Capítulo 82; Que Dios perdone tus pecados.
Para Ana fue una noche larga, muy larga, quizás la más larga que había tenido en toda su vida, pasado el medio dia del siguiente día, un policia se acercó a su celda, golpeó los barrotes.
—Arriba señora, le trasladaremos al centro penitenciario para mujeres.
Para Ana fue una noche larga, muy larga, quizás la más larga que había tenido en toda su vida, pasado el medio dia del siguiente día, un policia se acercó a su celda, golpeó los barrotes.
—Arriba señora, le trasladaremos al centro penitenciario para mujeres.
—¿Cómo se atreven?— preguntó indignada— piensan meterme en ese lugar lleno de mujeres pecadoras y promiscuas.
—Si tiene alguna queja puede colocarselas al juez. Ahora, de pie, saque las manos que le pondré las esposas.
Ana no podía creerlo, esperaba que dios la librara de aquella situación pero era obvio que no sería así.El trayecto fue triste y silencioso, se sentía abrumada por aquello, estar en una prisión nunca había estado en sus planes de futuro. La fachada del lugar era increiblemente deprimente, con tonalidades grises y blancas... La ingresaron como un vulgar reo, le entregaron un uniforme y le dieron la oportunidad de cambiarse, le quitaron sus prendas.
—Necesito mi camandula — dijo cuando vio como colocaban todas sus cosas dentro de la bolsa.
—Lo siento, no puede tener pertenecias en la celda.
—No, no lo entiende— le dijo desesperada— necesito mi camandula, la necesito para mis oraciones— la mujer la observó con desprecio.
—¡Una asesina que hace oraciones, la primera que conozco!— le dijo con burla— no puede entrar con la camandula y eso no es negociable— Ana la miró enojada, pero con los ojos llenos de lágrimas. ¿También le quitarían su camandula?, ¿Qué más perdería?, resignada contuvo un suspiro.
—Andando— le dijo otra mujer— te llevaré a tu celda. — la llevó por largos pasillos oscuros y lúgubres, se escuchaban la voz de las mujeres que reían y le daban la bienvenida. Se detuvieron en una celda— es aquí— le dijo— entra— le ordenó y Ana suspiró ingresando a la celda, sosteniendo una almohada y una sábana ligera, la mujer cerró la rejastras ella.
—Así que tu eres mi nueva compañera— dijo una mujer levantandose de la cama y dedicandole una sorisa— las cosas aqui son claras, tenemos horarios que cumplir y en esta celda, yo mando y tu obedeces— Ana frunció el ceño.
—Te equivocas, no soy una subyugada, ni una subordinada.
—Claro que lo eres, nenita— le dijo sonriendo y acercándose mucho a su rostro— y espero que seas buen obedeciendo, porque de lo contrario vas a pasarla muy mal aquí— An sintió estremecimiento en todo su ser. Guardó silencio hasta que la mujer se alejó, entonce se acercó a la cama libre y colocó la sábana y la almohada, en donde se sentó e inclinó su cabeza para coenzar a elevar plegarias, la compañera de celdas solo sonrió.— rezar no te aydará, esto es el infierno en la tierra y pronto vas a descubrirlo.
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La siguiente semana fue dura, Melina tomó la decisión de irse a vivir a las afueras de la ciudad, en aquella hermosa casa que Anibal le había regalado, era una lugar lleno de hermosos recuerdos para ella, así que no habría un mejor lugar para vivir con su hija ya que a aquel departamento no volvería jamás.
Afortunadamente Martina ya había salido de peligro, Melina le había visitado en varias ocasiones, la mujer se había disculpado por haber dejado entrar a Ana a la casa, pero Melina se disculpó llorando porque ella casi había perdido la vida solo por ser la niñera de su hija. Martina le aseguró que estaba feliz con ellas y que estaría feliz de volver con ellas en cuanto le dieran el alta, Melina estaba agradecida, Martina era un ángel.
Amy con las hormonas hasta arriba por su embarazo había llorado en cuanto se enteró por lo que habían pasado sus amigas, y también había jurado que debían pasar más tiempo juntas. Jessie y Bou, habían viajado para asegurarse personalmente de que ellas estuviesen bien.
Samuel y Ámbar habían estado bien, apesar de la tristeza que él sentía, ámbar se sorprendió ante su propuesta.
—Iniciemos los preparativos de nuestra boda.— dijo con voz tranquila.
—¿Estás seguro?— preguntó ella mirándolo con atención—¿No crees que es muy pronto?
—No, no lo es. No quiero que mi madre siga influenciando en nuestra felicidad. Organicemos nuestra boda Ámbar, seamos felices, sé mi esposa.
—Yo seré la más feliz— le dijo rodeando su cuello y besándolo— seremos muy felices juntos, Samuel.
Aquella semana no solo había sido dificil para Ana, sino un completo infierno. Las reclusas estaban volviendo cada dia de su vida una completa miseria, cuando iba a bañarse las reclusas le escondían a ropa, la golpeaban constantemente, le quitaban la escasa comida que le proporcionaba la prisión, siempre que intentaba elevar sus plegarias era abofeteada y durante los recesos en el patio, las reclusas la obligaban a ponerse de rodillas sobre el suelo rustico, ya tení a las rodillas rotas incapaces de sanar por los maltratos diarios.
—No lo soporto más, dios— dijo en susurro aferrada a la almohada.
—Sé fuerte, Ana, sé fuerte— le dijo la voz junto a ella. Cerró los ojos con fuerza para intentar dormir, solo para despertar al día siguiente para que siguiera su tortura, pero aquella noche sería diferente porque Ana no vería nuevamente la luz del día, había llegado el momento en el que ella expiaría sus pecados. Se había regado la voz de las acciones que había tenido, así como de la manera en la que le quitó la vida a su esposo, pero lo que más había enojado a las reclusas era que Ana había estado a nada de quitarle la vida a una pequeña bebé de tan solo cinco meses de vida, eso había generado mucha rabia, indignación y furia dentro de la prisión, ya que la mayoria de las mujeres eran madres y estaban dispuestas a hacer justia, aunque se decía que la religión la había enloquecido y que la mujer no habia actuado en sus cabales, aquello poco le importaba a las mujeres, ellas querían que Ana pagara por lo que había hecho.
La celda oscura y silenciosa parecía cerrarse sobre Ana como una trampa mortal. Las sombras danzaban en las paredes, como si fueran demonios bailando alrededor de ella.
Ana yacía en su catre, sumida en un sueño intranquilo. Su mente estaba llena de voces, voces que la acusaban, la juzgaban y la condenaban.
—¡Eres una asesina!—gritaba una voz.
—Eres una pecadora!— clamaba otra.
—¡Debes pagar por tus pecados!— sentenciaba una tercera, ya no podía escuchar la voz de dios en sus sueños, era como si él la hubiese abandonado a su suerte, para ser sometida por la culpa.
Ana se despertó con un sobresalto, pero antes de que pudiera reaccionar, varias manos la agarraron y la sentaron en el catre. La líder de las reclusas, una mujer imponente con un tatuaje de una serpiente en el cuello, se acercó a Ana.
—Despierta, Ana— dijo la líder, su voz como un látigo. —Es hora de pagar tus culpas. Ana intentó hablar, pero su voz se ahogó en un grito cuando la líder le mostró una soga, los ojos se llenaron de lágrimas, ¿Dónde estaba la voz de dios?, ¿Por qué la había dejado sola?, quería gritar por ayuda, pero no pudo,estaba aterrorizada— ¿Reconoces tus pecados?"— preguntó la líder.
Ana negó con la cabeza, pero las voces en su mente gritaban
—¡Sí!, ¡Sí!, ¡Sí!.— La líder sonrió, una sonrisa cruel que mostraba la oscuridad de su alma.
—Vas a expiar tus pecados, Ana— dijo.—Vas a morir como la basura que eres. ¿Cómo te atreves a intentar matar a una bebita?, ¡Perra infeliz!, ¡Vas a pagar por todo lo que has hecho, Ana, vas a pagar!— le dijo con rabia. La soga se tensó alrededor del cuello de Ana. Ella intentó forcejear, pero era demasiado tarde, entre varias reclusas la pusieron en pie con la soga alrededor de su cuello y la elevaron.
—¡NO, POR FAVOR NO!—gimoteó—¡AYUDA, AYUDA!—gritó desesperada—¡POR AMOR A DIOS QUE ALGUIEN ME AYUDE!—suplicó con los ojos llenos de lágrimas. Su cuerpo se balanceó en el aire, suspendido por la soga, Ana batalló para intentar liberar su cuello, mientras sentía como la soga le quitaba el aliento, sentía como si sus ojos fueran a salirse de la cuenca, batallaba por respirar pero no había mucho que pudiera hacer a su favor, su destino estaba sellado y mientras se escapaba su aliento, también se le escapaba la vida y mientras llegaba su último aliento, sus culpas la atormentaban aún más, pensaba en el rostro juvenil y enamorado de Anibal, la cara de la pequeña niña, las lágrimas de Melina, la determinación en los ojos de Ámbar, pero sobre todo en la mirada de depción de su hijo.
Samuel, su querido Samuel, él había sido el deseo más fuerte de su corazón, su necesidad como mujer, pensó en la primera vez que vio sus ojos y lloró con aún más agradecimiento de que Dios hubiese escuchado su clamor de ser madre... una lágrima cayó de sus ojos mientras movía los pies con desesperación...
Su hijo... su mayor amor... ojalá que algún día pudiese perdonarla.
Las reclusas se retiraron, dejando a Ana colgada, su cuerpo inerte y sin vida, con ojos muy abiertos.
La líder dijo;
—Ahora has pagado tus culpas. Ahora has expiado tus pecados. Buen viaje al infierno y que tu dios perdone tus pecados.
La celda se sumió en un silencio sepulcral. Las sombras volvieron a danzar en las paredes, pero esta vez parecían bailar de alegría.
Ana había encontrado su fin, un fin que reflejaba su propia locura y su propia culpa.
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