14
— Listo, Fran. Entra a donde quieras.
Se habían separado en dos grupos -después de ver cómo los extranjeros casi besaban en suelo una vez bajaron del camión- El primer grupo, iría a buscar ropa para Fran, mientras que los demás que no habían querido entrar a las tiendas, fueron a explorar el lugar.
Checo le había dicho muy claramente a Fernando que se iban a volver a encontrar a más tardar en una hora en el mismo lugar en el que los dejó.
Ya había pasado casi cuarenta minutos.
Al menos dos de ellos hablaban español.
Charles se separó unos metros de él, inspeccionando la tienda con ojo crítico.
Habían entrado en las primeras boutiques que vieron. Tenían camisetas básicas y algún que otro pantalón.
— ¿Checo, ese está en venta? — Charles le preguntó desde el fondo de la tienda, señalando el sombrero mexicano que uno de los maniquíes tenía.
— No lo creo, Char'
El mismo Checo vagó un poco por el lugar, entreteniéndose viendo un par de camisas beige de muy buen estado. Pasó las bolsas con el pantalón antiguo de Franco, que se había cambiado cuando encontraron la primera compra del día, hacía su otro brazo.
El argentino buscaba al lado del monegasco alguna remera blanca que no tenga estampados extravagantes -que demasiados tenían- para poder probarse.
— ¡Fran! ¿Ya encontraste algo?
— Creo que si. — Le respondió el argentino, llegando a su lado con una remera azul con cuello en v. — ¿Me lo pongo y nos vamos?
— Sí — Afirmó— Ya se nos está haciendo tarde.
Tal y como le dijo, Franco salió corriendo a pagar por la prenda y meterse al probador. Charles aún se encontraba viendo unos zapatos, Checo solo esperaba que no se le ocurriera querer comprarlos a última hora.
— ¿No te vas a llevar nada, Checo? — Charles le señaló las diferentes camisas que había estado viendo minutos antes.
— Otro día puedo venir por eso. — se encogió de hombros.
•
La risa de Charles lo desconcertó. Habían caminado hasta el punto de partida, dónde se supone los demás ya estaban. Sergio había estado hablando tranquilamente con Franco, mientras que Charles había decidido adelantarse un poco para poder ver los escaparates de las tiendas; cuando de pronto, Checo terminó chocándose con al espalda del monegasco, quien reía a más no poder.
Sergio alzó la vista, tratando de encontrar lo que el piloto de Ferrari estaba observando.
Y lo vio.
Max estaba siendo sostenido por Carlos y Fernando, quienes lo agarraban del hombro y lo conducían entre las personas. Los dos españoles tenían sonrisas burlonas en el rostro.
Hubo un jadeo sorprendido a su lado.
— ¡Max tiene corte de lesbiana!
Efectivamente, Max tenía corte de lesbiana.
Sergio no sabía como sentirse en ese momento. Quería reírse como lo hacía Charles, pero estaba horrorizado por el nuevo peinado de su compañero de equipo como para siquiera pensar en moverse.
— ¡¿Qué le hicieron, cabrones?!
— Nosotros nada, tío.— Carlos levantó las manos al aire, tratando de hacerse el indefenso — El gilipollas se lo pidió al peluquero.
Fernando se encogió de hombros, aún con esa sonrisa burlona en el rostro — El chaval es muy susceptible a los consejos.
— Los dejo una hora ¡una! — Sergio se pasó las manos por la cara en frustración, aunque no iba a mentir que era gracioso ver así al neerlandés.
Max miraba el Intercambio de palabras con ojos de huevo estrellado. Lo más probable es que no entendiera las oraciones por lo rápido que hablaban.
— Vamos a ir a que se lo arreglen — concluyó, tras unos segundos de inspeccionar el corte del rubio.
Esperaba que haya salvación.
Carlos los guió hasta la peluquería, que por lo que había dicho, no estaba demasiado lejos.
El grupo era grande y se distraían bastante rápido -el propio Checo paró para comprar unos elotes con chile- por lo que demoraron más de lo esperado.
— Apúrate en escoger, wey — se quejó, tamborileando su pie de arriba a abajo — ¡Solo le vas a poner chile o no, no es el fin del mundo!
— ¡Es que no sé!
— Mira, carnal — Checo se dirigió al vendedor, harto del español — Póngale de todo, para que chille el huerco.
— Como usted diga, patrón.
El resto de pilotos se habían sentado en unas bancas cercanas el puesto, cubriéndose del sol a toda potencia. Sergio vio como una viejecilla se les acercaba y empezaba a hablarles. Intrigado, se acercó a escuchar cuando se dio cuenta que Fernando fruncía el ceño.
— ¡Esa mujer de allí, es homosexual! — La señora gritó, señalando a Max con una mueca asqueada en el rostro.
— Soy hombre, vieja dequeprita. — Le respondió el neerlandés, alzando una ceja. Y aunque fastidiado por el comentario de la anciana, no parecía molesto.
Checo, viendo que la situación se estaba poniendo tensa -y cómo la anciana empezaba a jalar aire para gritar más fuerte- decidió hacer la paz.
— Más respeto a la señora, es una persona mayor...
— Tu también lo debes ser. — La anciana lo señaló con el dedo índice, casi tirándole encima su bolsa con verduras.
— ¡¿Qué te pasa vieja chota?!
Sintió que lo agarraban de los hombros, jalándolo hacia atrás para que no se le lanzara a la tumba viviente. Tenía ganas de arrancarle la peluca roja menstruación.
— Ya...— Fernando lo arrastró hacia detrás del grupo, usándolos de barrera.
Con impotencia, Sergio vio como la anciana recogía las pocas verduras que se le cayeron mientras les gritaba. Con furia, Checo se escurrió de las manos de Fernando y pisó con fuerza uno de los tomates, dejando solo un puré en el pavimento.
Sergio alzó una ceja, desafiando a la vieja a que diga algo.
Tal como se lo esperaba, la calva solo siguió su camino, murmurando insultos.
— Nos vamos.
•
El peluquero era un gran tipo. Cuando los vio entrar sonrió amablemente. Se dirigió a Checo, pidiéndole un autógrafo y diciéndole que esperaba que volvieran muy pronto.
— No muchos piden ese tipo de corte — le explicó, mientras miraban a Max quién se ponía la bolsa negra para que no se ensuciara — Traté de decirle eso, pero estaba bastante decidido.
— Los colonizadores... — Checo susurró, frunciendo el ceño al ver como Carlos y Fernando seguían revoloteando alrededor de Max.
— Si...
El peluquero lo dejó para ir a por el catálogo para mostrarles posibles cortes que salvarían la imagen de Max.
— ¡Ese! — Franco y Charles se habían acercado a él, curioseando las imágenes. — En los demás quedaría prácticamente pelado. — dijo Charles.
Franco, a su lado, asintió.
— Será ese.
El peluquero - Diego, le había dicho que se llamaba - se acercó con sus instrumentos a Max, alejando por una vez a los españoles de allí.
Se sentó en uno de los sofás de espera, seguido de Franco. Agarró una de las revistas de la mesa y empezó a revisar los nuevos chismes.
— ¡¿Nodal qué?!
Franco se fue de su lado, aburrido de no hacer nada. De reojo, Checo vio como el argentino se unía al resto de pilotos.
La hora pasó bastante rápido. Cuando Sergio alzó la mirada, Diego ya estaba barriendo el piso de los mechones rubios de Max.
El cabello le había quedado bien. Diferente pero bien.
Le habían rebajado los costados sin mucho degradado. La masa de cabello largo que había tenido antes, había sido cortado bastante; solo dejando unos cuantos centímetros de mechones rubios.
Max había dejado atrás la imagen de niño bueno a uno mucho más maduro. Un hombre alto con músculos y presencia intimidante.
— Quién te conoce, Peso pluma.
Carlos soltó una fuerte carcajada por lo dicho por Franco. Los dos reían en la entrada de la barbería.
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