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— ¿Por qué hay tantas personas? — Charles comía un palito de pan bañado en chocolate, habían parado en su trayecto hacia la salida del aeropuerto para conseguirlo de una de las máquinas expendedoras.

Checo sintió que se le reventaba una vena de la sien.

— No sé, Charles — Dijo entre dientes, apretándolos por el enojo — ¿Será porqué alguien decidió publicar nuestra ubicación, y, otra persona, con aún más seguidores, lo compartió?

— Si... ¿Quién habrá sido? — El monegasco desvió su mirada, haciendo lo imposible para no tener contacto visual.

— ¡Oh! ¿Me etiquetaste en algo, Fernando? — La voz emocionada de Franco vino desde la parte de atrás del grupo.

— Si — Confirmó el Asturiano — Repostéalo, niño.

Una mano caliente se deslizó entre la suya. Sonriendo, sabiendo a quien le pertenecía, alzó la mirada.

— Deja de estresarte — Max susurró en su oído, las palabras suaves, dulces. — Hagas lo que hagas, ellos no van a cambiar.

Checo lo quedó viendo unos segundos, debatiéndose entre golpearlo en la cabeza o seguir con su camino.

— Lo que digas, Maxie — Le sonrió, optando por seguirle el juego.

Si no puedes con el enemigo, únete.

Decenas de fanáticos abarrotaban la salida del aeropuerto. Carteles de colores brillantes: rosa, amarillo, azul, verde y naranja resaltaban entre la multitud; los gritos eran ensordecedores y muchos regalos comprados a última hora eran aventados en su dirección. Checo no pudo evitar taparse los oídos con su mano libre.

— Señores, síganme — Desde uno de los pasillos laterales, un hombre de seguridad llamó su atención. 

Sin esperar alguna respuesta de su parte, el hombre armado avanzó hasta otra salida, aventurándose entre más pasajeros.

— Pero, por allá no es-

Fernando hizo callar al argentino poniendo una mano en su hombro.

No era momento para hablar, eso los iba a retrasar más.

— Hay una camioneta esperando por ustedes desde hace unas horas — El empleado les habló, sin voltearse a verlos — ¿Es eso cierto?

— Si, es una Van. — Afirmó, apresurando el paso para alcanzar al hombre.

Se estaban alejando del bullicio y los montones de personas. Algunos empleados los quedaban viendo y eso era incómodo.

¿Pensarían que llevaban algo ilegal con ellos o los habían reconocido?

— ¿Checo? — La voz de Charles lo sacó de sus pensamientos. — ¿Esa es la camioneta?

El monegasco apuntó con su dedo índice a una Van pintada de negro y lunas polarizadas. Era una reliquia haberla conseguido en tan poco tiempo, no iba a mentir. Se sentía como uno de esos capos transportando mercadería entre los rincones más recónditos de México.

— Mala educación — Bajó inconscientemente el dedo de Charles cómo muchas veces había hecho su madre en su infancia. — Sí, es esa. 

— ¡Voy de copiloto! — Carlos salió disparado hacia la camioneta, seguido muy pronto por el monegasco.

— ¡Calos! ¡No se vale!

— Necesito una siesta.

.. 

Observar desde la ventanilla las calles por las que pasaban, le hacían sentir una fuerte oleada de nostalgia. Recordaba como, hace solo unos años, paseaba con sus hermanos entre risas y empujones por los parques de la ciudad. 

Te estás quedando dormido, niño.

No-

Checo despegó la mirada del paisaje, enfocándose en la pequeña charla que el argentino y Fernando empezaron. Franco se encontraba recostado sobre la puerta del auto y parecía estar envolviéndose a si mismo con su chaqueta.

¿Tienes sueño, Fran? — Los grandes ojos del menor miraron los suyos. Le fascinaba ver cómo la juventud que poseía el argentino se reflejaba en su brillante mirada; le recordaba a sus sobrinos pequeños.

— No, no — Franco negó con un gesto, se enderezó en su asiento y contuvo un bostezo. — Solo quería estirarme.

Cuando lleguemos, vas directo a dormir ¿va? — Ignoró la pobre actuación del piloto de Williams con una sonrisa. El jet lag era algo muy común.

Ni que fuera tu hijo, cabrón. — Franco se sonrojó al escuchar lo dicho por el asturiano. — ¿Qué sigue? ¿Le vas a cortar la carne?

¡Unos nuevos juguetes! — El piloto de Ferrari se dobló incómodamente para meterse también a la conversación. —Acabo de ver una juguetería al 50% de descuento ¿Qué Lego quieres que te compren, Franquito?

¡Bájenle de huevos! — Checo paró las burlas hacia el menor — Me lo chivean. 

Una nueva ronda de risas inundó la camioneta.

—¿Qué pasó? — Max paró con sus pequeñas risas y avergonzado, se inclinó a susurrarle en el oído. — ¿Carlos dijo algo gracioso?

Checo soltó una fuerte carcajada. Hace relativamente poco se empezó a dar cuenta que Max le seguía el juego en muchas cosas, aún cuando el neerlandés no entendía qué era lo que sucedía a su alrededor. Max podía reírse sin parar o molestarse profundamente solo porque él también lo hacia.

— Carlos siempre dice tonterías, Maxie. 

— ¡Ey!

..

— ¡Franco! Agárrate la pieza de arriba, la que tiene las cortinas grises. Ahorita te subo las maletas.

— ¡¿La que tiene la ventana al jardín?! — El argentino gritó desde la planta superior.

¡École!

El viaje a su casa había durado menos de los esperado. Fernando, Carlos y él estuvieron hablando del itinerario de los próximos días, con algunas intervenciones de Franco, quién luchaba contra el sueño con cada metro de recorrían. Max se mantuvo en su teléfono leyendo algunos correos del equipo, mientras que Charles cabeceaba la mayoría del camino, sin pegar ojo; ahora tenían que lidiar con un malhumorado monegasco.

— El bebé parece otro —Carlos molestó a su compañero de equipo. — ¿Quién diría, que un niño pueda manejar mejor el sueño que tú?

— Cállate, Calos — Fastidiado, Chales se volvió a meter a la casa, dejando atrás el equipaje regado en el jardín.

— ¡Lord Perceval! Ayude con las maletas usted también. —Carlos jugueteó con la paciencia de su compañero una vez más. 

— ¡Checo! ¿Puedes ponerme con otra persona que no sea Calos? No quiero compartir habitación con él. — Charles se quejó, arrastrando los pies hacia el patio trasero, donde se encontraba el dueño de casa.

— Puedes quedarte con cualquiera, Charlie. Tenemos tres habitaciones para acomodarnos. 

La casa era bastante grande como para poder albergar a todos ellos. Sus padres tenían la habitación principal, y las otras tres restantes habían pertenecido a él y sus hermanos cuando eran jóvenes; ahora se le podían dar un buen uso para los invitados.

— ¡¿De quién es esto?!





¡Holaa! Quería agradecerles por el apoyo y también pedirles perdón si hay  cosas que no tienen sentido de aquí en adelante (más de lo que ya es) porque yo no soy de México. Los sitios que ponga o algunas cosas las estoy basando únicamente en mis conocimientos de Luisito comunica y la época dorada de YouTube de hace más de diez años.

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