12
— Checo
Se removió incómodo, tapándose un poco más con las sábanas.
— Checo
Dio la vuelta, quedándose boca abajo y acomodándose mejor en la almohada.
— Checo
Puso la mano en sus orejas, esperando que el ruido no pase por esa barrera.
— Checo
— ¿Qué?
Lentamente, abrió lo ojos.
Franco estaba sentado a su lado, casi encima suyo, mirándolo de cerca con una mirada preocupada.
— ¿Pasó algo? — Se sobó los ojos, tratando de espantar el sueño. — ¿Estás bien?
Sergio prendió la lámpara en la mesa de noche, apurándose para atender al argentino.
— Escuché ruido abajo.
Franco miraba intensamente la puerta cerrada de la habitación, su postura, aunque lista para correr, estaba contraída.
— ¿Estás seguro? — Preguntó extrañado.
Sus padres debían seguir dormidos, y con mucha razón; según el reloj colgado en la pared, aún eran las tres de la mañana.
Vio como el argentino abría la boca para responderle, pero un estruendo desde la planta baja le hizo callar.
— Vos debes saber si penan — Franco lo miró, ojos tan abiertos como un cordero recién nacido.
— No penan, Fran — Lo calmó, con un gesto.
Lentamente, salió de entre las sábanas, apartando con suavidad al argentino. Pequeños ruidos espontáneos le hicieron apurar su paso hasta la puerta.
— ¿Vas a salir? — Franco lo miró preocupado. — Sabes que a los que van a investigar los matan primero en las películas ¿no?
— Aquí nadie va a morir, Fran.
Giró la perilla con cuidado, procurando no hacer mucho ruido.
Una vez en el pasillo, sintió los pasos del argentino detrás suyo. Franco se había pegado a él, casi abrazándolo mientras caminaban hacia las escaleras.
Un estruendo, seguido de maldiciones, los hizo dar un salto del susto.
— ¿Sabes que sería mejor?— el argentino susurró a sus espaldas. — Llamar a los demás.
Sergio observó el aspecto del piloto joven. Franco tenía los rulos hechos un desastre, las cejas juntas de preocupación y miedo, y un tono pálido en la piel.
— Fran — Le habló con suavidad — Anda con Fernando y Carlos. Ve a decirles que bajé a ver algo en la cocina y no te querías quedar solo.
Franco abrió la boca, listo para decir una protesta; pero, la cerró tras unos instantes — Okey.
Checo quiso reír por la forma en la que el argentino subió corriendo los pocos peldaños que bajaron.
Con más tranquilidad, hizo su camino hasta la planta baja de la casa.
— ¡Cállate, Leclerc! — El susurro mal disimulado de Max le llamó la atención. — ¡Deja eso de una vez!
— ¡¿Puedes callarte?! — Charles contraatacó — Tú fuiste el que quiso bajar.
Checo caminó en puntillas, tratando de hacer el menor ruido posible para tener una mejor visión de los extranjeros sin que se den cuenta.
— ¡Solo te pedí que me ayudes a buscar unas galletas! — Max se quejó, moviéndose por toda la cocina — ¡No que empezarás a reordenar las ollas!
— ¡No estoy reordenando nada! — Sergio logró ver cómo el monegasco le fruncía el ceño a su compañero de equipo — ¡Estoy buscando una sartén para calentar un pan!
— ¡¿A qué demente se le ocurre recalentar un maldito pan en medio de la noche?! ¡En una casa que ni siquiera es suya!
— Checo no se molestaría — Charles se defendió.
Sergio se encogió de hombros, aún si sabía que nadie lo estaba viendo. Realmente no el molestaba que se tomen la libertad de hacer eso.
— Es por respeto.
Charles rodó los ojos, sin embargo no hizo ningún otro comentario. Los dos extranjeros siguieron moviendo cosas en la cocina. El monegasco partiendo un pan por la mitad y poniéndolo al fuego, mientras que el neerlandés se servía jugó en uno de los vasos de plástico que Checo se había olvidado que existían.
Con diversión, Sergio se acercó sigilosamente hasta quedar a solo unos pasos de la puerta. Los dos pilotos dentro estaban dándole la espalda, y con la idea de agregar algo emocionante en la noche, el mexicano procedió a dar un salto hacia el interior y gritar.
Su grito fue opacado por los sonoros y asustados de sus amigos. Checo río a pierna suelta, encogiéndose en una bolita para no orinarse al ver las caras de los pilotos.
— ¡Por dios!— Sergio exclamó entrecortadamente, tratando de conseguir aire en bocanadas para no morir. — ¡Sus caras!
Sintió una presencia a su costado, pero no lo miró directamente, ocupado secándose las lágrimas que sus ojos habían brotado.
— No es divertido. — Charles se quejó, lo más probable siendo el que estaba parado cerca de la encimera. — Pude haberme quemado.
— Pero no lo hiciste — Checo recuperó un poco la compostura, aún en el piso y recostándose en Max, quien se había agachado hasta su altura.
— ¿Desde hace cuanto que estabas aquí? — El neerlandés le preguntó, moviendo un poco para que quedara mejor recostado.
— Un rato. — Contestó, encogiéndose de hombros.
Así se quedaron por unos minutos, viendo como Charles terminaba de hacer su sándwich. El ambiente era tranquilo, aún a pesar de las constantes raspaduras del acero que el monegasco hacía con el tenedor.
— ¡Listo! — Charles sostuvo su creación a la altura de sus ojos, sonriendo en grande mientras guardaba la sartén — Ya podemos irnos.
•
Después de recoger a Franco del cuarto vecino, Sergio se metió en un sueño profundo. Realmente no soñando algo en específico.
Todo era de colores, algunas cuantas formas sin sentido y mucho ruido. Eso último pudo haber sido Franco, quien, Sergio se había dado cuenta, hablaba dormido.
— Cariño, ya hice el desayuno.
La voz de su mamá lo sacó de su sueño bastante fácil. El olor a comida también pudo haber contribuido.
La habitación estaba bañada de luz solar, las cortinas de color hacían que toda la habitación tuviera una luz celeste poco natural. El argentino seguía babeando a su lado, abrazando una almohada y casi del todo descubierto de las sábanas.
— Fran — Lo llamó, moviéndolo un poco. — Fran, comida.
El niño poco a poco iba abriendo los ojos. Con suerte iba a estar totalmente despierto cuando Checo terminara de cambiarse.
Sergio se encaminó a su closet, sacando un jean azul y una remera beige. Tras una mirada rápida a Franco, Checo optó por irse al baño para no incomodar el argentino.
Mientras se cambiaba pudo escuchar como el resto de pilotos se iba despertando, teniendo pequeñas conversaciones en el pasillo mientras esperaban que todos estuvieran preparados.
Sergio se dio un último vistazo en el espejo, arreglando un mechón de su cabello, mojándolo para formar un lindo rulo. Asintiendo para sí mismo, salió del baño.
Como se lo esperaba, una fila de pilotos, liderada por Max, esperaban afuera. Carlos, Max y Franco hablaban entre sí, sosteniendo prendas de ropa en sus manos y bolsitas de productos encima de ellas.
— ¡Pecas! — Max le sonrió, viéndolo con una felicidad que Sergio no pensaba se podía conseguir recién despierto.
— ¡Camarón que se duerme, se le lleva la corriente! — El momento fue interrumpido por Carlos, quien, como si fuera de vida o muerte, empujó Max de un manotazo y se metió al baño, cerrando la puerta de golpe.
— ¡Ey!
Sergio se rió, burlándose de la cara indignada de su compañero de equipo. Agarró con un poco más de firmeza su pijama doblada en uno de sus brazos y con la mano libre le dio unas pequeñas palmaditas en la cabeza del rubios.
Max lo miró mal pero no le dijo nada.
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