𝗲𝗶𝗴𝗵𝘁. the monster's gone . . .
008. ┊໒ ⸼ 𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝗘𝗜𝗚𝗛𝗧 ──
❛𝗍𝗁𝖾 𝗆𝗈𝗇𝗌𝗍𝖾𝗋'𝗌 𝗀𝗈𝗇𝖾. . . ❜
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una semana despues . . .
─ Y esa loca de ahí es mi amiga. Se llama Alaska ─dijo Aleen con una sonrisa, señalándola mientras Alaska giraba al escuchar su voz.
Él estaba parado junto a un niño más pequeño, que llevaba un sombrero de sheriff encasquetado sobre la cabeza. Tenía unos ojos azul intenso y un aire que dejaba en claro que eran hermanos. Por si quedaba alguna duda, la venda que se marcaba bajo su camisa delataba que era Carl, el menor de los Grimes.
Aleen se acercó a Alaska, le tendió las manos para ayudarla a levantarse y le preguntó en un susurro:
─ ¿Qué estás haciendo?
─ No la encuentro ─murmuró ella, aceptando su ayuda mientras se sacudía un poco de polvo de las rodillas.
Sacudió la cabeza con frustración, pero aun así se acercó al niño que seguía observándolos, claramente perdido en la situación. Alaska se limpió la cara de manera torpe y, después de un momento de duda, extendió la mano.
─ Mucho gusto, soy Alaska Miller.
─ Carl Grimes ─respondió él, estrechándole la mano con un gesto serio.
Sus miradas se cruzaron por unos segundos. Alaska tuvo la sensación de que no le caía bien, pero no le dio mucha importancia. Seguro era porque aún no había tenido el placer de conocer su fabulosa personalidad.
Al rato, los tres se quedaron pensando qué hacer. Carl no podía participar en nada físico por culpa de los puntos en su abdomen, cortesía de Brooklyn, quien se los había suturado días atrás.
─ ¿Y si jugamos cartas? ─sugirió Alaska, rompiendo el silencio─. Solo tengo que ir a mi habitación por ellas.
─ Pensé que jugaríamos afuera ─comentó Aleen, cruzándose de brazos.
─ Sí, ya me aburrí de estar encerrado ─añadió Carl.
Alaska los miró a ambos y sonrió con picardía, como si acabara de idear el plan perfecto.
─ Está bien, jugaremos afuera, pero en la colina de allá ─dijo, señalando con el dedo una pequeña loma cubierta de flores.
Esa colina estaba en un terreno elevado donde ella podía moverse libremente. Sus hermanos decían que desde los puestos de vigilancia podían observarla sin problema, en caso de que se le ocurriera jugar con lodo o hacer alguna travesura.
Ambos asintieron, así que Alaska corrió de inmediato a su habitación. Tomó un mazo de cartas y un par de bocadillos que había guardado en su baúl. Cuando ya tenía todo listo, salió apresurada, pero no llegó muy lejos.
Ahí estaba él: Shane Walsh.
El hombre bloqueaba su camino, aunque esta vez su expresión no era de enojo como de costumbre.
─ ¿Hola? ─preguntó Alaska con cautela.
─ Hola ─respondió Shane.
─ ¿Busca algo? Conozco esta granja, así que si necesita ayuda, puedo guiarlo.
Shane se agachó hasta ponerse a su altura y ladeó la cabeza con una leve sonrisa.
─ Hace unos días te vi desarmar un arma y volver a armarla en menos de un minuto.
Alaska sintió que el estómago se le caía al piso. ¿La había visto? Eso solo podía significar una cosa: la acusaría con su padre o sus hermanos, y otro castigo era lo último que necesitaba.
─ No te preocupes, no voy a decirle a nadie ─dijo Shane con calma, como si leyera sus pensamientos.
Ella lo miró con desconfianza, pero asintió lentamente.
─ Está bien que aprendas a defenderte ─añadió él.
─ ¿En serio?
─ Claro, todos deberían saber cómo hacerlo. ¿Quién te enseñó?
Alaska bajó la mirada, balanceándose sobre sus pies.
─ Leo.
Shane frunció el ceño un momento, como si estuviera procesando algo complicado. Alaska no sabía qué pasaba por su mente, pero intuía que seguía afectado por lo que había ocurrido días atrás. La tristeza siempre encontraba formas extrañas de salir a la superficie.
─ ¿Quieres que te enseñe a disparar? ─preguntó Shane, de repente, con un tono más ligero─. Fui instructor, y créeme, era muy bueno.
Hizo una voz graciosa, arrancándole una sonrisa a Alaska.
─ ¿De verdad me enseñaría?
─ Claro, tomamos un auto, salimos un rato lejos de aquí, y te doy algunas lecciones. Nadie se dará cuenta.
Los ojos de Alaska brillaron de emoción. Sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia él y lo abrazó con fuerza.
─ Gracias ─murmuró contra su hombro─. No sabe lo que esto significa para mí.
─ No es nada, pequeña.
Pequeña . . .
Alaska observaba desde la ventana cómo el grupo que iba a la clase de tiro comenzaba a reunirse en el patio. Había una energía extraña en el ambiente, algo entre emoción y nerviosismo, mientras los adultos ajustaban sus armas y daban indicaciones.
Por lo que sabía, los niños de aquel lugar tenían problemas para quedarse quietos, y todavía más para manejar un arma sin que los descubrieran. Apenas Carl había conseguido una pistola por un par de horas, y ya lo habían atrapado. Por lo que había escuchado, Rick no fue tan severo, pero su madre no dejó pasar la oportunidad de reprenderlo.
El tema de Carl le cruzaba la mente con más frecuencia de la que le gustaría.
No le agradaba. En lo absoluto.
Era tan distinto de su hermano mayor que resultaba difícil creer que compartieran la misma sangre. Carl era un niño obstinado, y encima, insoportable. Durante la última partida de cartas, había inventado reglas absurdas solo porque no soportaba perder.
El sonido de una risa despreocupada rompió su línea de pensamiento. Nirvana estaba acostada boca arriba en la cama, con los pies apoyados en la pared y moviéndolos al ritmo de la música que salía del tocadiscos.
─ ¿Irás a la clase de tiro de Shane? ─preguntó Nirvana de pronto, sin apartar la mirada del techo─. Brooke dice que no le da buena espina. Podríamos pedirle a papá que nos enseñe mejor.
Alaska volvió a la conversación como quien se saca de un sueño.
─ ¿Brooklyn mencionó a papá? ─preguntó, abriendo los ojos como platos─. Creí que lo había borrado de su mente o algo así. Desde que llegamos aquí, apenas si le habla.
─ No sé qué pasa por su cabeza ─admitió Nirvana con un encogimiento de hombros─. Lo que importa ahora es decidir qué hacemos. ¿Le decimos a papá que queremos aprender, o nos colamos en las clases de Shane?
Alaska hizo una pausa, tratando de medir sus palabras.
─ Yo... no sé si quiero aprender ─mintió con fingida indiferencia─. Creo que quiero pasar un tiempo sin armas.
Nirvana dejó escapar un bufido y rodó los ojos.
─ Pero si volvemos a estar afuera, tendrás que aprender, Allie ─respondió ─. En las películas de terror siempre muere primero la más bonita, y claramente no podemos dejar que eso te pase. Tienes que aprender a defenderte.
─ Nirvana, por favor.
─ Hablo en serio ─insistió─. Eres bonita, pero también puedes ser la última en morir si sabes defenderte.
Alaska suspiró y rodó los ojos con exageración.
─ Entendí el punto, gracias. Pero... ¿por qué Brooke no nos enseña?
Por dentro, sabía perfectamente por qué no quería que fuera su padre quien las instruyera. Aunque le tenía mucho cariño, algo en él había cambiado desde que llegaron a la granja. No era el mismo hombre fuerte y confiado que recordaba. Ahora lo veía distraído, casi ausente, como si algo pesado lo estuviera aplastando. Alaska tenía la sensación de que bebía a escondidas, y aunque no tenía pruebas, prefería mantener la distancia por ahora.
─ ¿Papá te da miedo? ─preguntó Nirvana con una ceja arqueada.
─ Claro que no ─respondió Alaska de inmediato, sacudiendo la cabeza─. Solo digo que Brooke podría enseñarnos. Es todo.
─ Brooke da más miedo que papá. ¿No te has fijado lo bien que maneja los cuchillos? Da escalofríos.
Ambas quedaron en silencio por un rato, dejando que el suave murmullo del tocadiscos llenara el espacio. Nirvana se veía relajada, pero Alaska sabía que su hermana tenía sus propios miedos.
─ ¿Ya no le tienes miedo a las armas? ─preguntó Alaska de repente, rompiendo el silencio.
Nirvana bajó los pies de la pared y se quedó pensativa antes de responder.
─ Siempre le tendremos miedo a algo ─dijo finalmente, con un tono más bajo─. Es lo que nos hace humanos.
Alaska asintió. A veces su hermana podía decir cosas tan sencillas y, a la vez, tan llenas de verdad. Sus ojos volvieron a la ventana, donde el grupo de la clase de tiro se alejaba poco a poco hacia el campo.
─ ¿Y si dejamos que Shane nos enseñe? ─propuso Alaska de repente, girándose para mirarla─. Dijo que era instructor. Ha enseñado a niños de mi edad antes.
Nirvana ladeó la cabeza, como si estuviera considerando la idea.
─ ¿Sabes si Beth irá?
─ Sí, va a ir.
Nirvana dejó escapar una pequeña sonrisa torcida.
─ Bueno, un regaño de Brooke nunca está de más.
Aleen y Alaska estaban sentados en la hierba, jugando una intensa partida de guerra de pulgares. Para los niños en la granja, las distracciones eran limitadas, y cualquier cosa que alejara el aburrimiento era bienvenida, incluso un juego tan simple como aquel.
El sol comenzaba a ocultarse tras el horizonte, y las sombras de los árboles alargaban sus figuras en el suelo. Alaska aún no podía creer su buena suerte: después de la práctica de tiro, cuando Brooke descubrió que se habían colado a las clases de Shane, la única castigada había sido Nirvana. Ahora su hermana mayor estaba ocupada aprendiendo a manejar su cuchillo, mientras Alaska había salido sin cargos. Eso no ocurría todos los días.
─ Así que, ¿no hablarás conmigo si mi hermano está presente? ─preguntó Aleen de repente, con un tono que rozaba la decepción.
─ Efectivamente ─respondió Alaska, sin levantar la vista de sus manos, enfocada en ganar─. Tu hermano parece odiar a las niñas... o a mí en particular.
─ No te odia ─replicó él, suspirando.
─ Claro que sí. Me mira raro, como si estuviera planeando matarme si le doy la espalda ─dijo Alaska, haciendo una mueca exagerada antes de estremecerse al recordar las veces que había atrapado a Carl fulminándola con la mirada.
Aleen soltó una pequeña risa antes de encogerse de hombros.
─ Bueno, Carl siempre ha sido así. Aunque... tal vez esté enojado por el regaño que le dio mamá cuando lo atraparon con el arma.
─ Pensé que dijiste que asumiste toda la culpa.
─ Lo hice, pero nadie nos creyó ─explicó, mientras apretaba su pulgar contra el de Alaska─. Ni nuestros padres ni el tío Shane. Y luego Dale soltó todo el cuento sobre cómo Carl se coló en su caravana mintiendo. Ahí fue cuando se dieron cuenta.
Alaska abrió la boca para responder, pero un dolor repentino la hizo chillar.
─ ¡Auch! ─protestó.
Aleen ya estaba a punto de cantar victoria cuando Alaska, usando su mano libre, le hizo cosquillas en las costillas. Aleen soltó el agarre con una risa involuntaria, y no llegó a los tres "Mississippis" reglamentarios para ganar.
─ ¡Eso no vale! ─reclamó, pero su voz se apagó al instante.
Ambos miraron hacia la casa principal, donde una figura familiar avanzaba con paso firme. Brooke. Algo en su postura, rígida y decidida, no presagiaba nada bueno. Llevaba una bolsa de papel en las manos, y detrás de ella, Glenn corría, claramente intentando detenerla.
─ ¿Qué está pasando? ─preguntó Aleen, confundido.
Alaska negó con la cabeza, igual de desconcertada.
─ Vamos, Lori. ¿Qué es lo que quieres ocultar? ─escucharon a Brooke alzar la voz desde la distancia.
El aire pareció cargarse de tensión mientras Brooke se detenía frente a Lori Grimes, quien intentaba mantener una expresión tranquila, aunque sus ojos la delataban. Brooke comenzó a sacar los artículos de la bolsa uno por uno, anunciándolos con un tono gélido.
─ Trajimos tus cosas. Tu loción. Tu acondicionador. Tu jaboncito... ─enumeró, arrojando cada objeto al suelo─. ¡La próxima vez, ve tú a buscarlos, o manda a tu esposo! ¡No somos tus malditos sirvientes!
Lori intentó decir algo, pero Brooke no le dio tiempo. Con un gesto dramático, sacó una pequeña caja de la bolsa y la sostuvo en alto.
─ ¡Y tus píldoras abortivas! ─gritó con furia, lanzando la caja al suelo.
El mundo pareció detenerse por un momento. Glenn estaba detrás de Brooke, estirando una mano hacia ella como si intentara calmarla, pero era evidente que no la alcanzaría ni física ni emocionalmente. Brooke giró sobre sus talones para marcharse, pero se detuvo un instante antes de hacerlo, clavando la mirada en Lori.
─ Mira, Lori ─comenzó, con la voz cargada de una mezcla de rabia y desprecio─. Yo era estudiante de medicina, así que creo firmemente en "tu cuerpo, tu decisión". Pero esto... esto no está bien. Mantenerlo en secreto, sin darle a tu esposo la opción de saberlo, es cruel. Mandar a tu amigo a buscar las pastillas y cargar con tu secreto... eso es egoísta. ¡Glenn no merece eso!
La última palabra resonó en el aire como un trueno. Sin más, Brooke se dio la vuelta y se alejó con pasos firmes, ignorando los llamados de Glenn para que se detuviera.
Alaska observó a su hermana desaparecer en la distancia, y por primera vez en mucho tiempo, estuvo completamente de acuerdo con ella. Glenn no era alguien que supiera mentir; la culpa y la carga de ese secreto lo destruirían poco a poco. Hacerle eso a un amigo... era como traicionarlo.
Pero antes de que pudiera procesar más la escena, vio cómo Aleen, con los ojos llenos de lágrimas, se levantaba de un salto y salía corriendo hacia los campos.
─ ¡Aleen, espera! ─gritó Lori, pero su voz sonó débil, ahogada por el peso de todo lo que acababa de ocurrir.
─ Voy yo. ─dijo Alaska, poniéndose de pie de un salto y corriendo tras él, sin mirar atrás.
─Nunca había venido a esta parte del pueblo. ─comentó Alaska, apoyando los brazos sobre el tablero del vehículo. Sus ojos, curiosos como siempre, recorrían lo que había a su alrededor, aunque no podía negar que el lugar se sentía... extraño.
─ Cuando salí a practicar con Andrea y a buscar a Sophia, encontré un buen sitio para entrenar ─respondió Shane con tranquilidad. Se acomodó la gorra con una mano y con la otra mantuvo firme el volante, como si lo que decía no fuera gran cosa.
─ Uh, ahora quiero verlo. ─respondió ella con una sonrisa ligera, intentando aligerar el ambiente.
Shane giró apenas la cabeza para mirarla.
─ ¿Qué sabes de los caminantes en el granero? ─soltó de repente, su tono algo más serio, como tanteando el terreno.
Alaska parpadeó, fingiendo demencia de inmediato. ─¿Caminantes en el granero? ¿Es una banda de rock o algo así?
─ Glenn ya nos contó.
─¡Voy a matarlo! ─exclamó ella, su voz saliendo más aguda de lo que planeó.
─ Solo queremos la seguridad de todos, Alaska ─insistió Shane, esta vez más calmado, casi con dulzura ─. Si has visto a los caminantes, sabes de qué estoy hablando.
Un suspiro se escapó de sus labios. Sabía que esto iba a pasar tarde o temprano. ─ Desgraciadamente no podemos hacer que las personas cambien lo que creen —murmuró con resignación ─. El señor Greene piensa que están enfermos, y es su propiedad. No podemos hacer más.
El resto del viaje transcurrió en silencio, uno de esos silencios incómodos que cargan más peso del que deberían. Fue Shane quien habló finalmente cuando llegaron al lugar.
─ Baja.
Alaska descendió del auto con cautela. Frente a ella se encontraba lo que parecía ser una pequeña tienda abandonada. A su alrededor, Shane había preparado todo: botellas perfectamente alineadas y una llanta colgando de un cable, balanceándose ligeramente con el viento.
─ Muéstrame lo que tienes. ─le ordenó él, sin rodeos.
Ella asintió y se colocó en posición. Plantó los pies firmes en el suelo, como le habían enseñado, levantó el arma hasta la altura de sus ojos y cerró uno para mejorar la precisión. Respiró hondo y disparó tres veces. Cada bala rompió su objetivo con un sonido seco.
─ Nada mal. ─la halagó Shane con una pequeña sonrisa.
Alaska relajó un poco los hombros, pero su expresión cambió al notar que él comenzaba a alejarse. Shane avanzaba hacia una puerta vieja y polvorienta que sobresalía detrás de unas cajas.
─ ¿Por qué manejar tanto para esto? ─pensó ella, frunciendo el ceño. Perfectamente podrían haber practicado en el bosque cercano. Algo no encajaba, pero no dijo nada y solo observó.
─ Eres una niña muy talentosa para simples botellas —comentó Shane de repente, sin voltear a verla.
─ Me halaga, pero no soy talentosa ─respondió Alaska, inclinando la cabeza ligeramente, como si le restara importancia ─. Brooke siempre dice que no lo soy...
─ ¿Ella te dice eso? ─preguntó él, sorprendido.
─ Suena triste, pero luego completa diciendo que soy apasionada por lo que hago. Y la pasión le gana al talento ─añadió con una sonrisa nostálgica ─. Además, vengo de una familia competitiva, así que... o compito, o me quedo atrás. ¡Y atrás jamás!
Shane no comentó nada más. ─ Ojos en la puerta, Alaska. ─advirtió de repente, con firmeza.
Alaska se tensó. Su corazón dio un pequeño brinco mientras aferraba el arma con más fuerza. Algo no estaba bien.
La puerta crujió. Alaska se quedó helada al ver que un caminante emergía de las sombras, tambaleándose hacia ella. Tragó saliva con dificultad, pero, tratando de mantenerse firme, disparó. El primer tiro lo acertó.
"Un ejercicio raro... pero interesante", pensó, hasta que el segundo caminante salió. Y luego otro. Y otro. Antes de que pudiera reaccionar, seis caminantes venían directamente hacia ella.
─ ¡Shane! ─gritó con desesperación, sintiendo el temblor en sus manos mientras intentaba recargar el arma. Los dedos se le trababan. El sudor frío le corría por la frente. Esas cosas se acercaban. ¡Muy rápido!
Miró hacia Shane, pero él seguía parado, inmóvil, como si estuviera disfrutando el espectáculo. "¿No va a ayudarme?", pensó con pánico mientras retrocedía torpemente. Tropezó con algo y cayó al suelo de espaldas. El aire se le escapó de los pulmones.
─ ¡SHANE! ─chilló de nuevo, lágrimas comenzando a nublar su visión.
Todo pasó muy rápido. Disparos. Uno tras otro. El eco retumbó en sus oídos, demasiado cerca, demasiado fuerte. Contó mentalmente: uno, dos, tres, hasta seis. Los caminantes cayeron, uno por uno, hasta que solo quedó el silencio.
Alaska abrió los ojos poco a poco, su respiración entrecortada, y lo vio.
Su hermano. Leo.
Estaba ahí, de pie, con la mandíbula apretada y el pecho subiendo y bajando con fuerza. Dejó caer su arma al suelo y caminó directo hacia Shane. Alaska vio el puño de Leo cerrarse con fuerza justo antes de que lo estrellara contra el rostro del hombre.
─ Aléjate de mis hermanas. escupió Leonard, con una voz grave y cargada de furia. Luego, sin mirar atrás, giró y fue hacia Alaska.
─ ¡Leo! ─chilló ella, su voz quebrándose entre el llanto mientras lo sentía abrazarla con fuerza. Su corazón latía a mil por hora, y en ese momento, el mundo volvió a ser un lugar seguro.
─ Los monstruos se han ido ─murmuró Leonard, con la voz más suave esta vez ─. Estoy aquí, Allie. Jamás me iré otra vez. Te lo prometo.
Ella lo abrazó con toda la fuerza que tenía, aferrándose a él como si fuera lo único real en ese instante. Las lágrimas caían sin cesar, pero esta vez no era por miedo. Eran por felicidad. Su hermano estaba vivo.
▬ palabras; 3225
▬ With love, Lucy Rhee
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