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Especial San Valentín Carlos

Nuestro primer San Valentín como pareja, ella siendo mi novia.
Los San Valentín anteriores no pude estar del todo con ella, y si lo estaba era como cualquier otro día, en compañía de Camilo, tres amigos que paseaban por el pueblo entre risas, o al menos por parte de ellos, aquellos San Valentín en donde yo solo me dedicaba a mirarla, a ser feliz solo viendo como sus mejillas se sonrojaban.

—No puedo arruinarlo—. Me dije al espejo, nervioso, solo ella y yo, sin nadie más, sin mi hermano que podía salvarme de los silencios incómodos.

Ver a las parejas por meses, mirar atento a Dolores y Mariano, a mis padres y tíos, solo para saber que es lo que a ellas les hacía feliz, lo que a ellas les hacía sonrojar, los románticos momentos que tenían.

Desde la noche anterior no pude dormir, dando vueltas en mi cabeza en algo especial que pudiera hacerle, en algo que fuera único y que no olvidaría.

Tocar la puerta de la habitación de mamá, siendo recibido por mi padre quien me miraba preocupado y sorprendido, preocupado al verme juguetear con la ruana, y sorprendido al ver que, era yo quien los buscaba, haciéndose a un lado para dejarme pasar.

—¿Que ocurre Carlitos?—. Pregunto mamá levantándose de la silla en la que se encontraba leyendo, acariciando mi rostro preocupada.

—¿Cómo pasaron el primer San Valentín cuando fueron novios?

Sus rostros, cambiando de unos preocupados a unos enternecidos, mirando como mi padre acariciaba el hombro de mamá mientras sujetaba su mano, y mi madre soltaba una sonrisa con mejillas rosadas, como si recordará al instante ese momento, acariciando sus aretes por inercia.

—¿Hay problemas?—. Fue el turno de mi padre preguntar, soltando a mi madre para inclinarse junto a mi, mientras sacaba un suspiro.

—Supongo que, Camilo lo pudo haber hecho mejor que yo, será nuestro primer San Valentín juntos, pero... No tengo idea de que hacer, ni siquiera soy divertido, es algo que ella tiene que recordar cómo lo hace mamá y no puedo, estoy perdido, y ahora vengo a ustedes y no se porque les estoy contando todo esto...

La rosita de mamá, inclinándose al lado de papá, retirando el cabello para poderme ver a los ojos junto un —Ay mi niño—. Que complemento con un fuerte abrazo lleno de ternura, lleno de cariño y amor.

—Nunca es fácil la primera vez, ni las que siguen—. El tono de voz de mi padre, tranquilo, gentil, armónico —No intentes romperte mucho la cabeza en esas cosas, recuerda que, antes de tu novia fue tu amiga, y quién mejor que tu para conocer sus defectos y virtudes, las cosas que le gustan y las que no.

Eso me dejaba en la misma situación, y ellos lo sabían, o al menos mamá quien no despegaba la vista de mi, de la forma en la que acariciaba con un dedo mi mentón pensando.

—No es necesario que compres, que gastes dinero, si quieres hacer algo especial, puede ser con tus manos, hacer ese pan delicioso que haces, o simplemente estar con ella, dedicarle tiempo de verdadera calidad, sin preocuparse sobre trabajo, sin preocuparte en interpretar historias para los demás, piensa en esas obras teatrales que hacías para ella, en como le sacan suspiros de niña mientras te veía.

—Solo se tu, eres inteligente ya pensarás en algo—. Complemento papá —No pienses en lo que Camilo pudo hacer, piensa en lo que tú puedes hacer y en lo que has hecho, en esos detalles que la hicieron enamorarse de ti.

Las obras de teatro, ahí estaba la respuesta —Mamá—. Hablé tomando sus manos, algo que le sobresalto en primer momento, tanto tiempo que no tenía ese tacto con ella, que le parecía extraño. —¿Puedo pedirte un favor?.

Sabía que hacer, recordar todas esas obras de teatro solo para ella, que tenían escrito su nombre en cada interpretación, en cada palabra que salía de mi boca mientras ella era aquella princesa a la que el príncipe tenía que rescatar.

Saliendo de su habitación, dónde Dolores me miraba atenta a cada movimiento que hacía, antes de entrar a su dormitorio con una risita de por medio, mientras caminaba tranquilo a la puerta llena de flora, tocando un par de veces antes de entrar.

—Isabela—. Llame entrando hasta la gran cama, mirar el cambio de habitación era extraño, pasar de esos colores pastel a uno más variado, lleno de todas las plantas y flores que existían, esas lianas que colgaban por el techo hasta el centro.

—¿Que quieres Carlos—. Respondió saliendo de entre ese bosque selvático.

—Necesito un favor...

Esa sonrisa, llena de suficiencia, llena de maldad, no era tonta, sabia que podía sacar algún tipo de provecho de eso y no dejaría escapar esa oportunidad, quizá eso era lo que me agradaba de Isabela, que no era  tonta y sabia como sacar cierto provecho de las cosas, que ya no se dejaba manipular por nadie, que ya no tenia miedo a ser quien siempre fue, una lunática manipuladora de primera, berrinchuda y llena de maldad, en el fondo de su corazón, pero a su vez, era gentil, alegre con quien sentía merecerlo,  esas eran algunas de las cosas por las cuales ella y yo nos llevábamos tan bien y sin querer se había vuelto en mi prima favorita, y podía apostar lo que fuera que yo era el suyo, siendo tan propio en su habitación como siempre lo fui, recostándome en la cama, recargado en la cabecera, esperando a que ella hiciera exactamente lo mismo, pues cuando eso pasaba, las platicas, las pocas platicas que teníamos solían expandirse mas y mas.

—Quizá pueda ayudarte—. Dijo con una sonrisa, apretando mi mejilla con fuerza —El pequeño Carlitos ya creció... Que lindo—. Ese too burlesco, como si en verdad le hablara a un bebé.

—Aléjate lunática, no me toques—. Replique quitando su mano, detestaba que lo hiciera, y ella lo sabia, mas aun así lo hacia, su risa "Perfecta y angelical" "Delicada" dejándose caer a mi lado, con miles de ideas que podía poner en practica, ideas y planes que jamas le pedí y que no quería.

Cuando la noche se vio en su punto mas alto, cuando la una brillaba mas radiante, cuando todos descansaban fue que yo baje, en silencio, en dirección a la cocina, con una sesta llena de los frutos que necesitaba, frutos que Isabela me había dado, poniendo en marcha todo.

Cansancio, eso es lo que sentía, pero o importaba cuanto sueño pudiera tener, ni que tan sucio pudiera terminar, con manchas en mi ropa y un poco en mi cara, el cabello sujeto y el mandil de mi tía llena de mesclas de la comida hasta el amanecer, mirando todo lo que había hecho.

—Que rico huele ¿Que es?—. Pregunto el glotón de Camilo con la vista fija en los postres, soltando el primer manotazo del día —¿Como por?

—No... toques nada, por favor—. Pedí de la forma mas amable que pude, hoy era un gran día, y no quería molestarme con el ni con nadie, estaba haciendo el gran esfuerzo de mi vida, y con algo de ayuda de la abuela, cuidando la comida, es que me encontraba frente al espejo, frustrado, con la mirada mas cansada que nunca, respirando hondo tres veces.

Solo esperando a que ella llegara, con ese lindo vestido que había pedido a Mirabel un mes atrás solo para ella, pedirle ese gran favor fue, quizá, la cosa mas vergonzosa que había pedido en mi vida, jamas en mi vida le había pedido un favor a ella, jamas me había visto mas idiota, jamas me había visto tan expuesto como en ese momento y todo eso lo hacia solo porque la amaba a ella, por ver en ese rostro suave una sonrisa llena de emoción y amor, un vestido que le había entregado en el momento en que estuvo listo, pidiéndole que no lo viera hasta este día, y mas que nada por el simple hecho de que no quería imaginarme en esa situación vergonzosa.

Todos fuera, en sus tareas mientras yo seguía esperando impaciente, nervioso, preguntándome si esa era una buena idea, si era una buena idea el que todo lo estuviera haciendo dentro de casita, pues, con forme la tarde caía la gente volvía o al menos unos cuantos, como Luisa y Mirabel, quienes no tenían ánimos de permanecer en la plaza con los demás, alejados de casa solo para que yo pudiera estar cómodo.

—Mucha suerte—. Susurro Mirabel asomando su cabezota por la puerta con el pulgar en alto, como si creyera que por hacerme aquel favor ya fuéramos amigos.

La mesa, los colores cálidos, las velas tenues, todo estaba listo, esperando nervioso en la entrada de la casa, mirándola a lo lejos, con ese vestido tinto, ese cabello suelto y enmarañado en las puntas como siempre, la flor que adornaba su cabellera, los labios rojos, luciendo tan hermosa, dejándome en silencio por un segundo, sin saber que pensar o decir, anhelando su tacto gentil.

Buscando en su mirada la señal de amor puro que siempre me mostraba, una mirada que solo me dedicaba a mi, su mano delicada sobre la mía, sus brazos rodeándome en un abrazo amoroso y la cálida sensación de sus labios en los míos, sentir como me derretía por ella, como mi corazón latía de alegría solo con verla a ella, expresando en un susurro un te quiero, un te quiero que era mas que eso, un te quiero que decía todo lo que por dentro sentía, llevándola hasta el comedor, donde la sena estaba cérvida,  en un banquete grande, como el de las princesas de cuentos de hadas que leía para ella, siendo la cabecera de la mesa, el centro de todo, mientras yo la miraba a su lado, embelesado.

Su risa angelical, sus ojos llenos de asombro infantil al ver tantos dulces, pasteles, chocolates, todo lo que ella siempre quiso ver al fingir ser una princesa, al interpretar conmigo en juegos el ser mi princesa.

—Lo recuerdas... —. Susurro con una risita nerviosa, con lo que parecían ser lagrimas de emoción en sus ojos , amenazando con salir, solo para ser limpiados por mi.

¿Como olvidarlo? Todo lo que estaba frente a ella era todo lo que una vez quiso, cuando teníamos seis años, recordarla decir que ella quería ser la princesa de su propio castillo mágico, el tener banquetes con todos los dulces que quisiera, como ella se imaginaba ese vestido tinto, siempre era tinto, siempre lleno de vuelo y elegancia mientras su príncipe se encontraba a su lado.

Justo como en ese momento, el recuerdo de cada detalle gravado en mi mente, de cada cosa con la que ella alguna vez soñó, y que, me esforzara por hacer realidad costara lo que me costara.

—Jamas lo olvidaría, y ahora, en esta noche tu eres la princesa, la princesa de tu propio cuento de hadas, la princesa que tiene a un caballero colérico a su lado, listo para hacerla feliz hasta la muerte—. Dije  besando gentilmente su mano haciéndola sonrojar, provocando solo mas lagrimas que no podía contener. 

—¿Alguna vez te dije que eres lo que necesito?—. Pregunto tomando mi rostro, plantando en mi nariz un pequeño beso, un beso que como todos los demás, que como siempre, me dejo perplejo, que me provocaba en el pecho un dolor, un dolor que amaba sentir, que me hacia sentir que no era un muñeco de trapo, que podía sentir y amar mas de lo que alguna vez había imaginado.

Escuchando su voz, escuchando los halagos a mi, escuchando su amor, escuchando lo que su corazón sentía mientras me tenia a sus pies, contándole un cuento, uno que solo era para ella, un cuento donde la luna y el sol se unían, donde las estrellas eran sus  confidentes, un cuento donde las lagrimas de la luna daban un espectáculo maravilloso solo para que los humanos pudieran contemplar cuanto y que tan bello y brillante era su amor.

Mirando sus ojos, su mirada enternecida, sintiendo las caricias de su mano en mis mejillas, en su mi cabello, sintiendo los besos infinitos.

Mientras la llevaba a el jardín, donde las luciérnagas volaban en una danza única, solo para los dos, donde las flores mas bellas del lugar adornaban el lugar, abrazándola en la gentileza de su aroma.

—Princesa mía, ¿Me permite esta pieza? —. Pregunte inclinándome a ella, extendiendo mi mano en espera a que fuera tomada, sin música. No la necesitábamos, sabíamos bien que hacer, justo como ella alguna vez anhelo, un baile lento bajo la luz de la luna, la primera danza, el primer baile lento que ambos teníamos.

Un trueno a la lejanía seguido de agua, la lluvia que cubría el lugar, su risa mas alta, una risa de infinita felicidad.

—Justo como en tus sueños—. Susurre en un abrazo, mientras ella seguía los pasos, siendo cuidadoso de no pisarla.

—No se que hice para merecerte, pero... sin duda lo volvería hacer—. Su voz, suave, rosando mis labios en cada palabra antes de juntarse en un beso mas.

Un beso bajo la lluvia.

El baile, las caricias, las sonrisas, todo se volvía tranquilo con forme la noche seguía su curso, esperando en el baño a que ella saliera, su vestido en mis manos, mojado, mientras una de mis pijamas le quedaba a ella, lo que menos quería en ese momento es que se resfriara, con o sin el don de mi tía, lo mejor era prevenirlo.

Llevándola en mis brazos hasta la habitación donde las historias no pararon, mirando esa constelación en mi techo que ella tanto amaba, aferrándome a ella en un abrazo, acariciando su cabello, sintiendo la respiración en mi pecho.

Ese día no solo fue nuestro primer baile, no solo fue nuestro primer san Valentín, si no que también se había vuelto en nuestra primera noche durmiendo juntos, seria la primera vez que despertara a su lado, la primera de muchas que vendrían en un futuro.

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