d o s.
Sus pies descalzos chocaban contra el pavimento,
los mechones de pelo castaño que cosquilleaban en su nuca
y el frío que sentía en las piernas al no llevar más que una camiseta enorme,
eran sus únicos compañeros.
No sabía por qué,
pero se sentía vacía.
Y, de vez en cuando,
sus demonios agitaban su vacío,
amenazando con dejarla caer.
Aquellas,
eran noches de gritos silenciosos,
de lágrimas ahogadas,
y rupturas cardíacas.
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