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330 a.C

Una semana después de mi aventura en el tiempo, todavía no me he atrevido a salir de mi casa ni para ir a trabajar. Y hablando de trabajo, mi teléfono comienza a sonar.

-Carlota -dice mi jefe-, ¿se puede saber dónde te has metido?

-Eh... Bueno, es que he tenido problemas familiares -improviso.

-Sí, ya. Independientemente te quiero aquí dentro de media hora. Tenemos que operar a un paciente de cáncer de páncreas y de un pequeño tumor en la parte baja del abdomen....

-Ahí estaré -cuelgo antes de esperar contestación y me recuesto contra el sofá.

Apenas dos minutos después me levanto y comienzo a vestirme. Me pongo unos vaqueros y una camiseta. Me agarro el pelo en una coleta alta y mientras me ato las zapatillas acabo de comerme un bocadillo.

Cuando cierro la puerta miro el reloj y maldigo por lo bajo al ver que me quedan poco más de diez minutos para bajar al garaje, coger el coche, conducir hasta el hospital y entrar en el quirófano. Y tengo tres opciones:

1) Bajar por las escaleras y llegar tarde.

2) No ir a trabajar.

3) Coger el ascensor, llegar a tiempo y, por consiguiente, conservar mi empleo.

Finalmente me veo entrando en el ascensor.

Cuando pulso el botón cierro los ojos y cruzó los dedos mientras repito: "Que no se pare, que no se pare".

Cuando vuelvo a abrir los ojos estoy ya en el segundo piso. Me atrevo a soltar el aire que he mantenido en los pulmones y aflojo la presión de mis manos en la barandilla.

-Oh, no -murmuro -cuando el ascensor se para.

Mis cosas comienzan a volar a mi alrededor y mi ropa desaparece para transformarse en una túnica.

Cuando las puertas se abren me dejan ver una especie de agujero luminoso a través del que paso.

Una gran ciudad aparece bajo mis pies. La arena cubre los caminos, las casas bajas tapan sus techos con telas de lino, los niños juegan con pelotas improvisadas y varios carros se desplazan sobre la tierra. Aterrizo en la parte trasera de uno de los carromatos, sobre varios sacos.

-¿Dónde va? -le pregunto al conductor en Macedonio. Y a mí que siempre se me habían dado mal los idiomas....

-A palacio -responde en el mismo idioma.

Me resigno a no obtener conversación y dedico el resto del trayecto en ver el paisaje.

Una gran puerta se abre frente a nosotros cuando llegamos al castillo. Es un edificio esplendoroso, grande e imponente. Bajo del carro y comienzo a andar. Un guarda me para.

-¿Viene a ver al Rey? -preguntó.

-Eh... Sí, supongo.

-Sígame.

Comienzo a andar a través de los pasillos y me encuentro frente a una habitación. Entro en ella tras el guarda y espero pacientemente.

-Su Majestad, rey de Macedonia, faraón de Egipto, Shah de Media y Persia y hegemón de Grecia, le presento a su médico.

-¿Es esta mujer? -Pregunta alguien desde la cama.

No me he dado cuenta de su presencia hasta ese momento. Un hombre descansa sobre la tela de la manta. No medirá más de metro sesenta y parece zurdo ya que lleva una pluma en su mano izquierda.

-Así es, mi señor.

-Retírate -le ordena al soldado.

La puerta se cierra y me atrevo a acercarme a la cama.

-Dígame, ¿qué le sucede?

-Llevo varios meses con malestar pero ninguno de los matasanos que me han mirado, ha sabido encontrar la causa de mis males.

-¿Me permite? -pregunto mientras intento levantarle la túnica. Él se deshace de mi mano con un fuerte golpe y me mira enojado.

-¿Acaso no sabes quién soy? -ladea su cabeza hacia la derecha.

-Sí, mi señor.

-Soy Alejandro Magno -me corta-, el rey más poderoso del mundo, el emperador que logrará más que el resto. Y tú, una simple herbolera, te atreves a levantarme la túnica.

-Mi señor -logro decir-, para descubrir la causa de sus males tendré que hacerle un registro completo.

-¿Un qué?

Sonrió un poco y me siento en un borde de la cama. Apoyo mi cabeza sobre su pecho y escucho los latidos de su corazón. Más tarde introduzco una mano en su vestimenta y le palpo el estómago.

-Avíseme cuando le duela.

Tengo que mirar su cara para adivinar el foco el dolor ya que su honor no le permite mostrar debilidad.

-¿Dolor de cabeza?

Asiente con los labios apretados.

-¿Diarrea?

Vuelve a asentir.

-¿Molestias en las extremidades?

Retiro las manos de su vientre y suspiro.

-¿Relaciones recientemente?

Me fulmina con la mirada y niega sutilmente.

-Mañana volveré -le informo-. Procure comer y beber mucha agua.

Sin esperar respuesta salgo de sus aposentos y apoyo la espalda contra la puerta.

***

Día tras día lo visito y le doy medicamentos. Empecé a sospechar que su enfermedad se debía a un envenenamiento. Cuando le planteé esa opción se enfadó y me ordenó que saliera. Varios días después todavía no he sabido nada de él.

Apenas minutos después de llamar a su puerta y no obtener respuesta, un soldado grita que me acerque a él.

-¿Pasa algo? -le pregunto.

-El rey no se encuentra bien -dice-.  Ordena que vayas a verle.

Sin esperar a que acabe la frase comienzo a correr por el largo pasillo.  Llego en apenas unos segundos a su habitación y abro la puerta de un empujón.  Me encuentro al monarca doblado sobre sí mismo y con la frente sudorosa.  Me pongo a su lado y soporto el recipiente sobre el cual está vomitando.

-¿Mejor? -le pregunto cuando vuelve a recostarse en la cama.

-Sí -reconoce-.  Quédate conmigo.

Sonrío y me tumbo a su lado.  Él empieza a rebuscar en sus bolsillos hasta que encuentra un objeto dorado.  Cuando lo levanta descubro que se trata de un brazalete.

-Póntelo -ordena.

-¿Por qué?

-Porque te queda mucho mejor a ti que a mí.

Me toma la mano, pone el brazalete en ella y la apoya en su pecho.  Poco a poco su respiración se acompasa y la presión que su mano ejerce sobre la mía cede.  Deposito un beso en su frente y me levanto con todo el cuidado que puedo para no despertarle.

***

Me convierto en su confidente y poco a poco me gano su admiración. Cada día, mientras lo trato, comienza a hablarme de su pasado, de sus aventuras y desventuras y, por consiguiente, de sus enemigos. Me aterra la idea de pensar que un solo hombre pueda tener a tantas personas en su contra.

-Sabes que si muero contigo en esta ciudad te matarán por no haber conseguido que me recuperara.  Vete.

-No te voy a dejar solo -contraataco-, me necesitas mucho más de lo que piensas.

Me corta con un pequeño beso y me tumba sobre la cama.

***

-Quiero ver al Rey -le digo al guarda que siempre está frente a la puerta cuando no me deja entrar.

-No será posible.

-¿Por qué? -inquiero.

-Ha muerto.

Tapo mi boca con una mano y suelto un grito ahogado.

-Acompáñanos.

Los militares me guían a través del castillo y me conducen hasta una sala en la que me condenan a vivir el resto de la eternidad en tinieblas.

El verano del 323 a.C encuentro mi muerte por traición al mayor rey del siglo.

***

Cuando abro los ojos veo que el ascensor llega al garaje. Me pongo de pie rápidamente y recojo mis cosas del suelo. Conduzco en silencio hasta el hospital y cuando llego, salgo corriendo hacia el quirófano.

-Justo a tiempo -dice mi jefe-. Entra, vamos a comenzar ahora.

Asiento y guardo las llaves del coche en el bolso. Me sobresalto al ver el brazalete en mi muñeca.

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