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𝗳𝗶𝘃𝗲. Leo is gone

005. ┊໒ ⸼ 𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝗙𝗜𝗩𝗘 ──

❛ 𝖫𝖾𝗈 𝗂𝗌 𝗀𝗈𝗇𝖾 . . . ❜

(no se olviden de votar y comentar, los estaré leyendo <3)

Hay cosas que Alaska odiaba de tener diez años. Una de ellas eran los dientes de leche y la gran mentira del hada que venía a llevárselos a cambio de unas monedas bajo la almohada. Sabía que todo aquello era una invención de los adultos, una gran mentira para poder ocultar la realidad. Esa idea la enfurecía. Los niños no eran tontos, y ella menos que nadie.

Además, estaba aburrida. Tenía esa frustrante sensación de estar al margen de todo, inútil e ignorada, mientras las cosas importantes sucedían en otro lugar. Aunque admitía para sí misma que era cruel verlo así —como si se estuviera perdiendo de algo emocionante— cuando en realidad, en la habitación contigua, Carl luchaba entre la vida y la muerte. Pero aun así, odiaba que la alejaran, como si su juventud la convirtiera en un simple estorbo.

Brooke había insistido en mandarla a las habitaciones de atrás, lejos de todo. Sin embargo, de algún modo lograron convencerla de ayudar. En ausencia de Leo, Brooklyn le hizo prometer a Alaska que obedecería sus indicaciones y, en su defecto, las de Nirvana. Así que allí estaba, después de largas horas de espera sin noticias, siendo instruida para recibir a los recién llegados del grupo de Rick junto a Nirvana y Beth.

Llevaba una pequeña caja de plástico mientras caminaba por el pasillo, rumbo a la habitación donde se quedaban los Grimes, o al menos uno de ellos: Aleen. El niño había sido prácticamente empujado dentro para evitar que continuara mojándose bajo la lluvia. Además, Beth le había susurrado a Alaska que por ahora era mejor que Aleen no viera a su hermano herido. Aquella imagen desgarradora podía ser demasiado para un niño tan pequeño.

Alaska tocó la puerta tres veces y, tras una breve pausa, Aleen la abrió. Ella se quitó el impermeable y lo colgó en el perchero, mientras lo veía moverse con pasos pesados de regreso al suelo, donde había estado sentado en un silencio denso.

─ Hey. ─intentó con un tono desenfadado, casi cómico, al revisar que todo lo necesario estuviera en la caja.

Aleen apenas reaccionó, sumido en su propio mundo de pena. A Alaska le dolía verlo así y decidió que, por lo menos, intentaría animarlo. Sabía que los padres del niño no estaban en condiciones de consolarlo, y que los refuerzos tardarían en llegar. Ahora, por primera vez, Alaska se sentía responsable de alguien.

─ Me asignaron a tu cuidado ─comentó, tratando de sonar divertida, aunque la situación fuera de todo menos alegre ─. Bueno, nadie me asignó oficialmente, pero tengo tres hermanos, ¿sabes? Y solía llorar cuando alguno de ellos se enfermaba, así que... puedo entender, al menos un poquito, lo que sientes ahora por Carl.

Aleen no dijo nada. Simplemente le quitó la caja de las manos y se encerró en el baño. Alaska suspiró, haciendo una mueca. No conocía realmente a Aleen Grimes, y tal vez él prefería estar solo en un momento como este. Era comprensible, lógico. Su hermano estaba herido de bala y agonizando en otra habitación, y Alaska había escuchado de pasada los gritos de dolor de Carl. Para ella, que apenas lo conocía, había sido un momento estremecedor; para Aleen, el impacto debía de ser devastador.

─ Te dejé la ropa y hay historietas en los cajones ─murmuró, recorriendo la habitación con la mirada ─. Esta solía ser mi habitación de lectura, así que hay algunas cosas por ahí. Tú y tu familia pueden quedarse aquí hasta que pase la lluvia.

Al no recibir respuesta alguna, se giró hacia la salida. Dejó escapar un suspiro resignado y tomó el pomo de la puerta, lista para irse.

Pero entonces, una voz suave y quebradiza la detuvo.

─ Me asustan las tormentas.

Alaska sintió un nudo en el pecho. Sabía que no era una tormenta como tal, pero no tenía corazón para corregirlo. No ahora, no cuando él se estaba abriendo así. Quiso decir algo, algo que pudiera consolarlo, pero no encontraba las palabras adecuadas. Estaba atrapada entre el impulso de salir corriendo y su propio deseo de quedarse y ser útil.

─ Debo ayudar a Nirvana y a Beth a preparar todo para tus amigos. ─le explicó, acariciándose el cabello de manera distraída, como si aquel gesto la ayudara a aliviar su propia ansiedad.

Desde el pasillo, la voz de Beth irrumpió en la habitación, con tono severo.

─ ¡Ella no tiene que ayudarnos!

─ ¡Alaska se enferma rápido y se cura lento! ─gritó Nirvana a continuación, en un tono que rozaba la acusación.

Alaska resopló, lanzando una mirada de reproche hacia la puerta. "Venderé su secreto al mejor postor, lo juro", pensó, divertida pese a todo. Sin otra opción, cerró la puerta y se giró hacia Aleen, esforzándose por ofrecerle una sonrisa tranquila.

Sin más que hacer, se acercó a los cajones y comenzó a rebuscar, sacando algunos juegos de mesa antiguos que había escondido tiempo atrás. Quizás quedarse un rato no fuera tan malo después de todo. Desde la ventana de la habitación, tenía una vista perfecta del camino por el que vendría volver a Otis y Leo.





















Alaska se estiró sobre la punta de sus pies, alzando el brazo hasta sentir la tensión en los músculos mientras trataba de alcanzar los tazones en la repisa más alta. Podía sentir el frío de la cerámica rozando apenas las puntas de sus dedos, como una victoria inminente y esquiva a la vez. En su cabeza, calculaba cuánto tiempo había pasado desde la última comida: más de dos horas. Seguro que Aleen también tenía hambre. Aunque no estaba del todo segura de que el hambre de una persona siempre indicará el hambre de otra, estaba convencida de que al menos debían cenar algo sencillo.

─ Tienes varios hermanos... ─comentó Aleen, su voz rompiendo el silencio y resonando suavemente en la habitación.

─ Qué observador. ─replicó ella, rodando los ojos aunque él no pudiera verlo. La simpleza de su comentario le hizo esbozar una leve sonrisa mientras sus dedos finalmente se cerraban en torno al borde del tazón.

Aleen pareció no captar el sarcasmo en su tono, o quizás lo ignoró, porque continuó con una expresión seria.

─ Me refiero a que tienes varios hermanos, pero sabes... sobrevivir. Me refiero a que pareces vivir bastante bien por tu cuenta.

Alaska frunció el ceño y, con un pequeño salto, bajó el tazón hasta su altura, como una cazadora satisfecha de su logro.

─ ¿Eso lo dices porque voy a hacer cereal con leche para cenar? ─replicó con un dejo de incredulidad en su voz, mientras colocaba cuidadosamente los tazones en la mesa, sentía que había ganado la batalla contra la repisa, aunque bien podía haber traído el banquillo que estaba a dos metros de distancia. Pero no, ese simple logro le sabía a victoria, y pocas cosas sabían a victoria estos días.

Aleen negó con la cabeza, mirándola de una forma que Alaska aún no lograba descifrar del todo.

─ No, Alaska ─dijo, moviendo la cabeza ─. Lo digo porque cabalgas bajo la lluvia, te dan tareas de adulto como ayudar a recibir a un grupo, y tus hermanos solo estaban por ahí, no te dijeron nada en toda esa hora, solo Nirvana que no quería que te resfríes. Yo a Carl no lo dejo ni masticar un chicle solo, capaz se atora y queda tieso.

Esa última frase la hizo soltar una carcajada mientras dejaba los platos y cucharas sobre la mesa, acompañados de la caja de cereal y la botella de leche. La risa se le escapaba en pequeñas oleadas que se mezclaban con un cálido sentimiento de camaradería.

─ Mis hermanos me cuidan, en realidad ─murmuró, sus palabras fluyendo más como un pensamiento en voz alta ─. A veces creo que la única razón por la que se soportan es por mí. En los días en que parece que están a punto de romper todo a su alrededor, se detienen, y yo... siento que esa tregua es por mi causa.

Aleen la observó, con una atención que resultaba casi desconcertante. Su mirada era cálida, y su voz bajó un poco, como si temiera interrumpir la corriente de pensamientos que ella acababa de soltar.

─ ¿Pelean mucho? ─preguntó mientras se servía cereal en el tazón.

Alaska dudó, bajando la mirada y mordiéndose el labio. No respondió, solo hizo una mueca, una que no pasó desapercibida para Aleen.

─ Lo siento. ─murmuró él, interpretando su silencio.

Ella se encogió de hombros, apoyando la cabeza en la palma de su mano y exhalando un suspiro apenas audible.

─ Brooke y Nirvana siempre han sido muy unidas ─confesó después de una pausa ─. A veces creo que no es solo por amistad; siento que es más... una especie de lealtad hacia B. Y ambas, bueno, siempre discuten con Leo, pero nunca lo hacen frente a mí. Es como si quisieran mantenerme fuera de todo, pero igual me doy cuenta.

─ ¿Escuchas sus discusiones? ─señaló él, mirándola de reojo.

Ella asintió, una pequeña arruga formándose en su frente.

─ ¿Y cómo te hace sentir eso? ─preguntó Aleen de pronto, levantando la cuchara como si fuera un micrófono, sus ojos brillando con una chispa de humor que intentaba aligerar el momento ─. Vamos, díselo al oso confesoso.

El gesto y el tono hicieron que Alaska se riera de nuevo, una risa genuina. 





















La noche había llegado, la lluvia ya no era tan fuerte como antes y ahora solo eran pequeñas gotitas que podían pasar como chispitas sin importancia... al menos por ahora, porque mañana deberían limpiar todo el desastre que había dejado la lluvia en lugares como el gallinero.

Brooke solo se había cambiado la blusa, usando una de las de Maggie, pues la suya había sido manchada de sangre. Luego de ayudar a Hershell durante un buen rato, salió a la entrada de la casa, encontrándose con su hermana menor, quien no tenía sueño. Además, su nuevo amigo se había quedado dormido; Alaska dijo que era por el cansancio, pero Brooke pensó que era porque el niño no soportó tanta energía proveniente de la pequeña rubia.

─ Tu pierna se va a salir si sigues haciendo eso. ─regaño Brooke, dándole un suave manotazo en la pierna de la menor, quien en ese momento apenas se dio cuenta de que estaba haciendo eso inconscientemente.

Las mujeres de la familia tenían aquella manía: Vienna Miller, Brooke Miller, Nirvana Miller y Alaska Miller. Siempre lo hacían, cuando estaban nerviosas, asustadas, etc. En este caso, las dos chicas lo hacían porque estaban preocupadas.

─ No dormiré hasta que venga Leo.

─ Cuando despiertes, igual lo verás. Ve a dormir. ─insistió Brooke.

La chica estaba preocupada por su hermano, claro que lo estaba. No se llevaban bien, pero de ahí a querer que muriera era algo completamente diferente.

─ Para de hacer eso. ─pidió Alaska, señalando la pierna de su hermana.

─ Yo lo hago por aburrimiento, tú por nerviosismo...

Alaska solo sonrió. Brooklyn no era tan mala como parecía ser, por eso se había quedado aquí, mirando hacia la entrada de la granja, esperando ver que su hermano mayor viniera sano y salvo.

─ Te preocupas por Leo. ─seguí sonriendo.

─ ¿Qué? ─soltó sorprendida, como si hubieran descubierto sus más oscuros pensamientos ─. Estás loca, claro que no. Él sabe cuidarse.

─ Por Apolo, te preocupas por Leo más de lo que quieres admitir ─dijo casi emocionada ─. Y no tienes que ocultarlo. Según Nirvana, hubo un tiempo en que tú y él eran inseparables.

─ Oh, Dios mío, cállate ─le pidió ─. Y mataré a Nirvana; espero que la disfrutaras lo suficiente.

Alaska no había sido testigo de aquellos tiempos en que Leo y Brooke eran inseparables, sin embargo, Nirvana sí. Ella incluso se sentía la tercera rueda con ellos; iban de un lado al otro que ella se sentía relegada.

Lastimosamente, las cosas cambiaron.

Brooklyn soltó un suspiro, bajando sus piernas para que Alaska pudiera acostarse ahí.

─ ¿Cómo está Carl? ─inquirió, en un intento de cambiar de tema.

─ Por ahora... estable ─contestó, sin apartar su mirada del frente ─. Esperemos que vuelvan pronto con los antibióticos y los instrumentos para ayudarlo, pero por mientras, creemos que puede sobrevivir.

─ Me alegro ─admitió ─. Aleen estará feliz de escuchar eso.

Brooke giró un poco su cabeza desde su posición, y enarcó una ceja ─ ¿Tú hiciste un amigo?

─ ¡B!

─ Nunca hiciste amigos; teníamos que darle cinco dólares a los niños para que se te acerquen.

─ ¡Mentira! ─reclamó, muy indignada.

Ella comenzó a reírse ─. Bueno, sí es mentira lo de pagarle a los niños, pero es que nunca haces amigos; siempre son los extrovertidos quienes te adoptan.

─ Aleen es divertido.

─ Es bueno que conozcas a niños de tu edad. Hace tiempo que solo te rodeas de adultos y Nirvana.

Alaska asintió, era verdad. No sabía cuando extrañaba a niños de su edad. Al menos tendría a alguien con quien hablar de cosas sin sentido. Así que sonrió, acurrucándose en el regazo de su hermana mayor. Ambas estuvieron en silencio durante un buen rato, aunque se vieron obligadas a levantarse cuando vieron a tres chicos venir en medio de la oscuridad.

─ ¿Cerraron la cerca cuando entraron? ─preguntó ella, haciendo sobresaltar a los chicos, que, al parecer, venían muy distraídos.

─ H-Hola. ─tartamudeó aquel chico asiático, uno que ambas habían visto antes en el bosque.

─ La cerramos con el seguro y todo ─aseguró él, sin despegar la vista de Brooke, lo que hizo que Alaska frunciera el ceño; parecía que veían a su hermana como ella fuera un gran trozo de carne.─. Y bueno, encantado... otra vez.

─ ¿Acaso tienes hambre? ─inquirió la menor de los Miller.

─ Vinimos a ayudar ─habló el otro chico, un moreno muy alto, con una herida en el brazo; parecía una mordida... ─ ¿Hay algo que podamos hacer?

─ No me mordieron ─aseguro T-dog cuando vio que las chicas no paraban de ver su herida ─. Pero es un corte bastante feo.

─ Lo revisaremos. Y avisaré que están aquí ─aseguró Alaska ─. Seguro que Brooke podrá curarte, es doctora.

─ Tenemos analgésicos y antibióticos, por si Carl necesita alguno ─ofreció uno de los asiáticos, sacando los frascos de su mochila y dándoselos a Brooke─. Por cierto, mi nombre es Glenn.

─ Bien, Glenn, mi hermana y yo les daremos algo de comer, se ven hambrientos. ─Alaska hizo una mueca.





















─¿Estás rezando?

La voz de Brooke interrumpió el silencio con suavidad. Ella acababa de terminar de curar a T-Dog, y con Hershell ocupado en otros asuntos, decidió salir un momento, esperando encontrarse con Alaska o Nirvana. Sin embargo, sus dos hermanas probablemente estaban en alguna parte, sumidas en sus propios asuntos.

Al salir, lo que encontró fue a Glenn Rhee, sentado en la vieja mecedora de la entrada, con la mirada clavada en el suelo y las manos entrelazadas.

─ Lo intentaba. ¿Por qué te acercas sin hacer ruido? ─preguntó él, alzando apenas la vista ─. Asustas a las personas.

─ Tengo entrenamiento ─dijo ella encogiéndose de hombros con una media sonrisa ─. Dos hermanas menores que solían perseguirme a todos lados... Tuve que aprender a ser sigilosa si quería tener un rato de paz para mí. Además, fue divertida tu cara de susto.

Brooke se sentó en la baranda de la entrada, observando al chico con una mezcla de curiosidad.

─ Sí, estaba rezando... o lo intentaba.

─ ¿Eres creyente? ¿Rezas mucho? ─preguntó ella.

─ De hecho, es mi primer intento. ─confesó Glenn con un tono vulnerable, apenas audible.

Brooke soltó una pequeña risita y negó con la cabeza, pero sin burla alguna.

─ Lo siento por arruinar tu primera vez. ─dijo, tratando de suavizar el momento.

─ Seguro que Dios captó lo esencial.

La chica Miller asintió, comprendiendo. Durante unos segundos se quedó en silencio, mirando el horizonte y el lento movimiento de las hojas bajo el cielo gris, pensaba en ella misma.

─ ¿Puedo saber por qué rezabas? ─preguntó ella finalmente, su voz apenas un murmullo.

Glenn suspiró, apartando la mirada hacia el suelo, y un poco de tristeza se reflejó en sus ojos.

─ Por mis amigos. Creo que les vendría bien un poco de ayuda. ─dijo.

Sus palabras captaron la atención de Brooke de una forma extraña. Ella sintió un nudo en la garganta, como si el peso de su propia fe, ahora casi nula, le hiciera querer prender es "flama" en el corazón de alguien más.

─ ¿Tú crees que Dios exista? ─preguntó Glenn, mirándola por fin directamente, con una intensidad que ella no esperaba.

Brooke se deslizó desde la baranda, dejándose caer junto a él en el suelo, en un gesto de compañía sincera. Miró la pulsera de denario que llevaba en la muñeca, un regalo de su madre, un símbolo de algo que alguna vez le había dado esperanza y consuelo.

Sin pensarlo demasiado, se lo quitó y lo extendió hacia Glenn.

─Toma ─le dijo, sus ojos reflejando una mezcla de recuerdos y sentimientos que apenas ella misma podía descifrar ─. Creo que lo usarás mejor que yo.

Él dudó, observando el denario como si fuera algo sagrado, algo que no se atrevía a aceptar.

─ No me conoces. ─murmuró, sorprendido por la confianza de Brooke.

─ Creo en Dios ─susurró ella, y un leve temblor recorrió su voz, al recordar la pregunta que él le hizo momentos antes ─. O solía hacerlo. Mi madre era creyente, y a través de ella, yo también lo fui. Pero después de todo lo que pasó en el mundo... ya no sé en qué creer. O si debería creer en algo.

Se hizo el silencio, un silencio que ambos compartieron, una especie de consuelo compartido en la ausencia de respuestas.

─ Eres buena. ─dijo él en voz baja.

─ No todo el mundo piensa así... ─murmuró ella, pero una ligera sonrisa se dibujó en sus labios ─. Te dejaré rezando. Veré si me necesitan adentro.

Brooke se puso de pie y comenzó a caminar hacia la puerta, dejando que Glenn se quedara con la paz de su soledad, pero antes de entrar, se detuvo un instante y miró atrás, lanzándole una última mirada.

Pasaron unas horas después de aquello. Cuando Alaska notó que parte del grupo de Aleen había llegado, fue a despertar a su amigo para darle la noticia. Aleen salió a saludarlos, aunque regresó casi de inmediato. Ahora, ambos estaban juntos una vez más.

─ Empiezo a creer que estás obsesionada conmigo ─bromeó Aleen al verla entrar, levantando una ceja con expresión divertida ─. Definitivamente, esto lo tiene que saber Carl.

Alaska se rió, reconociendo el tono juguetón de su amigo, pero no pudo evitar una reflexión que se formó en su mente. Empezaba a creer que Aleen era de esos chicos que hacen reír al resto, pero por dentro llevan algo frágil, como una muñequita de porcelana con varias grietas, que en cualquier momento podrían romperse.

Sin embargo, ahora no iba a ponerse a analizar eso. Había algo más importante.

─ ¿No quieres ver a tu hermano? ─preguntó ella, en un tono bajo. Tal vez podría ayudarlo a escabullirse por la casa para que viera a Carl, incluso si era solo por unos minutos.

Aleen negó con la cabeza y, al hablar, su expresión cambió, mostrando una incomodidad.

─ No me gustan los hospitales.

─ No es un hospital. ─replicó Alaska, suavemente, intentando hacerlo entrar en razón.

─ No me gustan las vibras de hospital ─trató de explicarse él, haciendo una mueca extraña, casi de disgusto, como si solo mencionar la palabra lo incomodara ─. Cuando le dispararon a mi papá... ni siquiera fui a verlo. Aunque quería verlo, odiaba la sensación de estar ahí.

─ Lo entiendo. 

Hubo un pequeño silencio, como si cada uno estuviera calculando hasta dónde podía hablar sin que las propias emociones se desbordaran. Fue entonces cuando Aleen rompió el momento.

─ ¿Y tu papá? ─preguntó, con una cautela que denotaba curiosidad, pero también el deseo de no cruzar límites.

Alaska se tensó, sintiendo un nudo en la garganta, pero decidió responder.

─ Mejor ponme ecuaciones. Es más fácil. ─dijo, con una media sonrisa forzada.

Aleen captó la evasiva y miró a Alaska con más interés, atreviéndose a preguntar con una voz que apenas era un susurro.

─ ¿Lo mordieron?

Alaska negó con la cabeza y, en ese momento, algo en su interior cedió, como si necesitara decirlo en voz alta para que dejara de doler tanto.

─ No... solo es un borracho que se olvidó que tiene hijos desde que murió mi mamá.

Las palabras salieron con una sinceridad cruda. Desde que su padre había descubierto aquel bar en un pueblo cercano, se había vuelto casi un extraño. Pasaba días sin aparecer, y ellos ni siquiera sabían si seguía vivo.

Aleen la miró con un profundo entendimiento, reflejando una tristeza que venía de reconocer, en su propia historia, un eco de la de Alaska.

─ Lo siento mucho. ─murmuró, sus palabras llenas de una empatía que no necesitaba de más explicaciones.

─ No te preocupes... ─respondió Alaska, esbozando una sonrisa apenas perceptible.

Alaska vio las luces de un auto que se acercaba, y su corazón dio un vuelco. Solo podía tratarse de una persona. Con una sonrisa enorme en el rostro, echó a correr hacia el vehículo, con Aleen siguiéndola de cerca. Estaban tan emocionados que, al detenerse de golpe, Aleen no pudo frenar a tiempo y se chocó con ella.

─ ¡Auch! ─se quejó él, tomando aire ─. Lo siento.

Alaska no respondió; su mirada estaba fija en el vehículo, ansiosa por ver a su hermano mayor salir, esperando que apareciera detrás de un hombre desconocido que ya había comenzado a bajar. Escudriñaba el interior del auto, buscando a Otis o a Leo... pero no vio a ninguno de los dos. En cambio, solo estaba ese hombre, cojeando y sosteniendo una mochila en sus brazos.

─ ¿Carl? ─preguntó, su voz quebrándose con incertidumbre.

─ Aún hay posibilidades. ─respondió Rick, en un tono grave y lleno de esperanza desesperada.

El hombre se acercó a Hershell y le entregó todo lo que llevaba, sus manos temblorosas. Hershell, quien estaba a punto de entrar de nuevo a la casa, se detuvo y giró, observando algo en el rostro de Shane que le hizo regresar sobre sus pasos.

─ ¿Otis y Leo? ─le preguntó el anciano, con una seriedad cautelosa.

Shane se quedó en silencio. Solo negó con la cabeza, sin pronunciar palabra.

En ese instante, el mundo de las hermanas Miller se paralizó. Nirvana llevó una mano temblorosa a su boca y la otra a su estómago, que de pronto comenzó a dolerle, como si el dolor de la noticia hubiese golpeado su cuerpo antes que su mente. Brooke dejó escapar unas lágrimas que rápidamente intentó disimular al notar que Hershell se volvía hacia ella. Probablemente iba a necesitar su ayuda, y sabía que debía ser fuerte.

─ Brooke, no le digamos nada a Patricia por ahora. La necesito, y también te necesito a ti. ─le dijo Hershell, intentando mantener su voz firme ─ ¿puedes?

─ Sí. ─asintió Brooke, limpiándose el rostro, y siguió a Hershell al interior de la casa, donde la realidad de la situación ya parecía una carga aplastante.

Mientras tanto, Alaska seguía allí, inmóvil. Su mente se rehusaba a procesar la escena, ese gesto de Shane, la expresión en los rostros de los demás. No lograba entender, como si el mundo se hubiera vuelto repentinamente irreal, deformado por una broma de mal gusto. Su hermano debía de estar cerca. Quizá era un truco, una broma que quería asustarla.

─ Leo... esto no es gracioso. ─murmuró, con el ceño fruncido, todavía escudriñando los rostros de los demás, sin encontrar ninguna señal de alivio.

Rick y Lori la miraban, profundamente afectados, sus miradas cargadas de compasión y dolor. No solo por su hijo, sino también por aquella niña, cuya inocencia acababa de estrellarse contra la cruel verdad de la pérdida.

Alaska se mantuvo en esa burbuja de incredulidad, buscando una lógica donde ya no la había, hasta que sintió las manos de Aleen sobre sus hombros. Ese toque suave, esa conexión, fue lo que la ancló a la triste realidad.

En ese momento, las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro.

Y ahí, finalmente, lo entendió todo.

Su hermano había muerto.





















▬▬ 𝗟𝗨𝗖𝗬'𝗦 𝗦𝗣𝗔𝗖𝗘 🐝

▬ With love, Lucy Rhee (Miller)
palabras; 4072.

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