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Y aquí estoy.

Daniel (Jefe de Carlota).

-Jen -le digo a la recepcionista, ¿dejaste marchar a una paciente crítica de viruela?  ¿Sin mi consentimiento?

Vale, que quede claro, no sólo me importa que contagie a la gente, también es importante para mí que esté bien.

-Me presentó unos papeles firmados -responde ella-.  Los tengo aquí.

Me tiende el informe del alta.  Maldigo por lo bajo al ver que, efectivamente, tienen mi firma.

-La mato.  Yo la mato -es lo último que digo antes de salir corriendo a mi despacho.

***

Me paso toda la tarde llamando a su teléfono, pero no me contesta.  Finalmente me atrevo a dejar un mensaje en su contestador.

-Hola.  Carlota, por favor, cuando oigas esto, llámame.  Estoy preocupado por ti.  Verás, necesito saber que estás bien.   Llámame.

Como era de esperar, esa noche no recibo ninguna llamada.  Estoy en mi casa, tumbado en mi cama con Olivia, mi pareja.  Ella se acerca a mí, la abrazo, apoya su cabeza en mi pecho y mira el teléfono que tengo entre mis manos.

-¿Me vas a decir de una vez qué es lo que te pasa?

Dejo el teléfono sobre las sábanas y le acaricio la cabeza.

-Tengo un problema en el trabajo, eso es todo.

-¿Seguro?  No parece eso -juguetea con el cordón de mis pantalones.

-Es que estoy preocupado -respondo cortante-.  Duérmete, mañana se habrá arreglado todo, ya lo verás.

-Eso espero  -responde ella y me da la espalda.

Miro su perfil y me imagino con Carlota.  ¿Cómo sería estar con ella?  ¿Sería todo más fácil?  ¿Me querría ella como yo la quiero?

***

Una vibración en mi pierna me hace despertarme de golpe.  Tengo la frente y la espalda sudada.  He soñado que Carlota moría, y aunque no quiera reconocerlo, me da miedo no volver a verla.   Mucho miedo.

-Estoy bien -dice un mensaje-.  Lo mejor es que me quede en casa.  No vengas a buscarme, no quiero verte.  Cuídate.

Suspiro aliviado y dudo varias veces en si contestar o no.  Finalmente escribo "cuídate" y apago el móvil.  Acaricio la espalda de Olivia y vuelvo a dormir.

***

Aunque sé que me ha dicho que la deje en paz -sutilmente, pero lo ha dicho-, no puedo evitar llamarla.  Sigue sin responder, no ha mirado Whattsapp en toda la semana, ni siquiera ha leído mi mensaje.  Sé que tengo aceptarlo, pero no puedo, no quiero.



Jafar (el malo de la historia).

Pobres ilusos.  Sinceramente, creía que mi mujer se relacionaba con gente, como decirlo, ¿más inteligente?  Exacto, más inteligente.  Explicación:  con tres mensajes, lo he solucionado todo.  ¿El qué?  Pues esa es una historia muy larga.  Es nuestra historia.


Cuando tenía quince años comprendí que mis padres no confiaban en mí, que nunca iban a dejar que reinara yo solo, que querían que hubiera alguien conmigo siempre, y la opción más fácil era casarme.  Desde ese momento me presentaron a varias princesas, pero no quería a ninguna.  Todas me parecían vulgares, indiferentes.  En apenas unos años me convertí en el príncipe más codiciado del mundo.  Fin de semana tras fin de semana venían chicas de todos los lugares del mundo dispuestas a contraer matrimonio conmigo.

Pero claro, no se lo iba a poner tan fácil.

Un día llegó a mis manos la foto de una niña.  Tendría ocho o nueve años, pero me perdí en sus ojos azules.  Decían tantas cosas...  había tanto sufrimiento en ellos que incluso mi insensible corazón se resintió.  La hice llamar y sus padres dijeron que sólo la conocería si iba hasta Madrid, donde la chica vivía.  Y por supuesto que fui.

La niña tenía miedo, no habló, pero la obligaron a acercarse a mí.  Cuando la tuve delante, me enamoré perdidamente.  La senté en mis rodillas y hablé con ella hasta que la pude besar.  Ella, claro está, se alejó, pero no por mucho tiempo.  Desde ese día, no me separé ni un sólo momento de ella.  La llevé conmigo a mi reino y la tuve en mi castillo.

Y llegó el día de nuestra boda.  Ella, rebelde, no quería casarse, pero lógicamente no se lo iba a permitir.  Le di una bebida para dejarla fuera de combate, que pudiera tenerse en pie, pero no hablar.  Llevaba varios días grabando su voz y gracias a eso, conseguí un altavoz que dijera "sí" con su voz.

La llevé de viaje de novios por Europa, pero ella no lo supo apreciar.  Todo el rato ponía malas caras, no hablaba, no comía...  Intenté convertirme en algo más que en su marido, en su amigo, pero no lo conseguí.  Cada acercamiento que tenía con ella iba peor y poco a poco eso me hizo resentir.

-A ver si lo entiendes -dijo la muchacha-, no eres nada mío, nunca lo serás.  Estamos casados, sí, contra mi voluntad, sí, pero no te quiero.

-Todo -respondió él mientras la sujetaba de los hombros-, todo lo que tienes lo has conseguido gracias a mí, por mi dinero, así que vas a dejar de hacer el tonto y vas a venir conmigo.

-Que. No. Pienso. Ir. A. Cenar. Contigo.

-Oh, ya lo creo que lo harás.

Él se acabó hartando, no podía más, ella siempre se ponía a la defensiva y era imposible razonar.  La cogió de las rodillas y se la cargó al hombro.  La llevó tal cual al coche.  La sentó en el asiento del copiloto y le puso el cinturón de seguridad.

-Estarás contento -dijo ella.

-Sí -respondió él.  ¿Por qué se porta así? -pensó-, necesito hacerla entrar en razón-.  Ternura mía, no te portes así conmigo, yo te quiero.

-No me importa -lo cortó ella.

En pantalón corto y camiseta de tirantes, fue junto a su marido a una cena con varios príncipes más.

Cuando llevábamos siete años casados las cosas comenzaron a empeorar.  Ella quería comportarse como cualquier chica de su edad, ir de fiesta y divertirse con más veinteañeras, pero yo no iba a dejarla irse.  Si lo hacía, no la volvería a recuperar.  Poco a poco había aprendido a comportarse frente a los demás, pero cuando estábamos solos, ni siquiera me miraba.

Después pasaron cosas que nos separaron aún más.  No me di cuenta, pero poco a poco ella planeó su escapada.  Y no se lo he perdonado.

Nunca.

Tres mensajes, a su padre, a su madre y a su jefe.  Y ahora ella es mía, mía y sólo mía.

Sé lo que ha pasado con tu mujer.  Te ha dejado, te ha roto, pero tú puedes hacerle aún más daño.  Sólo necesito que acabes con tu hija.  ¿Podrás?

***

Nunca más volverás a ver a tu hija.  No la intentes buscar, jamás la encontrarás.  Ahora me pertenece.

***

Estoy bien. Lo mejor es que me quede en casa. No vengas a buscarme, no quiero verte. Cuídate.



El padre de Carlota.

-Sé lo que ha pasado con tu mujer.  Te ha dejado ,te ha roto, pero tú puedes hacerle aún más daño.  Sólo necesito que acabes con tu hija.  ¿Podrás?

Claro que podré.  No sé si por despecho, por odio a mi hija o por qué, pero sé que no dudaré en matarla.  Y sí, sé de quién es el mensaje.  Jafar.  Nunca me arrepentiré de haberme puesto en contacto con él, de haberle enviado la foto de mi hija.  Gracias a él, todo fue mejor.  Ella parecía feliz, se convirtió en mejor persona, pero luego despareció.

Jafar me llamó para decirme que mi hija se había ido, que había escapado del castillo, pero no lo creí.  Esa tarde fui ahí y, efectivamente, Carlota no estaba ahí.  Jafar, el muchacho que los últimos años había empezado a ser más sensible, más cariñoso, estaba frío y distante.  Nunca más volvió a ser como antes.

Dudé en si hablar con él o no.  Finalmente, conseguí que quedáramos en mi casa.

-Entonces, ¿estás dispuesto? -pregunta Jafar mientras se inclina hacia mí.

-Sí -contesto sin dudar.

-En ese caso, seguimos en contacto.

Sin esperar respuesta, se levanta y sale de mi casa.  Cojo el móvil y me dispongo a llevar a cabo la primera parte del plan.  Le escribo un SMS a mi ex mujer, la madre de mi hija y espero dos horas para ir a la casa de Carlota.

***

Tal y como me ha dicho Jafar, mi hija se encuentra en el ascensor, desmayada.  Me acerco a ella y me la cuelgo del hombro.  Voy hasta mi coche y la subo tras asegurarme de que nadie me ha seguido.  Conduzco hasta mi casa y vuelvo a cogerla para bajarla.

-De nuevo juntos -murmuro cuando abro la puerta de casa.  La meto sin muchos miramientos y me apoyo en la pared con fuerza.

La pared se gira 180º y me permite acceder a unas escaleras.  Bajo con mi hija en brazos y llego al desván.  La siento en una silla, la ato de pies y manos y la hago beber un poco de agua.  Sólo me falta que se muera ahora.

Permanezco sentado frente a ella todo el día, observándola, esperando que despierte.  Finalmente, cuando estoy a punto de dormirme con la cabeza entre las manos, recibo un mensaje.

-No le hagas anda a nuestra hija.  He avisado a la policía.  No la toques.  Jamás te lo perdonaría.



La madre de Carlota:

-Nunca más volverás a ver a tu hija. No la intentes buscar, jamás la encontrarás. Ahora me pertenece.

Un día después de escribirle a mi ex marido recibo este mensaje.  Me aterra pensar que no es sólo cosa de su padre, sino que también hay otra persona:  Jafar, como siempre.  Cuando se casaron, veía que las cosas no iban bien, pero nunca pensé que tras la huída de Carlota, él se volvería frío, perverso, dispuesto a hacerlo todo para recuperar a mi hija.  Y temo que lo haya conseguido.

Llaman a la puerta y me apresuro a abrirla.  Daniel, el jefe de mi hija entra en mi casa y me abraza.

-¿Sabemos algo de ella?

Niego con la cabeza y agarro su camisa con fuerza.

-Todo va a salir bien, ya lo verá.

Daniel vino hace tres días preocupado por mi hija.  Decía que ella prácticamente el había dicho que no quería saber nada de él, pero que no le parecía normal que nadie supiera nada de ella.  Yo le enseñé el mensaje del padre de Carlota y el de Jafar, él me ayudó a ponerme en contacto con la policía, juntos intentamos encontrar por nuestros medios a Carlota.

-¿Cuándo va a ir la policía?

-Van a venir como en media hora.  Luego iremos todos hasta la casa.  Espero que la encuentren.

-Ya verá cómo sí.



Daniel.

La policía no tarda en llevarnos hasta la casa del padre de Carlota.  Tiran la puerta y entramos todos al sótano.  Llaman a gritos al hombre, pero nadie aparece.  De pronto, un golpe seco nos hace quedarnos a todos quietos.

Un hombre sale con el cuerpo de una chica entre sus brazos.  La deja en el suelo y se aleja unos cuantos pasos.  Saca una pistola de su cinturón y apunta al cuerpo de la mujer.

-¡Suelte el arma! -gritan algunos policías.

En vez de hacerles caso, quita el seguro.

-Jamás -dice-.  Mariam -se dirige a la madre de Carlota-, me hiciste mucho daño y ahora te lo voy a hacer yo.

La mujer me agarra el brazo con fuerza y ahoga un sollozo.  El arma apunta al cuerpo inconsciente de Carlota.  Algo se revuelve en mi interior, pienso en que la puedo perder, en que tal vez no la vuelva a ver, y eso sí que no, eso no lo voy a permitir.

Apenas soy consciente cuando salgo corriendo.  Varios policías intentan frenarme, pero me desago de ellos a empujones.  Me tiro sobre Carlota y la cubro con mi cuerpo.  La bala va directa a mi corazón.

Dolor, silencio, vacío, calma...  me veo cayendo por un agujero y luego todo es oscuridad.

***

-Y aquí estoy.

Carlota se acerca más a mí, pone un brazo sobre mis hombros y me acerca a ella.

-¿Y Olivia?

-¿Realmente sólo te has quedado con esto después de todo lo que te he dicho? -frunzo el ceño y la miro.

-Puede ser -responde mientras ladea la cabeza.

No puedo evitar revolverle el pelo con cariño.

-Me dejó.  Dice que quiere que sea feliz y que sólo lo voy a conseguir contigo, así que ha querido ponérmelo fácil.

-En ese caso, deberíamos aprovechar que está de nuestra parte, ¿no?

Sin esperar respuesta, me besa.


N.A:

Hola a todos.  ¿Qué creen que pasará?  ¿Jafar conseguirá su objetivo?

Gracias por leer.

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