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— ¡Muévete!

— ¡¿Porqué me empujas, inútil?!

— ¡Por que tienes que quedarte parado allí!

— Perceval... ¡Camina!

— ¡Lárguense de aquí!

Checo se pasó una mano por la cara. Si era por esconderse del teatrito que sus amigos estaban haciendo, o por deshacerse de la ira que se empezaba a formar, no lo sabía.

Habían entrado -por fin- al mercado, siguiendo las indicaciones de su madre para encontrar el puesto que estaban buscando.

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Lamentablemente, traer consigo a al menos dos adultos con TDAH a un lugar lleno de diferentes objetos, era la ecuación perfecta para una bomba.

Charles y Max peleaban en medio del pasillo, el neerlandés empujando al piloto de Ferrari para que se moviera del camino y así pasar hasta el otro lado del mercado. Cosa que claramente no hacía.

Fernando estaba a su lado, viendo el caos desatarse; mientras de Carlos se metía en la pelea de los no hispano-hablantes solo por que se le daba la gana.

Sería buena idea que los separes. — El español le dijo.

Checo alzó una ceja.

¿Acaso lo creía estúpido?

Sin embargo, Sergio hizo lo dicho. Caminó hasta donde los extranjeros estaban armando desorden. Teniendo varias miradas de los vendedores y compradores en ellos.

— ¿Pueden calmarse? — Los agarró del cuello de la camisa, hablando con los dientes chirriando — Compórtense, carajo.

— Pecas, Charles está molestando. — Max trató de defenderse, apuntando al monegasco con el dedo índice — Ha estado irritando desde que salimos de casa.

— ¡¿Yo?! — Charles alzó las cejas — Por ti tuvimos que estar una hora viendo como te pelaban.

Max se sonrojó, caminando fuera de la escena para no tener que responder al monegasco.

— ¡Solo dije la verdad! — Charles se encogió de hombros — Chequito, mira lo que encontré. — cambió de tema.

Sergio se dejó llevar por el monegasco, mirando a la distancia como Max se unía a Fernando en uno de los puestos.

— ¡Hay zapatos de Gucci a como veinte dólares!

Charles movía su brazo para tener su atención. Frente a él, el monegasco puso dos pares de zapatos a la altura de su vista.

— Char'...

La señora sentada en un banco de madera miraba al piloto de Ferrari con una sonrisa astuta. Sergio suspiró.

— ¡Dijo que me podía dar también las sandalias a diez dólares!

— Charlie... — Checo dejó con cuidado los zapatos de las manos del monegasco en el estante de la tienda. — No creo que los productos sean... originales.

Charles abrió mucho los ojos, alzó las cejas y soltó un 'oh' despacio.

Muchas gracias, señora — El extranjero se dirigió a la vendedora — Pero, nosotro ir.

Avergonzado, Charles lo arrastró hasta donde el resto de pilotos se encontraban, caminando lo más rápido posible para alejarse de esa tienda.

Mientras más se acercaban, más nítida se volvía la imagen. Franco, Max y Carlos jugaban con una pelota de plástico y un aro oxidado colgado en una pared del mercado.

Carlos le pasó la pelota a Franco, quien esquivó al neerlandés y tiró la pelota hacia el aro.

Sin embargo, esta se quedó atorada en el hueco entre el metal oxidado y la pared.

Los tres soltaron un suspiro en unísono, y Carlos se acercó hacia el argentino para darle un golpe en la cabeza. Franco lo pateó en la pierna pero la pelea no escaló.

Max se secó el sudor de la frente, sonriendo mientras el sol le caía en la cara, iluminando al expresión y haciéndola etérea.

Vio como Franco se acercó al neerlandés e intercambiaron unas cuantas palabras, mirando intensamente la pelota atascada en lo alto. Pronto, Franco estaba en el aire.

Max alzó con facilidad al argentino. Lo agarró de las axilas y con un pequeño impulso de parte de Franco, el neerlandés ya lo tenía en alto. Sus brazos flexionando y estirando los músculos.

El neerlandés movió la cabeza de lado a lado, diciendo algo que Sergio no pudo oír pero, por lo que Franco rio. El rubio mantuvo al piloto de Williams en el aire por varios segundos, acomodándolo para que no se cayera.

Todo con tanta facilidad...

Franco consiguió sacar la pelota del aro de básquet, y un segundo después, el neerlandés lo bajo hasta que tocara el suelo.

Cierra la boca.

Sergio parpadeó sorprendido por la voz a su costado. Fernando lo miraba con una ceja alzada.

No la tenía abierta.

Ajá.

— ¡Pecas! — La voz de Max le hizo volver a ver a la cancha improvisada.

El rubio se acercaba trotando, revolviéndose el cabello con una mano y con la otra, cubriendo sus ojos azules de la luz solar.

— ¿Ya estás listo para ir a limpiarte? — Max delicadamente lo abrazó por los hombros, teniendo cuidado en no mancharlo con sudor — ¿Vamos?

Los ojos azules de Max lo miraban intensamente, brillando por la luz y simplemente todo lo que lo rodeaba. Checo sentía que él era la única persona que esos irises podían ver, que todo el mundo del neerlandés se centraba en él.

Sergio se sintió hipnotizado por la sensación, por el azul intenso que lo rodeaba.

Y no quería salir de allí.

— Vamos... — Max susurró, inclinándose en su espacio personal. Su aliento chocando cálidamente en su mejilla.

En automático, Sergio siguió los pasos de el rubio, dejándose guiar por la mano que se posaba en su espalda baja.

— ¡Uh!

Los sonidos de ambulancia de sus amigos quedaron en segundo plano mientras estaba al lado de Max, caminando entre las tiendas en las que había crecido.

¡Chequito! ¿Cariño, cómo estás?

Una viejecita se acercó a ellos, bastón en mano y delantal rosado amarrado en la cintura.

Sergio realmente no la recordaba.

Tu mamá me dijo que vendrías hoy — La señora lo agarró de la mano — Quédate acá, amor.

La mano en su espalda baja se afianzó. Su cerebro estaba hecho papilla, solo siguiendo instrucciones e instintos.

Vamos a pasarte huevo — La señora se acercó nuevamente, sacando de una canasta unos cuantos huevos y una madera.

Encendió la madera con un fósforo, dejando que el aroma los envolviera.

¿No daño?

No, güerito — La anciana le sonrió cálidamente a Max, tratando de trasmitirle seguridad — Nada que lo lastime.

El neerlandés asintió, satisfecho con la respuesta.

La señora lo tuvo que separar de Max, bañándolo con el aroma de la madera quemada.

Voy a tener que pasar el huevo por todo tu cuerpo — Le comunicó, pero mirando principalmente al rubio — Tengo que sobar el huevo por encima de la ropa.

— Okey...

Como lo dijo, la anciana pasó el huevo crudo por todo su cuerpo.

Todo.

La señora murmuraba algún tipo de canto o frase en voz baja, y Checo comenzó a sentir comezón en su piel, como si todo él vibrara.

— ¿Estás bien, Pecas?

Sergio alzó un pulgar, cerrando los ojos mientras asentía. No quería tener que interrumpir el hechizo raro que la amiga de su madre estaba haciendo.

Cariño, ya está todo listo. — Checo abrió los ojos al escuchar la voz de la señora — Te voy a decir lo que encontré ahorita.

La anciana desapareció detrás de un estante, dejándolo otra vez a solas con el neerlandés.

— ¿Te sientes diferente? — Max se acercó a él, alzando el brazo como si quisiera abrazarlo, pero conteniéndose.

— Creo que sí.

Sergio vio el brazo de Max, aún incómodamente en alto. Con una confianza que no tenía, Checo se acercó a su compañero de equipo, cerrando por completo el espacio entre ellos.

El abrazo fue cálido, y Sergio pudo sentir como el rubio se tensaba por un segundo antes de apretarlo más entre sus brazos.

— Vas a ver que todo va a salir bien.

Escuchó movimiento atrás suyo, pasos cansados acercándose a ellos, y con eso, Sergio decidió separarse.

¡Ay, chiquito! — La señora exclamó, parecía afligida — ¡Te han hecho muchas cosas!

La anciana empezó a enumerar todo lo que el juego le dijo -cosa que al parecer pasó, antes que ella lo tirara por el inodoro

Por lo que entendió, la yema estaba flotando, tenía sangre y demasiadas burbujas. Nada de eso le sonaba bien, y peor fue cuando se enteró de su significado.

Le habían hecho magia negra, mal de ojo y muchas malas vibras.

Demasiadas.

Pero ya está todo bien, cariño — la señora trató de calmarlo. — Llévate el palo santo y quémalo en tu dormitorio en las noches antes que te vayas a dormir. Eso sería todo para que estés bien por un buen tiempo.

Esta vez Max no se contuvo, y lo abrazó.

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