue ensordecedora. Taeyang levantó el puño en un gesto de desafío, y la multitud respondió con un estallido de aplausos. Desde su asiento, Jimin intentó sonreír con orgullo, aunque su estómago se retorcía de nervios. Sabía lo que significaba esa pelea para su hermano. Desde pequeños, Taeyang había sido competitivo, determinado, y boxear era la manera en la que demostraba su tenacidad y la fuerza que siempre había envidiado. Taeyang luchaba con todo su ser, y eso asustaba a Jimin tanto como lo inspiraba.

La campana sonó. Jungkook y Taeyang se enfrentaron en el centro del ring, midiendo la distancia con cautela, buscando el momento perfecto para atacar. Los primeros movimientos fueron rápidos y precisos, un juego de esquives y golpes calculados. Pero, poco a poco, el ritmo de la pelea se tornó más agresivo. Cada golpe retumbaba en el coliseo como un trueno, y Jimin apenas podía contener su respiración.

El rubio se removió en su asiento, los ojos pegados al rostro de su hermano cada vez que recibía un golpe. Intentaba convencerse de que Taeyang tenía el control, que todo saldría bien, pero la realidad era más cruda y despiadada. Jungkook dominaba el combate, su expresión ni siquiera se alteraba cuando bloqueaba o recibía los golpes de Taeyang. Su mirada, fría y distante, no revelaba nada más allá de una determinación inquebrantable.

El momento decisivo llegó sin aviso. Con una velocidad que casi desafió el tiempo, Jungkook lanzó un último golpe, preciso y contundente. Taeyang cayó al suelo, y la multitud guardó un silencio momentáneo, un murmullo de sorpresa y conmoción que se extendió por el recinto. Jimin sintió cómo el mundo se detenía. Su hermano estaba en el suelo, y la imagen del rostro de Taeyang cubierto de sangre quedó grabada en su mente como una sombra que jamás se disiparía.

El referí declaró el final de la pelea y levantó el brazo de Jungkook en señal de victoria. La muchedumbre estalló en una mezcla de emociones, pero Jimin apenas podía escuchar. Su mente seguía fija en el rostro de su hermano, quien trataba de levantarse con dificultad. Una profunda preocupación se apoderó de él, una mezcla de miedo y culpa. No estaba seguro de si volvería a soportar ver algo así.

En el centro del ring, Jungkook aceptaba el cinturón de campeón, manteniendo su postura firme y dominante. Sin embargo, mientras lo alzaba y miraba hacia la multitud, su mirada se posó en algo —o en alguien— que logró desviar su atención, al menos por un instante. Entre el público, una cabellera rubia captó su atención. Un chico de rostro pálido y expresión preocupada. Jungkook mantuvo la vista en él, preguntándose quién era.

—¿Sabes quién es ese? —preguntó a su entrenador, manteniendo la mirada fija en la figura entre el público.

El entrenador frunció el ceño, pero apenas miró antes de negar con la cabeza.

—Nadie que debas tener en cuenta, concéntrate en tu victoria.

Pero Jungkook seguía intrigado, aunque intentó ignorarlo. Quizás porque, entre todas las caras que solían rodearlo, aquella expresión genuina, casi vulnerable, era una rareza.

La pelea terminó y el público comenzó a desalojar el coliseo, mientras los boxeadores se dirigían a sus respectivos camerinos. Jimin se apresuró a ir detrás del personal hacia el área de los vestidores, empujado por el ansia de ver a su hermano. Al acercarse, escuchó el tono áspero de la voz de Taeyang, discutiendo con su entrenador en el camerino, acompañado de palabras de frustración y rabia.

Jimin dudó.

No quería intervenir, pero le dolía escuchar a su hermano así. Mientras dudaba, una puerta se abrió justo a su lado, y de ella salió alguien a quien apenas se atrevía a mirar. Era el boxeador, con una expresión que aún irradiaba ese aire de victoria implacable. Sus ojos penetrantes se cruzaron con los de Jimin, y el joven tragó saliva, sintiéndose diminuto, casi abrumado por la intensidad de esa mirada. Sin decir nada, Jungkook pasó junto a él, su mirada clavada en la del rubio hasta que se alejó por el pasillo.

Finalmente, Taeyang salió de su camerino, su semblante endurecido por la ira se suavizó al ver a su hermano menor esperándolo.

—Viniste —murmuró, y en su voz hubo un atisbo de alivio.

Jimin lo miró, intentando esbozar una sonrisa que apenas disimulaba su inquietud.

Taeyang limpió la sangre de su labio con el dorso de la mano, tratando de ocultar su frustración bajo una sonrisa débil para Jimin. A pesar de la dureza en su mirada, había algo en sus ojos que delataba lo profundo de su decepción.

—¿Estás bien? —preguntó Jimin en voz baja, su tono suave, casi temeroso.

Taeyang asintió rápidamente, como si no quisiera preocuparse de más por el golpe que había recibido. Pero Jimin no podía quitarse de la mente la imagen de su hermano en el suelo, la sangre bajando por su rostro. Intentó no mirarlo demasiado para que Taeyang no se sintiera juzgado, pero las preguntas no dejaban de atormentarlo.

—No es nada, Jim, sólo otra pelea. —Su tono intentaba sonar despreocupado, pero el dolor era evidente en cada palabra—. Este tipo… —hizo una pausa, como si estuviera buscando el modo correcto de describirlo—. No pelea como los demás, no muestra nada. Es como si no tuviera nada que perder.

Jimin frunció el ceño, sorprendido. Conocía a Taeyang desde siempre, sabía lo orgulloso que era de sus habilidades, y rara vez admitía que alguien lo había hecho sentir vulnerable. El sólo hecho de que mencionara a Jungkook en ese tono dejaba claro que aquel boxeador no era como los otros.

Mientras tanto, en el otro extremo del vestuario, Jeon guardaba en silencio el equipo que había usado en el combate. Estaba a solas, su entrenador le había dejado para atender asuntos con la directiva. Sin embargo, el eco de la voz de Taeyang resonaba por el pasillo, y aunque no podía entender las palabras exactas, captaba la frustración en su tono. Era algo habitual, y quizás lo que Jungkook menos toleraba de sus oponentes: el deseo de buscar excusas cuando perdían.

Para él, cada golpe, cada victoria, cada derrota eran parte del proceso. Había aceptado hacía tiempo que en el ring no había cabida para debilidades ni justificaciones; cada movimiento era parte de una danza cruda y honesta, donde el más fuerte prevalecía. Pero, incluso con esta mentalidad, la pelea le había dejado una extraña sensación. Quizás porque, al recibir el cinturón, por primera vez había encontrado una mirada que no parecía pertenecer a ese mundo.

Cerró los ojos por un momento, reviviendo el instante en que sus ojos se habían cruzado con aquellos de una suavidad inusitada. Era un contraste extraño en medio de la violencia, algo inesperado. Y, aunque no sabía quién era ese chico rubio, sabía que su curiosidad estaba lejos de calmarse.

El aire estaba cargado de silencios incómodos y dudas reprimidas. Jimin no estaba acostumbrado a estos entornos; siempre había preferido la serenidad de los estudios de danza o los auditorios, donde la tensión era de otra naturaleza, donde cada paso era preciso y bello, en lugar de brutal y sanguinario. Pero, a pesar de esa aversión, sentía una lealtad profunda hacia su hermano, y estar allí era la única manera de demostrarle que siempre contaba con su apoyo.

—No tienes que quedarte si no quieres —dijo Taeyang, quien lo observaba con una mezcla de ternura y protección. Sabía lo incómodo que Jimin se sentía en ese ambiente.

—No es eso —replicó en voz baja, mientras evitaba la mirada preocupada de su hermano—. Es sólo… me cuesta ver cómo te lastiman. A veces siento que estás solo en esto.

Taeyang esbozó una sonrisa, aunque la amargura aún se reflejaba en sus ojos.

—No te preocupes, Jim. Esto es lo mío, es algo que elegí. —Su voz era firme, pero en el fondo de sus palabras había una cierta vulnerabilidad—. No tienes que entenderlo, sólo… sólo quiero que estés orgulloso de mí.

Jimin asintió lentamente, conmovido. Sabía que su hermano luchaba para demostrar algo, no sólo a sí mismo, sino también al mundo. Sin embargo, no podía evitar pensar en lo mucho que esos golpes, visibles e invisibles, desgastaban su espíritu.

Al otro lado del pasillo, el sonido de los pasos de alguien resonó suavemente, rompiendo el silencio de la noche que envolvía el lugar. Jimin levantó la vista y, para su sorpresa, vio a Jungkook avanzar con una expresión impenetrable en el rostro. Había recogido sus cosas y parecía dispuesto a marcharse, pero al notar a los dos hermanos, desaceleró su paso, como si su sola presencia fuera suficiente para imponerse.

Taeyang se tensó al verlo acercarse, sus músculos rígidos en señal de advertencia, mientras una sombra de rencor cruzaba su mirada. Pero el contrario apenas reaccionó. Sólo echó un vistazo fugaz a Taeyang, y luego su mirada cayó, una vez más, sobre Jimin. Esta vez, en la cercanía, pudo detallar mejor los rasgos delicados del chico rubio, que parecía no pertenecer a aquel ambiente de violencia.

Jimin sintió el peso de esos ojos oscuros sobre él, y su corazón latió con fuerza, casi inquieto. Se sentía observado de una forma extraña, como si Jungkook intentara descifrarlo, entender qué hacía alguien como él en un lugar así.

—Jimin, vamos —dijo Taeyang, con una voz cortante, sin dejar de observar a Jungkook. Era evidente que quería alejarlo, protegerlo de aquella mirada intensa y calculadora que él conocía demasiado bien en el ring.

Jimin asintió, sintiendo cómo la tensión entre su hermano y el boxeador aumentaba. No quería ser la causa de otro enfrentamiento. Pero, justo cuando se giraba para seguir a Taeyang, sintió el roce de la mirada de Jungkook una vez más. La sensación fue casi tangible, como si el aire entre ambos vibrara, creando un lazo invisible que ni siquiera la aversión de Taeyang podía romper.

Ya en el exterior del coliseo, el aire frío de la noche le resultó un alivio, alejando momentáneamente el bullicio, la sangre y las sombras de la pelea. Taeyang se mantenía en silencio a su lado, pero su mirada seguía cargada de rabia y humillación. Jimin lo observó de reojo, comprendiendo que su hermano estaba lidiando con una derrota que le costaría aceptar.

Pero también, en su mente, la imagen de Jungkook se repetía, su presencia inexplicablemente atrapándolo. ¿Por qué alguien como él, alguien que transmitía una frialdad casi inhumana, lo observaba de esa manera?

El auto avanzaba en silencio, y el único sonido era el murmullo lejano de la radio y el ritmo suave de la respiración de los dos hermanos. Jimin miraba por la ventana, el paisaje nocturno deslizándose rápidamente, pero su mente volvía una y otra vez a los acontecimientos de la noche. La pelea, la sangre en el rostro de su hermano, y esa mirada de Jungkook, intensa y desafiante, tan distinta de todo lo que conocía.

Cuando finalmente llegaron a casa, las luces de la sala estaban encendidas, y la silueta de su madre se dibujó en el umbral de la puerta. Al verlos, sus ojos se iluminaron de alivio, y sus brazos se extendieron hacia Taeyang. Sin esperar un segundo, su hermano mayor se dejó envolver en el abrazo cálido y protector de su madre. Ella acarició su cabello y susurró con una voz suave y llena de cariño:

—Lo hiciste bien, Taennie. Estoy orgullosa de ti.

Las palabras de su madre parecían desmoronar la dureza en el rostro de Taeyang, y en ese instante, Jimin pudo ver a su hermano como lo recordaba de pequeño: alguien vulnerable, quien buscaba el apoyo de su familia. Aunque no había salido victorioso, en esos brazos podía refugiarse y sentirse, al menos por un momento, aceptado. Jimin observó la escena con una leve sonrisa, sintiendo la calidez familiar que siempre buscaba. A veces olvidaba lo mucho que significaba para Taeyang tener ese soporte en los momentos difíciles, y aquella noche fue un recordatorio.

—Minnie, ¿tú también estás bien? —preguntó su madre, con una mirada de preocupación que fue suficiente para que Jimin asintiera, reprimiendo cualquier indicio de inquietud.

—Sí, mamá, estoy bien.

Su madre le sonrió, con ese gesto tierno que aliviaba las tensiones, y se aseguró de que ambos tuvieran un plato en la mesa antes de retirarse a su habitación. Taeyang se dejó caer en la silla del comedor, visiblemente agotado, y Jimin tomó asiento frente a él, sin apartar la mirada del rostro de su hermano, aún marcado por un leve rastro de sangre en la comisura de su labio.

Mientras comían, el rubio no pudo contener la curiosidad que le había estado rondando desde que dejó el coliseo. Con cautela, decidió romper el silencio.

—Taeyang… —comenzó, eligiendo sus palabras—. Ese boxeador, Jungkook… ¿Quién es?

Taeyang se tensó, y sus ojos adquirieron una sombra de disgusto que sorprendió a Jimin. Dejó el tenedor sobre el plato, observando a su hermano menor con una expresión seria, casi como si quisiera advertirle de algo oscuro.

—¿Por qué preguntas eso? —replicó, su voz más dura de lo habitual.

Jimin bajó la mirada, dudando de si debía continuar, pero su curiosidad era más fuerte. Aquel chico en el ring, esa mirada fría y calculadora, la forma en que había dominado el combate… Todo eso lo había impactado de una manera que no lograba explicar.

—No sé… sólo me sorprendió. Parece… diferente —confesó en voz baja, buscando las palabras para describir la impresión que Jeon Jungkook le había dejado.

Taeyang resopló, frustrado.

—Él no es como los demás boxeadores, Jimin. Ese tipo no pelea por deporte o por amor al boxeo. Es un luchador implacable, alguien que entra al ring sin emociones, como si no le importara nada ni nadie.

Jimin asintió lentamente, intentando procesar las palabras de su hermano. La descripción encajaba con la imagen que tenía de Jungkook, pero, a la vez, algo en él sentía que había más bajo esa fachada de frialdad. Sin embargo, decidió no insistir demasiado.

Taeyang se inclinó hacia él, con una mirada seria.

—Escúchame bien, Jimin —dijo, en un tono que denotaba preocupación sincera—. Mantente alejado de él. No quiero que te acerques a ese tipo, ni por curiosidad ni por nada. La gente como él… Puede parecer fascinante, pero trae problemas. No quiero que te veas envuelto en su mundo, ¿me escuchas?

Jimin tragó saliva, asintiendo sin saber del todo cómo responder. Nunca había visto a su hermano tan resuelto al advertirle sobre alguien. Aunque había algo en Jungkook que lo intrigaba, entendía el temor de Taeyang. Sabía que, detrás de las palabras duras, su hermano sólo intentaba protegerlo, evitar que sufriera o que se viera afectado por un entorno tan intenso y desafiante.

Pero, en el fondo, algo seguía inquieto dentro de Jimin. El recuerdo de aquella mirada fija, la intensidad que había sentido al cruzarse con Jungkook, era difícil de olvidar.

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