Capítulo 71; Es mi esposo
—Señora...— dijo la mujer asustada. Ana se giró hacia ella con rostro inexpresivo.
—¿Qué sucede?— preguntó en tono calmado.
—En la puerta hay dos oficiales de policía— Ana supo de inmediato el motivo de aquella visita y aunque quiso evitarlo, pues el pecado de Anibal era muy grande y no merecía piedad, ella era su esposa y él era el único hombre que había amado en su vida.
—¿Y qué desean los caballeros?— preguntó ocultando la pena que sentía y el enorme peso en su corazón.
—No lo han dicho, señora. Solo piden verla.
—Bien, entonces hazle pasar— le dijo tranquilamente. La mujer del servicio se marchó y ella trabajó en tranquilizarse. Poco tardó en volver acompañada de dos hombres.—Buenas noches caballeros— los recibió poniéndose en pie— debo decir que me sorprende su visita.
—¿Señora Thompson?
—Si, Ana Thompson. ¿En qué puedo servirles?
—Suponemos es la esposa del señor Aníbal Thompson.
—Supone bien, aunque espero que Aníbal no se haya metido en algún problema. Sería algo nuevo, la policía nunca nos ha visitado... ¿Qué sucede?.
—Tenemos entendido que el señor Aníbal ya no vivía aquí.
—Tiene usted mucha información — le sonrió con amabilidad— nuestro matrimonio lleva un tiempo pasando por una crisis. Aníbal no vive aquí, sino con su nueva pareja, de hecho estamos conversando un posible divorcio. Aún así, sigo siendo legalmente su esposa, si se metió en algún problema...
—Señora... su esposo tuvo un accidente — Ana abrió los ojos enormes y se fijó en el hombre.
—¿Qué dice?— gimió llevándose una mano al pecho—¿De qué habla, oficial?
—Lo lamentamos señora, pero al parecer su esposo perdió el control del auto y terminó por estrellarse.
—¡Dios mío!— exclamó con las lágrimas cayendo de sus ojos y comenzó a sollozar—¡No puede ser!—lloró desconsoladamente—¿cómo está él?
—Lamentamos informarle que el impacto fue letal, el señor Aníbal Thompson, perdió la vida.
—¡NOOOO!—gritó desconsolada y se aferró al policía llorando, quién la recibió incomodamente entre sus brazos.
Ana lloró por mucho rato, los policías le informaron hacia donde debía dirigirse si deseaba reconocer el cuerpo. Ana, llamó de inmediato a Samuel, quién tardó en responder, no fue sino hasta la segunda llamada que respondió.
—Madre...
—¡Oh Samuel, tu padre!— lloró.
—Lo sé... lo siento me hubiese gustado ir contigo.
—Ven por mi, debemos ir a la morgue.
—Tendrás que adelantarte madre, voy camino al hospital con Melina, ha roto fuente y ha entrado en trabajo de parte. — dijo con voz nerviosa— al parecer hoy es el día para que todo suceda.
—¡Pero yo te necesito, hijo!— gimió.
—Lo sé, madre, me rompe el alma no estar allí, pero Melina me necesita y no tiene a nadie más. Te alcanzo en cuanto pueda, madre. Adiós.
Cortó la comunicación, y Ana sintió ira, la ira creciendo dentro de ella, ni siquiera en un momento como ese podría librarse de la maldit4 mujer que había llegado como un huracán para destruir a su familia.
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El trabajo de parto de Melina se estaba complicando, aún no era su tiempo de nacimiento y por si fuese poco una ecografía indicaba que la niña estaba en una buena posición para nacer, los dolores y las contracciones seguían, pero Melina no lograba dilatar...
Si no lograba que la niña se abriera paso para nacer, aquello podría terminar mal.
Ella asumía que se debía al dolor de su alma, aunque su cuerpo dolía terriblemente, un dolor que amenazaba con desgarrarla desde dentro, no se comparaba al dolor de su alma.
¿Cómo podría enfocarse en dar vida, cuando ella misma sentía que acababa de morir?
¿Sería muy egoísta ceder a su deseo de morir?
¡Claro que lo era!
Si ella moría, entonces ¿que sucedería con su pequeña?, Samuel y Ámbar podrían cuidar de ella, pero no podía condenar a su hija a una vida donde Ana estuviese rondandola siempre.
—Lo mejor será hacer una cesárea — dijo uno de los médicos.
—Aun podemos intentar un parto natural, démosle medicamento, si sigue sin dilatar entonces pasaremos a la cesárea...—Melina escuchaba todo, mientras el dolor de su cuerpo y su alma batallaban por salir triunfantes.
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Ana entró con paso firme al cuarto frío de la morgue, el hombre le miró fijamente.
—¿Está segura de que quiere hacer esto, señora?, alguien más podría reconocer el cuerpo.
—Es mi esposo— dijo con lágrimas bajando por sus mejillas— nuestro hijo tardará en llegar.— el hombre asintió, se acercó a la plancha y retiró con cuidado la sábana que cubría el rostro del hombre. —¡Dios!— gimió Ana llevándose la una mano a la boca y otra al pecho, ahogando así un gemido. El peso de sus acciones le pesaron enormemente, Aníbal, su único amor sobre aquella fría plancha.
—Señora...
—Si, si, es él, es Aníbal, mi esposo— lloró.
—Bien— el hombre hizo ademán de cubrirlo pero ella se lo impidió.
—No, no lo haga— caminó hasta él, quedó a la altura de aquel rostro maltratado con cortadas, y un par de hematomas— ¿Me puede... dejar un...?
—Solo un par de minutos— le dijo asintiendo antes de darse la vuelta y salir dejándola a solas con el cuerpo.
Ana lloró amargamente, porque Aníbal la había aorillado a aquello, la había empujado a aquella acción.
—Anibal, amor...— le dijo con dolor— espero que tus culpas sean perdonadas y recibas el perdón de tus pecados. Te amé, te amo y siempre te amaré, siempre serás mi esposo... Se ha cumplido, la muerte nos ha separado — lloró.
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—¡No puedo más!— gimió Melina aferrada al barandal d ella cama, su rubio cabello pegado a su frente perlada en sudor y a su cuello igual de sudoroso por el esfuerzo— ¡No puedo más!— repitió sin saber a ciencia cierta si se refería al dolor de su cuerpo o de su alma. La enfermera la miró intentando tranquilizarla, entró el médico a la habitación.
—Es hora, no puede esperar más, la llevaremos a quirófano, la intervendremos y haremos una cesárea de emergencia.
Eran las doce con cuarto de la madrugada cuando Melina escuchó el llanto de su hija, nuevas lágrimas salieron de sus ojos, porque allí estaba... una parte de él, esa bebita era el fruto del enorme amor que Aníbal y ella habían compartido...
Su hija había nacido al día siguiente de la muerte de su padre...
Dame fuerzas, Dios... dijo Melina mentalmente... Dame fuerzas para seguir adelante, las necesito más que nunca.
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