02
6 años
Algo que nunca fui capaz de entender fue el comportamiento extraño de mi hermano, un momento se encontraba bien y en otro, parecía molesto con la vida misma, desde que habíamos obtenido nuestro don las cosas se habían vuelto... Extrañas, juraba que el estaba volviéndose extraño.
Y no por el hecho de que casi no sonriera, así el esa el, hacerlo reír era una de las cosas mas extrañas que había en el pueblo, parecía como si no tuviera corazón, mas, al cumplir cinco años eso había cambiado, mas al recibir nuestro don, eso se había quedado atrás, o algo así, sonreía un poquito mas, solo un poco, casi siempre en su sonrisa escondida, un poco discreta.
Desde el momento en que nuestro don se había manifestado nuestro apetito se había incrementado mas, los escapes a la cocina eran frecuentes, siempre tomando de la mano a esa niña de cabello despeinado, o al menos eso siempre parecía, transformándome en la tía Julieta, o alguien que pudiera pasar desapercibido, sacando lo mas que pudiera de comida oculto entre las bolsas del mandil.
Nuestro centro de reunión siempre era el cuarto de Carlos, solo porque a ___ le gustaba mas su cuarto, le gustaba la idea de un teatro dentro del dormitorio, de la luz estelar que parecía que había en el techo.
Los días en los que mi hermano contaba historias, preguntando a mi nuestra mamá lo que leía, buscando historias en el pueblo solo para interpretarlas para nosotros, siempre transformándose en los diferentes personajes, desde el viejo marinero hasta la princesa delicada, siempre cumpliendo el capricho de ____, siempre contando las historias de manera en que ella fuera la damisela en apuros a quien debían cuidar y proteger.
La mañana de primavera, la actitud extraña de mi hermano salio a flote.
—Pero en silencio—. Susurro ___ tomando la mano de ambos, caminando por los pasillos, guiándonos hasta el escondite del dragón, y por escondite se trataba de la cocina, y por dragón la abuela, mi mano sudaba.
El riesgo de que nos pudieran regañar era muy grande, pero, no importaba porque la recompensa por nuestro desafío era mas grande, unas galletas, sabrosas y suaves, galletas de canela, las favoritas de Carlos, unas galletas especiales que la tía Julia hacia, unas galletas tan suaves que se derretía en la boca.
El trato de esto era, que si ella podía conseguir las galletas el se encargaría de relatar la historia mas fantástica de todas, escabulléndonos, recibiendo la mirada curiosa de Mirabel, que nos seguía sin que "nos diéramos cuenta".
Al llegar a la cocina, todo se veía tranquilo, no había muros en la costa, pero la casita misma era nuestro mayor enemigo, esa casa que cada vez que nos acercábamos nos retiraba, sacándonos tan rápido como entrabamos, así cada vez que lo intentábamos.
—Te dije que no había modo alguno de que pudieras tomar esas galletas.. Dijo Carlos acariciando el cabello, en ocasiones, por alguna razón, sentía que cuando hacia eso, miraba a a___ como su perro, le acariciaba la cabeza de la misma forma en la que lo hacia con el perro de ___, y aprecia que a ella le gustaba eso, pues siempre que lo hacia sus mejillas se tornaban rojizas y solía sonreírle con cariño.
—No, yo puedo, y tu me contaras esa historia super fabulosa que prometiste—. Dijo ella con reproche alejándose de los dos, dejándonos confundidos por la manera tan... autoritaria que tenia al caminar, tan segura, saliendo de casa, sin decir nada mas.
No es como si hubiera necesidad de que fueran galletas o panes, sus padres era panaderos, pero... las galletas de la tía Julieta eran algo mágico.
—Me gusta—. Solté de pronto, refiriéndome al hecho de que no se cansaba y no se detenía hasta que tuviera lo que quería.
—Creo que a mi también me gusta—. soltó el pero mirando a otro lado, enfocando su mirada en Mirabel con las mejillas pintadas y molesto ¿Porque se molestaba?
No tenía nada de malo aceptar que tu amiga te gustaba/querías solo por el simple hecho de ser tu amiga, era algo completamente normal, algo que todos en algún momento aceptabamos, quisiéramos o no, y más si se trataba de las ocurrencias singulares que ella tenía.
En tan poco tiempo de conocerla las ocurrencias que ella nos hacía hacer se volvían en recuerdos inolvidables, sacaba de su zona de confort a mi hermano, lo hacía hablar más, lo hacía jugar como un niño normal, no solamente se la pasaba encerrado en la cocina dibujando sabe que cosas en esa libreta que el creía que nadie sabía dónde guardaba.
Cuando creíamos que ella ya se había olvidado de nosotros; Justo como solía hacerlo de ves en cuando. Apareció tomando la mano de nuestra tía, con una sonrisa victoriosa, directo a la cocina, dónde entre marinas y piruetas salió con un platito con galletas de canela, entregándole dos a Carlos y una a mi.
—¿¡PORQUE A EL LE DAS DOS!? Yo también tengo hambre.
—Porque son sus galletas favoritas, a ti te conseguí una arepita porque se que te gustan mucho—. Agrego ella extendiéndome una arepa que por poco chocaba en mi cara.
—Esta bien te perdonó—. Respondí tomando la arepa un poco indignado.
Observando otra vez a mi hermano acariciar su cabello, me parecía particular esa forma, a veces pensaba que ni hermano en verdad podía ser capaz de verla como un perro.
La cosa más singular de ella, era ese encantó que tenía, un encanto esperanzador, y que a su vez creía que era un gran defecto a la larga, esperaba mucho de la gente y siempre trataba de mantenerla feliz, a pesar de su rebeldía y su gusto por romper las reglas que ya habían establecido.
Siempre al centro de los dos, diciendo ser la reina mientras nosotros éramos sus príncipes azules que estarían allí para sacarla de un apuro, y por apuro se refería a un posible regaño que, si me lo preguntaban, en ocasiones si tenía más que merecido.
La forma en que sus vestidos color rosa y blanco cambiaron hasta ser una mezcla rara de amarillo naranja y rojo, me recordaba a la ropa que Dolores usaba, y el motivo de esa ropa era decir que de esa forma siempre estaríamos con ella, sin importar cuánto crecieranos.
—Hola—. Hablo Mirabel mirando a mi hermano, después a ella y al último a mi.
Lo que le había pasado a Mirabel, el no recibir un don le había puesto en el margen de la familia, la trataban diferente aunque dijeran que no, como si fuera un bicho raro, y el que eso pasara tanto a mi hermano como a mí nos ponía un poco incómodos.
No era tan difícil tratarla como una persona normal, tratarla como lo hacíamos antes de recibir nuestros dones, justo como lo hacíamos con ___ pero... Sin esa necesidad extraña de verla como si fuera nuestra hermana menor, yo le incitaba y daba valor a qué hiciera sus travesuras mientras Carlos la cuidaba, un aburrido de primera.
Un chico tan aburrido como lo era ver a Isabela hacer flores para sacarle una sonrisa a mi abuela.
—¿Quieres?—. Pregunto ___ extendiendo su única galleta, partiéndola a la mitad.
—Gracias—. Su sonrisa era grande, abriéndose campo entre Carlos y ella, algo que todo mundo sabía que le disgustaba, no el hecho de separarlos, si no el hecho de aventarlo, no era alguien que disfrutará mucho el contacto físico, un anciano en potencia. — Escuché a mi hermana Isabela y a Dolores hablar, ellas dicen que se les hace muy extraño que siempre estén juntos, y Dolores dice que ___ se va a casar con uno de ustedes dos, que si el tío Bruno estuviera le preguntarían quien es, pero no está, así que se pusieron a pelear, Dolores dice que ___ se va a casar con Camilo, pero Isabela dice que no, que se va a casar con Carlos.
¿Casar? Solo éramos unos niños, nosotros no buscábamos con quién casarnos, ni nada por el estilo, nosotros solo veíamos a ___ por lo que era, una niña con la que podíamos jugar hasta la noche y con la que podíamos hacer pijamada hasta que nos cansarnos sin que mamá se enojara por estar metidos en dónde sea.
Por alguna razón ellos, los adultos pensaban que quién hacia las travesuras era yo, y yo era quien sonsacaba a ___ cuando era claro que no era así, ella era quien nos sonsacaba a nosotros, ella era la mente maestra en nuestra siguiente travesura.
Si alguien hubieras tenido una cámara, el rostro de Carlos hubieras sido el centro de las atenciones, sus mejillas rojas, asustado, atragantando se con la galleta, juraba que se le había subido hasta la nariz.
—No, no me voy a casar con ninguno de los dos, porque son mis amigos—. Respondió ___ negando con la cabeza tantas veces le había sido posible, además los niños no me gustan.
—¿Y las niñas?—. Pregunté transformadome en Lilia, una niña que vivía al lado de ella, de pequitas y chistosa, siempre la buscaba para jugar, pero a quien mentía todos sabían que nos buscaba a nosotros en realidad.
—Tampoco, no seas tonto Camilo—. Hablo ella soltando un pequeño tirón a mi mejilla hasta dejarla roja.
Era como un contrato no escrito, dónde cada vez que ella hiciera algo "bien" o para calmarla Carlos revolvería su cabello, y yo le gastaba bromas a ella y ella las regresaba con apretones en la mejilla que dolían hasta el alma.
—Yo solo digo lo que escuche, yo digo que te vas a casar con Camilo Po...
—¿¡Y PORQUE CON EL!?—. Grito Carlos evidentemente molesto dejando a medio comer la última galleta que le quedaba.
—Porque juegan más juntos, si el tío Bruno estuviera aquí le preguntaríamos.
—Pero no está el tío Bruno, y yo digo que ella no se va a casar con ninguno de los dos, y punto, ella no se va a casar con nadie.
—Como sea, ya me aburrí ¿Vamos a ver qué hace mi papá?—. Interrumpió casi heroicamente ___ antes de que a Carlos le diera un ataque de ansiedad.
En ese momento no sabía realmente porque Carlos se ponía de esa forma, tan exaltado y molesto cuando tocaban ese tema de que ___ se casaría conmigo, solo era un niño inocente que no sabía nada de la vida más que la comida era mi debilidad, aunque Carlo solía decir que eso pasaba por tonto, que no tenía más que una sola neurona, pero como dije, solo era un niño.
Siempre, pasar por el pueblo era sinónimo de ____ tomando nuestras manos, siempre, no había momento en el que ella no fuera capaz de buscar la forma de hacer que la tomaríamos de la mano, cuidando atrás de ella, sintiendo los tirones en el brazo cada vez que ella saltaba alegre, cantando algo relacionado con un cangrejo y un camarón.
Todos siempre hacían esa cara de ternura al vernos, al ver cómo es que la seguíamos a todos lados sin protestar, Carlos con esa cara de pocos amigos mientras yo solo reía siguiéndole el juego, cantando a todo pulmón cómo es que el cangrejo caminaba por la orilla y se encontraba a su amiga el camarón azul.
Una canción que ella había inventado, pena y vergüenza, eso seguramente es lo que sentía Carlos con respecto a nosotros, no tenía otra alternativa, tenía que soportar esa canción, no podía transformarse, estaba prohibido para nosotros hacerlo con ____, pues, si lo hacíamos ella solo se molestaría y nos dejaría de hablar como ya había pasado, y que, el lo personal quien peor se lo tomó, aunque le costará aceptar, fue a Carlos.
En ese momento cuando ella nos dejó de hablar, hace unos meses atrás el se veía .. triste, claro yo también lo estaba, pero el de había desanimado mucho, dando obras teatrales llenas de trama y tristeza.
Lo atribuí al hecho de que siempre leía ese tipo de novelas, o que cada vez que mi madre leía un libro se trataba de eso, y claro para tener más cosas con que trabajar el las interpretaba.
Ahorita viendo el panorama no estoy seguro de que sea perdidamente por eso.
Al acercarnos a su casa el olor a pan recién hecho atacaba mi nariz abriéndome aún más el apetito.
Su mamá, una mujer de mejillas pintadas y cabello perfectamente ondulado siempre nos recibía de la misma forma, con una gran sonrisa, ofreciendo tanta comida como nos fuera posible, mientras que su padre siempre se encontraba en los hornos, trabajando duro.
—Papá dijo que nos haría pan, mi favorito, ese que tiene forma de conejito.
Hablo con claro entusiasmó ___ corriendo a donde su padre se encontraba, un hombre extraño, si tú lo mirabas con mis ojos cuando tenía seis años creerías que es un hombre malo, que está dispuesto a darte una buena nalgada hasta dejarte rojas las pompis, pero en realidad era un hombre muy gentil, que le gustaba tener la compañía de su hija mientras hacía pan, siempre entregando masa para jugar con ella.
—Cuando crezcamos yo te haré ese pan solo para ti—. Se escuchó la voz de Carlos tras el señor, transformandose en el tío Agustín para poder ver mejor como hacia las cosas su padre. —¿Me enseña?.
—Si planeas enamorar a mi flor tendrás que hacerlo mejor pequeño ladrón—. Respondió el padre de ____ dándole espacio para que pudiera mirar mejor.
En ese momento era el inicio de una rutina nueva para Carlos, ir todas las tardes a casa de ___ solo para aprender a hacer ese pan, algo que hasta ahora hace.
Mientras que yo, solo me dedicaba a mirarlos trabajar, jugando con la masa junto a ___ dándole tantas formas se nos ocurría.
Ese día fue sumamente agotador, Carlos no se quería ir, y mientras el estaba con el padre de ___, ella y yo jugábamos en su habitación, corriendo y saltando en la cama, observando como ella intentaba interpretar algo que Carlos tiempo atrás había hecho hasta caer ambos rendidos, dormidos, juntos como me gustaba, tomando su mano.
Cabe mencionar que no sé cómo llegué a mi casa ese día.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro