10
— Cariño, pásame la carne.
Checo rodó los ojos, pero hizo lo pedido.
Su madre lo tenía picando, lavando, cocinando y secando los ingredientes y utensilios que utilizaba, mientras que los dos pilotos que ofrecieron su ayuda, estaban parados en una esquina comiendo la ensalada que su madre se había apurado en preparar en un inicio.
— Tráeme la nueva fuente que compré. — Su madre ni lo volteó a ver — Debe estar en la maletera del carro, pídele a tu padre las llaves.
— Estoy haciendo los vegetales. — Checo se quejó, soltando el cuchillo molesto. — Dile a uno de los demás que vaya.
— Están ocupados, anda tú, amor. — Marilú le sonrió. — Apúrele, terminamos esto rápido y después podemos abrir los regalos que les trajimos.
— Yo puedo ir, señora. — Charles, quién estuvo todo el rato conversando con Franco cerca del refrigerador, se limpió las manos en los bolsillos y se acercó a ellos. — Su hijo está bastante atareado, y realmente quiero ayudar.
— ¡¿Ves, 'ma?!
— Checo — Su madre lo reprendió con un tono suave pero peligroso, antes de voltearse a mirar a sus invitados. — Ustedes descansen, queridos. Chequito está más que encantado de ir por las cosas él mismo. ¡Es más! ¿Porqué no me ayudan decorando estos platos para cada uno?
— Claro, señora.
Sergio soltó un gran suspiro, estaba cansado que lo usaran de ayudante-sobre-explotado cada que había visitas en la casa. Eso era algo que no había cambiado desde su infancia.
Pasó por la sala, viendo como Carlos y Max trataban de construir un pequeño mueble que su padre tuvo almacenado en el ático desde hace años. Antonio había pospuesto, tiempo atrás, su instalación alegando su falta de fuerza por la edad, sin embargo, ninguno de los hermanos tuvo la voluntad de ofrecerse a ayudar en su construcción; no cuando podía simplemente contratar a alguien para que lo haga.
Por eso ahora, Checo no se sorprendió al ver al hombre que lo crio tirando órdenes, de cómo instalar su compra, a diestra y siniestra a los dos jóvenes pilotos.
Caminó haciéndose paso entre las maderas y clavos tirados. En puntitas de situó al lado de su padre.
— Pa', mamá está pidiendo la fuente.
— ¡Checo no pises ahí! — Carlos gritó, apuntando a unos centímetros de sus pies. — Necesito esa pieza para las patas.
— Hijo de- — Sergio calló, aguantándose el insulto por respeto a su progenitor. — ¡No me asustes así!
— 'Mijo, — Antonio ignoró el intercambio de palabras, pasándole las llaves de la camioneta familiar — Toma. Está al fondo de la cajuela, al lado de los maceteros.
Sin responder, Sergio se encaminó hasta su destino.
¿Hospedarse en la casa familiar había sido una buena decisión?
A este punto del viaje, Checo se preguntaba si aceptar la oferta de Max habría hecho la situación más amena. Sergio conocía a sus padres, sabía que ellos eran increíbles personas, que agarraban confianza bastante rápido con sus allegados. Esta última cosa le preocupaba de más.
En solo unos minutos, había visto cómo su padre trataba a Max y Carlos como mulas de carga, sin preocuparse si la acción los estaba incomodando.
Dejando esos pensamientos atrás, abrió la cajuela de la camioneta.
Al abrir la maletera, lo primero que notó fue el fuerte aroma floral que parecía impregnar el aire, haciéndole retroceder unos pasos. Frunció el ceño mientras rebuscaba entre los maceteros, intentando localizar la fuente que su madre insistió en que llevara.
Fue entonces cuando sintió que chocaban con él desde atrás, seguido de un fuerte ¡Pum! que le hizo aguantarse un grito.
Alzó la vista, y allí estaba Fernando, con un macetero de plástico caído en el piso, examinándolo con una seriedad casi absurda.
— ¡¿Qué pasó?! — preguntó Sergio, apoyándose en el borde de la camioneta.
— Se me cayó — dijo Fernando sin mirarlo.
Checo lo miró como si hubiera crecido una segunda cabeza. Suspiró viendo el desastre de tierra y hojas en la acera, decidiendo ignorar ello para seguir con lo que su madre le pidió.
— Hazme el paro, Nano. — Soltó, dirigiéndose al español que seguía a su costado.
Fernando alzó una ceja, finalmente mirando hacia Sergio.
— No hablo mexicano.
— ¡Qué me ayudes! — Checo levantó una bolsa de papas, aventándosela a Fernando para hacerse espacio.
— ¿Porqué tan molesto, Chequito?
Sergio bufo por el tono apaciguador del español, no estaba en un estado mental adecuado para lidiar con nadie en ese momento.
— Tengo hambre, mi madre no deja de darme órdenes como si fuera un mocoso otra vez, Max y Carlos están haciendo de burros de carga y, ni siquiera sé cómo me voy a quitar la maldición de la que Christian tanto habla. — Enumeró sin hacer pausas para respirar, descargando toda la molestia que había estado guardando desde que llegaron a su país.
Sergio solo quería poder tirarse en su cama, cerrar todas las cortinas y dormirse con el aroma de pozole en el aire, acunándolo para no despertarse hasta la próxima semana.
El suspiro de Fernando le hizo volver al presente, apurándose en escarbar entre compras por la bendita fuente de su madre.
— Vale, vamos poco a poco, Chequito.— El español dejó la bolsa de papas en la acera, acercándose hasta estar a sólo centímetros de él. — Marilú siempre se ha portado así cada que hay invitados, pero eso no tiene que significar un martirio.
Checo alzó la ceja.
Como Fernando no era el que terminaba peor que los niños de Shein...
— Si me hubieras dicho que estabas tan cabreado por eso, te habría ayudado con los quehaceres.
— ¿Siquiera sabes cortar una zanahoria, Nano?
— ¡Claro que sé! — Su amigo lo golpeó suavemente en el hombro — ¡Estas hablando con el rey de los estofados!
— Nunca en mi vida he escuchado ese apodo — Sergio se rio por lo bajo, sintiendo su ánimo subir por las tonterías que decía el español.
— Y le puedo decir a Antonio que deje a los chavales tranquilos. — Fernando volvió al tema principal. — A mi me hace más caso que a ti.
— Es por la edad — se burló
— Di lo que quieras, eso no quita el hecho que logro más que tú. — Fernando se inclinó un poco más cerca — Y una última cosa, la fuente está allá, gilipollas.
El español señaló una de las esquinas de la cajuela. Entre los jitomates y marcos para fotos, se encontraba lo que tanto estaba buscando.
— Lo vi hace rato — El español se encogió de hombros.
— ¡¿Y no me dijiste?! — Checo gritó, demasiado ofendido como para preocuparse por los vecinos.
— No preguntaste.
— ¡Eres un-!
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