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Capítulo 30; Olimpiadas amatorias. 🔥🔥

Ámbar despertó sumamente emocionada, ansiaba el regreso de Samuel y esperaba darle el recibimiento que él se merecía.

Salió de compras muy temprano, en busca de todo lo que necesitaría para realizar las recetas que busco por internet, volvió a casa en un taxi y cargada de bolsas de compras. Encendió el computador y se dedicó toda la mañana a preparar unos exquisitos platillos para recibirlo, se sentía muy feliz haciendo su maximo esfuerzo, en cocinar para él, era como gritarle lo especial que se habia vuelto para ella.

Pasado el medio día, tenía todo listo, así como una buena botella de vino tinto enfriando, deseaba que todo fuese perfecto.

Tomó una larga ducha y se puso un lindo vestido. Lindos zapatos de tacón y secó su cabello, dejó sus preciosos rizos sueltos, cayendo libres más allá de su media espalda. Serían poco más de las dos y treinta, cuándo el timbre sonó, Ámbar sonrió nerviosa mientras su corazón se aceleraba, se apresuró a abrir la puerta y si, allí estaba él, quería echarse a sus brazos y besarlo en pleno pasillo, pero aquello sería muy perturbador para quien lo viera.

—Hola— la saludó —¿Puedo pasar?

—Bienvenido— le dijo con una enorme sonrisa— si, claro, adelante.— en cuánto Samuel entró, ella cerró la puerta, se giró hacia él y saltó sobre él, ansiosa de abrazarlo, Samuel sonrió, Ámbar era muy espontánea y eso le encantaba, con las piernas le rodeó las caderas, y con las manos su musculoso y varonil cuello— te extrañé tanto — Samuel la tomó de los muslos, ayudandola a mantener el equilibrio, y elevó el rostro para poder mirarla, estar alli cargándola era maravilloso.

—Y yo a ti— para satisfacción de Ámbar, fue Samuel quién cortó la distancia entre ellos y se apoderó de su boca en un hambriento beso. ¡Le encantaba, amaba que aprendiera tan rápido!, la lengua de él se deslizó dentro de su boca, hurgando sus rincones, mientras ella disfrutaba de besarlo y comérselo a sus anchas, el cuerpo de ambos se estremeció de deseo, y las respiraciones se volvieron irregulares, hasta que poco después tuvieron que separarse en busca de oxígeno.

—Lo paso tan mal cuando no estás—sonrió ella— al menos el trabajo me ayuda a entretenerme.

—Bésame de nuevo —aquello fue casi un ruego y Ámbar tenía deseos de todo, menos de hacerse de rogar, casi grita de alegría cuando Samuel comenzó a caminar en dirección a la habitación, todo su ser palpitó de amor y deseo.

Él se sorprendió de todo lo que ella lograba solo con un beso, ella se sorprendió de aquel deseo tan salvaje que solo él despertaba en su ser.

Al llegar a la habitación, Samuel la dejó sobre el suelo, ayudándola a ponerse de pie, aún sin poder dejar de besarse, las prendas comenzaron a volar por todas partes, eran dos cuerpos ansiosos, deseosos de amarse. Arrastrados hasta la cama en medio de besos y caricias, ansiosos de unirse, Ámbar no necesitaba más preámbulos, estaba lista para él, para sentirlo por completo llenandola toda.

—Me acostaré— indicó él, tomando la misma posición que la primera vez, pero Ámbar quería mostrarle que no siempre debe amarse de la misma manera.

—Hay muchas formas de hacerlo— le sonrió con dulzura y sentándose la miró— las formas son infinitas... cualquiera que se te ocurra.

—No se me ocurre nada—dijo con sinceridad, pero el gesto de su rostro causó en Ámbar una infinita ternura.

—Yo tengo imaginación por ambos—dijo sonriendo con picardía— pero probemos algo más tradicional—se acostó junto a él, Samuel se colocó de medio lado mirándola, ella le c
sonrió y el correspondió, comenzaron a besarse nuevamente de una manera tierna, lenta pero que poco tardó en ascender y convertirse en necesidad—Ven aquí, mi amor— lo ayudó a ubicarse sobre ella y con su ayuda e indicaciones poco tardó Samuel él deslizarse dentro de su ser llenándola por completo—Ámbar abrió su boca y gimió, le rodeó las caderas con las piernas y comenzó a instarlo a moverse—Eres tan grande... deliciosamente grande...—gimió mientras sus uñas se deslizaban sobre la espalda enviándole descargas eléctricas a través de la columna vertebral.

Allí en medio de besos, gruñidos y gemidos, se amaron, con solo aquellas cuatro paredes como testigos de aquel amor que había nacido y crecido tan rápido... dos cuerpos que gritaban ansiosos el deseo de tenerse, una consciencia queriendo rebelarse ante la falta y el pecado, pero un corazón dando voces que no puede haber pecado donde solo hay lugar para el amor .

Agotados, descansaban uno en brazos del otro, en medio de mimos y caricias.

—¿Crees que puedas quedarte hoy?—preguntó ella, besándole el pecho, pero sin mirarlo a los ojos, no quería mostrarle la ansiedad que sentía ante el deseo de que se permitiera quedarse.

—No sé si pueda, pero quiero hacerlo— ella sonrió y elevó el rostro hacia él. — quisiera tener libertad absoluta y plena de amarte, Ámbar, cuando estamos así no existe nada más, soy tuyo, pero cuando nos separamos, es allí cuando llegan las dudas, el dolor, la culpa.

—Al menos no has dicho; el arrepentimiento. —dijo con una sonrisa.

—¿Cómo puedo arrepentirme de ésto, Ámbar?, es culpa por corromper mi camino, culpa por conocerte hasta ahora, pero no puedo arrepentirme de amarte, ni de sentir esto que le produces a mi piel. Cuando... somos uno... Dios mío, Ámbar, que sensación tan sublime. Tu olor, tu piel, tus movimientos, los sonidos que emites, todo es delicioso.

—Si es al menos la mitad de lo que yo experimento...—sonrió—es como llegar al cielo estando viva. No hay como explicar que quiero que te quedes dentro de mí, Samuel. Y no es solo físico, pienso en ti y en las cosas que puedo hacer para agradarte y que estés mejor. ¡Hasta he cocinado unas recetas deliciosas para ti!— le sonrió— así como lo escuchas, me he pasado toda la mañana frente al horno, así que espero que al menos te quedes para comer.

—Gracias por todo lo que haces por mí — le besó la frente.

—Tomemos una ducha y comamos, ¿te parece?

—Si...

Mientras se enjabonaban mutuamente, sus pieles de volvieron a encender, Ámbar terminó con el pecho contra los azulejos del baño, mientras que con un poco de ayuda, Samuel se aferraba a sus caderas hundiéndose una vez más en sus ardientes profundidades...

La comida estuvo deliciosa, y el momento fue tan agradable que Samuel aceptó tomar una copa de vino, solo una... Para Ámbar era excitante ver a aquel hermoso hombre, solo con sus bóxer, sentado a la mesa, mientras ella con una holgada camiseta se había movido calentando sus preparaciones, él le había ayudado muy amablemente. Comieron entre risas y Samuel no paraba de alabar a Ámbar por aquellas deliciosas preparaciones.

Luego lavaron juntos los trastes y limpiaron la cocina, para terminar una vez más haciendo el amor alli. Ámbar, se sorprendió cuando él la abrazó desde atrás y a los pocos segundos, ya sus manos se deslizaban por dentro de la camisa en busca de sus pechos... ¡Qué delicia! Cuando mucho después de giró para besarlo, Samuel la elevó colocándola sobre el mesón y tras algunas rápidas acciones, pronto estuvieron nuevamente gimiendo.

—Te amo, Ámbar— gruñó Samuel bombeando en su interior.

—Te amo Samuel, te amo— gritó ella presa del placer.

La tarde había caído, dando entrada a una ciudad que comenzaba a oscurecer, mientras ambos amantes permanecían dormidos sobre la cama, agotados de tanto amarse, el sueño los habia vencido. Ámbar se sobresaltó al escuchar el timbre del apartamento, abrió los ojos y se encontró con que Samuel estaba profundamente dormido, así que salió de la cama y se colocó un albornoz, peinó su cabello con sus manos y salió de la habitación justo cuando él timbre volvía a sonar, no tenía el mejor aspecto posible, pero nada podía hacer. Echó un vistazo alrededor asegurándose que todo estuviese en su lugar, sin dejar de caminar hacia la puerta.

Se encontró con que la mujer allí estaba por timbrar nuevamente.

—Hola, buenas noches — la saludó amablemente.

—Hola, tu debes ser Ámbar.

—Si— la miró frunciendo el ceño, no la conocía. —¿Y usted, quién es?

—Lamento llegar sin avisar, querida —dijo con amabilidad— Soy Ana, Ana Thompson, la madre del padre Samuel— Ámbar sintió como se quedó sin respiración, pasó saliva con dificultad y sonrió...

¡Ana Thompson!

¿Cómo le explicaba que tenía al sacerdote dormido como un bebé, en su lecho, tal y como Dios lo trajo al mundo, después de compartir unas olimpiadas amatorias?

El temor de que Samuel se levantará sin saber lo que sucedía y saliera en su búsqueda la asustó, sabía que él no estaba preparado para asumir ante alguien más que estaban consumando su amor.

¡Dios mío, sé que He Pecado, pero no me abandones ahora!

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