𝘀𝗲𝘃𝗲𝗻. Glenn's guitar
007. ┊໒ ⸼ 𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝗦𝗘𝗩𝗘𝗡 ──
❛𝖦𝗅𝖾𝗇𝗇'𝗌 𝗀𝗎𝗂𝗍𝖺𝗋 ❜
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Alaska se abrazaba las piernas con fuerza, la mirada fija en el vacío. Glenn le había hablado sobre la tristeza, sobre cómo la muerte de un ser querido nunca desaparece por completo. Le había dicho que, aunque esa tristeza siempre estaría allí, con el tiempo se escondería en lo más profundo del ser, convirtiéndose en algo con lo que se aprendería a vivir. Sin embargo, esa promesa de alivio no lograba calmarla. La pena seguía allí, pesada, aplastando su pecho.
Pensaba en seguir conversando con el coreano, pero la voz de su hermana la sacó de su amena conversación. Así que la niña suspiró, sabiendo que lo único que le quedaba era dormir un poco más, intentar apagar su mente, aunque fuera por unos momentos.
─ ¡Allie! ─la voz de Aleen penetró su burbuja de silencio. La mirada de Allie subió lentamente, dándose cuenta de que su hermana estaba de pie, educadamente esperando fuera de la puerta.
─ Pasa. ─susurró, sin fuerzas para gritar. No quería llamar más la atención de la casa.
Aleen no dudó en entrar. Su presencia era como si un conejo alegre y saltarín hubiera invadido la habitación, y antes de que Alaska pudiera decir algo, ella se agachó y le tomó la mano, levantándola del suelo con un tirón que la descolocó. La mirada de Aleen, llena de emoción, la sorprendió aún más.
─ ¿Desayunaste felicidad y no me invitaste? ─preguntó Allie, frunciendo el ceño, tratando de ocultar la incomodidad con una queja.
─ ¡No! ─Aleen comenzó a jalarla hacia la puerta, como si no le importara la resistencia.─ Mi hermano despertó.
Las palabras de Aleen le golpearon el corazón de una manera inesperada. Aquella noticia, tan sencilla pero cargada de esperanza, hizo que el pecho de Allie se inflara de un gozo que no podía contener. Otis, Leo, todo lo que habían hecho por ese niño llamado Grimes no había sido en vano. El sacrificio estaba dando frutos. El niño estaba despertando, luchando por su vida. Y si él podía hacerlo, Allie creía que todo podía mejorar, que todo volvería a ser como antes. Porque, si las cosas se arreglaban, Hershell no los dejaría quedarse mucho más tiempo en ese lugar. Las familias aquí no duran, pensó, pero los Miller... ellos eran la excepción, aunque no entendía el porqué.
─ ¿Eso te hizo feliz? ─preguntó Aleen, su cabeza ladeada en una muestra de curiosidad.
─ Pero ni conoces a mi hermano. ─Aleen se cruzó de brazos, un gesto de desdén que a Allie no le pasó desapercibido.
─ Pero sé que mi hermano lo ayudó. Otis también. Eso basta para mí. Ahora, espero que tu hermano no se muera pronto después de salir de esa cama, o juro que, donde sea que esté, lo reviviré y lo mataré.
Aleen soltó una risa que resonó en la habitación mientras rodaba los ojos, pero algo en su sonrisa revelaba una mezcla de cariño y exasperación.
─ Glenn tiene razón, eres una pequeña copia de Brooklyn.
─ Claro que no, yo soy más bonita. ─respondió Allie, con la misma arrogancia juguetona que su hermana. Su ego era tan grande como su fuerza, y lo sabía bien.
─ Y tienes el ego de Nirvana.
─ Por algo somos hermanas, dhu. ─replicó Allie, encogiéndose de hombros, pero luego recordó la alegría de Aleen al tomar su mano, esa emoción que parecía vibrar en el aire.
─ ¿Por qué, si tu hermano despertó, viniste a verme? ─preguntó Allie, sin ocultar la curiosidad que se había encendido en su interior.
─ Creí que querías conocer a mi hermano.
Allie hizo una mueca, claramente desconcertada, pero con una sinceridad que se reflejaba en sus ojos. No es que no quisiera conocer al hermano de Aleen, pero no le gustaba ver personas heridas o enfermas.
─ No me gustan las personas enfermas, me dan cosita. ─dijo, estremeciéndose.
Aleen sonrió de lado, como si la respuesta de Allie fuera más entrañable que otra cosa.
─ Bueno, le contaré de ti mientras mejora, ¿sí?
─ Dile que soy pelirroja de ojos azules.
─ Diosito ve cuando mentimos. ─me sacó la lengua, yéndose corriendo de aquí.
Nirvana observaba a su hermana mayor caminar de un lado al otro, sus pasos casi perforando el suelo. Si Brooke continuaba así, no tardaría en abrir un gran agujero y arrastrar a todos al abismo. La paciencia de Nirvana pendía de un hilo; estaba a segundos de atar a su hermana, encerrarla en un baúl y tirar la llave al océano. Si tenía que soportar un minuto más de ese ir y venir frenético, perdería la cordura.
─ ¿Vas a decirme qué pasó o prefieres que cometa un crimen? ─preguntó finalmente, entrecerrando los ojos con fingida amenaza.
Brooke se detuvo en seco, girando hacia ella con una expresión tensa, como si cargar el peso del mundo en los hombros no fuera suficiente.
─ Cometí un error. Un error grave ─admitió, dejando escapar un suspiro tembloroso─. Uno que probablemente nos cueste la estancia aquí.
Nirvana parpadeó un par de veces, procesando aquellas palabras con cuidado.
─ ¿Qué hiciste?
Brooke desvió la mirada, sus pensamientos retrocediendo unas horas. La imagen de Glenn cruzándose con ella, saliendo del granero con el rostro pálido y la respiración entrecortada, estaba grabada en su mente. Todo por una maldita confusión. Había escrito "te espero en el establo" en la nota, claro como el agua. Pero él, por razones que escapaban a su comprensión, había terminado en el granero. Y ahora sabía lo que allí se ocultaba. La primera vez que Brooke se animaba a buscar algo para sí misma, todo salía mal. Era como si Dios estuviera enviándole señales de advertencia.
─ No sé si es porque es hombre o porque es coreano... ¿o chino? No sé. Pero ¿no sabe leer? ─gruñó, cruzándose de brazos─. Dije establo. No dije granero.
─ ¿No puedes decirle que guarde el secreto? ─propuso Nirvana con sencillez.
─ Tú no viste su cara. Era como si hubiera visto un fantasma.
─ Entonces cómpralo.
─ No voy a acostarme con él.
─ ¡Me refería a comida, por Dios! ─resopló Nirvana, rodando los ojos.
Brooke hizo una pausa, sopesando la sugerencia. Tal vez Nirvana tenía razón. En estos días, la gente se peleaba por cualquier caja de comida, especialmente si era fresca. Una canasta llena de frutas podría funcionar.
Y eso hizo. Brooke reunió una selección de alimentos, metiendo incluso carne seca y algunas cosas más. Maggie la observaba de reojo, preguntándose por qué tanto esmero, pero Brooke no respondió. Estaba enfocada en su objetivo. Sin embargo, antes de salir a buscar a Glenn, se giró hacia Alaska, que tranquilamente alimentaba a las gallinas.
Alaska apenas tuvo tiempo de procesar lo que sucedía cuando sintió que alguien tiraba de su brazo con fuerza. Brooke la arrastraba como si fuera un costal de papas, el nerviosismo evidente en cada gesto suyo.
─ ¿Al menos me vas a decir por qué me estás secuestrando? ¿O planeas asesinarme? ─preguntó Alaska, arqueando una ceja.
─ Primero, no te voy a asesinar. Segundo, caminas demasiado lento. ─respondió Brooke sin mirarla, antes de levantarla en brazos sin previo aviso.
─ Si no me explicas, voy a gritar.
─ Necesito que me ayudes con Glenn ─soltó Brooke, su voz llena de urgencia ─. Le agradas. Siempre nos has servido para obtener cosas gratis y convencer a la gente. Ahora me servirás para esto.
Alaska recordó con cierta nostalgia aquellos tiempos en los que sus hermanas la vestían con ropa adorable y la llevaban a negociar con comerciantes o, en el caso de Nirvana, a conquistar chicos. Pero Brooke... Brooke no había tenido novios, salvo aquel extraño caso de Casey.
─ ¿Quieres conquistar a Glenn usándome? ─preguntó, incrédula ─. Creí que ya habíamos superado eso.
─ ¡No! ─chilló Brooke, apretando el paso ─. Digamos que quise hablar con él anoche y... se confundió de lugar. Fue al granero en lugar del establo.
Alaska abrió los ojos con horror.
─ Oh no...
─ Hershell nos va a matar. Nos va a echar de la granja. No tendremos dónde ir. Y el invierno se acerca... ─Brooke hablaba tan rápido que apenas respiraba.
─ Calma, cabra loca ─pidió Alaska, soltando una risita ─. Ya sé. Matamos a Glenn y lo tiramos al pozo. Nadie sabrá nada.
─ ¡Alaska! ─gritó Brooke, fulminándola con la mirada.
─ Bien, sin asesinatos entonces ─gruñó Alaska, mientras Brooke finalmente la dejaba en el suelo─. Hablaremos con él. Seguro será fácil.
Al final, lo encontraron sentado cerca de la puerta de la habitación que compartía con T-Dog, observando el granero con unos binoculares. Glenn lucía más serio que nunca.
─ Me encanta lo discreto que es, ¿eh? ─comentó Alaska con sarcasmo, justo antes de recibir un zape de Brooke.
Sin perder más tiempo, Brooke se acercó al coreano con pasos decididos y, como si se tratara de un trato clandestino, bajó la voz.
─ Dejare una canasta con comida en tu tienda. ─informó.
Glenn apartó los binoculares.
─ ¿Vas a comprar mi silencio con fruta?
─ ¿Crees que soy idiota? También hay carne seca. ─replicó Brooke, con su habitual tono directo.
─ ¿Al menos me dirán por qué Hershell tiene un granero lleno de caminantes? ─preguntó Glenn, estremeciéndose al recordar lo que había visto.
─ ¡Shh! ─pidió Alaska, poniendo un dedo sobre sus labios ─. Baja la voz.
─ Si dices algo, mis hermanas y yo tendremos que irnos de aquí ─dijo Brooke con firmeza ─. Y no duraremos mucho afuera.
─ Mi papá no es bueno luchando. Leo era quien nos protegía, y ahora no está ─añadió Alaska, mirando fijamente a Glenn ─. Si hablas, estaremos muertas para fin de mes.
─ Alaska ─interrumpió Brooke con un tono de advertencia.
─ Soy terrible mintiendo ─admitió Alaska con un suspiro ─. Ni siquiera puedo jugar al póquer.
Brooke suavizó su expresión, haciendo un esfuerzo por sonar más conciliadora.
─ Por favor, guarda el secreto.
─ Mi hermana nunca dice por favor. ─añadió Alaska, intentando apelar al lado sensible de Glenn─. Sabemos que puedes hacerlo.
Alaska estaba aburrida. El tipo de aburrimiento que hace que una habitación parezca una prisión, donde cada pared susurraba su tedio y cada objeto en el espacio parecía repetir: nada va a pasar aquí. Así que, con un suspiro que parecía demasiado grande para una niña de diez años, se levantó y decidió explorar. Tal vez afuera habría algo interesante, algo que rompiera el silencio que empezaba a volverse insoportable.
Caminando por el refugio, observó cómo los recién llegados, ese grupo que había llegado apenas hacía unos días, comenzaban a integrarse con sorprendente facilidad. Algunos se ofrecían a ayudar con los animales, otros con la comida. Incluso se oían risas entre ellos, algo tan extraño y raro que Alaska se quedó un momento quieta, simplemente escuchando.
Una pequeña chispa de esperanza se encendió en su pecho. Tal vez se queden, pensó. Muchos de ellos le habían caído bien, y la idea de que se fueran la ponía triste, aunque no sabía exactamente por qué.
Mientras caminaba sin rumbo, sus pasos la llevaron a un rincón tranquilo del refugio. Fue entonces cuando lo escuchó: el suave rasgueo de una guitarra. La música flotaba en el aire como una brisa cálida, envolviéndola en una sensación extraña, casi mágica. Siguiendo el sonido, se asomó detrás de una pared y lo vio: Glenn, sentado en una silla, con la guitarra apoyada en su regazo. Sus dedos se movían con delicadeza sobre las cuerdas, como si estuviera contándole un secreto a través de la música.
Alaska se quedó quieta, con la cabeza apenas asomándose, intentando no ser vista. Pero Glenn, con una sonrisa que delataba que ya había notado su presencia, alzó la voz.
─ ¿Alaska?
Ella se congeló por un instante, maldiciendo mentalmente la "poción de invisibilidad" que le había comprado a Nirvana por un chocolate. Definitivamente no funcionó. Decidió salir de su escondite con una excusa absurda, porque, después de todo, ¿qué más podía hacer?
─ No, mientes, soy un gato ─dijo mientras daba un paso al frente, alzando las manos como si fueran garras y tratando de parecer lo más segura posible. Caminó hacia Glenn, quien la miraba con una mezcla de diversión y paciencia.─ Ya sabes, soy un gato por la curiosidad, y porque esta me matará algún día.
Glenn dejó escapar una risa suave, pero su mirada se oscureció apenas un poco.
─ Una niña como tú no debería hablar de la muerte.
Alaska se detuvo, ladeando la cabeza como si considerara sus palabras, pero luego encogió los hombros.
─ La muerte ahora domina este mundo ─dijo con un tono más sombrío de lo que pretendía─. ¿Por qué no hablar de nuestros patrones?
Glenn suspiró, dejando la guitarra en su regazo y mirándola con una mezcla de seriedad y algo parecido a la preocupación.
─ Creí que estabas castigada. Escuché que antes de irse a la farmacia contigo, Brooke te dijo eso.
Alaska hizo un puchero, cruzándose de brazos como si protestara por la injusticia del mundo.
─ Sí, y no me dio opción a un abogado ─dijo con dramatismo infantil, arrugando la nariz─. Por cierto, ¿qué hicieron en la farmacia?
Glenn parpadeó, claramente incómodo con la pregunta. Sus ojos se movieron rápidamente hacia los lados, como si buscara una escapatoria. Para Alaska, su reacción era la confirmación de que algo interesante había pasado.
─ ¿Sucedió algo interesante? ─insistió, inclinando la cabeza como un cachorro curioso.
─ No, no, no, claro que no ─dijo Glenn apresuradamente, negando con la cabeza varias veces. Luego, señalando la guitarra, añadió con torpeza─. Sabes, ¿no quieres aprender a tocar?
Alaska lo miró con los ojos entrecerrados, como si analizara su repentina maniobra para cambiar de tema.
─ Lo sabía. Brooke es muy aburrida, seguro ni tuvieron temas interesantes de qué hablar.
─ No tuvimos tiempo de hablar ─respondió Glenn, encogiéndose de hombros.
─ ¿Se encontraron con caminantes o qué? ─preguntó Alaska, cruzando los brazos.
Pero Glenn no respondió. En lugar de eso, se levantó y señaló la silla.
─ Mejor, ven aquí ─dijo.
Aunque desconfiada, Alaska obedeció, sentándose en la silla con un movimiento exagerado, como si estuviera juzgando cada paso del plan de Glenn. Él se colocó detrás de ella, su presencia cálida y tranquilizadora, y tomó con cuidado sus pequeñas manos.
─ Dame tu mano ─dijo, guiando sus dedos hacia el mástil de la guitarra. Sus movimientos eran lentos y cuidadosos, como si temiera lastimarla.
Alaska observó con fascinación cómo él colocaba sus dedos sobre las cuerdas. Luego, Glenn le indicó:
─ Ahora, pasa tu otra mano sobre las cuerdas, pero con suavidad, sin dejar de presionar.
Ella lo intentó, y el sonido que salió de la guitarra fue sorprendentemente limpio. Una nota simple, pero que resonó con una calidez que hizo que Alaska sonriera.
─ Esa era Sol ─dijo Glenn con una sonrisa de satisfacción.
Alaska miró la guitarra, aún sintiendo la vibración de la nota bajo sus dedos.
─ Se sintió bien tocar ─murmuró, sus ojos brillando de emoción.
─ Tal vez porque la guitarra toma tus tristezas y las convierte en música ─dijo Glenn en un tono suave, casi como si estuviera pensando en voz alta.
Alaska asintió, su sonrisa creciendo.
─ ¿Me enseñarías más?
Glenn rió, pero sus ojos se llenaron de picardía.
─ Solo si Brooke no se entera.
Alaska dejó escapar una risita emocionada, moviendo las piernas de un lado a otro como si no pudiera contener su felicidad.
─ ¿Bromeas? ¡Claro que acepto! Y ella no se enterará, lo prometo.
Por un momento, mientras las notas suaves de la guitarra llenaban el aire, Alaska se olvidó de todo lo demás.
Y Brooke lo vio. Glenn en definitiva había ganado un lugar en su corazón.
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