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Capítulo 14; Tentación.

Samuel abandonó el confesionario, no podía quedarse allí, no podía seguir escuchándola y sabiendo aquello salió del confesionario y corrió por el pasillo lateral de la iglesia que lo llevaría a su habitación, la única del lugar, destinada para el sacerdote encargado. Cerró la puerta tras él y se recargó de la misma, sus ojos muy abiertos... se arrancó el alzacuello que lo estaba asfixiando y lo arrojó a la cama, en dónde se sentó, angustiado abrió unos botones de su negra camisa, y se esforzó por respirar... No podía ser, aquello no podía ser, Ámbar no podía haber dicho aquellas palabras... y él, el no podía estar reaccionando de aquella manera, ya con anterioridad algunas mujeres, agradecidas y confundidas por su comportamiento protector y cariñoso, habían confundido sus emociones y habían terminado confesandole de alguna y otra manera lo que "sentían" por él, sin embargo, en cada ocasión lo había tomado muy serenamente, rechazando los sentimientos de aquellas mujeres y asegurándoles que era un momento de confusión, y que un hombre de Dios está reservado única y exclusivamente para Dios, pero... ¿Entonces por qué no pudo decir lo mismo a Ámbar?, ¿por qué la necesidad de huir y no dejarle muy en claro que no podía corresponder a sus deseos?, ¡porque no podía hacerlo, por supuesto que no!

—¡Por Dios, por Dios!—gimió angustiado. Quizás la diferencia se debía a qué las otras mujeres habían hablado de sentimientos más tiernos, hablaban de amor, de un enamoramiento, pero Ámbar... ella hablaba de deseo carnal... Samuel se arrodillo en un lateral de la cama—¡Dios mío, no puede ser!— exclamó, mientras explotaba en llanto—¿Qué me está ocurriendo con ella?, ¿por qué me pones esta prueba, Dios, por qué?—sollozó— ¡tu lo sabes, nunca he dudado de mi fé, nunca... y no quiero hacerlo, no quiero perder mi camino!— las lágrimas bañaron sus mejillas—¡Nací para servirte, crecí para conocerte, mi madre me educó para entregarme a ti!— de pro to las palabras de su padre lo golpearon... ¿Realmente su madre no le había dado otra opción?, ¿lo enajenó para ser sacerdotes?—¡NO!—se respondió —¡Yo nací para ser un escogido!, !yo respondo a mi llamado divino!... Ámbar Hobbs, no puede... ella no puede hacerme dudar de mi llamado... no puede... no puede...

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Anibal, se puso de pie para recibir a la hermosa mujer que llegaba hasta la mesa donde él se encontraba.

—Gracias por aceptar mi invitación, Melina— sonrió.

—Estoy feliz de que me invitara. — Anibal sacó la silla invitando la a sentarse y luego tomó asiento frente a ella.

—¿No me llamarás nunca por mi nombre?—preguntó sonriendo— sé que soy mucho mayor que tú, pero...

—Más que por edad, es por respeto—sonrió Melina— pero claro que puedo llamarte; Anibal.

—Pensé que mis canas ya me hacían un anciano— la jóven sonrió.

—Para nada, ¿no has escuchando que las canas son un atractivo?, al menos en los hombres. Aún eres bastante jóven.

—Gracias por el cumplido, aunque supongo que sueles tomar cafés con hombre de tu edad.

—Puede ser, sin embargo me agrada más tu compañía—admitió la rubia— en ocasiones no sabemos lo que necesitamos, sino hasta que lo encontramos— lo miró directamente a los ojos, mientras sentía como un delicioso calor se extendía por todo su cuerpo— puede que seas mayor, pero eso solo te hace más interesante, tienes buenos temas de conversación, eres un caballero, atento, y muy apuesto, tus canas te aportan un gran atractivo— Anibal sonrió complacido. — eres un hombre maravilloso Anibal, nunca dudes de eso.

—Gracias, Melina. Ordenemos algo.—tomaron café y un pasabocas, mientras conversaban y reían. Melina se sentía feliz, hacía mucho que no lo pasaba así de bien, desde que terminara su relación con Joseph, su jefe, quién decidió cambiarla por una mujer de la alta sociedad que le ayudaría a adquirir dinero y posición, aquello la había lastimado, porque durante los dos años que había durado saliendo con su jefe, ella realmente esperaba que Joseph le pidiera matrimonio. Lo peor resultó cuando él, muy descaradamente le sugirió convertirse en su amante, ya que ella le seguía gustando como el primer día, y la pasaban muy bien juntos, sin embargo Melina se negó, él realmente la había lastimado. Esperaba un anillo, una propuesta y él le dió traición y dolor. Aquello no lo perdonaría. En un par de ocasiones había solicitado que la cambiarán de área, pero sus superiores se habían negado, así que allí seguía, bajo el mando del hombre que amó, y tenía que soportar cuando la esposa de él, deseaba hacerle una visita en la oficina.

Melina se sentía tan humillada, tan rebajada, que... no podía evitar sentirse tan a gusto con el trato caballeroso de Anibal, a pesar de ser mucho mayor que ella, era obvio que le doblaba la edad, y más que eso, y además estaba casado. Porque era algo que ella no podía ignorar.

Para Anibal, aquella hermosa jóven era como un bálsamo refrescante, sus largas charlas, su hermosa sonrisa, esa jovialidad... Melina además se mostraba atenta con él, lo halagaba, lo miraba de aquella manera que lo hacía sentir deseado.

Nunca había estado más agradecido de siempre haberse preocupado por la buena alimentación y el buen ejercicio, lo que le permitía tener una buena apariencia...

Conoció a Melina, un día que salía de la firma en la que ella trabajaba, Anibal era un importante cliente, ya que Marshall & asociados, reforzaba la contabilidad de sus empresas, hacían auditorías y de más, a pesar de tener su propio equipo contable, Anibal había decidido no fiarse al ciento por ciento de nadie, así que prefería tener siempre una segunda opinión. Y un día, allí estaba ella... parecía un ángel con esa melena rubia y esos preciosos ojos azules, su amabilidad y linda sonrisa la hacía destacar... así pronto, se encontró propiciando encuentros con ella cada vez que asistía a las oficinas contables, y a pesar de llevar algún tiempo conociéndola, aquella era su segunda invitación y se sentía muy bien saber que Melina lo había aceptado.

Después de una larga conversación, muchas risa, y compartir anécdotas de diferentes temas, había llegado el momento de irse.

—Te agradezco mucho la invitación— le sonrió ella, cuando se puso en pie— me la he pasado increíble.

—Yo también lo disfruté mucho, permíteme que te lleve a tu casa.

—Mi departamento está cerca... no tengo sino que caminar algunas cuadras y está temprano todavía.

—Aún así me gustaría mucho acompañarte y me sentiría más seguro de saber que has llegado bien a casa.

—De acuerdo—Melina sonrió.

Hicieron el recorrido en el elegante auto de él, mientras hablaban de la posibilidad de tomar otro café juntos, cuándo Anibal se estacionó en donde ella le indicó, Melina se quitó el cinturón de seguridad y se giró hacia él con una sonrisa.

—¿Quieres subir?— los ojos de la rubia resplandecieron con un extraño brillo. Anibal pasó saliva, era solo una invitación más, nada comprometedor, se dijo.—Quizás una copa...

—No lo sé, yo...

—Solo una—se encogió de hombros.

—De acuerdo —aceptó después de un par de segundos. Subieron hasta el departamento en donde ella se encargó de abrir.

—Adelante... es bastante modesto, seguro nada elegante como a lo que debes estar acostumbrado, pero es mi hogar y tiene las puertas abiertas para ti—terminó con amabilidad, entrando tras él, y cerrando la puerta tras ella.

—Es perfecto—le dijo girandose hacia ella — te agradezco la confianza— la vió sacarse los tacones y sonrió.

—Lo siento, son agotadores, amo tener libertad cuando estoy en casa. —Melina le regaló una hermosa sonrisa.

—No te detengas por mi—sonrió.

—Bien, me temo que solo puedo ofrecerte un poco de vino tinto.

—Una copa de vino tinto, está bien.

—En camino—dijo risueña, yendo hasta la cocina, sirvió dos copas de vino tinto y volvió, le entregó una a Anibal y una para ella quien se sentó a su lado, para seguir conversando de todo un poco. Cuando las copas estuvieron vacías la colocaron en la mesa frente a ellos.

—Bien, supongo que es hora de irse—Anibal se puso de pie— muchas gracias, Melina.

—Mel, así me llaman mis amigos— le sonrió poniéndose también en pie dispuesta a acompañarlo a la salida.

—Mel...— le dijo mirándola directamente a los ojos, la rubia sostuvo la mirada, mientras sentía como su respiración se aceleraba... cómo siendo hipnotizados, ambos dieron un paso al frente, sin siquiera pestañear, Melina elevó las manos y la colocó en el amplio pecho del hombre, elevó el rostro hacia él— eres preciosa, Mel— susurró con nerviosismo. Y si, no era un santo, ni nada que se le pareciera, pero hacia muchos años que no besaba una boca que no fuese la de su esposa... a pesar de haber respetado mucho a Ana, y de amarla con locura como había hecho, hubo una ocasión en la que terminó en brazos de otra mujer, una aventura de una noche, la cual terminó de inmediato ante el arrepentimiento, de eso, hacía ya mucho, pero ahora... ahora con Melina allí, aparentemente dispuesta a escalar en aquella relación de amistad... no creía poder resistirse. —Melina, yo...— no dijo nada, la rubia le rodeó el cuello con sus largos brazos y unió sus bocas...

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