Capítulo 73; De sacerdote a CEO
Tres semanas, tres largas semanas habían transcurridos desde que Anibal había fallecido, el testamento del mismo tenía que haberse leído hacía mucho sin embargo la lectura no habia podido darse en vista de que Meina no podia asistir a la misma, su pequeña seguía en cuidados especiales.
—Usted debe estar presente, señora— le aseguró el abogado.
—No quiero ir allí, no me sentiría cómoda.
—Si no lo hace por usted, debe hacerlo por su hija. Debe esta presente señora, es parte de la ultima voluntad de mi cliente y sin su presencia no puedo darle lectura al testamento.
—¡Por Dios, que insistente es usted! — gimio frustrada— No me moveré a ingun lado hasta que mi hija este fuera de peligro, así que; o espera usted a que yo esté disponible o haga lo que quiera.
Y así fue como pasaron tres largas semanas hasta que al fin Melina estuvo disponible dispuesta para asistir a aquel eveto. Melina bajo del taxi y suspiró al observar la enorme casa que se erigia frente a ella.
—Bien, aquí vamos... todo sea por ti, mi amor— se refirió a Anibal— mientras llamaba a la casa, para aferrarse al coche de su bebé que estaba placidamente dormida, buscando en su pequeña hija la fuerza que necesitaba.
—Todo estará bien, Mel— le dijo Ámbar mientras le colocaba una mano en el hombro— estoy aqui para ustedes.
—Gracias Ámbar — le sonrió tristemente. — entremos, salgamos de esto de una vez por todas.
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—¿Qué hace esa mujer en mi casa?— preguntó Ana después de acercarse al abogado que hablaba con Samuel.— Esas mujeres — corrigió observando a Melina quien llegaba dirigiendo un coche de bebé y junto a ella Ámbar, ambas parecían serenas y tranquilas, aunque Melina tenía ojeras y parecía triste.
—Madre, tu dijiste que querías que el testamento de mi padre se leyera aquí, en tu casa.— le dijo en tono de obviedad.
—Si, eso dije— exclamó con enojo controlado— Pero, ¿Qué tiene ella que hacer aquí?, quiero que se largue ahora mismo, se lo dices tu o la echo yo.
—Madre...— dijo agotado — te recuerdo que hemos estado esperando durante tres semanas para leer el testamento porque tenían que estar todas las partes involucradas.
—¿Tu padre se atrevió a hacerme semejante humillación?, ¿Heredó a esa mujer?— preguntó indignada— ¿Cómo pudo Anibal hacerme eso?
—Señora...— intervino el abogado — si gusta, podemos trasladarnos a otro lugar.
—Claro que no— dijo elevando el mentón— iniciaremos cuando usted lo considere pertinente— y dándoles la espalda se encaminó al sofá para sentarse y tomar una postura elegante, al pasar junto a ellas le dirigió a ambas mujeres una mirada de absoluto desprecio.
Ana, elevó el mentón orgulloso, era el colmo, insólito que Aníbal después de muerto siguiera restregandole aquella mujer en la cara junto a su pecaminosa relación.
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—No quiero estar aquí — dijo Melina que parecía querer desmayarse. Ámbar le tomó la mano y se la presionó con cariño, infundiendole fuerzas.
—Tranquila, estamos juntas en esto. No te dejaré sola— ambas observaron a Ana pasar junto a ellas y dirigirles la más espantosa de las miradas.
—Me odia...— fue un susurro.
—Nos odia— la corrigió con tono amable— creo que me odia más a mi, nunca me perdonará haber "desviado" a Samuel de su camino para sumergirlo en mi lujurioso mundo — se contuvo por poco de rodar los ojos en un gesto absurdo— que Ana no nos amargue el momento, estamos aquí porque Aníbal quería que tú estuviese presente, tu y su hija— miró hacia el cochecito, dónde no se veía nada, pues la pequeña estaba cubierta por una manta.
—Pero me quiero ir.— dijo con angustia.
—Hazlo por ella, es su derecho— Melina la observó unos minutos y asintió.
Aquellas tres semanas fueron muy duras, sin embargo ambas pudieron contar con el apoyo incondicional de Amy y a pesar de la distancia también con Jessie, quienes estaban al pendiente de ellas. Por el momento, Melina y la bebé estaban pasando una temporada con Samuel y Ámbar, ya que no querían dejarla a solas. Si no hubiese sido por su hija y por el apoyo de sus amigas, seguramente hubiese perdido la cordura, cuando la noche llegaba los recuerdos la torturaban y el dolor le oprimia el corazón, no tener a Anibal era la prueba mas dura que tenía que afrontar.
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La sala estaba en silencio, los presentes acariciaban el ambiente tenso, esperaban atentos para la lectura del testamento de Aníbal. Ana se sentó en la primera fila, su rostro sereno y devoto.
—Buenas tardes para todos, ya que nos econtramos todos y estan preentes todas las partes involucradas, daremos inicio a la lectura del Testamento de mi cliente, cooceremos la última voluntad de Anibal Thompson.
El abogado comenzó a leer:
La lectura del testamento inició con Anibal aclarando que se encontraba en uso pleno de todas sus facultades mentales y que era su firme deseo que se respetara su utima voluntad, seguido d eun emotivo mensaje;
"...Quiero expresar mi amor eterno a mis hijos, Samuel y mi pequeña princesa. Son la luz de mi vida, y siempre estarán en mi corazón, aunque yo no esté más físicamente siempre estaré en sus corazones.
Samuel, mi hijo mayor, eres mi orgullo, eres quien me dio el titulo de padre, quien me enseñó el significado de un amor más grande y puro, como nunca antes lo había sentido, hasta que vi tus ojos por primera vez y supe que ser padre siempre estaria por encima de ser hombre, cuando te vi tan pequeño y fragil, supe que haría cualquier cosa por ti, o hay limites en lo que haría por ptotegerte y cuidar de ti. Lo que he de heredarte, no solo es una herencia material, sino un legado de amor y responsabilidad. Sé fuerte, sé justo y siempre recuerda que te amo.
A mi pequeña princesa, te dejo mi corazón y mi alma. Eres un regalo del cielo, y siempre estarás protegida por el amor de tu madre y el mío, te amo princesa mía eres el amor de mi alma. Melina, te pido que cuides de ella y la guíes por el camino de la vida, eres esa luz maravillosa, un nuevo comienzo, una nueva etapa como padre, no importa cuantos años tengan, ustedes son y siempre serán la razon de mi existir y el motivo por el cual me levanto cada mañana.
Quiero que mis hijos sepan que los amo por igual, y que deseo que siempre esten unidos en mi memoria, aunque falte físicamente y mis brazos no puedan abrigarlos, mi amor siempre les acompañará. Deseo que tù Samuel, cuides de tu hermana, que la protejas siempre y sea una parte de ti.
Dejo todos mis bienes, incluyendo mi empresa, propiedades y todo lo que poseo, a partes iguales entre Samuel y mi pequeña princesa... mi hija, fruto de mi relación con Melina...Así mismo dejo una pension vitalicia para Ana y para Melina, madres de mis hijos. Quiero que mi hijo Samuel se encargue de la empresa, y que Melina sea la tutora de nuestra hija, Esa es mi voluntad y deseo que se cumpla a cabalidad"
El resentimiento creció aun más Ana, cerró los ojos, su mente se desbordaba de pensamientos.
"Lo hice por ti, Aníbal. Te salvé del pecado. Te liberé de la tentación de esa mujer y su cuerpo pecaminoso. Ahora estás con Dios, libre de la corrupción de este mundo y aún así me pagas de esta manera. De nada sirve tanto amor."
¿Cómo puede ella estar aquí?— pensó.— ¿Como puede haberla incluido en el testamento?
Ana se puso tensa, su rostro enrojecido por la indignación.
¿Cómo puede él hablar de amor y dejar que ella se beneficie de todo? —pensó. — ¿Cómo puede mencionar a esa... esa mujer y a su hija en el mismo testamento que a nuestro hijo?, ¡Anibal era un traidor!
Melina miro a Ana quien le devolvió la mirada cargada de odio en su mas genuina expresion.
Ana se levantó de su asiento, su voz temblando de rabia.
—¡Eso no es justo!— exclamó. —¡Aníbal no pudo hacernos eso a Samuel y a mi!— La sala se quedó en silencio, todos mirando a Ana.
—De hecho es muy justo— aseguró Samuel— es la voluntad de mi padre y me asegurare de que se cumpla.
—¡Esta mujer es una... una usurpadora!— dijo enojada y con los ojos llenos de lágrimas — llegó para arruinar nuestras vidas. — Melina levantó el mentón con orgullo.
—No me averguenzo de lo que hubo entre Anibal y yo— dijo con voz serena y sus ojos se llenaron de lágrimas— era amor, un amor puro y bueno.
—Las mujeres como tu no aman— sentenció.
—Las mujeres como yo amamos con todo lo que somos— dijo orgullosa— y Aníbal a mi lado encontró mucho amor.
—¡Descarada!— le dijo enojada— ¡Te atreves a admitir tu pecado en público, desvergonzada!
—El amor no es causa de vergüenza porque Dios es amor— le dijo con seguridad. — Me gustaría conversar con usted, sin... público.
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