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— ¿A qué hora están llegando tus padres, pecas?

Max dejó caer los bolsos en la encimera de la cocina. Habían pasado los últimos minutos trasladando los equipajes de la Van hacia el interior de la casa. Estaban sudados y con mucha hambre, era una lastima la falta de alimentos en el refrigerador.

— Deben de estar llegando en cualquier momento. — Contestó, fijando su mirada en el reloj digital colgado en la pared. — Mamá salió a comprar algunas cosas para la cena.

Giró, con la idea de encontrarse con los ojos azules del neerlandés, pero Max ya había salido disparado del lugar.

— ¡Carlos, deja de arrancar las plantas! ¡Dios! ¡Dime que no dejaste un hueco allí! — Su compañero de equipo había subido a toda velocidad las escaleras, abriendo de un portazo la recamara en donde Franco se encontraba durmiendo. —¡Franco, despierta!

— Se está volviendo loco — Fernando, a su lado, se sentó en la encimera, comiendo un paquete de galletas de chocolate. — Ve antes que le saque los pelos a Carlos.

Checo rio suavemente por lo dicho, y haciéndole caso a su amigo, se dirigió a la sala de estar, esperando no encontrar algún piloto herido.

Franco bajaba lentamente las escaleras, sobándose los ojos para espantar el sueño; soltó un gran bostezo que le hizo tropezar un escalón. En la planta baja, y entrando por las mamparas, el neerlandés arrastraba del brazo a Carlos, quien tiraba improperios de diestra y siniestra.

— ¡Relájate, hombre! — El español se liberó del fuerte agarre de Max — Solo son unas cuantas flores.

— ¡Estas malogrando el jardín! — Max le dió un zape en la cabeza, como si estuviera regañando a un perro. — Eres un invitado.

Carlos rodó los ojos, fastidiado por el comportamiento del menor — Checo, cálmalo ¿quieres?

— Yo arrancaba varias cuando era pequeño. — Contó, esperando que así se calmaran las aguas — Mamá nunca me dijo nada.

Max hizo una mueca, viéndose regañado por su reacción.

— ¿Qué pasó? — Charles entró por la puerta principal, el cabello alborotado y con pequeñas florecitas esparcidas entre sus rulos. — Escuché gritos desde fuera.

— Nada de que preocuparse — El monegasco alzó una ceja, no creyendo sus palabras. — Cierra la puerta, por favor.

•••

Decidieron prender la televisión como entretenimiento hasta que sus padres aparecieran.

Fernando se sentó a su lado en el sofá más grande, Franco se había desparramado a su otro costado, aún batallando contra los atisbos de sueño que le quedaban. Los Ferrari decidieron sentarse en el suelo a sus pies, ignorando por completo los otros sillones de la habitación.

Por otro lado, Max no había podido lograr mantenerse tranquilo. El neerlandés paseaba por el lugar, acomodando pequeños adornos y mirando cada minuto por las ventanas en espera de la llegada del auto familiar.

— No entendí — Carlos rompió el silencio. — ¿Porqué tiene un bebé?

— Ese es el punto — Charles soltó un suspiro cansado — Nadie sabe porqué.

— Sergio, mejor hay que ir pidiendo comida. — Fernando aprovechó el momento para hablar.

— Ya están llegando, Nano.

Checo no creía en sus propias palabras. Habían pasado casi treinta minutos desde que sus padres se comunicaron con él, y no habían dado señales de vida después de un corto 'Ahorita llegamos'

— Dijiste eso hace veinte minutos. — Franco le recordó, uniéndose a las protestas del español.

Pronto, los Ferrari comenzaron su propia huelga de hambre, apoyando la idea de Fernando.

— ¡Cállense! ¡Ya llegaron! — Max corrió desde su posición cerca de las ventanas hasta ellos. Tenia los brazos alzados como en una caricatura de los 2000 y una mueca de pánico en el rostro.

Solo unos segundos después del aviso del neerlandés, el sonido de las llaves siendo introducidas a la cerradura de la puerta principal, se oyó.

— Hola, chicos — Su madre dejó las compras en el piso, acercándose a ellos en el sofá. — Cariño, que bueno tenerte de vuelta.

Checo se vio atrapado entre los brazos de su mamá. El abrazo fuerte, envolviéndolo en el amor que tanto le hizo falta. — Te extrañé, ma'.

Y yo a ti, querido. — Separándose, su madre le dio una sonrisa cálida, para después mirar al resto de pilotos. — ¡Saluden! No sean tímidos.

— Déjalos, Marilú. — Su padre entró en la conversación, caminando hacia la cocina para dejar las compras. — Cada uno tiene sus propias costumbres.

Un gusto conocerla, señora Pérez. — Con un español masticado, Charles le dio un beso en la mejilla a Marilú.

— ¡Ay! — Su madre se rio encantada — El gusto es mío, güerito.

Como si fuera una señal, los pilotos formaron una fila detrás de Charles, esperando su turno para saludar a la mexicana.

— Señora Marilú, me alegra poder volver a verla. — Carlos se acercó a abrazarla, recibiendo a cambio una pequeña caricia en el cabello.

— Ya te he dicho que puedes venir las veces que quieras. — Le respondió su madre a cambio. Haciéndole recordar todas las veces que esa ofrenda era hecha.

— ¡Hola! Soy Franco. — El argentino estiró su brazo, ofreciendo su mano como saludo.

— ¿Este en nuevo, Checo? — Su madre bromeó, volteando a verlo.

— Es el nuevo de Williams, querida. — Antonio respondió por él. — El nuevo latino de la parrilla.

— ¡Qué bueno poder conocerte, cariño! — Marilú tomó la mano de Franco, tirando de él para cambiar el saludo por un abrazo. — Ya te veo viniendo por aquí seguido.

— ¡También espero eso! — El argentino respondió emocionado. — Para el próximo premio de Mexico puedo venir ¿cierto? — Franco lo miró, ojos esperanzados, esperando una confirmación de su parte.

—Sí mi madre no tiene ningún problema-

— ¡Claro que no!

¡Qué bueno! Los hoteles son horribles y es un quilombo estarte registrando, nos están vigilando las 24 horas y no hay manera de salir a explorar la ciudad- a menos que vos vengás por tu cuenta, pero a mi me trae Williams y siempre andan detrás mío- los pibes son re piola, pero cansa.

¡Eres un amor! — Su madre le revolvió el cabello, haciendo que el argentino parara de hablar. — Entiendo porque Chequito te trajo consigo.

— Gracias — Sonrió, avergonzado por las palabras de Marilú.

— ¡Fernando! Ven ayúdame con las bolsas. — Su padre gritó desde fuera de la casa. — Ya no estoy para cargar tanto yo solo.

— Me hubieras dicho antes, Antonio. — Fernando caminó hacia la entrada. — ¿Cómo esperas que adivine que tanto han comprado?

— ¡Max! — Su madre siguió con la fila de pilotos — Nunca te apareces por acá.

Lo siento, señora Pérez. — Max intentó responder. — Nosotros estamos ocupados. Mal temporada.

Eso he escuchado, las noticias no paran de hablar de eso. — Su madre lo miró con tristeza, sabiendo los malos comentarios que decían de él — Pero eso ya no importa, lo bueno es tenerlos a ustedes aquí, ahora.

Como a todos, Marilú abrazó a Max, quien se inclinó para quedar hasta su altura.

— Bueno, empecemos — Su madre se separó del abrazo, poniendo sus manos en la cintura — ¿Quién me quiere ayudar a cocinar? Checo, tu no tienes opción.

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